aleister crowley
Al infierno se llega escalando

¿Qué tienen en común Fernando Pessoa, Churchill, el Sgt. Pepper’s, Somerset Mau-ghan, el guitarrista de Led Zeppelin, el MI5 y la Francmasonería? La respuesta al enigma no sería sencilla de resolver para alguien que no estuviera versado en la Cábala, la alquimia o las iniciaciones antiguas, como el gran Aleister Crowley, también conocido como «La Gran Bestia», «To mega therion», «666», «Frater Perdurabo» o «Baphomet».
Poeta, místico, narrador, montañista, aventurero, mago, espía al servicio de Su Majestad, pornógrafo, erudito, heroinómano, amante bisexual incansable… Crowley es esto y mucho más, una figura inclasificable e incómoda de la literatura más intempestiva que, por desgracia, ha pasado relativamente inadvertida para la crítica «seria». Resulta muy lamentable que la obra de este personaje, que fue todo un fenómeno de masas en su tiempo y que escribió cientos de páginas tan memorables como oscuras, haya caído en la incuria, cuando no directamente en el total desprecio.
Su vida azarosa le convierte en un personaje novelesco. En el cénit de su popularidad, Crowley vivió en un escándalo permanente, creador de su propio personaje inquietante, que inspiró a todos los científicos locos y magos perversos de la posteridad, como «el hombre más malvado del mundo», como le llamaron los diarios británicos, que le acusaban de satanista y espía germanófilo. Fue iniciado en diversos esoterismos, consumió todo tipo de drogas, se casó varias veces –en busca de su «Mujer Escarlata»– y tuvo innúmeros amantes de ambos se-xos en sus ritos de magia sexual. Fundó una religión y escandalizó en todos los países que visitó, varios de los cuales le expulsaron. Pasó de tener una amplia fortuna, heredada de su puritano padre, a vivir de las rentas de sus adeptos y admiradores, burgueses epatados por su carisma.
Para conocer su biografía se puede acudir al libro adverso de John Symonds, su albacea literario, o a la más ponderada aproximación de Martín Booth. Y tras su muerte, porque su figura alcanzó dimensiones de leyenda: incluso sus moradas fueron concebidas como puertas al más allá: una fue la inclasificable mansión Boleskine, junto al Lago Ness, que compró el guitarrista Jimmy Page; otra la Abadía de Thelema, que fundó en una casa de Cefalú (Sicilia) y que hace no mucho salió a la venta; o el edificio Dakota (Manhattan), que atestiguó el asesinato de Lennon, quien años antes le había puesto en la portada del «Sgt. Pepper’s» e imitaba su gestualidad mística. Es conocida su influencia en el heavy metal y en artistas como Jim Morrison o Da-vid Bowie.
Dejando de lado sus vertientes de iniciado y profeta, y su éxito en la cultura popular, se publica ahora una estupenda edición en Valdemar con tres obras clave, en traducción de José Ruiz Casanova y edición de Frank G. Rubio. Rubio destaca en la introducción dos facetas no tan conocidas de «la gran Bestia»: su relación con el espionaje británico –como el escritor homosexual W. Somerset Maugham, que le retrató en su novela «El Mago»– y la política de entreguerras, también a través de la masonería.
Cuenta la leyenda que Crowley recomendó a Winston Churchill que hiciera su famosa V de victoria como una clave hermética que atraería la fortuna en guerra. Y parece que en Estados Unidos, Crowley hizo de doble agente para ganarse a los americanos para la guerra contra Alemania. También se comenta su paso por la masonería y su contacto con la Golden Dawn –de la que era miembro W. B. Yeats– y su fundación de la sociedad A?A? (quizá Argentium Astrum), antes de llegar a la revelación de Thelema.
Poderosos poemas
La primera parte es imprescindible por varios motivos: «El libro de las mentiras» (1918), es una de las obras emblemáticas de Crowley, descatalogada durante mucho tiempo. Incluye poderosos poemas, glosas crípticas y cabalísticas de una asombrosa erudición. Fue considerado revelación de secretos masónicos por la Ordo Templi Orientis, que luego le ofreció un lugar de excepción. Su capítulo 25, por ejemplo, da buena muestra de conocimientos esotéricos al comentar en el griego de los papiros mágicos el pentagrama y el ritual de su A? A?. Es curioso ver citados a los démones antiguos en una especie de peán barroquista. Otro ejemplo está en el capítulo 60, que testimonia el saber mitológico del autor sobre el ciclo del Grial y la Biblia, que sabía casi de memoria desde niño.

El segundo libro, «Konx Om Pax» (1907), que recoge en su título las enigmáticas palabras que, según la tradición, se decían en el clímax de los misterios de Eleusis, es una interesante mezcla de géneros literarios que va desgranando como en un relato temas como su nueva moral o el ascenso del alma al saber místico, con ciertas tonalidades burlescas así como demónicas. El tercero, «El Equinoccio de los Dioses» (1936), realmente supone una glosa de su obra más importante, «El libro de la ley», revelado supuestamente en Egipto por una divinidad mediadora. Explica en él las circunstancias de esta revelación de su religión, entre mística y nietzscheana de la pura voluntad.
Butts, la pecaminosa olvidada

