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Adiós mundo cruel, en versión animal

El quitarse la vida es, básicamente, una decisión consciente y, por lo tanto, humana. Sin embargo, ¿los animales pueden suicidarse?
La revista Time publica varias referencias históricas de suicidios de animales: desde Aristóteles, que narra cómo un caballo saltó al vacío al darse cuenta de que le habían engañado para aparearse con su madre, hasta la historia de Kathy, uno de los delfines que en los años 60 protagonizó la serie de televisión Flipper y que, según Richard O’Barry, se suicidó dejando voluntariamente de respirar (en los delfines, la respiración es un acto voluntario, no reflejo).
La duda principal en este tipo de casos es si se puede hablar de una decisión consciente de renuncia a la vida o si estamos cayendo en el antropomorfismo, es decir, en atribuir características humanas a los animales.
Hay varios tipos de suicidios animales, con muchos matices.Por ejemplo, al huir de depredadores, algunos animales se pueden despeñar de forma accidental. En el caso del puente de Overtoun, en Dunbartonshire, Escocia, desde los años 60, unos 50 perros han perdido la vida tras saltar de él, además de otros centenares que resultaron heridos por hacer lo mismo.
Es más, algunos de estos supervivientes volvieron a intentarlo una segunda vez. Recientemente se supo que los perros se veían atraídos por el fuerte olor a visón que procedía de debajo del puente.
Pero también algunos animales muestran una conducta suicida (y altruista) cuando atacan a un depredador para de este modo salvaguardar así al resto de la especie, como en el caso de las abejas, que pican a pesar de que eso las mata.
Las ratas y ratones infectados por el toxoplasma sienten menos miedo de los gatos y reaccionan de forma más lenta.
El objetivo de estos parásitos es que los roedores se dejen atrapar más fácilmente y poder saltar a los gatos, que es donde se reproducen. En cuanto a las infecciones, esta es una de las explicaciones que se da al varamiento de los cetáceos (ballenas y orcas) que en ocasiones se ha identificado con una forma de suicidio.
Hay animales que se dejan comer para reproducirse, como pasa con los machos de mantis, tarántulas y algunas moscas. Desde luego, si pueden, intentan escapar, pero si no lo consiguen, al menos se han reproducido, que es de lo que se trata.
El «suicidio” de los salmones
Los «suicidios” de los salmones, que en realidad son muertes por agotamiento, también tienen como resultado la reproducción y serían un caso parecido.
Ciertos animales pueden dejarse morir, renunciando a alimentarse. Como los gansos que han perdido a su pareja o de perros cuyos dueños han muerto.
Se trataría de una muerte producida por la depresión o el estrés, cosa que también puede darse en ambientes desfavorables, como es el caso de los animales que están en cautividad.
De este modo, se trata de un proceso común y más frecuente de lo que creemos.
La principal dificultad es que no hay forma de saber si un perro que deja de comer es consciente de lo que está haciendo ni de las consecuencias, aunque, por lo general, suponemos que no.
Es decir, sabemos que algunos animales tienen conciencia de sí mismos (como los grandes primates, delfines y elefantes) y también podemos saber si un animal evidentemente sufre.
Sin embargo, no es tan sencillo averiguar si este animal ha tomado una decisión consciente y voluntaria para acabar con ese sufrimiento. Este misterio, sin duda, permanecerá.
Las múltiples caras de la guadaña

