antonio machado
La inevitable pervivencia de Machado

Joan Manuel Serrat le dio una popularidad que han alcanzado pocos poetas, Andrés Trapiello lo considera un poeta extraño, por su complejidad, la Academia Sueca lo citó en el Nobel a Juan Ramón Jiménez y su obra es «una alta aventura espiritual», según Pedro Cerezo, editor su «Obra esencial».
Gabriel Celaya lo definió como «el más grande de los poetas españoles del siglo» y el exvicepresidente Alfonso Guerra, devoto de Machado, advirtió, al igual que Trapiello, de que su sencillez es «esquiva» y de que hay que caminar con cuidado sobre su «enorme pureza y transparencia».
Como ya dijo su heterónimo Mairena, «la doble luz del verso, para leerlo al frente y al sesgo».
Según Guerra, la de Machado es pues «una visión del mundo llena de contrastes, en la que lo que consideramos real se pone del revés para encontrar verdades que han sido deformadas por los prejuicios», y esa es, advirtió, «la pluralidad que algunos no ven».
En un solo volumen de casi un millar de páginas, la Biblioteca Castro, dedicada a la edición de clásicos, ha reunido esta obra con el título de «Obra Esencial» al agrupar su «Obra Poética», «Prosas de los apócrifos», «Los Complementarios», «Apuntes y Ensayos de Crítica», «Poesía y prosa de la Guerra».
Un volumen que si no incluye el teatro que escribió en colaboración con su hermano Manuel, sí ha recogido sus composiciones de la Guerra Civil, «unos poemas escasos, fragmentarios y preñados del desasosiego de estos tiempos en los que el poeta permanece fiel a la República y pasa del proverbio a la copla», según los responsables de esta edición, que han destacado su homenaje a García Lorca «El crimen fue en Granada».
«Dentro de la lírica española del siglo XX, la obra de Machado resulta esencial por la gravedad y autenticidad de su voz, por su capacidad para transparentar la verdad del alma», señala el profesor y filósofo Pedro Cerezo.
Añaden los responsables de esta edición que esa «verdad del alma» va «de la poesía a la filosofía, como camino de ida y vuelta que reflexiona sobre el propio acto creativo y la capacidad de cantar lo que se pierde para salvarlo de la muerte y del olvido».
Los editores destacan que «uno de los textos menos conocidos de Machado es el cuaderno de apuntes iniciado en Baeza (Jaén) sobre un grupo de poetas y ensayistas que pudieron existir en el siglo XIX, germen de los futuros apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena», de modo que «Los Complementarios», como comúnmente se ha llamado a esta miscelánea, revela el proceso creador y el uso de las fuentes por parte del poeta.
El estudio introductorio de Pedro Cerezo, de unas doscientas páginas, supone una aproximación crítica a la obra desde «Soledades» (1907) y una poesía debida a un Machado «imbuido en el simbolismo» y «empapado de la crisis espiritual de fin de siglo, un yo caminante y cansado que siente cómo el tiempo fluye inexorablemente y repasa su propio devenir en las galerías interiores del alma».
Seguida de la nueva etapa marcada por «Campos de Castilla» (1912), con su llegada a Soria como catedrático de francés y se casa con Leonor Izquierdo, y prosigue con el Machado de «Nuevas Canciones (1924) en Segovia con «una voz grave y personal», al que sucederá el ciclo de poesía amorosa dedicado a Guiomar, nombre que oculta la identidad de la poeta Pilar de Valderrama y que significará un amor truncado por el matrimonio de Pilar y por la guerra.
Nubes surcantes en un cielo poético

La antología poética titulada «Ángeles errantes», del editor literario de la revista Litoral, el sevillano Antonio Lafarque, pone de manifiesto que las nubes, como el amor o la muerte, son uno de los temas universales de la poesía española.
Lafarque explica que para la selección definitiva de 51 poemas de otros tantos poetas que conforman esta antología, que lleva el subtítulo de «Las nubes en el cielo poético español», llegó a reunir quinientos poemas de varios cientos de poetas del siglo XX español, además de Gustavo Adolfo Bécquer, único plenamente del XIX que ha sido seleccionado.
Si a esos poemas se les suman los que trataban central o tangencialmente la niebla o la bruma, el censo de la selección inicial se elevó a casi 900, sólo de poetas españoles, ya que la presencia de las nubes en la poesía hispanoamericana, según Lafarque, no es inferior a la española.
Precisamente, dedicados a la bruma o la niebla, sólo hay dos poemas en «Ángeles errantes», firmados por Joan Margarit y Amalia Bautista.
El malagueño Rafael Pérez Estrada, aunque en prosa poética, ha sido el poeta que más ha frecuentado las nubes en su obra, seguido de otro andaluz, Juan Ramón Jiménez, y del vallisoletano Francisco Pino, quien sin embargo no fue finalmente seleccionado para la antología.
«La poesía también es un estado de ánimo -subraya Lafarque- y, si hoy volviera a hacer la antología, incluiría a Francisco Pino, con el que quizás fui injusto; Pino es un heterodoxo, pero un poeta personalísimo, que publicó con editoriales importantes como Visor e Hiperión».
Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Emilio Prados y Luis Feria ocupan un segundo puesto en cuanto a frecuencia de las nubes en su poesía; y entre los poemas preferidos por el antólogo están el de Antonio Machado, «En abril, las aguas mil», y el de Luis Cernuda, «Desdicha».
La antología también incluye un poema inédito del almeriense Juan Pardo Vidal, cuyos dos primeros versos dicen: «Nube,/ cuatro letras de algodón».
Lafarque atribuye el prestigio poético de las nubes a que «también son una metáfora del poema, y viceversa», y ha asegurado que ambos son frágiles y que los poemas populares también «se van transmitiendo y se van alterando, como las nubes se van moviendo y cambiando de forma».
«Ese carácter proteico de las nubes, que parpadeas y han cambiado de forma, es el más interesante», ha añadido.
Cuando el malagueño Centro Cultural de la Generación del 27 le encargó a Lafarque una antología, este pensó en rendir homenaje a la colección «Cazador de nubes», que ese propio centro edita, donde ha sido incluida «Ángeles errantes», cuyos ejemplares, impresos en la misma imprenta de caracteres móviles que empleó el poeta Manuel Altolaguirre en la Imprenta Sur, no se destinan al mercado.
De esta colección se hacen ediciones cortas de 300 o 350 ejemplares numerados, que se reservan para el protocolo o los invitados del Centro de la Generación del 27.
Lafarque ofrece otra razón para su antología: «Desde la ventana de su habitación y el tejado de la Residencia de Estudiantes, Emilio Prados ‘cazaba’ nubes con un espejo de mano e intentaba reflejarlas sobre la pared», por lo que su amigo Federico García Lorca lo definió en una dedicatoria como «Emilio Prados, cazador de nubes».