Nadie lee a la «diosa de la tormenta» Mary Butts (1890-1937), una mujer que buscaba con más frecuencia de lo imaginable el virtuosismo. Admirada por sus contemporáneos Ezra Pound, Ford Madox Ford y Marianne Moore, de Butts la escritura (que da cobijo cualquier resquicio de luz creativa) tiende a verse ensombrecida por sus notorias aventuras, que incluyen practicar magia negra con Aleister Crowley, fumar enormes cantidades de opio y abandonar a su único hijo.
Mary Butts nació en Dorset en 1890. El periodista Ignasi Franch la describe como «Pacifista, bisexual y precursora del ecologismo». La autora vivió en Inglaterra, Italia y Francia, lugares en los que entró en contacto con los principales intelectuales y artistas de su tiempo: además de los ya nombrados, tuvo trato muy directo con T. S. Eliot, May Sinclair, Jean Cocteau y Virginia Woolf. Su obra, que incluye novelas, ensayos, poemas, diarios y relatos con un marcado carácter experimental, cayó en el olvido tras su muerte en 1937, hasta que en los años 80 y 90 del pasado siglo volvió a ser reeditada y estudiada, adquiriendo la consideración de autora de culto del modernismo inglés.
Franch recuerda que Butts «tuvo una vida notablemente agitada en el plano sentimental, pero consideraba que la creación era una parte principal de su vida. Por ello, consiguió producir una obra literaria y crítica considerablemente extensa que no siempre pudo publicar por las temáticas (como el amor lésbico) que abordaba». En cualquier caso, «la herencia de su padre, que le facilitó una renta desde los 21 años, allanó parte de un camino difícil», concede.
«Las estancias de la autora en el París de los artistas facilitó que los aspectos más potencialmente polémicos de su vida no se convirtiese en el yugo que tuvieron y tienen que sufrir personas afincadas en otros entornos sociales y culturales», defiende Franch, quien destaca la inquietud vital de la escritora. «Compartió charlas y drogas con creadores como Jean Cocteau, el ilusionista de la poesía y las artes visuales, conoció al músico George Auric o a la bailarina Isadora Duncan. Formaría parte del ambiente creador de su época, como escritora, como interlocutora y también como crítica literaria. E incluso fue discípula de los magos Philip Heseltine y Aleister Crowley, de quienes se terminaría alejando».
Huida del Mal
Según Crowley, la revelación contenida en El Libro de la Ley, convertido en un libro sagrado, le fue dictada por un ente llamado Aiwass (el Santo Ángel de la Guarda o Seth, el temible dios destructor asesino de Osiris). Años más tarde, en Cefalú (Sicilia), organizó su primer templo, la Abadía de Thelema, donde puso en práctica sus enseñanzas y rituales de magia sexual e invocación de toda clase de demonios y seres sobrenaturales hasta que fue expulsado de Italia por orden del mismo Mussolini.
Para esta tarea mágica (el alumbramiento del Eón de Horus), Crowley, considerado ya por la prensa como «el hombre más malvado del mundo», necesitaba a la Mujer Escarlata, Babalon, la apocalíptica Madre de las Abominaciones, la Novia del Caos que «cabalgará a la Bestia». Leah Hirsig, con el nombre mágico de Alostrael 31–666–31, no fue la primera de estas, pero sí una de las más importantes y quien dejó un más fiel y sobrecogedor testimonio de lo que sucedía diariamente en la abadía, sus rituales y penalidades, esperanzas y momentos aterradores, la increíble vida cotidiana de una comuna mágica.
Butts había huido tras contemplar, entre otros portentos – tal y como lo declara John Symmonds – a Leah Hirsig, la «Mujer Escarlata» copulando, o mejor dicho, sin conseguir copular, con un macho cabrío que «no se sentía excitado por un ser humano y contemplaba indiferente el trasero de Leah” (La Gran Bestia p 381).
Indecencia y luz
Con su vitalidad legendaria, Butts no siempre fue leída: en la década de 1920, publicó piezas en The Little Review , un periódico de cabecera por aquel entonces , y sus novelas, especialmente Armed With Madness (editada en España por Epicuro Ediciones) y Death of Felicity Taverner fueron elogiadas y a la sazón despreciadas por los más renombrados y recordados de los modernistas. Presa de un ataque de pánico ante los escritos de Butts, Virginia Woolf calificó su obra, con su implacable cuestionamiento de los valores, como «indecente». Tal vez no sea sorprendente dada la predilección natural de Butts por lo estrafalario.
Más generoso en su evaluación es Paul West, quien compara a Butts con Clarice Lispector y le escribe que su originalidad más conspicua consistió en su resolución de representar lo más abyecto de la existencia, con vistas a una transformación redentora, lo que significa mimetizarse con el sentido de la masiva e impersonal embestida de la Creación.
Escrito como un inverso de la desolada tierra baldía de Eliot , Armado de la locura es el mejor trabajo de Butts, una búsqueda extática y alegórica de significado en un mundo destrozado por la guerra y el nihilismo. Armados de locura trata de las vidas de un grupo de amigos y amantes que viven a caballo entre la cosmopolita Paris y su Inglaterra natal. El estadounidense Carston, un invitado procedente también de Francia, cumple una cierta función de álter ego del lector, al introducirse (e introducir a la audiencia) progresivamente en la poco convencional vida de los hermanos Taverner y sus invitados, en sus intrincadas redes de atracciones y frustraciones.
El elemento propulsor de la trama remite a los intereses de la autora por las culturas antiguas, y a su renovado interés por el cristianismo. Si las cosas no eran suficientemente extrañas en el hogar de los Taverner, tres amigos aparecen con un cáliz cuyas formas y cuya forma de hallarlo remite al Santo Grial de la última cena de Jesucristo y de las novelas artúricas. Los personajes reaccionan con una maraña de sentimientos encontrados: admiración, escepticismo, espíritu lúdico…
La vida salvaje de Mary Butts llegó a su fin en 1937, cuando murió de una úlcera perforada.