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El ‘amigo’ americano

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La participación encubierta de Estados Unidos, a través de la CIA o de otros servicios de inteligencia, no se menciona en ninguno de los editoriales del las principales cabeceras informativas sobre ninguno de los golpes. Sin una invasión militar estadounidense abierta e innegable (como en la República Dominicana, Panamá y Granada), las cosas parecen suceder en los países latinoamericanos completamente por sí solas, con las fuerzas externas raramente implicadas
La participación encubierta de Estados Unidos en el derrocamiento e instauración de gobiernos, a través de la CIA o de otros servicios de inteligencia, no se menciona en ninguno de los editoriales de las principales cabeceras informativas. Sin una invasión militar estadounidense abierta e innegable (como en la República Dominicana, Panamá y Granada), las cosas parecen suceder en los países latinoamericanos completamente por sí solas, con las fuerzas externas raramente implicadas

EE.UU. ha jugado un papel preponderante en decenas de golpes de Estado por todo el mundo, algo que América Latina conoce muy bien.

Pese a que Washington negó en su momento su participación en los derrocamientos de gobiernos, los documentos desclasificados años más tarde por sus mismas instituciones revelan lo contrario.

Guatemala, 1954

En junio de 1954, una operación encubierta de la CIA fue lanzada para derrocar al entonces presidente guatemalteco, Jacobo Árbenz Guzmán, que había sido elegido democráticamente en 1951. El presidente Dwight Eisenhower y la CIA no estaban contentos con las reformas realizadas por Árbenz, que perjudicaban en especial a la multinacional United Fruit Company y a la oligarquía guatemalteca.

La operación PBSuccess empezó con bombardeos a la capital de Guatemala y asesinatos de líderes campesinos, situación que fue empeorando hasta que estalló una guerra civil que enfrentó al Gobierno con las fuerzas opositoras. Al final de la intervención, Árbenz Guzmán había sido derrocado, más de 200.000 personas habían muerto y los militares tomaron el poder del país.

El ‘Che’ Guevara estuvo ese año en Guatemala y la manera de actuar de EEUU en el país centroamericano radicalizó aún más sus posturas anticapitalistas. Por otro lado, el famoso e irónico mural de Diego Rivera inmortalizó esta masacre en los anales del arte.

Haití, 1959

En 1957, François Duvalier, conocido como ‘Papa Doc’, empezó su dictadura bajo la protección de los EEUU. Dos años después, un levantamiento popular amenazaba la estabilidad del control norteamericano en la zona, razón por la cual Duvalier, con la ayuda de EEUU, creó la Milice Volontaires de la Sécurité Nationale (MVSN), un violento órgano de represión que terminó con la vida de más de 100.000 personas.

En 1971, el poder pasaría de manos de François Duvalier a su hijo, Jean-Claude Duvalier, quien gobernó hasta 1986, lo que marcaría el final de la dictadura.

Brasil, 1964

En 1964, João Goulart, también conocido como Jango, cumplía su cuarto año de mandato como presidente democrático en el país carioca. Sus reformas socialistas, especialmente aquellas que tenían un efecto negativo en los beneficios de las multinacionales norteamericanas que trabajaban en Brasil, llevaron a que la oposición de derecha y las fuerzas armadas, apoyadas naturalmente por EEUU, efectuaran un golpe de estado para descabalgar a Goulart.
El golpe de estado tuvo éxito y fue el preámbulo a una dictadura militar de cerca de 20 años, caracterizada por el arresto y el asesinato de opositores de izquierda.

Uruguay, 1969-1973

En los años 70, en Uruguay, nace el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), un movimiento político y guerrilla urbana que surgió para hacer frente al control norteamericano en el país charrúa. Entre sus miembros se encontraba José Mujica y su esposa. La CIA, por supuesto, no vio con buenos ojos el surgimiento de los Tupamaros y decidió tomar cartas en el asunto.

Así, en 1969, llega al país uruguayo Dan Mitrione, agente del FBI, quien hizo de la tortura un proceder rutinario en la vida del país. Tres años de trabajo norteamericano allí dieron sus frutos y, en 1972, se instaló la dictadura de Juan María Bordaberry, que causó la muerte y desaparición de miles de personas. No en vano, Bordaberry fue sentenciado en el año 2006 por crímenes de lesa humanidad.

La película franco-italiana ‘Estado de sitio’, dirigida por Costa-Gavras, retrata los hechos ocurridos en esos atroces años en Uruguay. La película ganó el premio Naciones Unidas otorgado por los BAFTA 1974 y fue nominada al Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa en 1974.

