Una vista atrás a la enfermiza sexualidad del medievo

La Edad Media es un período de la Historia muy desconocido por su larga extensión, sobre el que todas las ideas negativas que tenemos, como la falta de higiene o el cinturón de castidad, son más propias del Renacimiento.
Entre ellas, la de los matrimonios precoces, puesto que los hombres medievales, a excepción de los reyes, se casaban tarde porque resultaba complicado reunir la dote necesaria para pagar la boda. La Iglesia consentía además ciertas prácticas sexuales ahora censuradas, como la prostitución femenina, porque se consideraba un oficio de salubridad pública y una importante actividad económica.
En la Edad Media, entre los siglos V y XV, hubo períodos más liberales de lo que se cree, en los que se cuestionaba el celibato eclesiástico y cerca de un 30% de los sacerdotes vivía en concubinato. Aunque es cierto que la doctrina religiosa no siempre fue permisiva y marcó reglas como la prohibición del sexo durante dos tercios del año por respeto al calendario católico, fue a raíz de la expansión del protestantismo de Martín Lutero, en el siglo XVI, cuando comenzó a imponer una doctrina más rígida para combatirla.
Sólo una postura permitida
La única posición sexual permitida era la «natural», en la que el esposo se extendía sobre su mujer con el único objetivo de procrear, y los clérigos tenían la obligación de instruirse en todas las posturas conocidas para poder imponer las penitencias.

El adulterio, aunque era un pecado reconocido, solo se condenaba cuando lo cometía una mujer, a las que se solía sancionar con el pago de una multa, mientras que sobre el hombre adúltero no caían reprimendas porque su error era visto como una falta «espiritual».
El reflejo ilustrado de esas costumbres se realizaba de forma recurrente a través de símbolos y metáforas, en las que abundan las representaciones de los atributos masculinos como pájaros o elementos de charcutería y de los senos femeninos con porciones de queso tierno y blanco. Estos símbolos son muy sutiles, pero al mismo tiempo muy directos, porque basculan entre los principios del etéreo amor cortés y representaciones mucho más directas y sorprendentes en las que se plasman los órganos sexuales.
El libro del siglo XIV Decamerón del italiano Giovanni Bocaccio narra algunas historias de adulterio femenino. Escenas como la de Ménage à trois, tomada de esta obra maestra medieval, en la que dos mujeres desnudas yacen en una cama junto a un hombre vestido y plasman que la realidad de la relación amorosa en la Edad Media distaba del púdico «amor cortés».