El Cuerpo y el Vinilo
Por Luis Pulgadas
Domingo por la mañana. Dirijo mis pasos hacia aquel mercadillo de la costa en el que siempre está mi eterno rival, un guardia civil retirado que me mira con inquina si me adelanto a él en la búsqueda de los preciados tesoros por los que ambos suspiramos.
Discos. De vinilo. El ex benemérita toca todos los palos y de tanto escudriñar ha conocido la rareza de la psicodelia y de algunas piezas de Rock anglosajón de los 60. Empezó por el Flamenco, la Copla, Elvis y los Beatles, pero ya no hay quien le detenga, a este paso acabará por rebañar en el punk y el Rock Cristiano. Cada vez que nos cruzamos, nos saludamos con cortesía. Hace mucho que intenté buscar su amabilidad, pero es un ser impertérrito, que tiene la capacidad de agachar la mirada y al mismo tiempo mirar por encima del hombro.
Sentir su respiración en el cogote es inquietante. Mientras estoy en cuclillas, mirando en una montonera de discos, veo a mi lado una sombra que no se mueve. Luego percibo su inquietud. Me giro disimuladamente y ahí está, igual que hace 30 años, momificado, con un pelo negro en el que apenas se dibujan canas. Oteando desde su experiencia de servicio al Cuerpo, que le hace ser un hombre de valores, y su no menos educativo paso por guateques y hasta ‘happenings’. Una vez me lo dijo: «Sé más de lo que crees». Fue una de las frases más largas que le oí pronunciar. Así es él.
Un grupo de advenedizos comparte escenario entre objetos dispersados por el suelo. Han acudido al olor de la arqueología, alimentados por los terribles documentales de cazatesoros que emiten algunos canales temáticos. Cogen un disco, desenfundan el móvil y consultan su precio en eBay. Son la nueva hornada de cazadores, los que acabarán por pelar el prado. Él no usa celular, sólo su tremenda intuición y un sentido común demoledor: los conjuntos son los conjuntos y los solistas, solistas; igual que no hay que mezclar estilos; si quieres melenudos, no me traigas fandangos, que no cuela.
Cuando Él no esté todo será mediocridad. Ya se intuye el caos en mercadillos de antigüedades exclusivos y pretenciosos. En el fondo le admiro, representa lo que debió de ser un corte de mangas a un caudillato de mano de hierro. Fue un yeyé dentro de la Benemérita. Eso es contracultura inteligente. Ahora pasa desapercibido, minimizando su presencia, siempre callado y prudente. Prefiere que le tomen por ingenuo a desvelar la sapiencia acumulada durante décadas de cambalaches y madrugadas gloriosas de acopio de lotes increíbles. Antes de que yo llegase, él ya devoraba el cotarro solo, bueno, casi. Otrora estuvo el señor de pelo ensortijado que sacaba discos de pizarra de estercoleros y hasta con pico y pala. De ello hablaré otro día, si me dejan.