La magdalena
Por Frank Worstworth
Era un día de claroscuros, un día como otro en una vida que paseaba fugazmente su perfume. Al mirar al cielo vio una nube con forma de magdalena y se preguntó por qué suscitaba rechazo imaginar magdalenas en un mundo acotado.
Caminaba por senderos firmes, aunque notaba que sus pasos eran frágiles; viajaba entre momentos de inspiración e instantes de aparente armonía; se agarraba al amor y confiaba en que existiese una «ecuación de la justicia» que otorga a quien da.
Ascendió por la ladera de una montaña escarpada y vio el brillo plateado del mar mezclarse entre rizos de sal azorada por la brisa. Quiso encontrar señales en ello, una especie de llamada a la verdad. Siempre interpretó que la existencia estaba llena de señales y sólo había que saber interpretarlas y, por supuesto, seguirlas.
Buscó un atardecer para regalar y encontró infinitos atardeceres para amar. Nunca fue paciente, pero en los arreboles anaranjados la paz le susurraba al oído que en un regalo mal envuelto también puede aparecer la forma de una magdalena.