Música

Vuelve el CD

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Por Diego A. Manrique

Descubro una anomalía en las estadísticas de la industria musical estadounidense: en 2021, aumentaron las ventas de los CD. No es precisamente un subidón —un 1,1% —, pero detiene un descenso de 20 años que parecía imparable. Lo intentan explicar alegando, por ejemplo, que el incremento corresponde a la publicación de títulos de amplio espectro, como el álbum 30, de Adele. Resulta que, entre los millones de compradores de la cuarta entrega de estudio de la vocalista inglesa, 900.000 optaron por el CD.

Aun teniendo en cuenta la diferencia de precios —la versión vinilo triplicaba el precio del CD—, llama la atención que casi un millón de compradores despreciaran el formato que está de moda y prefirieran un soporte —atención— que resulta más cómodo, más ligero y, teóricamente, más longevo. Aquí tienen un millón de consumidores que son regularmente ignorados por la moda del vinilo. Prepárense: pronto leeremos titulares como “La vuelta del CD” o “La resurrección de los discos plateados”.

No es solo cuestión de hipsters; también la industria empuja al consumidor de producto físico hacia el vinilo. Por si no se habían dado cuenta: muchos grandes almacenes ya no venden CD; los fabricantes de automóviles y ordenadores no incluyen reproductores de CD e incluso un aparato icónico como el Discman de Sony ahora parece haber sido descatalogado. Y no es una concatenación de casualidades.

Recuerden el lema de lanzamiento del CD: “Sonido perfecto para la eternidad”. Era, por decirlo educadamente, una mentira, igual que aquella milonga de que costaba mucho más fabricar un CD que un LP. No se trata de un caso de obsolescencia planificada: lo que se busca finalmente es desplazar todo el consumo de música hacia lo digital, mediante las descargas o el streaming, pagando una suscripción o incluso aceptando publicidad. Un chollo, nos aseguran. Desde luego, no para los músicos, compositores y productores que han visto como encoge hasta lo ridículo la compensación por su trabajo.

Un inciso: ¿no es extraño que las grandes discográficas no protesten por este recorte de los ingresos? Sencillo: las plataformas de streaming pagan cantidades multimillonarias a las discográficas por el derecho a usar sus catálogos, así, en general, sin que los artistas vean un céntimo del fichaje. Luego, estos cobrarán royalties según el número de reproducciones. Ni siquiera sabemos si se paga lo mismo a una superestrella de Sony, como Adele, que a una veterana tipo Mavis Staples, que ahora graba para un sello humilde (Anti). En realidad, sí: intuimos cuál de las dos cobra más por cada reproducción.

Lo que sí sabemos es que ha desaparecido un alto porcentaje de las tiendas de discos, antaño centros sociales para melómanos. Hablamos de esas raras criaturas que se estudian los créditos de un LP o un CD, que agradecen los lanzamientos que incluyen letras, que fantasean con las portadas y que necesitan una relación táctil con el soporte musical.

Vicios inocentes, ciertamente. Lo trágico es que las multinacionales ya no hacen esas cajas históricas de CD que ofrecían visiones panorámicas de un género o subgénero, del sonido de una ciudad o región, de un productor o un compositor, de una temática o una actitud. Son labores que ahora desarrollan compañías pequeñas como la británica Cherry Red, la australiana Raven Records, la francesa Frémeaux & Associés, la estadounidense Collectables Records, la española Ramalama Music o la alemana Bear Family Records. Aprovechen si los encuentran: su supervivencia no está garantizada.

Psicodélicos en tierra de espetos

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De izquierda a derecha, José Jiménez (guitarra Fender y voz), Miguel Ángel Fenech (guitarra Gibson), Enrique González (batería y voz) y Antonio Galán (bajo y voz). Todos ellos dieron vida a «Enigma», un sorprendente conjunto malagueño de arriesgados sonidos sajones.

Málaga, 1979. El yeyé ya se fue y sus rescoldos en forma de zarandeos de Power-Pop foráneo y autóctono coexisten con la música ‘Disco’. La extrema izquierda musical de finales de los 60 y primeros 70 del pasado siglo (me siento como un plumilla escribiendo de Charles Dickens en 1922, qué vértigo) deja paso a elucubraciones de Rock Progresivo, brillante en discos seminales como el homónimo de Eduardo Bort (1975) o «A la vida, al dolor», del ‘indo-sevillano’ Gualberto García, del mismo año. Esas mismas palpitaciones derivan en extensos diálogos incrustados, con más o menos sopor, en el Rock Laietano y los candentes sinfonismos de Camel, Genesis, Emerson, Lake and Palmer y Yes. Todo ello, en una coctelera en la que coexisten Supertramp, Alan Parson’s Project y aún The Beatles (nunca olvidaré a los profesores en prácticas, todavía con pelo y vocación, ‘ilustrar’ a la muchachada con las excelencias de «Breakfast in America» de Roger Hodgson y sus adláteres, qué tedio). El batiburrillo era aún más caótico en emisoras de radio que añadían a todo lo anterior el candente ritmo de la rumba opiácea de Los Chichos y Los Chunguitos, así como el pop lacrimógeno de Los Pecos y las declaraciones italo-tórridas de Umberto Tozzi. Un auténtico galimatías.

La capital de la Costa del Sol no era un nido que generase trinos reconocibles como sucedió en Madrid y Barcelona, aunque es del todo irrelevante en la historia que nos ocupa, pues vengo a hablarles de una raya en el agua, un anacronismo que bien podría habitar en las ediciones privadas del tardío rock psicodélico, prensadas con esmero en tiradas limitadas, como un último reclamo apareatorio con la decencia musical. McArthur, Thors Hammer, Pentwater, Rick Saucedo o Carol of Harvest son algunos nombres de esos últimos rebeldes confederados. A ellos hay que añadir sin remilgos a los malagueños «Enigma», cuyas únicas grabaciones han sido rescatadas por la perseverante inquietud de Enrique González, su, por aquel entonces, batería y ahora ‘dealer’ de discos grandes y pequeños, especialista internacional en la vida, obra y milagros de «Los Bravos», y enamorado del ‘underground‘ patrio de, entre otros, Smash, Máquina!, Pan y Regaliz, Evolution, Tapimán y Cerebrum. Su perspicacia le ha llevado a hacer acopio de todos los registros sonoros de un conjunto músico-vocal inclasificable en la pecera de aquellos años.

