Azaña, un intelectual en el fango

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El político alcalaíno falleció a los 60 años en su exilio francés en Montauban (unos 50 kilómetros al norte de Toulouse), tras cruzar la frontera definitivamente el 5 de febrero de 1939 y dimitir de su máxima responsabilidad el 27 de febrero
El político alcalaíno falleció a los 60 años en su exilio francés en Montauban (unos 50 kilómetros al norte de Toulouse), tras cruzar la frontera definitivamente el 5 de febrero de 1939 y dimitir de su máxima responsabilidad el 27 de febrero

En tiempos en los que la memoria se pierde entre la neblina del olvido y mucho después de la muerte de Manuel Azaña, el periodista y escritor Miguel Ángel Villena reivindica en una biografía la figura de quien sin duda fue uno de los intelectuales y políticos más importantes del siglo XX, «símbolo de todos los perdedores de la guerra civil».

«España le debe todavía a Azaña una restitución histórica», afirma hoy Villena, que repasa algunas de las facetas más importantes de quien llegó a ser ministro, jefe del Gobierno y presidente de la II República, y de quien «antepuso la ética y sus principios a cualquier otra consideración».

Azaña, el intelectual y el político, «es el mayor exponente de una impotencia, de un fracaso histórico que, tras la derrota republicana, sumió al país en la etapa más terrible de su historia contemporánea. Los vencidos no obtuvieron ni paz, ni piedad, ni perdón, como imploró el jefe del Estado en su famoso discurso de Barcelona de julio de 1938», escribe Villena en el prólogo de la biografía «Ciudadano Azaña», publicada por Península.

Perteneciente a una familia republicana, Villena (Valencia, 1956) siente admiración por Azaña desde que, de niño y adolescente, oía con frecuencia a sus padres y abuelos elogiar la figura de este político, orador portentoso y excelente cronista, que murió «enfermo y dramáticamente envejecido» en Francia, ese país que tanto admiraba pero que «lo defraudó al someterse a los nazis».

Villena es también autor de «Españoles en los Balcanes» y de las biografías «Ana Belén» y «Victoria Kent», y desde el principio tuvo claro que su libro sobre Azaña (Alcalá de Henares, 1880- Montauban, 1940) tenía que ser «riguroso» pero de «divulgación», «porque hay un déficit muy grande sobre el conocimiento de nuestra historia reciente y se ignoran personajes clave como Azaña».

Con epílogo de Jorge M. Reverte, la biografía pretende además «poner en valor» la faceta de Azaña como escritor, «que quedó eclipsada por su figura política», y mostrar su lado humano. Villena refleja en su libro el carácter de este hombre «sobrio, austero, cabal, ceremonioso, discreto, un punto triste y algo misógino».

España, asegura Villena, «es un país de memoria frágil», y esa es una de las razones de que, hoy día, la figura de Azaña sea desconocida para muchos y de que su obra literaria no posea la debida influencia, pese a que un libro como «La velada en Benicarló» tenga «una actualidad absoluta».

Pero hay más motivos para que no disfrute del reconocimiento que se merece: la memoria de este gran político «se borró durante el franquismo. Hubo un empeño deliberado de la dictadura por considerarlo un monstruo».

También, en la Transición «no se le hizo justicia» y la democracia «ha sido muy cicatera con figuras incómodas como Azaña», que, históricamente, «se movió entre dos aguas»:

«Era un burgués, hijo de un alcalde de Alcalá de Henares y nieto de un notario. Le hubiera tocado estar alineado con ‘los suyos’, pero no lo hizo. Era partidario de una gran reforma de España, de una democratización, pero no era revolucionario en absoluto», señaló Villena.

Azaña «nunca aspiró al poder», pero las circunstancias históricas excepcionales que le tocó vivir, y su «gran capacidad de consenso», contribuyeron a que ocupara los puestos más altos durante la II República.

«Eso le provocó grandes dramas internos, grandes desgarros, porque, para Azaña, la moral siempre estaba por delante de la política», subraya Villena, periodista de «El País» durante años y, actualmente, asesor de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional.