Bolivia, 1971

A finales de 1966, Ernesto ‘Che’ Guevara arribó a Bolivia para incitar una revolución contra la dictadura militar del general René Barrientos, que había entregado a EEUU el control sobre sus recursos mineros. Dos años después, el ‘Che’ fue fusilado por orden de la CIA.

Sin embargo, la junta militar de Juan José Torres, de carácter antiimperialista, se encargó de generar reformas sociales y laborales, que llevaron a EEUU a preparar un nuevo golpe de estado en el país andino. Así, en 1971, se instaura la dictadura de Hugo Banzer, una vez más llena de detenidos, muertos y desaparecidos.

Chile, 1973

Seguramente, la intervención estadounidense más recordada por toda Latinoamérica fue la que se cernió sobre Chile a inicios de los años 70 y culminó con el golpe de Estado de 1973, que empujó a la muerte al presidente socialista Salvador Allende.

Allende cometió los mismos errores que otros presidentes latinoamericanos: realizo reformas laborales y sociales, privatizo los recursos nacionales y le dio casa y educación a miles de personas de bajos recursos; en resumen, todo aquello que afectaba los intereses de EEUU.

Fue así como el Ejército de Chile, encabezado por Augusto Pinochet y patrocinado por EEUU, tomó el país el 11 de septiembre de 1973 y pidió la renuncia inmediata de Salvador Allende. Este, refugiándose en el Palacio de la Moneda, prefirió el suicidio antes que entregarse a los militares.

«¡Allende no se rinde, milicos de mierda!», serían las últimas palabras de Allende antes de quitarse la vida con un fusil AK-47 que le había regalado Fidel Castro.

El Régimen Militar de Pinochet duraría hasta 1990, quien años después sería condenado en varias ocasiones por toda clase de violaciones de los derechos humanos y delitos de lesa humanidad.

Salvador Allende se convertiría en uno de los símbolos de la lucha antiimperialista en América Latina, y ha sido inmortalizado en canciones, películas y libros, célebres hoy en día por todo el continente.

Argentina, 1976

La dictadura más sangrienta de América del Sur, auspiciada dentro de la inenarrable Operación Cóndor, tuvo lugar en Argentina y fue resultado del golpe de Estado de 1976. De nuevo auspiciado por la CIA, este golpe sirvió para derrocar a la presidenta, María Estela Martínez de Perón, e instalar una junta militar que se mantendría en el poder hasta 1983.

Durante la dictadura, dirigida tras bambalinas por el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, más de 30.000 personas fueron asesinadas, miles más fueron desaparecidas y torturadas, y los hijos de la oposición fueron secuestrados y entregados a familias militares, mientras sus padres eran torturados o asesinados.

La película argentina ‘La historia oficial’, ganadora del premio Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1985, retrata los sucesos ocurridos en los años de la dictadura de Videla.

El Salvador, 1980

Tras más de 50 años de dictadura, entre 1931 y 1981, El Salvador estaba dividida y controlada por 13 familias famosas, que tenían en su poder más de la mitad del país. La CIA empezó, poco a poco, a preparar al ejército gubernamental, dotándolo de armas y preparándola para una posible revuelta popular.

La situación llegó al punto de que cuando la CIA se enteró que jesuítas ayudaban a las masas, los mandaron a matar, pero también le pidieron a Juan Pablo Segundo que hablara con el Arzobispo Oscar Arnulfo Romero para pedirle que desistiera. Romero se negó y lo mataron durante una misa en 1980.

La muerte de Romero fue el preámbulo de una cruenta guerra civil en el país salvadoreño, que duró más de 12 años y que enfrentó a la Fuerza Armada de El Salvador contra las fuerzas insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Además, este hecho ha sido inmortalizado en la película Romero de 1989.

Panamá, 1989

En 1983, Manuel Antonio Noriega, un supuesto agente de la CIA, llegó a la presidencia de Panamá, un país que siempre ha sido de vital importancia para los EEUU. A pesar de que Noriega era fiel a los EEUU, tenía un gran poder como narcotraficante de drogas, y poco a poco el dinero y el poder adquirido lo convirtieron en un problema para la agencia.

Así, en 1989, Noriega se negó a aceptar los resultados de las elecciones en las que ganó el representante de la oposición, Guillermo Endara Galimany. En su lugar, Noriega nombró presidente a Francisco Rodríguez, uno de sus allegados.

Esto dio lugar a la invasión estadounidense de Panamá de 1989, conocida como Operación Causa Justa, cuyo objetivo era la captura y extradición de Noriega. EEUU consiguió lo que se proponía, no sin antes haber asesinado a cerca de 4.000 personas.

