Historietas para el sometimiento

Mujeres perfectamente vestidas, estáticas y con un premio al final de la historieta: la boda. O mujeres casadas, autoritarias y nada atractivas, según los cánones de la época, que castigan a sus maridos. Es una síntesis simplificada de cómo eran las mujeres en el cómic, un universo donde los hombres ocupaban claramente el centro, durante los primeros años del franquismo.
Manuel Vázquez creó Leovigilda y Hermenegilda Gilda en 1949, una tira cómica que quería ser una secuela sarcástica de la película Gilda, Protagonizada por Rita Hayworth y que había escandalizado el régimen franquista.
Las dos heroínas solteras (y, por tanto, frustradas según los códigos de la moral franquista) no tienen mucho que ver con la espectacular Hayworth. Leovigilda es la hermana alta y delgada, autoritaria, que simboliza la amargura, y Hermenegilda, baja y obesa, es toda ingenuidad. En las creaciones de Vázquez está el retrato de una España oscura donde se estigmatizaba las mujeres y se las condenaba a la soledad. Latente, hay un deseo sexual nunca culminado hasta que el régimen le puso las cosas difíciles a Vázquez, sobre todo a partir del 1955, con un nuevo decreto de la censura. Entonces, el autor madrileño envió las dos hermanas al ámbito rural y sus historias pasaron a ser más bucólicas. Los pretendientes se desvanecieron.
«En aquella época las mujeres no teníamos voz propia y los personajes eran creados por el imaginario masculino, que se dirigía a un público masculino -explica Marika Vidal, analista del lenguaje y el género de cómic-. Había un división del espacio: el espacio de las niñas era el del romanticismo y las emociones, todo lo demás pertenecía a los niños».
El cómic segregaba. A los niños se les enseñaba el militarismo, el sentido de la patria, tenían aventuras, podían ir desmelenados y con los pantalones desgarrados, conocer destinos exóticos… Las niñas estaban atrapadas dentro de sus trajes -algunos cómics llevaban patrones de regalo-, debían aprender a ocuparse de la casa y ser amorosas con los niños. Eran mujeres pasivas que debían esperar a su príncipe azul. «Si eran solteras, eran brujas o ridículas», dice Vidal. La mayoría de veces no había solidaridad femenina, sino rivalidad. «No había aventuras y, si se peleaban, era para un chico», detalla Vidal.
Uno de los primeros cómics dirigido al público infantil y adolescente de la posguerra fue Mis chicas, que nació en 1942 en San Sebastián como la alternativa femenina de Los chicos (ellos no tienen ningún posesivo delante). Detrás de estas publicaciones estaba la editora Consuelo Gil Roësset. Hermana de la escultora y artista Marga Gil Roësset, que antes de suicidarse en 1932 destruyó parte de su obra, Consuelo Gil era una de las pocas españolas que en 1931 estudiaba en la universidad, pero era muy conservadora. Colaboró en las revistas franquistas Flechas y Pelayos antes de hacerse cargo de Los chicos y Mis chicas .
Florita y los viajes al espacio
Otra heroína de cómic de los primeros años del franquismo fue Florita. El mundo obrero o la clase trabajadora tampoco tenía espacio en estos cómics. Como otras heroínas, Florita era una niña privilegiada que tenía una motocicleta, hacía equitación, esquiaba … «Florita tuvo mucho éxito. Era una niña rebelde, que viajaba incluso al espacio exterior, pero no tenía mucho que ver con la realidad española, sino más bien con el American way of life», dice la investigadora Elena Masarah, que ha hecho una tesis sobre cómics, feminismo y género en la transición española.
El creador de esta heroína era Vicente Roso. «Florita atrevía a hacer cosas que no se podían hacer, pero siempre era castigada», detalla Masarah. Con los años, Florita creció y sus historias entraron en la dinámica romántica. «De manera explícita o implícita se iban dando detalles que toda mujer debía cuidar, sobre cómo comportarse, como practicar deportes sin perder la feminidad … -explica Masarah-. Recuerdo especialmente un almanaque en el que Vicente Roso era uno de los personajes y castigaba a Florita rapándole la cabeza». Un castigo que podía tener connotaciones dolorosas para los vencidos de la Guerra Civil, ya que el bando franquista castigaba las mujeres republicanas rapándolas y haciéndoles beber aceite de ricino,
Las mujeres siempre necesitaban ser salvadas. Carmen Barberá creó Mary Noticias en 1962, tenía un punto revolucionario porque era una reportera que viajaba por todo el mundo resolviendo misterios. Iba vestida según la moda de los 60 y siempre acababa metiéndose en algún lío. Pero al acecho había un superhéroe: Bruma. En realidad era el álter ego de su novio, aparentemente un abogado bastante aburrido que siempre la protegía.
La maternidad, cuestionada
En esa misma época otra dibujante rompió todos los esquemas: Núria Pompeia. Una de sus creaciones es Maternasis, en la que aparece una mujer embarazada con ojos tristes y la boca tapada por su propia mano. Todas las páginas son completamente negras. Si ahora aún se considera tabú hablar de según qué aspectos de la maternidad, ni qué decir tiene en pleno franquismo. La obra no sólo habla de los miedos del embarazo, sino también del aislamiento que sufrían las mujeres en la época.
Gemma Salas trabajó entre 1962 y 1973 con Bruguera y Ediciones Toray ilustrando novelas juveniles. Ya en democracia ilustró muchos libros infantiles y también fue autora e ilustradora de obras como Me gustan los monstruos! y la premiada Adiós, adiós… Estudió bellas artes en la Escuela de Artes y Oficios de La Lonja, pero su primer contacto con el mundo de la historieta fue dando clases de piano: «El hijo de la profesora de piano era Edmond E. Ripoll y cuando vio cómo dibujaba me inició en la técnica del cómic. Yo tenía 14 o 15 años», explica. Sales solía trabajar en casa y no tenía contacto con otras compañeras que también se dedicaban a la historieta: «Había un aislamiento, pero ni siquiera éramos conscientes».
La censura, según Salas, hacía cosas muy curiosas. «Primero prohibió Las hadas. Aunque era una colección totalmente ingenua, la censura era surrealista «. Salas recuerda que, cuando iba a reuniones en la editorial, pasaba por una sala donde «se separaban los besos». «Eran historietas que en otros países acababan con besos, pero aquí se hacía una auténtica faena separando los labios de los personajes». A pesar de la época, Salas era una mujer con iniciativa. «Propuse hacer Carol y pedí que los guiones me los hiciera Victoria Sau». Sau era una escritora, psicóloga y activista feminista que, para pagarse la universidad, escribía novelas románticas con el seudónimo de Vicky Lorca . Fue una de las primeras en romper esquemas con sus ideas sobre la maternidad y el patriarcado.