bette davis
Dos lobas en su crepúsculo

Protagonizaron el mayor duelo de divas de la historia del cine en «¿Qué fue de Baby Jane?», pero la rivalidad entre Bette Davies y Joan Crawford venía de lejos, alimentada por la ambición y los celos de ambas y también por un Hollywood machista que utilizaba y desechaba a las actrices a partir de cierta edad.
A la revisión de esta relación que propuso Ryan Murphy en la serie de HBO «Feud» se une un libro, «Bette&Joan. Ambición ciega», de Guillermo Balmori, experto en cine, escritor y coeditor e Notorius Ediciones, que ahonda en sus causas y circunstancias.
Procedían de clases sociales distintas. Davies, de familia acomodada y educada, aunque le encantaba blasfemar, mientras que Crawford sólo conoció la miseria en su infancia y adolescencia, y por el contrario era «un dechado de gazmoñería y refinamiento».
Según el autor, la que fue estrella de la Metro, Crawford, siempre admiró a Davies, pero no al revés. «Davies fue la gran sádica de Hollywood y Crawford la gran masoquista», señala en las páginas del libro, dando por buena una sentencia de un crítico de la época.
Muchas de las cosas que se han escrito sobre la mala relación entre ambas, desde su enfrentamiento por un hombre, el actor Franchot Tone, hasta los entresijos del rodaje de su única película juntas, «¿Qué fue de Baby Jane?», deben tomarse con cierta reserva.
Y es que no solo los reporteros y columnistas de la época se encargaron de sacar toda la punta posible a una historia ideal para un público morboso, sino que la jefa de prensa de la película y hasta las propias actrices se encargaron de alimentar el circo.
Quizá uno de los chascarrillos más famosos del rodaje del filme dirigido por Robert Aldrich fue la patada que Davies le propinó en la cabeza a su compañera en una escena en la que supuestamente debía fingir los golpes y que aderezó convenientemente la célebre columnista Hedda Hopper.
Y la revancha que Crawford se tomó cuando, en otra escena en la que Davies debía llevarla a rastras, se ocultó en el talle un cinturón de levantador de pesas con refuerzos de plomo.
Para entonces, ambas habían pasado por altibajos en su trayectoria. Las dos habían ganado al menos un Oscar: Crawford por «Alma en suplicio» (1945) y Davies por «Peligrosa» (1935) y «Jezabel» (1938), pero también sabían lo que era recibir la etiqueta de «veneno para la taquilla».
Se dio la circunstancia de que el Oscar de Crawford fue por un papel que Davies había rechazado. Después de eso, su carrera languideció, mientras que Crawford se erigía como nueva reina del melodrama en Warner.
Pese a todas las diferencias, tenían una herida en común, el abandono paterno. El director Vincent Sherman señalaba así esta similitud: «Pese a que se aborrecían entre ellas, debajo de la piel eran hermanas. Ambas habían sido abandonadas por su padre, lo que les dejó como secuela una eterna desconfianza hacia los hombres».
El otro aspecto en común es que eran dos actrices de carácter en una industria dominada por hombres. Tenían que pelear para que los estudios les ofrecieran papeles interesantes y esto alimentó su rivalidad. Bette Davies llegó a plantarle cara al mismísimo Jack Warner en los tribunales.
En el juicio se habló de «esclavitud laboral» y salieron a la luz cláusulas por las que un actor se veía obligado a hacer todo lo que el estudio le ordenaba. Pese a ello, el juez le dio la razón a Warner, aunque al menos Davies logró mejorar su contrato con el estudio.
La loba al desnudo

Si siguiera viva, la actriz Bette Davis tendría actualmente 108 años. En España puede encontrarse la biografía ‘Amarga victoria’, en la que el historiador de cine Ed Sikov desgrana, mediante entrevistas y un estudio de sus películas, la vida de esa «mujer fuerte, inteligente y original» convertida en «estrella».