«Surprise Rock» reúne un compendio de temas que destilan aromas de Krautrock, Costa Oeste, «rollo» de aquí, desarrollos instrumentales certeros y que nunca caen en el paradigma repetitivo, armonías dulces y a la sazón sulfuradas y, sobre todo, una deuda permanente hacia los ancestros de aquel pasado reciente (recordemos que estos temas se registraron entre 1979 y 1980). «Riding through the sky with our dreams in tow» es progresivo ibérico ‘pata negra’ hibridado con Popol Vuh. En «Road to Darkness» emana con brío la querencia rutilante a los años dorados de David Gilmour. «Working Hard» fascina con su línea instrumental de ‘bike movie’ de finales de los 60. Del mismo modo, «Suprise Rock» deriva a los Smash reunificados ex-profeso para «Musical Express». Enigma no se detiene ahí, y regala trazos encantadores de anacronismo ‘sixties’ en «Omen of the End», una locura de 12 minutos que parece sacada de la banda sonora de cualquier ‘euro-noir’ de Barbet Schroeder. «Without knowing where we go» respira la aparente intrascendencia de Gong (los sevillanos), mientras que «Mental Tangle» insiste en la poderosa línea de bajo, atizada por el hipnótico soporte de una guitarra caleidoscópica y la percusión psicótica de González.

En cada una de las canciones de este disco hay algo de rock instrumental ardoroso, de ahí la «sorpresa» que supone descubrir una banda cuya comparación con Smash («Sitting on the truth»), Máquina! y, principalmente, Tapimán es, cuando menos, simple. Esto queda corroborado, de nuevo, en pautas ‘kraut’ como las que ofrece «Total happiness»; y también en el carril de aceleración de «Running away», una aproximación ácida a «Peter Gunn» de Mancini.

Esta colección de composiciones se expresa con denuedo. En cada esquina hay una deuda y sobre todo la originalidad de una banda de melómanos que coexistieron con el espeto de sardinas y el despertar de la mente en años de contrición aunque también de apertura. «Sitting on your mind» y «Let’s go from here» abundan en el sonido ‘europrogresivo’ y abren paso a un cierre demoledor, en el que «Enigma» revela su admiración a los catalanes «Máquina!» y «Tapimán», con redondas versiones de «I believe» y «Gosseberry Park».

Esta recuperación de temas grabados en cintas de casete demuestra que en la historia del Rock siempre es posible hallar discos apócrifos que nos devuelven a la autenticidad de grupos increíbles con circulación musical de entrada y salida. La puesta en escena, con un cuidado trabajo gráfico, y la incesante sucesión de ideas y reclamos durante casi 80 minutos envuelven al oyente en un mantra de psicodelia y luz del que es difícil sustraerse.

La tarde de la iguana ‘crooner’

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James Newell Osterberg, Iggy Pop, será la estrella de la 57 edición del Festival de Jazz de San Sebastián, donde actuará el próximo 23 de julio de 2022. La incorporación de La Iguana ha sido la gran sorpresa de la programación del Jazzaldia.

Iggy Pop, quien actuó en el Polideportivo de Anoeta en enero de 1991, volverá a San Sebastián para tocar en el centro Kursaal a las 18.30 horas, en un recital en el que se espera que recorra gran parte de su larga trayectoria rockera.

Fue el propio músico el que se interesó por recalar en San Sebastián y, en principio, pretendía hacerlo con la propuesta de su último disco, Free, más alejado de su etapa más salvaje y que el director del festival ha definido como cercana a los últimos trabajos de Lou Reed.

Sin embargo, los representantes de Iggy Pop alertaron al Jazzaldia de que Iggy Pop «se lo estaba pensando» y que el concierto no tenía por qué ceñirse al estilo y contenido de ese álbum, sino que el músico se plantea repasar toda su trayectoria rockera.

Además de este concierto, la organización del Jazzaldia ha anunciado nuevos nombres, que se suman a los de Diana Krall, Hiromi, Yean Tiersen, Calexico, Kurt Elling y Gregory Porter.

En el escenario de la Plaza de la Trinidad, el más emblemático del festival, la programación la abrirán el 22 de julio dos pianistas japonesas, Miho Hazama, que se acompañará de una Big Band de alumnos de Musikene, y la célebre Hiromi, una de las grandes estrellas del jazz actual.

El día 23 la plaza acogerá una sesión «superadrenalínica» , con el saxofonistas Steve Coleman -uno de los músicos «preferidos» por el Jazzaldia- y con el «excéntrico» Louis Cole, batería que también canta y toca los teclados y el bajo.

De nuevo este año, las entradas en la Trinidad serán numeradas y con todo el público sentado, al menos hasta la actuación de Cole. «Entonces, ya veremos», ha advertido.

Amina Claudine Myers y el cantante Kurt Elling protagonizarán el concierto del día 24 de julio, mientras que la clausura el 25 correrá a cargo de la saxofonista Lakecia Benjamin y de la vocalista Diana Krall.

En el Kursaal actuará Calexico el 21 de julio, Gregory Porter el 22, Iggy Pop al día siguiente, Yann Tiersen el 24 y cerrará el 25 Herbie Hancock.

John Mayall, respeto al honesto

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Mayall, en el ‘hall’ del Teatro Cervantes de Málaga, atendiendo a una ‘troupé’ de fieles antes de su concierto

Se puede ser padre, tío, abuelo y hasta hermano. Buscar lazos de cosanguinidad en estilos de música catalogados como «puros» es un sudoku en tiempos de productos enlatados, bucles de proteico chonismo e iteración de conceptos en su día rutilantes. Quizás porque no hay más que rascar. Puede que debido a que la creación habite en un imposible nihilista.

Hasta la década de los 80 del pasado siglo, John Mayall era padrino del ‘blues’ blanco. Luego fue padre con derecho a custodia compartida. Y a tenor de las visitas al camposanto de sus coetáneos, actualmente puede ser catalogado como abuelo ancestral, una especie de Matusalén que prevalece en el desagüe del negocio musical.

Eric Clapton dijo en su día que la honestidad sólo habita en los viejos registros de discos de pizarra. De tal modo que en el vagón de los honestos del blues están Skip James, Tommy Johnson, los ciegos Blind Lemon Jefferson y Blind Willie McTell, los cantantes de tórrida existencia, como el ya masacrado Robert Johnson, y, en definitiva, personajes cuyas peripecias dan para tiras de cómic, reivindicación y hasta algún que otro ‘biopic’. En este contexto de obsolescencia de valores disipados, la tropa inglesa del ácido se erigió como salvaguarda y tuvo a tres capitanes de lujo: Alexis Korner, Peter Green y John  Mayall. En los flancos, Graham Bond, Ginger Baker y el entonces opositor a Dios, Clapton.

En el contexto sajón de su graciosa majestad, ‘Clapton is God’, incluso en el ‘mainstream’; Peter Green es un ángel que se emponzoñó de ‘trip’ en su caída para posteriormente redimirse; y Mayall, aquel que aleccionó, sobrevivió a los excesos y dejó en el muro sonoro discos seminales entre 1965 y 1971. Tras la comilona, las miradas al arcén donde se quedaron dignos perdedores y el funeral de la música, entendida como banda sonora que acompaña a la existencia, vino una lenta digestión que aún continúa. Y entre regurgitaciones, Mayall siempre simplifica el negocio. Con jersey a rayas y estética ‘beatnik en su etapa gloriosa en el ‘Marquee’, como reclutador de talentos para sus Bluesbreakers; abierto a la experimentación durante sus relucientes años en Estados Unidos, en los que su fama de maestro creció a la par que su melena; y siempre dispuesto a la sinopsis, virtud literaria y también musical. Se puede ser Beckett o Delibes. Mayall fue ambos.

