Cine en el umbral de la modernidad

¿Qué tienen en común «Viridiana» y «Cateto a babor»? ¿Y «Mi querida señorita» y «El pico»? Además de ser españolas, son películas marcadas por el desajuste y el trauma con el que España se enfrenta a la modernidad, hilo que sirve a Vicente J. Benet para su minuciosa y peculiar historia del cine nacional.
«El cine español. Una historia cultural» (Paidós Comunicación) es el título de este atípico recorrido por el séptimo arte en España, menos centrado en la calidad de las películas que en su condición de testigo de excepción para la evolución social, cultural e histórica del país en el siglo XX.
«Este libro intenta encontrar en el cine español los traumas y los reflejos de la incorporación de España a la modernidad. Su intento por convertirse en un país homologable al resto de Europa», explica Benet.
El cinematógrafo ya supuso en sí un adalid de la modernidad y solo un año después de que los hermanos Lumière deslumbraran en el París de 1895, ya había llegado a Madrid, pero también ayudó a construir «identidades vernáculas, racionales entre comillas».
Ese contraste entre identidad y apertura al mundo está presente desde la denostada «españolada» de la Segunda República, que tomaba los elementos folclóricos, el flamenco, la copla y que tuvo su culminación con «Morena Clara», a la insistente revisión de la guerra Civil Española y el franquismo a partir de los años 90.
Para el autor del libro, películas como «Secretos del corazón» o «La lengua de las mariposas» son «uno de los primeros síntomas de que la Transición es un proyecto fallido y de ocultación del pasado», anterior al debate sobre la memoria histórica.
Pero a pesar de esa identidad preservada, primero como propaganda en un régimen dictatorial y luego avalada por la cuestión de la excepción cultural española, Benet muestra en «El cine español. Una historia cultural», las inevitables filtraciones incluso en las épocas de más aislacionismo.
Reconoce influencias del cine de terror de la Universal o de «Cumbres borrascosas» en la adaptación cinematográfica de «Eloísa está debajo del almendro», de Jardiel Poncela, del neorrealismo en «Surcos», de Nieves Conde, o figuras transnacionales como Marco Ferreri o Ladislao Wajda que, en cambio, ofrecieron títulos tan identitarios para el público español como «El cochecito» o «Marcelino, pan y vino».
Por otro lado, Benet señala que Franco fue perfectamente consciente de cómo directores abiertamente comunistas como Juan Antonio Bardem o ateos reconocidos como Luis Buñuel le ayudaban a limpiar su imagen en los festivales internacionales.
«‘Viridiana’ habla de la tensión del pasado, que se presenta como una fantasía, con un presente que se quiere modernizar, pero que contrasta con la realidad de los mendigos. Está expresado de una manera muy dramática, pero el ‘La chica ye-ye’ o las películas de Paco Martínez Soria del paleto que va a la ciudad se encuentran situaciones similares», argumenta Benet.
Así, la llegada de las suecas que volvían loco a Alfredo Landa y José Luis López Vázquez son la cara cómica de ese mismo fenómeno, como demuestra que esos mismos actores luego dieran sus mejores trabajos reinterpretando en clave amarga las contradicciones del «españolito medio».
«Con la democracia la modernidad se instala en España definitivamente, pero en esa misma época el mundo también estaba abriéndose, rompiendo muchos tabúes», reconoce.
«En España estaba ‘el destape’, pero en el mundo era la época de ‘El último tango en París’ o ‘Emmanuelle’. En Estados Unidos se produce el cine ‘exploitation’ mientras en España está Paul Naschy, y también nace el llamado ‘cine quinqui'», con títulos como «El pico», en el que convive la apertura de golpe y porrazo a las libertades, las drogas y el sexo.
Y, desde luego, Benet se detiene en esas «rara avis» que sobrevivieron a cualquier contexto, como Basilio Martín Patino o Edgar Neville, películas como «El espíritu de la colmena» o «El desencanto».
Ya en el siglo XXI, Benet reconoce que la identidad cultural, con la globalización, también se diluye, y aunque valora hitos como «Lo imposible» que se equiparan al mejor cine de Hollywood, para él es «como estar en una gran avenida de una gran ciudad. Podría ser cualquier lugar del mundo», concluye.