‘Amarga victoria’ (T&B) es también el título de una de sus películas de mayor éxito, dirigida por Edmund Goulding y en la que Bette Davis, que compartía cartel con Humphrey Bogart, daba vida a una mujer que descubre que tiene un tumor cerebral y que le queda muy poco tiempo de vida, papel por el que fue candidata al Oscar en 1939.
Fue Humphrey Bogart el que dijo de ella que era «capaz de noquear a cualquiera que no fuera muy grande», y es que Ruth Elisabeth Davis, nacida el 5 de abril de 1908 en Lowell, Massachusetts, dejó huella de su marcado carácter entre todos los que la conocieron y en los millones de espectadores que descubrieron a la estrella en cintas como ‘Eva al desnudo’, ‘La loba’, ‘Jezabel’, ‘Qué fue de Baby Jane’ o ‘La extraña pasajera’.
Fallecida el 6 de octubre de 1989 en París, como consecuencia de un cáncer de mama, fue en España en donde realizó su última aparición pública cuando recogió el Premio Donostia en la edición de ese año del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, ya que se mantuvo «orgullosamente» activa hasta el día de su muerte.
En ‘Amarga victoria’, Ed Sikov, autor también de las biografías de Billy Wilder y Peter Sellers, habla de Bette Davis como de una de las «figuras más singulares y dominantes que ha producido la historia del cine». Sus ojos tan enigmáticos y peculiares, aquellos a los que cantó Kim Carnes en ‘Bette Davis Eyes’ en 1974, escondían, según Sikov, a una mujer «magnífica y exasperante, luminosa y belicosa a partes iguales»; «una fuerza de la naturaleza, un talento explosivo, que definió y preservó el significado de la palabra estrella durante más de medio siglo», período durante el que «trabajó como una burra».
El productor Jack Warner, su jefe durante muchos años, la describe como «una tía explosiva con una izquierda potente», y su amiga, la también actriz Ellen Hanley, dice que «fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX»
Dos Oscar en 10 nominaciones
Con dos Oscar a la mejor actriz, de un total de 10 nominaciones, por ‘Peligrosa’ (1935), de Alfred E. Green, y ‘Jezabel’, de William Wyler (1938), fue una «veinteañera glamurosa» en cintas como ‘El altar de la moda’, ‘Cautivo del deseo’ o ‘Una mujer marcada’, pero su imagen siempre será la de esa «madurez huesuda, curtida, de rasgos duros adornados por una mancha de carmín rojo» y cigarrillo en mano de cintas como ‘La carta’ o ‘Eva al desnudo’.
La actriz fue candidata a la preciada estatuilla en otras ocho ocasiones, y rodó más de 80 películas entre ‘Bad Sister’ (1931) y ‘La bruja de mi madre’ (1988).
El Hollywood de los años 30 es «inconcebible» sin su personaje de la «bruja» de Mildred Rogers en ‘Cautivo del deseo’; sin Julie Mardsen, la «arpía sureña» de ‘Jezabel’, o sin Judith Traherne, la mujer «lúcida y segura» de ‘Amarga victoria’.
El cine de los 40 es «inimaginable» sin la asesina sin remordimientos de ‘La carta’, sin la superviviente de ‘La extraña pasajera’, sin la Margot Channing de ‘Eva al desnudo’, cuya interpretación «puso el listón tan alto en 1950 que el resto de la década decepcionó sin remedio», o sin el de la desequilibrada Baby Jane Hudson, que le llevó a representar el enfrentamiento que tenía en la vida real con otra de las grandes, Joan Crawford, en ‘Qué fue de Baby Jane’.
Se casó cuatro veces y tuvo tres hijos, dos de ellos adoptados, pero, según el autor, todos sus maridos la consideraron «problemática, cascarrabias, agresiva y maleducada. Siempre presta a discutir y amiga de la botella».
Lo cierto es que la Davis llevaba «la beligerancia en las venas», pero también es cierto que sin ella «no hubiera existido otras grandes como Meryl Streep». La diferencia es que esta última «quiere que en el fondo queramos un poco a todos sus personajes», mientras que en el caso de Davis «le importaba un comino» y «si el papel requería que el espectador la odiara, ella hacía que la odiara, por eso la queremos», escribe Sikov.