agricultura
Atrapa a ese insecto

Las trampas para insectos suponen una alternativa ecológica a los insecticidas convencionales en los cultivos agrícolas pues reducen el gasto del agua, el uso de fitosanitarios y rebajan el porcentaje de frutos afectados en una plantación, aunque con la asignatura pendiente del reciclaje.
El sistema más utilizado es el ´trampeo masivo´, pues una trampa usada para capturar y matar insectos en un terreno agrícola sin necesidad de fumigar evita, dependiendo del cultivo, un gasto cercano a 1.000/1.500 litros de agua por hectárea y aplicación.
La trampa, lista para ser colgada de los árboles frutales, es de plástico, normalmente de color amarillo, y consta de dos partes: un atrayente o cebo alimenticio que atrae a los insectos y un insecticida en el interior del cubículo, que los elimina.
El insecto entra en la trampa atraído por el olor del cebo alimenticio, generalmente una base proteica normal o en estado de putrefacción que al chuparlo le provocará la muerte inmediata por asfixia.
El trampeo masivo es especialmente efectivo con especies como la mosca del Mediterráneo, denominada ´Ceratitis capitata´, una plaga de enorme importancia en el campo agrícola español por los daños que ocasiona a los frutales (caída fruto, pudriciones), lo que incide en las pérdidas y en el incremento del coste de producción de los cultivos.
El uso de estas trampas también reduce el empleo de productos químicos: en una hectárea de cultivo puede haber, a lo sumo, dos o tres gramos de insecticidas repartidos entre todas las trampas, lo que mitiga el riesgo de contaminación atmosférica.
El trampeo se enfrenta a un serio problema: la recogida y posterior reciclaje de estos materiales de plástico, algo que, a su juicio, se debe prever antes de que hayan agotado su ciclo para no terminar como residuo en el medio ambiente.
En cualquier caso, si no se prevé su destino y se reciclan de manera sostenible y eficiente el sistema no será del todo válido, los agricultores no sabrán qué hacer con las trampas.
Las trampas de insectos serían una solución óptima para el medio ambiente «si se pudieran recoger y tratar con la misma facilidad con la que se tratan los envases vacíos agrarios».
Con las trampas y otros residuos el agricultor tiene que cumplir complicados trámites como clasificar el material o inscribirse como productor para contratar a un gestor con un coste generalmente inasumible, ya que son cantidades pequeñas y las explotaciones están muy separadas. Un modelo sostenible permitiría compartir la responsabilidad de la gestión del residuo y simplificarla.
De esta manera, los fabricantes adelantarían la financiación, los distribuidores y las cooperativas participarían en la recogida, sin necesidad de ser gestores, y además se informaría a los agricultores sobre cómo acondicionar y entregar sus residuos en establecimientos cercanos.
En Cataluña, por ejemplo, se recogen trampas de captura y monitoreo con el fin de estudiar la viabilidad de esta alternativa para posteriormente, entre todos los sectores involucrados, plantear al Gobierno una solución.
El éxito de un control de plagas en cualquier cultivo está directamente relacionado con los resultados que ofrezcan los plaguicidas utilizados para tal fin. Uno de los métodos que pueden ayudar a controlar la población de plagas son las denominadas plantas-trampa, que son cultivos que se siembran alrededor o intercalados con el cultivo principal para atraer a plagas problemáticas. A través de este sistema es posible eliminar la mayoría de los insectos fuera del cultivo principal antes de que lleguen a infestarlo.
Agricultura 3.0 y el Internet de las cosas

El internet de las cosas (IdC) generará un gran cambio en el mundo agroganadero y facilitará la transición de la agricultura basada en la intuición y en la cultura a una gestión cimentada sobre la toma de decisiones objetivas. No se trata sólo de los dispositivos (móviles, tabletas, drones, etc.) que envían datos a cualquier parte en tiempo real, sino también el análisis de datos y variables cuantitativas que permiten tomar decisiones, con información objetiva que redundan en una mejor rentabilidad.
La revolución tecnológica dinamizará los ecosistemas en los que la aplicación del internet de las cosas puede ser muy importante, como la agricultura y la ganadería. Aunque la aplicación de las nuevas tecnologías en la agricultura generará una mayor productividad, optimización de los procesos y ahorro de costes, queda un escollo por salvar: llegar a los pequeños productores, que representan a la mayoría de los agroganaderos europeos.
Las cooperativas, claves en la difusión del internet de las cosas
Sin embargo, confía en el importante papel que jugarán en ello las cooperativas agroalimentarias para evitar que se levante una nueva brecha digital que separe de forma insalvable a los pequeños productores de los grandes. Por ello, es clave que el internet de las cosas llegue a todos los agricultores, pues los beneficios de la progresiva digitalización del campo están ahí.
Las cooperativas jugarán un papel fundamental en la difusión del Internet de las Cosas en el campo y salvarán barreras como el acceso a la tecnología (inversiones iniciales de adquisición de la tecnología) y el manejo de éstas en un sector tradicionalmente poco digitalizado.
Las cooperativas pueden bajar la barrera de los costes, al compartir herramientas de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y ayudar a los productores a manejar y entenderlas mediante programas de formación.
Ante el miedo inicial que puede suscitar el manejo de los macrodatos y las nuevas aplicaciones, y para no ahuyentar a los agricultores que no pertenecen a las generaciones denominadas nativos digitales, surgen nuevas profesiones que solventarán esta traba. Son los asesores digitales, expertos que interpretan los datos y se los dan al productor para que tome las decisiones más adecuadas.
El internet de las cosas permite monitorizar cómo crecen nuestras cosechas, conocer el estado del suelo, las condiciones climáticas, la humedad ambiental y otros aspectos.
Todos estos datos se procesan de forma automatizada y aportan información útil para decidir cómo actuar, sin necesidad de que el agricultor esté el cien por cien del tiempo en su explotación, comprobando “in situ” lo que ocurre en el campo; es más, le permiten prevenir el daño en lugar de minimizarlo.
Además, los macrodatos -que facilitan hacer un análisis al detalle de cada franja de tierra- permiten conocer dónde, por ejemplo, es necesario aplicar más o menos fertilizantes (hasta ahora se aplica la misma cantidad en todo el terreno). Ya hay, por ejemplo, aplicaciones que ayudan a ahorrar hasta un 30 % el uso de fertilizantes.
A pesar de que en el agroalimentario la tecnología no avanza al ritmo de otros grandes sectores -como el manufacturero, que está inmerso en la revolución 4.0-, será el segundo que más va a emplear robótica, inteligencia artificial… El sector agrario no está tan digitalizado, pero esa distancia se reducirá a gran velocidad y confía en que todos, sobre todo los pequeños, sean capaces de subirse al tren de la digitalización y se beneficien de la ventaja competitiva que supondrá el uso de las nuevas tecnologías en las explotaciones.
Las legumbres, una apuesta segura

