Benny Moré en el Cadillac de los pobres

Benny Moré, el ídolo de multitudes más grande que ha dado Cuba, no se trata de un músico más. Es, por unanimidad, el más genial artista popular que ha existido en esa isla. Es el símbolo, el mito, la leyenda, como el resumen de la música popular cubana que es muy rica y abundante. Benny simboliza el guateque campesino, el sarao, la bohemia, la descarga, el café, el bar, el teatro, la fiesta, los carnavales, el espectáculo. El Bárbaro del Ritmo, es lo máximo de la música popular.
Nacido el 24 de agosto de 1919 a las 7:00 a. m. en el barrio Pueblo Nuevo del poblado de Santa Isabel de las Lajas, perteneciente a la provincia Cienfuegos. Sus padres se llamaban Virginia Moré y Silvestre Gutiérrez, y el Benny fue el mayor de 18 hermanos. Su apellido Moré provenía de Ta Ramón Gundo Moré (esclavo del Conde Moré), quien según la tradición de los congos, fue su primer rey en Santa Isabel de las Lajas.
Este contexto fue definitivo para su futura carrera en la música, aprendió a tocar el insundi, los tambores de yuka, los de Makuta y Bembé, invocadores de deidades, con los cuales cantaba y bailaba a la perfección, sino también a interpretar el son, la guaracha y la rumba. Desde pequeño manifestó su gran vocación para la música, pues se pasaba todo el día tarareando una canción de moda o improvisando y dirigiendo conjuntos compuestos por machetes, bongoes hechos con latas de leche, guitarras fabricadas con una tabla y clavos con las cuerdas de hilo de cocer, dos palitos a manera de claves, etcétera. Y a los diez años de edad “rallaba” un tres “de verdad” que le habían prestado, con el cual se escapaba de su madre a las fiestas cercanas a su casa.
Desde pequeño despuntaron en él aptitudes para el canto y la improvisación, lo que demostró cuando apenas con siete años escapaba para entretener Guateques y fiestas en las cercanías y quedarse entonando notas junto a la madre para evitar que durmiera mientras planchaba hasta altas horas de la noche.
Benny atravesó una vida complicada, pero estaba dispuesto a todo para lograr sus sueños de triunfo. Con casi veinte años de edad, en 1940 Bartolomé se despidió de su madre en el Hotel Ritz del Central Vertientes, donde ella trabajaba, y viajó escondido, indistintamente, en un tren y en un camión, a la Ciudad de La Habana. Venía definitivamente a probar fortuna a la bulliciosa ciudad. Desde entonces se le vería por el célebre barrio de Belén, con una guitarra adquirida en una casa de empeños, vagando por cafés, bares, hoteles, restaurantes, y hasta prostíbulos.
En una de sus correrías Siro Rodríguez, integrante del famoso Trío Matamoros, lo escuchó cantar en el bar del restaurante El Templete, de la Avenida del Puerto, y quedó muy impresionado por la voz y afinación del muchacho. La entrada de Bartolomé al conjunto de Miguel Matamoros se puede considerar su verdadero debut como cantante profesional, pues con dicha agrupación tuvo por primera vez un trabajo estable como músico y realizó sus primeras grabaciones en discos de 78 revoluciones por minuto. Cuando terminó el contrato, Matamoros le sugirió: “Tienes que cambiarte el nombre de Bartolo, que es muy feo. Con él no vas a ir a ninguna parte». «Tiene usted razón le contestó Bartolo, desde hoy me llamaré Benny, sí, Benny Moré», contestó.
Después de cantar con varias orquestas de empuje en México, se plantó con la banda más famosa del siglo XX: Pérez Prado y el mambo cubano. Con este encuentro se unieron dos genios: en Benny Moré estaban el talento y la intuición natural; en Pérez Prado, además de todo eso, el dominio de la técnica y una enorme facilidad para hacer música. Con Pérez Prado conquistó al noble pueblo azteca en giras por distintos estados de ese país hermano. Debido al éxito alcanzado por el Benny, el pueblo le otorgó el título de “Príncipe del mambo” y a Pérez Prado el de “Rey del mambo”. Cantó como nadie en el mundo e inicia su ascenso internacional.

En el alegre mundo de la vida nocturna de Ciudad México, el cantante cubano actuó en infinidad de teatros, entre otros el Margo, el Blanquita, el Folliers y el Cabaret Waikiki, alternando con artistas de tanto renombre como la legendaria vedette Yolanda Montes (Tongolele), la mexicana Toña la Negra, y el destacado pianista y compositor cubano Juan Bruno Tarraza.
Debido a su sensibilidad musical Benny Moré podía abarcar en sus canciones todos los matices. De hecho, sus grandes cualidades más su afán de dar al pueblo lo mejor de su arte y de sí, desarrollaron en él el cantante completo, que interpretaba a la perfección con dominio absoluto las combinaciones armónicas y formas musicales.
A principios de 1953 a Benny Moré le ofrecieron grabar para la firma discográfica cubana Panart, acompañado por la ya famosa Sonora Matancera, de Rogelio Martínez. Se negó, ya con fama y prestigio bien ganado, decidió formar su propia orquesta. Benny se atreve a crear su Banda Gigante, su querida “tribu” para luchar por la música cubana y comienza la leyenda. Se llega a presentar en el cabaret Tropicana, Montmartre, en el Palladium de New York, en la academia de los Oscar, de Hollywood, en carnavales de países latinoamericanos y por numerosos pueblos de Cuba.
Se convierte en el artista más reclamado de Cuba, pero lo mismo daba un bailable en un cabaret lujoso que una descarga callejera; como cuando un día se apareció, con su Cadillac 55, para cantar en la fiesta de quince de una sobrina, en un barrio marginal de la ciudad. Rechazó a los poderosos que siempre trataron de subestimarlo y ayudó a los menesterosos, regalaba casi todo su dinero y murió sin fortuna material. No era un hombre ambicioso. En su época nunca se le rindieron homenajes, ni lo condecoraron con ninguna medalla. Él sabía que era el mejor, aunque no podía imaginar que quedaría en la historia como el símbolo de la música cubana.