El novato contra el cobarde

Año tras año, recién llegados a residencias y colegios mayores se enfrentan a la amenaza de las “novatadas”, un fenómeno grupal que ya fue documentado por el propio Platón en el año 387 aC y que ha adquirido nuevas formas con las tecnologías y el alcohol como peligrosos aliados.
Hasta hace poco había una tolerancia total en todos los ámbitos educativos, pero en los últimos años encontramos una concienciación cada vez más clara contra estas conductas.
Sin embargo, a medida que se han ido penalizando en los colegios mayores o residencias, las novatadas han cambiado de escenario, y su salida del entorno estrictamente académico ha complicado las actuaciones contra estas prácticas, llevadas a parques, calles o pisos particulares. Al uso de las tecnologías para ejercer coacción y perseguir a las víctimas se suma el preocupante factor del botellón y la peligrosa conexión con el alcohol. A su vez, los veteranos suelen abandonar la residencia en 3º o 4º, y el piso que alquilan se puede convertir en un espacio de impunidad el que convertir a los novatos en sus “esclavos”.
De ahí la importancia de una acción conjunta de la sociedad, siendo muy importante la unión porque en un parque el director del colegio mayor puede hacer poco, y porque hay que ser conscientes de que es una forma de violencia y como tal tiene que ser penalizada.
No caben decimales ni ningún grado de aceptación ante lo que puede definirse como una dinámica de dominio y sumisión asimétrica e injusta, que produce situaciones de vejación, humillación y maltrato. Se puede hablar de iniciación en la vida universitaria, de preservar las tradiciones, de facilitar la integración y la pertenencia pero, en definitiva, se trata de una expresión de violencia normalizada, en la que a aquellos que deciden no participar se les condena al ostracismo, la marginación o la denigración.
Las novatadas responden a dos necesidades vitales de los jóvenes, la de pertenencia y la de poder. Unos necesitan integrarse cuando llegan de otra ciudad, y si para ello tienen que pagar este peaje, la gran mayoría no tiene fuerza psicológica ni capacidad para plantarse. Los veteranos, por su parte, necesitan saber que pueden desarrollar determinados roles de poder, sentirse líderes del grupo, tener el control y una posición de fuerza para ejercer el abuso y la humillación, y eso tampoco es bueno para ellos.
El problema viene cuando después de sufrir la violencia y la humillación hay un proceso de aprendizaje social y reproducen lo que han vivido. Y hay también un proceso de justificación. Sometidas a actos de servilismo y crueldad, las víctimas son penalizadas sin alimentos, obligadas a beber hasta desfallecer o a dormir en condiciones inaceptables, e interiormente se produce una disonancia entre la persona que se respeta a sí misma y la que entra en un juego denigrante: o cambian lo que piensan o cambian lo que hacen.
Perfiles y secuelas
Hay así un perfil de autores que han sufrido sus propias novatadas y no buscan el mal del otro, aunque justifican el hecho de colocar a un novato de rodillas, con las manos atadas y un embudo en la boca diciendo:» a mí me pasó y me vino bien porque entré en el grupo”. En general no tienen una estructura de personalidad perversa, pero probablemente también hay personas que aprovechan ese rol para compensar su complejo de inferioridad o el sentimiento de falta de reconocimiento, y que disfrutan con el dolor ajeno.
Muchas de las víctimas viven un infierno y eso, como toda experiencia de maltrato, tiene consecuencias. Alumnos que han tenido que dejar la carrera porque no podían aguantar la experiencia, insomnio, pérdida de apetito, ansiedad permanente, estado de alerta, dejar de ir a clase, secuelas psicológicas, físicas, emocionales… A veces hay un desarrollo oculto que tiene que ver con la retraumatización y la capacidad de afrontar determinadas situaciones en el futuro.