Hay «1.000 maneras estúpidas de morir por culpa de un animal» y así titula su libro el periodista Isidoro Merino, al que le «divierte y fascina» hablar de la fauna más letal que habita nuestro planeta.
Por eso ha escrito una obra en la que nos recuerda sin piedad que cada año 600 personas son devoradas por los cocodrilos, 800 acaban en la barriga de tigres o leopardos y 125.000 son víctimas de mordeduras de serpientes.
En esta terrorífica introducción adelanta que en África viven moscas antropófagas que ponen sus huevos en la piel para que sus larvas se alimenten de carne humana y que en Japón «algunas avispas matan a una media de cuarenta personas al año con su picaduras».
El autor, un incorregible viajero que ha buceado con tiburones ballena en las islas Galápagos y fue atacado por un gorila macho en los volcanes del Congo, ha explicado que entre los «asesinos más impensables» que ha descubierto se encuentran es el amoroso Koala y la bella caracola del género conus.
En relación al primero se hace eco de un relato del periodista Kenneth Cook, quien confesaba que odiaba a este animalillo australiano porque en una ocasión uno de ellos estuvo a punto de «arrancarle sus atributos masculinos cuando intentaba bajarlo de un árbol.
En cuanto a las conus, afirma que muchos son los que han recogido inocentemente durante el viaje de novios en alguna playa de las Seychelles, Maldivas o Bali esas «preciosas y nacaradas conchas sin saber que se juegan la vida».
Según Merino, los conus guardan un veneno, que es un «mortífero coctel de al menos cien componentes biológicamente muy activos», que te pueden dejar tieso en apenas segundos.
Para escribir este libro, de 198 páginas, Merino ha recurrido a a numerosas obras de los más variados autores, como el «Banquete Humano» de Luis Pancorbo;»Envenenamiento para animales» de Arturo Valledor; o «Dangerous marine animals» de Bruce Halstead.
Dividido en ocho capítulos, la obra, editada por Planeta con papel ecológico, está estructurada como una guía en la que se dedica siempre un par de páginas a cada animal asesino: desde la araña bananera que desde Brasil ha llegado a Europa con los exportaciones de plátanos, hasta la Cantárida, o mosca española a la que el autor alude como el escarabajo que mató a un Rey».
Y este rey, según Merino, no es otro que Fernando el Católico, que tras quedarse viudo de Isabel, se caso con 53 años con la joven Germana de Foix, de 18, y para dar la talla recurrió al viagra del siglo XVI, que no era otro que el polvo de este pequeño escarabajo de color metálico también conocido como mosca española.
Su principio activo, señala Merino, provoca ampollas en la piel y también es tóxico por vía oral, aunque en dosis muy pequeñas (un miligramo puede ser letal) actúa como vasodilatador y provoca erecciones espontáneas.
Y se cree -concluye el autor- que fue la ingestión de este polvo lo que provocó la muerte por intoxicación del histórico antecesor dinástico de nuestro actual Rey, Felipe VI.
Tener gatos disminuye el riesgo de infarto y depresión

Existen evidencias científicas de que la convivencia con un gato aporta grandes beneficios para la salud, ya que ayudan a tener una vida más plena, tanto física como mentalmente.
Los distintos estudios existentes para conocer cuál es el papel del gato en los hogares y cómo es la relación con sus propietarios, indican que ésta es muy estrecha y con un fuerte componente afectivo, en la mayoría de los casos.
De este modo, los niños que viven con un gato tienen menos posibilidades de desarrollar alergias y asma, así como, convivir con estos felinos se asocia a bajos niveles de triglicéridos en la sangre, lo que reduce el riesgo de sufrir un ataque cardíaco o un accidente cerebrovascular.
Además, el gato ayuda a disminuir el riesgo de problemas cardiovasculares porque los propietarios de estos animales de compañía suelen tener valores más bajos de presión sanguínea y muestran menor reactividad cardiovascular en situaciones de estrés.
Asimismo, los felinos son un gran apoyo emocional en momentos difíciles y ofrecen mucha compañía a sus propietarios, tanto que un 67% de los propietarios afirma que su gato siempre está allí cuando lo necesita. Por descontado, generan confianza, sobre todo, en aquellas personas que requieren una atención especial.
En conclusión, tener un gato como mascota no solo ayuda a mantener un buen estado físico, puesto que convivir con este animal de compañía ayuda a tener mejor salud cardiovascular, sino también mental, ya que alivia el estrés y la depresión por que disminuyen los síntomas de malestar psicológico, lo que deja sin cimientos la tan usada acusación vas a terminar como la loca de los gatos.
33.000 años de amistad

Un nuevo estudio de científicos chinos sobre el origen del perro domesticado, un asunto en el que la arqueología no acaba de ponerse de acuerdo, asegura que los primeros canes que vivieron con el ser humano lo hicieron hace 33.000 años en el sureste de Asia.
La investigación, realizada por el Instituto de Zoología de Kunming, en el sur de China, llegó a esta conclusión tras examinar secuencias genómicas de 58 cánidos, incluidos 12 tipos de lobo gris (posiblemente el antepasado salvaje más cercano del perro), 27 perros primitivos y 19 razas actuales.
Mediante esos genomas, el instituto, dependiente de la estatal Academia China de Ciencias, elaboró un mapa que muestra la expansión del perro a lo largo de miles de años, y muestra un lapso de unos 20.000 años entre los primeros animales de esta especie domesticados en Asia y los de otras partes del mundo.
De hecho, los primeros restos arqueológicos que hasta ahora habían mostrado convivencia de perros con seres humanos datan de hace 15.000 años y fueron encontrados en yacimientos paleolíticos en llanuras de la actual Rusia.
En esa época, “una subespecie de perros ancestrales comenzó a emigrar a Oriente Medio, África y Europa, a la que llegaron hace 10.000 años”, señaló Wang Guodong, uno de los autores del estudio.
Fue también entonces (hace entre 16.000 y 13.000 años) cuando los primeros humanos migraron a América, a través del actual estrecho de Bering (entonces helado por las glaciaciones), y de acuerdo con Wang ya estaban acompañados por perros domesticados.
El estudio científico chino ha sido publicado en la revista científica internacional “Cell Research”, aunque los trabajos de los investigadores continúan para poder determinar con mayor exactitud geográfica y temporal el origen del mejor amigo del hombre.