El autor refleja en su biografía las luces y sombras de Azaña, y entre las primeras ocupan un lugar destacado la reforma militar y religiosa que impulsó en los años 30 y que «equiparó a España al resto de democracias occidentales».

Pero también hay sombras, y una de ellas es «la ingenuidad». «Azaña debería haber sido más radical; pecó de buena fe y de ingenuidad con respecto a la reacción que iba a tener la derecha española».

«También se le reprocha una cierta cobardía a la hora de afrontar circunstancias adversas. Yo creo que Azaña durante la Guerra se hunde, la violencia le desgarra y en algunos momentos peca de una actitud abandonista», dijo Villena tras recordar que el político intentó dimitir dos o tres veces como presidente de la República y sus colaboradores «lo convencieron» de que no lo hiciera.

Su derrota en la Guerra Civil supuso que durante los siguientes 40 años de dictadura franquista su figura fuera literalmente demonizada por el pensamiento de la época. Ya en democracia, en 1980, con el centenario de su nacimiento, y en 1990, con el cincuentenario de su muerte, surgieron otras voces que buscaban rehabilitarlo.

Son muchos, no solo en el espectro ideológico de la derecha, quienes critican la escasa habilidad política de esta figura clave en la II República, bien señalándole como uno de los responsables de que se llegara a la Guerra Civil, bien apuntando que la República ‘se le fue de las manos’ al no saber controlar a las diversas fuerzas políticas, algunas de ellas extremistas, que acabaron por propiciar la caída del régimen.

Ante la quema de conventos de mayo de 1931 y el incremento de la violencia social y política muchos le acusan de una actitud pasiva. También es criticado por la maniobra que le alzó como presidente de la República, aprovechando un subterfugio legal en lo que su predecesor en el cargo, Niceto Alcalá-Zamora, calificó en sus memorias como un «golpe de Estado parlamentario». Este subterfugio se basó en un artículo de la Constitución que estipulaba que a la segunda vez que el Presidente disolviera las Cortes estas podían enjuiciar su actuación y destituirle: quienes querían defenestrarle contaron como una de ellas la disolución de las Cortes Constituyentes.

Azaña fue el primer presidente del Gobierno de la República y a la vez su primer ministro de Guerra (1931-1933). Un año antes de llegar al poder, participó en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, una reunión de los partidos republicanos de la época en la que se preparó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII y proclamar la II República.

A este pacto se sumaron en octubre el PSOE y la UGT, en Madrid. El partido y el sindicato socialista promovieron la organización de una huelga general y de una inserrucción militar para derrocar la Monarquía e instaurar la República.

Para este fin se creó un ‘comité revolucionario’ del que formaban parte, junto con Azaña, otras de las personalidades políticas que desempeñarían un papel protagonista en la República: el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Diego Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga, Luis Nicolau d’Olwer y los socialistas Francisco Largo Cabellero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.

La huelga general no llegó a declararse pero sí hubo un intento de golpe de Estado militar previsto para el 15 de diciembre de 1930, que fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca tres días antes, el 12 de diciembre. Ambos fueron fusilados el domingo 14.

Si en algo concita un consenso favorable la figura de Azaña, es en sus cualidades como orador y escritor. De verbo fuerte y dicción clara, uno de sus dicursos más recordados es el llamado ‘de las tres pés’ (Paz, Piedad y Perdón), que pronunció el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona.

«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».

Como escritor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su biografía Vida de don Juan Valera. Entre sus obras, principalmente diarios, cartas, discursos, novelas y ensayos, destacan otros títulos como ‘El jardín de los frailes’ (que recoge su experiencia en el colegio de los agustinos de El Escorial), ‘La invención del Quijote y otros ensayos’ y ‘La velada en Benicarló’ (una reflexión sobre la guerra civil), además de sus diarios completos (en los que no deja títere con cabeza) y sus discursos completos.

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