El menú
Por Clacktur C. Art
El silencio es un tuerto que mira un reloj. El tiempo le aplaca, los segundos son puntas de lápiz clavadas en su único ojo.
La tristeza es un ciego que intenta jugar a las cartas. Se afana en imaginar cuál es su mano, pero el destino le ha arrinconado.
La alegría es tragar saliva alcalinizada mientras se comparte mesa y mantel con silencio y tristeza, comensales despreciables pero que a veces pegan a la puerta aunque no estén invitados.
La luz es también un pelo que brilla y unos ojos pintados de azul, alumbrados por un sol de invierno que acompaña a un corazón que late y espera.
La oscuridad es sentir que una mueca de fragor aspira a habitar en un prado incendiado.
De primero, sopa de picadillo, con picatostes. Cada bocado resuena. De segundo, ensalada con nueces, que son cardiosaludables, dicen. Nueces a mansalva para que el pellizco duela menos. Y de postre, fresas con nata, que aplazan el nudo en la garganta.
A un lado y a otro, silencio y tristeza. Con traje de domingo. Hoy están de buen humor, aunque son parcos en palabras. Les place más proyectar imágenes mudas en formato Súper 8.
La alegría aspira a su momento de gloria. Por eso, quiere que un poco de agua le desplace en canoa mientras observa que todo es río. Sí, el río que fluye y con el que no hay que pelear. La corriente que arrastra, aunque la primera intención sea otra.
La luz ciega. Ahora es cálida pero fría. Intangible. Se va siempre al atardecer. Pero se sabe que vuelve cada mañana.