Perú, 1990

Alberto Fujimori es otro de los nefastos dictadores que llenaron de sangre la historia de Latinoamérica. Este ingeniero llegó al poder gracias a la ayuda de EEUU y del Fondo Monetario Internacional, que vieron la oportunidad de controlar al país si tenían en el poder a Fujimori. Uno de los papeles más importantes en esta historia es el de Vladimiro Montesinos, exagente de la CIA y jefe del Servicio de Inteligencia de Fujimori.

Fujimori creó un grupo paramilitar que se encargó de asesinar a izquierdistas y marxistas, entre ellos a los miembros de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.

En 2009, Fujimori fue condenado a 25 años de prisión como «autor mediato de la comisión de los delitos de homicidio calificado, asesinato bajo la circunstancia agravante de alevosía en agravio de los estudiantes de La Cantuta y el caso Barrios Altos». Hoy en día, Fujimori sigue pagando su condena.

Hay límites a lo que es “demostrable” en el período posterior inmediato de acontecimientos de este tipo (la intervención encubierta es, por definición, encubierta), pero la idea de que EE UU u otros actores puedan haber removido el avispero, financiado una junta militar o suministrado armas en cualquiera de los conflictos bajo la mesa nunca se tiene en cuenta.

El dilema entre exterminio o abrazo al conquistador

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La conquista del territorio que actualmente ocupa Colombia fue un proceso largo que abarcó desde la cercanía del año del Descubrimiento de América hasta 1540 aproximadamente. En su inicio fueron exploradas sus costas por Alonso de Ojeda en 1499 y hasta 1510 no se fundó el primer asentamiento español en Tierra Firme: San Sebastián de Urabá, que tuvo una efímera vida de unos pocos meses
La conquista del territorio que actualmente ocupa Colombia fue un proceso largo que abarcó desde la cercanía del año del Descubrimiento de América hasta 1540 aproximadamente. En su inicio fueron exploradas sus costas por Alonso de Ojeda en 1499 y hasta 1510 no se fundó el primer asentamiento español en Tierra Firme: San Sebastián de Urabá, que tuvo una efímera vida de unos pocos meses

Han pasado más de 500 años de la llegada española a tierras americanas y el debate sobre qué sucedió a raíz del encuentro del mundo hispánico con el amerindio todavía continúa. Unos consideran que los españoles llevaron a cabo una de los mayores genocidios de la historia de la humanidad, que acabó con culturas milenarias. Otros creen que no hubo conquista a sangre y fuego, sino un encuentro relativamente pacífico del que surgió una nueva cultura base de la identidad hispanoamericana.

En ambas posiciones no existen puntos medios. En una versión, la leyenda negra, los españoles aparecen como seres malévolos que no sintieron la más mínima compasión por los indígenas, víctimas de un destino que no se merecían. Por el otro lado, la leyenda blanca, a los peninsulares se les considera personas compasivas con los nativos a los que les trasmitieron, por su bien, la cultura y la religión de España.

En Colombia, este debate se vuelve a encender con la publicación del libro «Colombia: historia de un olvido», del escritor y filósofo Enrique Serrano, un ensayo en el que ahonda la hipótesis de su polémico texto ¿Por qué fracasa Colombia? Al preguntarse sobre el significado de la identidad colombiana y la importancia de la hispanidad en su formación, Serrano afirma que en Colombia no hubo conquista, sino la llegada de españoles, en su mayoría andaluces, que expulsados de la península buscaban la tranquilidad que su tierra natal les negaba. Para él, el carácter pacífico de los peninsulares hizo que en la sociedad colonial, base de la identidad colombiana, reinara la paz durante 300 años.

Para sustentar su hipótesis, el autor recurre a polémicas afirmaciones como que en este territorio no hubo una masacre indígena, al estilo de México o Perú, y que su descenso demográfico se debió a las enfermedades traídas por los españoles. Y va más allá: dice que en el Reino de la Nueva Granada, al no haber grandes plantaciones esclavistas, los esclavos africanos tuvieron la opción de ser libres y establecerse en un territorio virgen donde no se enfrentaron con los descendientes de los españoles ni con los indígenas.

Tales afirmaciones indignan a los afrocolombianos e indígenas y muchos intelectuales. Para ellos no hay ninguna duda de que en Colombia hubo un exterminio indígena y citan los textos de los cronistas Pedro Cieza de León y Juan de Castellanos, en los que relatan la manera como los españoles les soltaban los perros a los indígenas para que los mataran. Y señalan a Serrano de defender la leyenda blanca. Sin embargo, él dice que “en mi libro no defiendo la leyenda rosa o blanca, al contrario, al explicar que de España fueron expulsados miles de personas que llegaron acá en busca de paz, voy más allá de esa explicación, pero sí trato de demostrar los excesos y falsedades de la leyenda negra”.