En el ‘hall’ del Teatro Cervantes de Málaga, honestidad: Mayall vendía en persona sus 85 años. Sobre el escenario, teclado Roland, contenidos ataques de armónica y sonido dignamentre ‘smooth’ (¡glub!) sin caer en la redundancia hotelera o en el chirrío de los profanadores blancos. A quienes esperan pirotecnias de otros tiempos no les llega, pero no importa. En Málaga (ni en ninguna otra parte) no hay clubes donde caballeros con boina y perilla y señoritas de mirada perdida reflexionan en la neblina; tampoco se tilda la irreverencia, ni la contestación, ni la contracultura… En los conciertos de rock&roll, blues y jazz cada vez hay menos pelo y más lustre. Todos lo sabemos. John, también.  Y a la vejez, viruelas, pues todos los tiempos han sido, de uno u otro modo, convulsos, y el ser humano es adicto a la idiocracia.

Mayall ha dado con un batería de raíces. Jay Davenport se pasea con fragor y alimenta al ancestro con una percusión provocativa, de matices ‘jump’ y sobre todo, briosa. En el contexto educativo, Carolyn Wonderland es lo suficientemente joven para beber del cáliz y recordar pasajes del fantástico LP «USA Union» con un trabajo de guitarra elegante, propio de los músicos de la Costa Oeste. Y al bajo, Greg Rzab destila el crepúsculo del blues de Chicago de los 80, con una línea solvente. Esta formación de cuarteto, con profesionales dispuestos a opositar al cuerpo de administradores de la música del demonio, siempre ha sido la preferida del viejo John.

Hubo personas que se acercaron a Mayall por primera vez. A mi lado, una señora que disfruta de su jubilación acudiendo, sin filtro, a todo tipo de eventos. Otros hurgan en instantes, en un afán inquebrantable por intuir el olor a pólvora de batallas cada vez más remotas. Incluso el blues puede desprender el mismo tic funcionarial que las cafeterías de 10:30 a 11:00, o la modorra de los ‘hostels’ que programan música de raíces para cenas insípidas. Todo cabe en un teatro, un reducto eterno para escapar del sopor de la canícula y las previsiones apocalípticas. A uno y otro lado, respeto al honesto.

Notas desde el Espacio infinito

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Investigadores de la Universidad de Granada y del Instituto Andaluz de Astrofísica han estudiado por primera vez la música de una estrella pulsante con la ayuda de fractales. Según los científicos, estos astros emiten un continuo rumor susurrante de fondo. Con un algoritmo han logrado aislar la música estelar del ruido de una manera eficiente y sencilla para identificar mejor las estrellas variables
Investigadores de la Universidad de Granada y del Instituto Andaluz de Astrofísica han estudiado por primera vez la música de una estrella pulsante con la ayuda de fractales. Según los científicos, estos astros emiten un continuo rumor susurrante de fondo. Con un algoritmo han logrado aislar la música estelar del ruido de una manera eficiente y sencilla para identificar mejor las estrellas variables

Muchos objetos en la naturaleza, desde la geometría de una coliflor hasta el perfil de una montaña o las ramificaciones de los ríos, tienen un comportamiento fractal, es decir, poseen una estructura parecida a todas las escalas (esto es, la invariancia de escala), de manera que, observándolos a través de una lupa o de un telescopio, no notaríamos diferencia.

La mayoría de las estrellas son variables pulsantes (como lo es nuestro propio Sol), es decir, que su luminosidad varía periódicamente con el tiempo. Esto se debe a que ondas de densidad y temperatura que se generan en su interior llegan a la superficie de la estrella haciéndola oscilar, lo que provoca cambios en su brillo. Estas oscilaciones estelares forman patrones tridimensionales al igual que una cuerda de guitarra o la piel de un tambor en una y dos dimensiones respectivamente.

Un equipo de investigadores de la Universidad de Granada (UGR) y del Instituto Andaluz de Astrofísica (IAA-CSIC), expertos de una rama de la astrofísica denominada astrosismología, ha analizado estas oscilaciones de luminosidad, tratando de clasificar las estrellas pulsantes en distintos tipos, cada uno con una determinada estructura interna y propiedades físicas, de la misma forma a través de la cual nuestro oído puede identificar distintos instrumentos musicales en una orquesta, y por ende, las propiedades de cada uno de aquellos, como el material o las dimensiones.

Pero en el trasfondo de la música estelar hay más. Como explican Juan Carlos Suárez Yanes, investigador del departamento de Física Teórica y del Cosmos de la UGR, y Sebastiano de Franciscis, del IAA-CSIC, “la música de una estrella pulsante resulta tener un continuo rumor susurrante de fondo, como un público molesto en una sala de concierto, que dificulta la escucha”.

Estos investigadores han estudiado por primera vez el ruido de fondo que existe en la luminosidad de las estrellas como un objeto fractal. Su trabajo ha descubierto propiedades fractales en la luminosidad de las estrellas pulsantes.

Caracterizar mejor las estrellas variables

Los investigadores han aplicado un algoritmo que se basa en el análisis armónico de Fourier (que estudia la representación de funciones o señales como superposición de ondas “básicas” o armónicos) de series temporales con propiedades fractales para aislar la música estelar del molesto ruido de fondo de una manera eficiente y sencilla. Esto permite depurar de la música estelar las oscilaciones que forman parte del ruido, y así identificar mejor y caracterizar las estrellas variables.

Gracias a este método, los investigadores pueden identificar y caracterizar mejor las estrellas variables. Se trata de un paso importante para entender cada vez más los mecanismos físicos que gobiernan las estrellas pulsantes, ya que ahora es posible ver más nítidamente en su interior.

Granollers, cuna del mejor jazz en años cienagosos

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En la imagen,, dos portada de los años 40 del pasado siglos de la publicación "Club de Ritmo"
En la imagen, dos portadas de los años 40 del pasado siglo de la publicación «Club de Ritmo»

En 1935 se crea el Jazz Club Granollers, como filial del Hot Club Barcelona. La vida del club se articulaba alrededor del Café Comercial, donde se podían escuchar las últimas grabaciones de Louis Amstrong, Duke Ellington, Cab Calloway y compañía en una gramola La Voz de su Amo suministrada por la familia Vacca.

Tras la Guerra Civil, y en medio de la actitud hostil del nuevo régimen hacia la música «negroide», el de Granollers es el único club de jazz que sobrevive en la Península, con el nombre de Club de Ritmo. Desde 1946 se imprime un boletín que durante mucho tiempo será la única publicación de jazz en España. Poco después de la impactante actuación de Don Byas (1948), el primer jazzman negro de primera fila que atraviesa el Pirineo desde Benny Carter (1936), se presenta el Quinteto del Club de Ritmo … Estos son los primeros episodios de la larga historia del jazz en Granollers.

