Terror en distancias cortas
La extravagante trayectoria del artista barcelonés José Ramón Larraz discurrió entre el cómic y el cine erótico y de terror marcado por su «veneración a la mujer», según él mismo señaló antes de su muerte, sobrevenida en Málaga, en 2013.
Las historietas, fotos y películas realizadas por Larraz durante medio siglo de carrera conocieron el éxito en Francia, Bélgica e Inglaterra pero «nunca tuvieron reconocimiento en España», según el propio creador.
Larraz (Barcelona, 1929) comenzó a trabajar en su ciudad natal como dibujante de la célebre serie «El Coyote», pero a mediados de los años 50 emigró a París en busca de mejores perspectivas profesionales y «cansado del franquismo y de la Iglesia Católica», explicó en su momento.
Allí colocó sus historietas en publicaciones como L’Equipe, France Soir o L’Aurore bajo diferentes seudónimos, y más tarde se trasladó a Bélgica, donde conoció a algunos de los más reconocidos dibujantes del país como Péyo, Morris o Franquin, con los que compartió páginas en la revista Spirou.
Entre medias, trabajó como fotógrafo de moda y de prensa, y realizó adaptaciones a la fotonovela de «Ana Karenina» de Léon Tolstoi y de «Cumbres Borrascosas» de Emily Brontë, experiencias que le ayudarían en su transición entre el medio del cómic y el cinematográfico.
En 1969, Larraz decidió embarcarse en una nueva aventura creativa y emigró a Londres atraído por la escena del cine independiente y de terror, un género «respetado en Inglaterra pero despreciado en España», según explicó.
Gracias a un primer «storyboard» tan elaborado «que hubiera podido publicarse como cómic», Larraz obtuvo financiación para su ópera prima, «Whirpool», descrita en su cartel promocional como «Más impactante que ‘Psicosis’, más sensual que ‘Repulsión’ y más que ‘Baby Jane'», en alusión a otros clásicos de la época.
Luego llegarían Deviation (1971), realizada con capital sueco o La Muerte Incierta (1973), consiguiendo ya una especialización clara en el terror sin perder ese erotismo latente que inunda su universo como cineasta.
En 1974, Larraz logró hacerse un nombre con «Symptoms», seleccionada para el Festival de Cannes de ese año, y con «Vampyres», distribuida más tarde en España como «Las Hijas de Drácula» y catalogada «X» en Inglaterra por su contenido explícito y considerada un obra de culto del género de terror. El recuerdo de la película inspiraba la pieza de espíritu clásico que heredaba sin tapujos las corrientes del terror dominantes en la década anterior, con la explosión de la Hammer bajo historias de monstruos y terrores tradicionales así como las maravillosas obras góticas venidas de Italia de los Bava o Margheriti en las que bellas damiselas correteaban entre la línea divisoria de la vida y la muerte.
De vuelta a España en 1976, Larraz se especializaría en el cine de terror que alternaría con lo puramente erótico, ofreciendo propuestas tan dispares como El Mirón (1977), La Ocasión (1978) o El Periscopio (1979) entre otras, todas ellas títulos significativos del fenómeno del destape. Estigma (1980) y Los Ritos Sexuales del Diablo (1982) le consagrarían como figura esencial del terror patrio, antes de pasarse a la televisión con la mini-serie Goya (1985) en un medio que reincidiría en años posteriores. Descanse en Piezas (1987) y Al Filo del Hacha (1988), donde ya mostraba una etapa crepuscular de su talento en dos propuestas deudoras del popular cine de terror norteamericano de la década, siendo ambas co-producidas por Estados Unidos. Deadly Manor (1990) será su última aportación al género, para volver a la comedia con la infortunada Sevilla Connection (1992) al servicio de la comicidad del popular dúo “Los Morancos”. Aquí firmaría su retiro, que se saltaría temporalmente para rodar dos capítulos de Viento de pueblo: Miguel Hernández (2002), firmando su último trabajo como realizador.
En el año 2012 Larraz publica su autobiografía llamada Del cómic al cine, con mujeres de película y en estos momentos se encontraba trabajando junto al cineasta Víctor Matellano en un guión relacionado con su cinta más popular, la anteriormente citada Las Hijas de Drácula.
Cineasta autodidacta, Larraz apostó por incluir en sus películas erotismo y personajes vampíricos, lo que le llevó a ser catalogado dentro del subgénero «sexploitation» (explotación sexual), que conoció un auge en la década de los 70.
Aunque admitió que el predominio de «sexo, sangre y misterio» en sus cintas se debe a que son «los temas más atractivos para el espectador», su filmografía «no retrata a la mujer como objeto, sino como un monumento sagrado y con una sutileza que no tiene nada que ver con la pornografía», subrayaba el realizador.
«Soy un profeminista hasta la médula. Venero a la mujer, para mí es el centro y el origen del mundo», afirmó Larraz, quien también se definía como «romántico» y «sentimental».
De todos los medios en los que ha trabajado, Larraz se quedó siempre con el celuloide por la sencilla razón de que «es más fácil filmar a treinta jinetes y treinta caballos de carne y hueso que dibujarlos», y pese a que consideró que el cine «no es un arte, sino una industria que se apoya en muchas otras artes».