baile flamenco

Trinidad Huertas, pionera del travestismo en el Flamenco

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La Cuenca fue polifacética en el arte flamenco. Bailó, cantó y tocó las seis cuerdas. Y no solo eso. Le puso al baile imaginación y se inventó una corrida con todos sus lances: capote, pica, banderillas y entrada a matar. Y todo sin dejar de zapatear ni un instante
La Cuenca fue polifacética en el arte flamenco. Bailó, cantó y tocó las seis cuerdas. Y no solo eso. Le puso al baile imaginación y se inventó una corrida con todos sus lances: capote, pica, banderillas y entrada a matar. Y todo sin dejar de zapatear ni un instante

La bailaora Trinidad Huertas «la Cuenca» fue toda una adelantada a su tiempo que cosechó a finales del siglo XIX un gran éxito internacional en ciudades como Nueva York, México, La Habana, París, Berlín o Viena, y que fue también la primera en hacer un baile vestida de hombre.

«Era su baile estrella, una faena de una corrida de toros en la que hacía todas las suertes del toreo y, según las crónicas, las hacía a compás, sin dejar de zapatear. En un momento, el toro la pillaba y se caía, y desde la supuesta arena se arrastraba hacia la barrera a compás», afirma José Luis Ortiz Nuevo, coautor de un libro sobre «La Cuenca» junto a Ángeles Cruzado y Kiko Mora.

Otra característica singular es que tocaba muy bien la guitarra, algo que pudo aprender «trabajando junto a Juan Breva o Paco el de Lucena», según Ortiz Nuevo.

Este investigador, que fundó la Bienal de Sevilla y dirigió la bienal Málaga en Flamenco, conoció esta figura cuando entabló amistad en La Habana con el experto cubano Francisco Rey. «Me dijo que tenía una ficha de una bailaora española que estuvo allí, triunfó y murió en La Habana en 1890», ha explicado Ortiz Nuevo, que empezó a investigar un personaje del que no se sabía entonces mucho en España y halló noticias que revelaban su trascendencia.

Así supo que actuó en México y también en Nueva York -con referencias en el periódico «The New York Times»-, y en un rastreo por hemerotecas europeas comprobó que había estado en París, Berlín y Viena, además de triunfar en Sevilla, Madrid, Murcia, Almería, Málaga, Cartagena, Córdoba o Barcelona. «En París estuvo tres veces, en 1880, 1887 y 1889, meses antes de morir; en Nueva York, en 1888, y en México, en 1887 y 1888, triunfando de una manera ruidosa».

Nacida en Málaga en 1857, fue hija de María Cuenca Fernández, de la barriada malagueña de El Palo, y de José Huertas Flores, de Antequera o de Campillo, según otros documentos. Tanto por línea materna como por la paterna, sus abuelos eran de Antequera, Casabermeja y Algarrobo. «La Cuenca» empezó a actuar con sólo 11 años, desde esa edad ya demostraba «que tenía estudios de los antiguos bailes clásicos populares, y lo dominaba todo».

Sus comienzos artísticos tuvieron lugar en los cafés cantantes de Málaga, donde empezó a apodarse por su segundo apellido para evitar confusiones con el guitarrista alicantino Trinidad Huertas, nacido en Orihuela en 1800. Debutó fuera de su ciudad natal, en Almería, el 30 de mayo de 1875, y su actuación motivó que se prodigara por los cafés cantantes de toda España. En 1879, 1880 y 1981, fue la figura del teatro Eguilaz de Jerez de la Frontera.

Seguidamente recorrió los cafés cantantes de toda España, y en 1987, en plenitud de su arte, protagonizó en el Nuevo Circo de París un espectáculo titulado La feria de Sevilla, según un artículo aparecido en la prensa de la época, en el que se glosaban las características artísticas y físicas de las bailaoras: “A la cabeza de éstas figura Trinidad Cuenca, que viste de hombre y de corto: chaquetilla, pantalón ceñido, botas vaqueras, calañés, camisas con chorreras y faja de seda. De este modo desaparece lo que tiene de antipático el bailaor y aumenta la gracia de la bailaora, que la derrama por arrobas […]. Sube el punto del entusiasmo cuando Mademoiselle Cuenca, a la vez que baila una suerte de zapateado, simula las varias suertes del toreo”.

Estando en París fue descubierta por un empresario americano que la llevó a México.  Uno de sus reclamos consistía en que, al parecer, Trinidad Huertas no sólo se vestía de hombre para bailar, sino como costumbre, y en una entrevista con un periodista de Nueva York le aseguró «con un poco de guasa que había sido torera de verdad, y que un toro le atravesó la mandíbula y el cuerno le salió por la boca».

De su personalidad se hicieron eco los periódicos franceses, cuando hablaban de que en París había «una bailaora que fuma, bebe y vive como un hombre», y otra publicación, «El Avisador Malagueño», aventuraba que «esa mujer no podía ser otra que ‘la Cuenca'», ha apuntado Ortiz Nuevo.

Trinidad Huertas “La Cuenca” fue una artista muy singular. Una mujer “agraciada”, de “ojos sumamente expresivos”, ”pequeña estatura” y “talle esbelto y flexible” — así la describía, como veremos en este libro, El Diario de la Marina el 16 de diciembre de 1887 con ocasión de su inminente debut en La Habana—. Una mujer que vivió intensamente e hizo siempre lo que le vino en gana

En su obra Arte y artistas flamencos, Fernando el de Triana le dedica especial espacio y escribe en uno de sus párrafos: “El baile de hombre lo ejecutaba maravillosamente; fue la primera lumbrera como mujer vestida de hombre, con traje corto; y por si esto no fuera bastante, también fue una excelente guitarrista”. El célebre Maestro Otero también comentó que fue la primera que bailó las soleares de Arcas, como zapateado flamenco. Ha quedado en la historia del género como una de las intérpretes más singulares de su época.

Con La Valiente. Trinidad Huertas ‘La Cuenca’, publicado por la editorial sevillana Libros con Duende, esperan incorporarla «al altar de las grandes figuras, y que Andalucía y España se sientan orgullosas de esta mujer, que llevó el nombre, el baile y el arte de su tierra por el mundo entero».»No hay ninguna figura del flamenco de esa época que haya acaparado tanta atención en el mundo», concluye.