Aunque se calcula que la fiebre por esta música de raíz afroamericana ya había llegado a la capital vallesana entre 1933 y 1934, no fue hasta el otoño de 1935 que se constituyó una entidad para promoverla. Cinco meses después de la creación del Hot Club de Barcelona (el primero de la Península), el 1 de noviembre se inauguraba la sede oficial del Jazz Club Granollers, radicada en el Café Comercial. La primera junta, presidida por Manuel Estrada, estaba formada por Marià sople (secretario), Manel Pagès (tesorero) y Manel Marimon (contador), además de Joan Vernet, Juan Sendero, Esteve Gorchs y Amador Garrell como vocales. La entidad contaba con una gramola La Voz de su Amo adquirida el mes de agosto a la familia Vacca, que regentaba una fontanería donde también venían radios y gramolas, por un importe de 1.200 pesetas a pagar a plazos.

Hay que subrayar que los miembros del club provenían mayoritariamente de la Alhambra y la Unión Liberal, y aglutinaban menestrales y liberales.

Ya en 1936, concretamente el 31 de marzo, se organiza el primer festival público de jazz en el Cine Majestic. La velada, a beneficio del Hospital de Granollers, sirve para presentar la Orquesta del Jazz Club, en un cartel que también incluye la Orquesta Crazy Boys, y que tiene como plato fuerte la interpretación de la Rhapsody in blue de Gershwin a cargo de Lluís Rovira y una orquesta formada por músicos de Granollers y de Barcelona. Rovira era un destacado trompetista de Granollers que ya triunfaba profesionalmente a la Ciudad Condal y que los años 1940 adquiriría un gran protagonismo como director de una de las orquestas de jazz más importantes de la época.

La Guerra Civil paraliza las actividades del club, y la mayoría de sus miembros son llamados a filas. Joan Vernet se encargará de guardar la gramola, con una colección de cerca de un centenar de discos, para volverla a recuperar al final del conflicto bélico.

La hostilidad de la dictadura hacia el jazz era manifiesta, y a menudo se publicaban en la prensa artículos que alertaban sobre los peligros de esta música pecaminosa. Sin ir más lejos, el Padre Otaño, un jesuita fascista que dirigía la revista Ritmo, inició una campaña contra «las alarmantes proporciones que está adquiriendo la invasión de la música negroide». A su vez, y desde de la revista Juventud, el crítico musical Tomás Andrade de Silva, enfatizaba: «Nada más alejado de nuestras viriles características raciales que esas melodías dulzonas, decadentes y monótonas que, como un lamento de impotencia, ablandan y afeminan el alma; ni nada más bajo de nuestra dignidad espiritual que esas danzas dislocadas, en las que la nobleza humana de la actitud, la seleccionada corrección del gesto, desciende a un ridículo y grotesco contorsionismo.»

Como señala Jordi Pujol y Baulenas en su excelente libro Jazz en Barcelona 1920-1965, los ataques no sólo provenían de Madrid, sino que en Barcelona también había destacados sicarios que intentaban asesinar el hot jazz y la música moderna en general como Justo Ruiz Encina, que desde las páginas de el Correo Catalán escribía lo siguiente: «El hot es producto de la degeneración de costumbres importada a nuestra patria, después de haber sido experimentada en otros países… Por eso nos atrevemos a afirmar que el hot es anticristiano y entraña una malicia satánica que acarreará —de no poner freno a sus desenfrenos— lamentables efectos.» Y acaba remachando: «No se olvide que por algo ha sido incorporado al hot el tango, baile que ya en sus inicios hubo de ser condenado por la Iglesia. Pero la perversidad del hot —arrancado de la música negra y por ende pagana, recogido y exportado por masones y anticatólicos— adquiere mayor refinamiento al expresar el concepto de la muerte en aquellas palabras tan en boga actualmente:

‘Rasca yu,
cuando mueras, ¿qué harás tú?
¡Tu serás
un cadáver nada más!’

«Es decir, así se ponen en duda las palabras de Jesucristo, así se rechazan los designios divinos sobre la resurrección de la carne… Para los cultivadores del hot la vida ha de disiparse en orgías, porque después de muertos queda solamente un cadáver… Este es el concepto hot. Concepto que, por desgracia, merced a la radio y a los discos, se infiltra en todas partes, penetra con insistencia en todos los hogares y acaba en los labios de inocentes criaturas que lo tararean sin pensar que con ello reniegan de su fe católica.»

 «Nada más alejado de nuestras viriles características raciales que esas melodías dulzonas, decadentes y monótonas que, como un lamento de impotencia, ablandan y afeminan el alma; ni nada más bajo de nuestra dignidad espiritual que esas danzas dislocadas, en las que la nobleza humana de la actitud, la seleccionada corrección del gesto, desciende a un ridículo y grotesco contorsionismo»

La sinfonía de la vaca y el marcapasos

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Atom Heart Mother, el gran disco olvidado de los Floyd, una sinfonía con la marca de David Gilmour
Atom Heart Mother, el gran disco olvidado de los Floyd, un LP único con el sello de David Gilmour

Atom Heart Mother es un disco de rock progresivo de 1970 de Pink Floyd. Fue llamado de esa manera después de su canción del titulo, que originalmente fue titulada «The Amazing Pudding». El nombre de la canción fue cambiado después de que la banda se cruzó con un artículo de un diario sobre una mujer con un marcapasos atómico con el título de «Nuclear drive for woman’s heart».

El disco se grabó en Abbey Road Studios, Londres, Inglaterra. Llego a alcanzar el número 1 en los rankings del Reino Unido y el número 55 en los EE.UU. y se convirtió en oro en los EE.UU. en marzo de 1994. Un CD remasterizado fue lanzado en 1994 en el Reino Unido y en 1995 en los EE.UU.

La tapa original del disco muestra a una vaca ordinaria parada sobre una pastura ordinaria, sin ningún texto ni ninguna otra pista sobre lo que podría estar en la grabación. Esto es, de hecho, debido a las imágenes psicodélicas del «espacio de rock» asociadas con Pink Floyd en el momento del lanzamiento del disco, la banda quería explorar todo tipo de música sin ser limitados por una imagen particular o estilo de grabación.

Por lo tanto, pidieron que su nuevo disco tenga «algo sencillo» en la portada, lo que terminó siendo la imagen de la vaca. Storm Thorgerson, inspirada por la famosa tapa de la vaca de Andy Warhol, dijo que simplemente manejo por la zona rural de Potters Bar y fotografió la primer cosa que vió. La vaca se llama Lulubelle III.