Algunos historiadores y antropólogos prefieren alejarse de un debate que consideran anacrónico y simplista y piensan que oculta las complejidades de la Conquista y de la Colonia; no niegan que la conquista fue un proceso profundamente violento que aniquiló centenares de indígenas y arrasó con poblaciones enteras. Jorge Augusto Gamboa, coordinador del área de historia colonial del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), cree que “no fue un acto pacífico como las crónicas de la época intentaron mostrarlo, sino que hubo una guerra constante que duró más de una década”.

Otros historiadores y antropólogos también señalan que la Colonia estuvo lejos de ser una sociedad pacífica: hubo constantes conflictos protagonizados por los estamentos que la conformaban, como, por ejemplo, las guerras entre las autoridades españolas y los indígenas guajiros durante el siglo XVIII.

Sin embargo, afirmar el carácter violento de esos momentos históricos no significa ratificar la validez de la leyenda negra. Al contrario, como explica Germán Mejía, profesor de historia de la Universidad Javeriana, la violencia y el adoctrinamiento forzoso que hubo en los años de dominio español “hacen parte de la construcción de una sociedad nueva, muy compleja, en la que no se pueden ver a sus actores como simples villanos y víctimas. Pese a las estructuras rígidas y jerárquicas, en la Colonia existió el ascenso social de indígenas, alianzas entre encomenderos y caciques y otros fenómenos imposibles de explicar si se mira la historia de este periodo en blanco y negro”.

Esa visión se acerca a la de Armando Martínez Garnica, historiador, que cree que ambas leyendas se centran en la violencia en el periodo colonial y dejan de lado que “todo encuentro entre grupos humanos median distintas relaciones; por ejemplo, muchos soldados que tuvieron hijos con indias fueron benevolentes con ellos y buscaron protegerlos o caciques mestizos consiguieron mercedes de la Corona”.

Pero si ni la leyenda blanca ni la negra logran explicar las complejidades de la sociedad colonial, ¿por qué siguen teniendo tanta fuerza entre el público e incluso entre intelectuales? Francisco Ortega, profesor de la Universidad Nacional, ofrece una respuesta: ambas posiciones, al simplificar la realidad histórica, son fáciles de entender, emotivas y efectistas a la hora de utilizarlas como movilizadores políticos e ideológicos. Por ejemplo, para promover el hispanismo en el siglo XIX, sus arquitectos tuvieron que despojar a los conquistadores de su carácter violento y así lograr un discurso no contradictorio, fácilmente digerible entre un amplio público, que generara simpatía y pertenencia por la cultura española.

Pero estos discursos son posturas ideológicas construidas con propósitos políticos que inventan el pasado y lo interpretan de manera acomodaticia para justificar posiciones actuales. Tanto en la leyenda negra como en la blanca, no hay un ánimo de descubrir lo que pasó, sino de utilizar los datos y los documentos en forma fragmentaria para probar una hipótesis preconcebida, y no al contrario, como sucede en la investigación histórica. Como resultado, según señala Gamboa, la historia queda reducida a un relato maniqueo entre buenos y malos. O en términos de Ortega, este tipo de discursos “crean un anacronismo que termina imponiendo una serie de valores que no corresponden al presente y conducen a un esencialismo”.

Precisamente, ese esencialismo es el mayor problema de la difusión de este “tipo de relatos ideológicos –comenta Garnica– que imponen una conducta social y política que en ciertos momentos históricos pueden ser nocivas”. Uno de los mejores ejemplos en la historia mundial reside en el esencialismo israelí. Durante más de un siglo los judíos han construido una historia basada en haber sido víctimas de otros pueblos, lo que les sirvió para crear un fuerte nacionalismo, pero les ha impedido convivir con otros, como los palestinos.

Por eso, y aunque es imposible despojar a la investigación histórica de todo interés político o ideológico, los académicos hacen un llamamiento a abandonar el inocuo debate entre ambas leyendas. Piden reconocer, en el caso de la Colombia y la Conquista, que su relato no transcurre entre seres malvados y víctimas inocentes, sino tratar de entender, sin simplismos exagerados pero taquilleros, las complejidades inherentes a las sociedades pasadas. Y a partir de entonces, sí reflexionar sobre el presente.

