Billy Wilder: La genialidad de un dios sin crepúsculo

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Billy Wilder (a la derecha) y Jack Lemmon, uno de los actores habituales en sus películas.
Billy Wilder (a la derecha) y Jack Lemmon, uno de los actores habituales en sus películas.

Una veintena de críticos analiza en un libro a Billy Wilder. Con su humor ácido y su enfoque implacable y a la vez tierno hacia las miserias humanas, el genial director despojó definitivamente al cine de su inocencia. En ‘El universo de Billy Wilder’ se diseccionan sus películas y sus obsesiones.

El universo de Billy Wilder es un libro de gran formato, ilustrado con fotografías, que en más de 450 páginas recoge análisis y anécdotas, desde sus comienzos como guionista de la UFA en Berlín en los años 30, al alumbramiento de sus obras maestras, como El apartamento, Perdición o El crepúsculo de los dioses.

José Luis Garci, autor del prólogo, lo considera «uno de los grandes románticos del sigo XX» y creador de algunas de las imágenes más poderosas del cine, a pesar de su estilo funcional, siempre al servicio del guión.

Los afilados diálogos de Wilder y frases contundentes son una de sus señas de identidad, escritos por él o con sus colaboradores, en especial Charles Brackett e I.A.L. Diamond. Cada capítulo del libro va encabezado por un extracto de alguno de esos diálogos.

«Si te enamoras de un casado, no te pongas rímel», dice Fran Kubelik en El apartamento». «Nunca le pida a un gran hombre un pequeño favor», advierte el teniente Schwegler en Cinco tumbas al Cairo; por no hablar de una de los cierres más famosos del cine, ese «Nadie es perfecto» de Osgood Fielding III en Con faldas y a lo loco.

Con su fatalismo cómico, su estilo desinhibido y la permanente guía de su maestro Ernst Lubitsch, Wilder liberó a la comedia de los corsés del pasado, apunta David Felipe Arranz. El experiodista que llegó a Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi entendió como nadie eso de que el humor es el dolor dado la vuelta y también que las apariencias engañan.

Pero también dejó grandes dramas, como El crepúsculo de los dioses —el último guión que escribió con Brackett—, Perdición, Testigo de cargo o la terrible Días sin huella, crónica de los estragos del alcohol con la que ganó cuatro Oscar —mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor actor, Ray Milland—.

El universo de Billy Wilder dedica páginas y fotogramas a películas menos conocidas y supuestamente menores del autor de origen polaco, como Fedora o Cinco tumbas al Cairo, y a sus trabajos como guionista (Ninotchka, de Lubitsch o Bola de fuego, de Howard Hawks, entre otros).

Incluye también curiosidades, como su mala relación con Humphrey Bogart en Sabrina, o los problemas con Raymond Chandler en la adaptación de Perdición.

Con su espíritu provocador y heterodoxo, no es de extrañar que Wilder tuviese problemas con la censura.

La lista de prohibiciones y recomendaciones del famoso Código Hays, que se aplicó en Hollywood hasta mediados de los 60, coincidían prácticamente con los temas que más interesaban a Wilder: adulterio, prostitución, homosexualidad o crítica al capitalismo.

Así, Perdición se saltaba la obligación de reprobar la conducta criminal, Días sin huella ponía al espectador en la piel de un alcohólico y Berlín Occidente mostraba conductas poco escrupulosas del ejército norteamericano durante la ocupación de Berlín.

Con todo, tal y como apunta Garci, Billy Wilder ha pasado a la historia como uno de los grandes, autor de mayorías que «vapuleó el sueño americano», y lo hizo desde dentro del sistema.

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