Los dos temas mas largos son un progreso desde las piezas instrumentales anteriores de Pink Floyd como “A Saucerful of Secrets”, el disco “Atom Heart Mother” está dividido en seis partes y cuenta con una orquesta completa mientras que hay tres segmentos distintos de «Alan’s Psychedelic Breakfast», que están unidos por el diálogo y los efectos de sonido preparados por Alan Stiles, preparando, discutiendo y comiendo el desayuno.

El LP original termina con el sonido constante de una canilla que gotea en el interior de un surco. También se incluyen tres canciones de cinco minutos de duración: uno por cada uno de los tres compositores de la banda. Roger Waters contribuye con una balada llamada «If», que tocaba frecuentemente en los shows en vivo en apoyo a su disco Radio KAOS. Esto esta seguido por el tema de Rick Wright «Summer 68», una crítica del estilo de vida del «de rock ‘n roll» que pronto se convirtió en una característica de la discografía de Pink Floyd. Por último, el tema «Fat Old Sun» de David Gilmour, pasó dos años como una parte clave en los shows de la banda y es un clásico en las giras de Gilmour como solista.

La traca de la vaca

En 1968 el director italiano Michelangelo Antonioni rodó en Estados Unidos una película titulada Zabriskie Point, y para la banda sonora decidió contar con músicos como Grateful Dead, los Youngbloods, o los Pink Floyd entre otros. Durante 1969, Pink Floyd estuvieron en Roma componiendo y grabando música para dicha banda sonora. Compusieron media docena de temas originales (e inéditos hasta entonces), aunque en realidad, en el montaje final, se incluyeron sólo tres temas (inéditos y originales, eso sí) de Pink Floyd: “Heart Beat, Pig Meat”, «Crumbling Land» y «Come In Number 51, Your Time Is Up».

Esta última no es otra cosa que una versión distinta (y regrabada para la ocasión) de “Careful with That Axe, Eugene”, porque el tema original que iba a cerrar la película (titulado “The Violent Sequence” de Richard Wright) fue rechazado por el director.

Sin embargo, los Pink Floyd lo aprovechaban todo, y The Violent Sequence sirvió de base –como una demo o una versión primitiva- para “Us and Them”, que luego se acabaría incluyendo en el mítico The Dark Side of The Moon, unos años más tarde.

De hecho, otros temas no incluidos en el montaje final, como por ejemplo “Unknown Song”, sirvieron de germen para canciones posteriores de los Pink Floyd: el riff se acabaría incluyendo en Atom Heart Mother.

Una vez volvieron a Londres, empezaron a reunir material que habían compuesto para la película de Antonioni, aunque no se hubiera llegado a grabar. Uno de estos no era más que la progresión de acordes que luego se convertiría en la melodía principal del disco y que David Gilmour llamaba “Theme for an Imaginary Western” porque Roger Waters dijo que le sonaba apropiada para la banda sonora de Los siete magníficos.

Como solía ocurrir por entonces (y ocurriría con discos posteriores de la banda), los Pink Floyd interpretaban en directo estos temas antes de grabarlos, ajustando, añadiendo y quitando partes (que ellos llamaban “secciones” o “secuencias”), para ir dándole forma definitiva. De hecho este Tema para un Western Imaginario fue interpretado por primera vez en vivo el 17 de enero de 1970, en la Universidad de Hull.

Finalmente, acabó saliéndoles un tema instrumental larguísimo (de más de 23 minutos), que batió el record de tema más largo grabado sin cortes hasta el momento, pues agotaba todo el espacio disponible en una cara de un vinilo de 12 pulgadas: el mayor formato disponible por entonces.

Cuando el disco se editó en octubre, Stanley Kubrick estaba rodando La Naranja Mecánica, y le encantó el disco, así que les propuso a los Pink Floyd utilizar parte del mismo en la banda sonara de la película. Sin embargo, los Pink Floyd, que habían acabado un poco desencantados de su experiencia con Antonioni, (les gustaba la idea de componer una banda sonora completa, como ya habían hecho antes con More y volverían a hacer después con Obscured by Clouds, pero no querían que un director eligiera parte de su música para incluirla, junto con otros autores, en una banda sonora) y le negaron el permiso.

Kubrick quería utilizar el inicio de Atom Heart Mother en la secuencia inicial de La Naranja Mecánica. Ya sabéis, esa en la que aparecen Alex y sus dugos en el Korova Milk Bar bebiendo Moloko Vellocet, es decir, Lecheplus, leche con veloceta, o sea con drencomina, y preparándose para una nueva sesión de ultraviolencia. O sea, esta que podéis ver en el video. (Por cierto, por si no sabíais el origen del nombre del dúo inglés de los 90, ya lo sabéis: Moloko significa leche en ruso y en la Naranaja Mecánica -película y novela- se mencionaba su uso, como una droga.)

Finalmente, ante la negativa de los Floyd, se usó como música de fondo el tema “Title Music From A Clockwork Orange” de Wendy Carlos, que por aquel entonces todavía no se había cambiado de sexo y aún se llamaba Walter Carlos. Pero si queréis saber como hubiese quedado la escena con la música de Pink Floyd, no tenéis que imaginarla, ya habido algún fan que ha hecho el montaje por vosotros, como por ejemplo el que se ve en este vídeo:

Curiosamente, Kubrick finalmente si que logró incluir algo de Atom Heart Mother en La Naranja Mecánica: en la escena en la que Alex va a la tienda de discos (la Chelsea Drugstore, ahora ocupada por un McDonalds en la realidad), en la que conoce a las dos chicas a las que luego se lleva a casa para escuchar a Ludwig Van y practicar sexo, se puede ver, entre otras, la portada del disco en las estanterías.

Realmente fue algo intencionado, pero nada especial, porque el resto de los discos que se pueden ver son también todos reales y de la época, aunque –en general- mucho menos conocidos hoy día. Incluso Kubrick se permitió incluir también una grabación de la banda sonora de su anterior película: 2001 Una odisea del espacio.

El último día, en el número del 16 de julio del Evening Standard, Roger Waters vio un artículo sobre una mujer que tenía implantado un marcapasos alimentado por una diminuta batería con un isótopo radiactivo (lo que por aquel entonces se denominaba una pila atómica). La historia –que también apareció en otros periódicos como el Times- contaba que la mujer, pese a esa dificultad, había logrado su sueño de ser madre pues había dado a luz con éxito a un niño. El titular de la noticia era “Madre de corazón atómico” (Atom Heart Mother).

The Seeds, hoscos lisérgicos

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The Seeds, una banda de sonidos repetitivos, órgano lisérgico y frontman amanerado, un cóctel demoledor que convirtió a la banda de Sky Saxon en caballo ganador de los sonidos más crudos de los 60s
The Seeds, una banda de sonidos repetitivos, órgano estratosférico y ‘frontman’ amanerado, un cóctel demoledor que convirtió al grupo de Sky Saxon en caballo ganador de los sonidos más crudos de los 60s

Usando imágenes antiguas, fotos raras, recuerdos y audio, nuevas entrevistas con miembros de la banda y artistas coetáneos, así como admiradores y observadores notables, Pushin ‘Too Hard relata la extraña historia de The Seeds, una banda fragorosa, iconoclástica, adalid del movimiento garage y uno de los mejores conjuntos de la ciudad de Los Ángeles durante la década de los 60 del pasado siglo.