Heroínas en la cuneta de la historia

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Criticada, denigrada e ignorada y desterrada por sus contemporáneos y aún décadas después de su muerte, sólo a mediados del siglo XX Manuela Sáenz empezó a ser reivindicada como heroína y prócer en la gesta de la independencia o como precursora del feminismo en América Latina
Criticada, denigrada e ignorada y desterrada por sus contemporáneos y aún décadas después de su muerte, sólo a mediados del siglo XX Manuela Sáenz empezó a ser reivindicada como heroína y prócer en la gesta de la independencia o como precursora del feminismo en América Latina

El proceso de independencia de Hispanoamérica de la Corona española contó con muchas mujeres como protagonistas que el tiempo dejó en el anonimato o en el olvido del reconocimiento y a las que el libro «Heroínas incómodas» quiere homenajear como conspiradoras y artífices de aquella transición.

«El protagonismo de la mujer es decisivo pero no se ha tenido suficientemente en cuenta» a la hora de coser las historias sobre la independencia de Hispanoamérica, sostiene el coordinador de «Heroínas incómodas» (Rubeo, 2012), Francisco Martínez Hoyos.

En estos momentos, explica, el alud bibliográfico se centra en las grandes figuras como Simón Bolívar o Francisco de Miranda, pero no se publican obras sobre el papel de la mujer.

Por ello, esta publicación habla de la independencia en femenino, del empoderamiento de género, de las mujeres y el exilio de los patriotas chilenos, de su visibilidad e invisibilidad, y de heroínas como Manuela Saenz, Juana Manuela Gorriti o Carmen Guzmán.

Unas fueron mujeres de clase alta, como las primeras, que tenían la posibilidad de convocar en sus domicilios reuniones para conspirar cómo independizar los diversos territorios de España, y otras eran de clase baja, como Carmen Guzmán, una tabernera que logró persuadir a la unidad de elite española Numancia de pasarse al bando patriota en Perú.

«La mujer de aquella época no es tenida en cuenta, no se fijan en ella, y eso las hace en especialmente aptas para recoger información, por ejemplo, sobre los movimientos de un ejército o los efectivos de un cuartel», relata Martínez Hoyos, doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, al evocar el caso de una mujer analfabeta que contaba los soldados con semillas.

«Heroínas incómodas» engloba una visión general del papel de la mujer en el continente americano con estudios sobre Chile, Perú, Venezuela, Colombia o México.

Uno de los casos más «fascinantes», cuenta el escritor venezolano Juan Carlos Chirinos, es el de Manuela Saenz, compañera de Simón Bolívar, a la que la historia ha presentado de una manera «muy reduccionista» como la amante del Libertador y «parece que sólo exista en función de él».

Patriota de «claro» liderazgo y carácter fuerte, continúa, Manuela Saenz desempeñó un importante papel tanto en política como en acciones militares y, frente a quienes la definen como «una desviación de la naturaleza, la mujer-hombre», hay quienes la consideran la «Magdalena de la historia de América Latina».

«En la mentalidad de un liberal conservador de la época no se puede concebir que las mujeres sean heroínas», justifica Martínez Hoyos, lo que «dice muchas cosas sobre los prejuicios de la época».

Sin embargo, estas mujeres jugaron muchos papeles en la independencia de Hispanoamérica, tanto en el campo del espionaje, como de la promoción política o la logística sin temer el castigo que pudieran recibir, que solía ser su ingreso en prisión o en un convento, sostiene la profesora chilena Carolina Valenzuela.

«Actuaron de manera sistemática en hostigar a las autoridades y lo hicieron como verdaderas heroínas incómodas, incomodando al poder establecido para obtener la libertad de sus esposos, hermanos o hijos», dice en referencia al exilio de los patriotas chilenos en las islas Juan Fernández.

Valenzuela indica que a estas mujeres las caracterizaba y movía algo «muy humano» como el amor, la pasión, el compromiso con sus seres queridos y, sobre todo, el «convencimiento de estar actuando por algo en lo que ellas creían».

Incluso fueron incómodas en contra de la independencia de América, añade Chirinos al evocar el caso de la hermana de Bolívar, a la que exilió para acallarla, precisa.

La clase social y la raza diferencian a estas mujeres en un sentir compartido en la lucha por la independencia, añade el escritor venezolano, pero «esa actitud rebelde, levantisca, contraria a la autoridad ha existido desde la llegada de los españoles a América hasta hoy en día».

Desde entonces y hasta ahora, los autores coinciden en que el perfil de estas heroínas incómodas es que, «frente a los esquemas que las quieren reducir al ámbito privado, ellas reclaman esa participación pública en la lucha por la libertad».