Un cultivo milenario, pero un potente aliado contra amenazas tan actuales como el cambio climático, y un “superalimento” saludable dentro de la aclamada Dieta Mediterránea: son las legumbres, esas semillas comestibles en las que la ONU ha puesto el foco en 2016 para reactivar su consumo y su producción.
Con el Año Internacional de las Legumbres, Naciones Unidas quiere concienciar al mundo de los beneficios de su ingesta y de su cultivo al mismo tiempo que intenta fomentar su producción, que está cayendo por diferentes motivos.
Y ahí van los datos, según el panel del Ministerio de Agricultura Alimentación y Medio Ambiente cada español consume sólo tres kilos de legumbres al año, casi diez kilos menos que hace 50 años. En término generales, la FAO detecta un descenso lento pero constante tanto en los países desarrollados como en los menos, al pasar el consumo mundial de los 7,6 kilos por persona de 1970 a 6,1 en 2006.
La Federación Española de Leguminosas (AEL), que agrupa a los envasadores de legumbres, es la organización encargada de las acciones promocionales del Año de las Legumbres en España. Su presidente, Guillermo García, tiene “grandes esperanzas” en que este año sirva para que revierta la tendencia a la baja del consumo gracias a nuevas posibilidades que también están en el mercado como lo que él denomina “la revolución” de la conserva de legumbre, que “hace solo dos décadas era totalmente desconocida” y que facilita su preparación.
Las legumbres en el campo
En cuanto al cultivo, los datos oficiales reflejan que la superficie de leguminosas en España era en 2014/2015 de 275.000 hectáreas, un 20 % más que en la campaña anterior, mientras que la producción se redujo un 10 %. Por el momento, ocho de cada diez kilos de los que se consumen en España son de importación, pues “los costes de producción aquí son más caros que las mercancías que llegan de fuera”, apunta García. La idea es, puntualiza, “que empecemos a producir para nuestro abastecimiento”, lo cual implica un incremento en el que tendrá mucho que ver la nueva programación de la Política Agraria Común (PAC).

Y es que su potencialidad como fijador de nitrógeno, convierten el cultivo de leguminosas en un aliado frente al cambio climático. Por ello, la PAC las reconoce como superficie de interés ecológico que permite recibir las ayudas del “greening”, que son las que están asociadas a medidas medioambientales. ”Esta medida nos ayudará mucho porque los agricultores se habían decantado por cultivos más cómodos como el maíz, el trigo o la cebada”, señala el responsable de los legumbristas de España.
Aún no se conocen los datos de superficie de cultivo de 2015, primer año en el que entró en vigor esta medida, pero se esperan “grandes sorpresas”, pues solo en producciones muy concretas como la alubia de La Bañeza, amparada bajo una Indicación Geográfica Protegida (IGP) se ha pasado de 2.200 hectáreas en 2014 a 3.900 en 2015, apunta García, que también es vicepresidente de esta IGP.
En la mesa, un superalimento
Con motivo del Año Internacional también se hará hincapié en los beneficios para la salud de comer legumbres y, por eso, se ha encargado un informe a la Federación Española de la Nutrición. Uno de los responsables de este estudio, José Manuel Ávila, adelanta que la disminución paulatina del consumo de legumbres es “un indicio más del alejamiento de la población española del patrón de la Dieta Mediterránea“. Lo aconsejable, según este experto, es consumir unas tres o cuatro raciones por semana -de entre 60 y 80 gramos en crudo-.
Cada cien gramos de legumbres aportan unas 350 kilocalorías y son alimentos ricos en proteína vegetal e hidratos de carbono complejos, poseen bajo contenido en grasa y aportan gran cantidad de fibra -solube e insoluble- y micronutrientes como calcio, hierro, potasio, fósforo, magnesio o zinc, entre otras vitaminas. Para no elevar el perfil calórico a la hora de consumirlas, se pueden ingerir hervidas, salteadas en ensalada o en puré, aconseja el experto, aunque reconoce que el potaje suele ser la forma más usual de comerlas.Pero por su tiempo de preparación y la complejidad de estas recetas, muchas veces nos resistimos elaborarlas en casa
En casa o en el restaurante, la legumbre celebra su año en el que espera volver a ser la protagonista de las mesas, al tiempo que ayuda a mitigar los efectos del cambio climático en el campo y mejora nuestra salud: un servicio redondo.