Los cuatro Seeds originales están representados, junto con otros músicos de sesión, relacionados con la banda y contemporáneos como Kim Fowley, Bruce Johnston de The Beach Boys y Johnny Echols, de Love. Los grandes fanáticos como Iggy Pop y The Bangles analizan lo que The Seeds significó para ellos. La narración corre a cargo de Pamela Des Barres.

The Seeds: Pushin ‘Too Hard está dirigido por Neil Norman, producido por Alec Palao y editado por Dan Schaarschmidt. El premiado director Norman y el cuatro veces nominado al Grammy Palao pasaron seis años desarrollando el proyecto.

The Seeds fue una banda de energía abrasiva y letras repetitivas que dieron lugar al garage rock. Su repertorio iba del garage rock al acid rock, y están considerados como una de las bandas pioneras del punk rock. Formada en Los Ángeles (California) en 1965, la banda estaba compuesta por: Sky Saxon (voz y guitarra), Daryl Hooper (teclados), Jan Savage (guitarra) y Rick Andridge (batería).

Liderados por su cantante y principal compositor Sky Saxon (de nombre real Richard Marsh), este grupo de garaje americano logró alcanzar su momento de gloria con el clásico sencillo “Pushin Too Hard”, tema que contenía su conocido, simple y repetitivo sonido de básicos riffs guitarreros, una original mezcla de garaje rock, blues, punk (antes de que este término existiera en el mundillo musical), underground y psicodelia enfatizada por el estilo vocal de Saxon.

El vocalista, Sky Saxon, estaba enormemente influenciado por Mick Jagger, pero también había recibido comparaciones con vocalistas de rockabilly como Buddy Holly y Eddie Cochran. El teclista Daryl Hooper fue el que más aporte musical dio para el sonido de esta banda; The Seeds fue una de las primera bandas en usar un teclado por bajo (como Ray Manzarek, el teclista de The Doors). El vocalista Sky tocaba la guitarra pero haciendo los bajos.

El primer sencillo de The Seeds “Can’t Seem to Make You Mine”, lanzado en junio de 1965, fue un éxito al sur de California. La banda en 1966 logró su único hit que estuvo entre los cuarenta principales de Estados Unidos, con el sencillo “Pushing Too Hard”, que había sido lanzado en noviembre de 1965. Los tres siguientes hits, que tuvieron un éxito más modesto, aunque eran muy populares en el sur de California, fueron los sencillos: “Mr. Farmer” (1966), por segunda vez pero en 1967 “Can’t Seem to Make You Mine” y “A Thousand Shadows” (1968).

Su álbum debut llamado como la banda The Seeds (1966. GNP Crescendo Records) fue publicado en abril de 1966 por GNP Crescendo Records, sello discográfico estadounidense con sede en Hollywood (California) y estuvo producido por Marcus Tybalt y el propio Sky Saxon. El álbum se grabó en los Estudios Columbia de Hollywood (California). El álbum alcanzo el nº 132 en el Billboard Top de Lps de Estados Unidos. Su aceptación fue muy positiva, señalando los críticos la influencia de este álbum en el punk-rock una década más tarde.

Álbum debut con un hosco y sencillo sonido, tres acordes inalterables a lo largo del disco, fiera y trémula vocalidad, ritmo monocorde y latigazos sónicos de órgano. Junto a “Can’t Seem To Make You Mine” y “Pushin’ Too Hard”, sus grandes clásicos y dos de las mejores piezas del álbum, encontramos otras diez canciones cortadas casi todas por un mismo patrón. Resulta excitante cuando aciertan (que es casi siempre) en la fusión con ecos de los Stones de agresiva sonoridad con una lograda melodía o una hipnótica estructura, como así ocurre en sus mejores temas, todas ellos de temática amorosa y emocional, “No Escape”, “Girl, I Want You”, “Try To Understand”, “You Can’t be trusted” o “Excuse, Excuse”, deliciosos vapuleos de bullicioso garage rock.

En el otoño de 1966, ejercen de teloneros de Jefferson Airplane en un concierto en la Universidad de Santa Barbara (California) y los triunfadores de esa noche son The Seeds.

Tras su debut homónimo con The Seeds en abril de 1966, uno de los álbumes clave del sonido garage-rock, la banda volvió de nuevo a la carga en octubre de ese mismo año con su segundo álbum de estudio A Web of Sound (1966. GNP Crescendo Records), lanzado de nuevo por GNP Crescendo Records y producido por Marcus Tybalt, ayudado por Dave Hassinger y Rafael Valentin. El álbum tiene mayores variantes en las estructuras aunque siempre manteniendo sus constantes garajeras con textos sobre drogas y romances expuestos por la agria, sexual y neurótica vocalidad de Saxon.

El álbum ofrece insólitos y seductores sonidos ofrecidos principalmente por los teclados de Daryl Hooper y la guitarra de Jan Savage. Suena un somnífero órgano y una fuzz guitar en “Mr. Farmer”, el blues y el pop se fusionan en la imprescindible “Pictures And Designs”, una vertiginosa batería con rasgos surf y funk, un piano eléctrico y una lisérgica guitarra forman parte de la gran canción proto-punk “Tripmaker” (co-escrita entre Saxon y el productor Marcus Tybalt). “A Faded Picture” es un blues de gran calidad, la stoniana con base rithman & blues “Rollin’ Machine” y la rítmica y bailable “Just let go”, con una línea de bajo excepcional del propio Saxon, dan paso al cierre del álbum, la extensísima “Up in her room”, una pieza de probable influencia en grupos como Stooges o Velvet Underground. Este álbum esta considerado un clasico por excelencia del genero garage.

En agosto de 1967, lanzan su tercer álbum Future (1967. GNP Crescendo Records), grabado en los Goldstar Studios y con la ayuda de Doc Siegel como ingeniero de sonido. Un interesante proyecto conceptual (con añadidura instrumental de flautas, tubas o cellos) urdido por influencia de su nuevo manager Tim Hudson que intentaba emular las aventuras psicodélicas de The Beatles y su “Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band” transformando así su estilo característico. El cambio no fue bien recibido por sus fans y The Seeds comenzaron a tambalearse como grupo. Es un álbum del que Sky Saxon no quedó muy contento ya que él lo veía como algo inacabado, incompleto… pero lo que venían eran unos días de locura histérica. El polémico Tim Hudson se convierte en manager de The Seeds y pone en práctica todo tipo de trucos, frases, publicidad para el grupo. Por ejemplo: “La generación de las semillas vencerá a la era de las piedras en 6 meses”, junio de 1967. Se inventa biografías de cada uno de ellos y con todo tipo de extravagancias, como que Daryl Hooper tiene 200 años de edad y aprendió con Beethoven, o que Sky Saxon es el primero de los niños-semilla, que el pelo de Rick es no se qué y no sé cuanto y que Jan ha encontrado todas las respuestas en la semillas. En fin, Husdon fue el inventor del término “Flower Power” y The Seeds fueron la primera gran banda del movimiento con el álbum Future como ejemplo. Ya no hay rastros de garage y el motivo floral ha sido asimilado por la psicología de Saxon. Canciones como “Now a Man” o “Six Dreams” mantienen un nivel estupendo. Hay buenos viajes como “March of the Flower Children” o “Travel With Your Mind”, y malos viajes como “Falling”, de casi 8 minutos.

The Seeds hacen un cameo en la película de Richard Rush llamada Psych-out! de 1968, parte rodada en el Haight-Ashbury de San Francisco y protagonizada por Jack Nicholson, Susan Strasberg, Dean Stockwell y Bruce Dern. La cinta va sobre una chica sorda que llega a la ciudad en pleno Verano del Amor buscando a su hermano que le ha enviado una postal que decía: “Dios está vivo y bien y vive en un terrón de azúcar”. “Tomar ácido es como la biblia”, decía Sky Saxon. En ese momento ya se han convertido en un grupo de culto. Se saca un sencillo como promoción del Lp Future y de la película Psych-out!, y las canciones elegidas fueron “March of the Flower Children” y “A Thousand Shadows”. Sky Saxon sube a los escenarios con 2 pistolas cargadas que dispara en un momento dado y hay otras locuras como ésta. A mediados de 1967 sale otro sencillo con “Six Dreams” y la maravillosa “The Wind Blows Your Hair” en la cara B. Preciosa canción con el típico sonido de los Seeds que pasa desapercibida pero que es otra de sus obras maestras. En efecto, el LSD hace estragos en Saxon, que vive en su mundo y hace declaraciones como que Los Stones no quieren tocar con ellos por miedo al ridículo. En el mundo real, muchos de las bandas que empezaron con ellos triunfan en las listas: Love, The Doors, The Leaves, etc. The Seeds ya no entran en las listas pero sus conciertos siguen siendo una locura colectiva, tan salvajes como en Detroit (Michigan).

La preeminencia de Sky Saxon como líder de la banda se demostró con la nueva apelación de la banda: The Sky Saxon Blues Band. Bajo este nombre publicarían dos nuevos trabajos sin éxito, A Full Spoon of Seedy Blues (1967) y Raw And Alive: Merlin’s Music Box (1969). El álbum A Full Spoon of Seedy Blues (1967. GNP Crescendo Records) tuvo como ingeniero de sonido a Dave Hassinger e iba firmado por The Sky Saxon Blues Band, pero eran ellos mismos. Parece ser que la idea de Saxon era ofrecer a GNP Crescendo algo totalmente diferente a lo que habían hecho hasta ahora, así les echarían y les dejarían libres. Pero no fue así. Este es un disco de Blues bastante ácido en el sentido musical del término y con una versión de Muddy Waters llamada “Plain spoken”, otras de Robert Johnson como “Pretty girl” y “One more time blues”, aparte de canciones propias de Sky Saxon como “Moth and the flame”, “Buzzin around” o “Creepin about”. Lo que hizo GNP Crescendo fue publicar el álbum A Full Spoon of Seedy Blues pero se negó a promocionarlo y así, los seguidores de The Seeds ignoraron un álbum tan diferente al anterior, y eso que el sello discográfico se ocupó de poner las viejas portadas de los Lps anteriores en este experimento.

Para que las ventas no bajaran, la discográfica GNP Crescendo Records editó un álbum titulado Raw And Alive: Merlin’s Music Box (1969. GNP Crescendo Records), y que tenía dos temas inéditos: “Nightime Girl” y “Forest Outside You Door”. En 1969, The Seeds dejan de existir después de un concierto en el Santa Monica Civic Center donde tocan con Neil Young y hacen una versión brutalmente incendiaria del “Pushing Too Hard”.

Ante la falta de reconocimiento popular, The Seeds terminaron separándose ese mismo año, en 1969. Saxon seguiría actuando con intermitencia (con el nombre de Sky Sunlight y los Stars New Seeds) mientras que el guitarrista Jan Savage se haría miembro de la policía angelina alejándose de la música. Sky se unió a la secta religiosa Yahowa inspirada por un líder “divino” llamado “Padre Yod”, quién murió y la secta se separó parcialmente, en la cual Sky Saxon siguio colaborando hasta el momento de su muerte. Sky Saxon murió el 25 de Junio de 2009 en Austin (Texas), tras meses hospitalizado por una infección general, aunque la causa de la muerte no ha sido determinada. Si bien no se conoce su edad exacta, se estima que tenía 71 años en el momento de su muerte.

Recital en la sustancia blanca del cerebro

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Existe una relación entre los haces de sustancia blanca que conectan el área de percepción musical y la actividad del sistema de recompensa
Existe una relación entre los haces de sustancia blanca que conectan el área de percepción musical y la actividad del sistema de recompensa

La estructura de la sustancia blanca del cerebro refleja la sensibilidad musical. Así concluye un estudio del grupo de Cognición y Plasticidad Cerebral del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Barcelona (UB) y del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (UB-IDIBELL).

El trabajo, publicado en el Journal of Neuroscience, muestra que la conectividad de la sustancia blanca, el tejido a través del cual se comunican las distintas áreas del sistema nervioso central, es clave para entender por qué nos gusta o no la música. Además, confirma que para que las personas sientan placer musical es necesario que las estructuras cerebrales relacionadas con la recompensa a los estímulos trabajen conjuntamente con las vinculadas a la percepción.

El investigador de la UB Josep Marco Pallarés lidera este estudio, en el que también han participado Antoni Rodríguez Fornells (UB-IDIBELL-ICREA), Noelia Martínez Molina, de la Universidad de Helsinki (Finlandia), Ernest Mas Herrero y Robert Zatorre, de la Universidad McGill de Montreal (Canadá).

Escuchar música se considera como una actividad gratificante en todo el mundo, pero trabajos anteriores de este grupo han demostrado que existe una gran variabilidad individual al respecto: desde personas que prácticamente no podrían vivir sin la música, hasta personas que no obtienen ningún placer de ella, una condición que se ha llamado anhedonia musical específica.

Según Marco Pallarés, “este fenómeno se da en población sana, sin ningún tipo de patología. Las personas con anhedonia musical específica disfrutan de otros estímulos placenteros (como la comida, o las recompensas monetarias), pero no son sensibles a la recompensa musical”.

El estudio de la anhedonia musical específica determinó que las diferencias individuales en cuanto a la recompensa musical estaban relacionadas con la conectividad funcional —los patrones de activación neuronal de distintas regiones cerebrales— entre las áreas de percepción auditiva: en concreto, entre la corteza supratemporal y un área clave en el procesamiento de la recompensa, el estriado ventral. Es decir, que la sensibilidad musical dependía del trabajo conjunto de estas dos áreas.

Estudiar las conexiones cerebrales

El objetivo de la nueva investigación fue averiguar si la sensibilidad a la música se veía determinada por cómo se conectan las áreas de procesamiento perceptivo y las áreas del circuito de recompensa. El experimento se hizo con 38 voluntarios sanos utilizando la técnica de resonancia magnética por difusión, que permite reconstruir la estructura de la sustancia blanca cerebral, es decir, los haces de sustancia blanca que conectan las diversas regiones cerebrales.

La sensibilidad a la música de los participantes se determinó mediante la puntuación obtenida en un cuestionario desarrollado por el mismo grupo, el Barcelona music reward questionnaire (BMRQ).

Después, durante la sesión de resonancia magnética, los participantes tenían que escuchar fragmentos de canciones del género clásico y proporcionar valores de placer en una escala del 1 al 4 en tiempo real.

Para controlar la respuesta cerebral ante otros tipos de recompensa, los participantes también debían jugar en una actividad de apuestas monetarias en que podían ganar o perder dinero real.

El hecho de que ninguno de los participantes mostrara una puntuación baja en las escalas de recompensa general es una demostración de que las diferencias individuales en el procesamiento de la recompensa estaban restringidas al dominio musical y no afectaban a otros estímulos.

Los resultados del experimento muestran que existe una relación entre los haces de sustancia blanca que conectan el área de percepción musical y la actividad del sistema de recompensa.

Para Marco Pallarés, “el estudio demuestra que la sensibilidad hacia la música está relacionada con los haces de sustancia blanca que conectan, por un lado, la corteza supratemporal con la corteza orbitofrontal y, por otra parte, la corteza orbitofrontal con el estriado ventral”.

“El hecho de utilizar la corteza orbitofrontal —continúa el investigador— se debe a que no existen haces de sustancia blanca que conecten de forma directa la corteza supratemporal y el estriado ventral y, por tanto, las áreas de procesamiento perceptivo y las áreas del circuito de recompensa deben conectarse a través de otra estructura”

¿Por qué solo existe la anhedonia musical?

Estos resultados resaltan la necesidad de ampliar el foco de estudio para entender el funcionamiento del sistema de recompensa del cerebro. “No podemos limitarnos a estudiar solo la red de recompensa, sino que necesitamos conocer cómo acceden los diferentes estímulos a ese sistema de recompensa. Ello podría ser clave para entender por qué hay anhedonias específicas respecto a un determinado estímulo como la música, pero no respecto al resto de estímulos, como el juego o los alimentos, lo que podría tener aplicaciones en la comprensión de ciertas patologías relacionadas con adicciones específicas o anhedonias específicas hacia un cierto estímulo”, concluye Marco Pallarés.

Punk en el muro de sonido

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Phil Spector
Phil Spector

La grabación en 1979 del disco más vendido del grupo Ramones, «End of the Century», bajo la producción del volátil y visceral Phil Spector, fue resultado de un explosivo proceso no exento de mitos y cuya historia sube al escenario del Broadway Playhouse de Chicago.

«Me gustó la idea de esta banda, que solía pasar unas dos semanas en grabar un álbum, trabajando con el productor más exigente de todos los tiempos, que suele pasar dos semanas en una sola canción», explica el actor John Ross Bowie, escritor de la obra «Four Chords and a Gun» («Cuatro acordes y un arma»).

La puesta retrata los entretelones de la grabación del quinto disco de estudio de la banda e íconos del movimiento punk en EE.UU., un proceso que involucró manipulación, luchas violentas y un amargo triángulo amoroso, en un montaje que, aunque incluye un minirecital de 20 minutos con canciones de los Ramones, no es un musical al uso.

«Four Chords and a Gun» se centra en un momento y lugar muy específico, el cual ofrece un terreno fértil para el drama y muestra «cuánto trabajo supone una obra de arte», recalca el dramaturgo.

John Ross Bowie es conocido por encarnar a Barry Kripke, un personaje recurrente en la serie «The Bing Bang Theory», un hito de la televisión y protagonizada por personajes en los márgenes, «que habrían estado en la periferia de otros programas» pero que en el show se declaraban a sí mismos «nerds».

En los Ramones, señala, hay también algo «muy dulce y simplista».

«Están estos cuatro tipos duros, con su postura de delincuente juvenil, cuando en realidad el único delincuente genuino era (el guitarrista) Johnny. Los otros eran un poco dulces», unos jóvenes de Queens que solo querían vivir su juventud y «destilarla en su sentido más puro», explica Bowie.

Los Ramones eran conocidos por su estética cruda, mientras que Spector se hizo famoso por su técnica llamada «muro de sonido», exuberante y densa. Aun así, ambas partes conectaron.

«A pesar de las variadas diferencias en el enfoque sonoro, todo se reduce a la composición. La artesanía que lleva una canción pop de dos minutos y medio», explica Bowie.

«Una de las cosas que hizo a Los Ramones innovadores y revolucionarios, paradójicamente, fue el pie que mantuvieron en el pasado. Llevaban el rock and roll a una pureza que había desaparecido en los años 1970. Creo que Phil Spector vio eso», señala el dramaturgo.

El carácter volátil de Spector convirtió las sesiones de grabación en un infierno y es conocido el rumor de que el productor llegó a apuntar con un arma al guitarrista Johnny Ramone para que tocara un acorde, una amenaza que se rumora repitió con otros artistas como John Lennon, Leonard Cohen y la cantante del grupo Blondie, Debbie Harry.

«Como muchos abusadores, (Phil Spector) es increíblemente encantador. Adula a las personas que está tratando de aislar, para que pueda tratarlas como quiera en otros momentos», explica Bowie. «Es un comportamiento abusivo clásico», agrega.

Las historias de las tendencias del famoso productor, que en la actualidad cumple una condena por el asesinato de la actriz Lana Clarkson en 2003, han proliferado en los medios y sin ir más lejos su exesposa, la cantante Ronnie Spector, ha hablado con franqueza sobre el aislamiento y abusos que sufrió durante su matrimonio.

La obra examina además las tensas dinámicas entre sus integrantes. Mientras grababan «End of the Century», el cantante Joey Ramone pasó un periodo vulnerable ya que su novia, Linda Daniele, lo dejó y luego se casó con Johnny Ramone.

Mientras que detrás de la figura de Spector está la reflexión en torno a grandes artistas que afrontan acusaciones por abuso.

«Es difícil decir esto sin que parezca que estoy excusando lo que es un comportamiento absolutamente, cien por cien abusivo, pero me encanta ese álbum,» admite Bowie, quien resalta del disco las letras sinceras y directas.

«Hay algo increíblemente accesible sobre tres o cuatro acordes muy fuertes», admite el autor, y un fan confeso del grupo.