bob dylan
El rock como modelo predecible de consumo

La música rock fue desde sus inicios objeto de numerosas críticas, y no únicamente de furibundos padres alarmados ante el inaceptable movimiento de caderas de Elvis Presley, o los aullidos desaforadamente sexuales de Little Richard. Había algo en la música rock que la hacía “menor” en comparación con la sacrosanta música clásica o incluso con un jazz ya aceptado y asentado como la música de una selecta minoría, más o menos intelectual. Incluso el folk estaba sancionado por ser una música de raíces.
Ese algo era, precisamente, que el rock era “mayor”. Se vendía mucho más que otros estilos musicales. No estamos hablando únicamente de elitismo. El público del rock lo constituía una numerosísima caterva de histéricos adolescentes, nacidos del optimismo ante el fin de la Segunda Guerra Mundial, acríticos para con cada nuevo producto que se les vendía. Si éstos eran los aficionados, ¿qué podía esperarse de la chillona música que escuchaban?
Esto, por supuesto, es una visión sesgada. Claro que hubo discusión acerca de qué artista era mejor que otro, o qué canción valía la pena y cuál era una auténtica gozada, pero sus principales valedores, incluso en el caso de los artistas más populares, eran jóvenes. A veces, también eran negros, lo cual no hacía mucho por mejorar el aspecto callejero o inferior del asunto a los ojos del respetable hombre blanco que debía decidir la asignación económica que su hijo o hija adolescente iba a poder dedicar a comprar música.
Sea como fuere, el rock se consolidó como un negocio cada vez más rentable, por cuanto sus fans (y entre ellos los futuros músicos) iban creciendo y entrando en un mercado laboral en expansión, debido justamente a la previsión de la enorme demanda que estos jóvenes harían de productos de todo tipo (incluidos reproductores de música, singles y discos de larga duración —cada vez más solicitados por músicos y, sobre todo, emisoras de radio necesitadas de cubrir holgadamente su programación—, y entradas de conciertos) cuando gastasen su recién adquirido primer sueldo. A este respecto resulta altamente revelador un texto de Tony Judt, contenido en su obra Postguerra: “Hasta aquel momento (finales de la década de 1950), la gente joven no había siquiera constituido una entidad diferenciada de consumidores”
Todo este marcado carácter de fenómeno sociológico y económico de masas no hacía sino poner de manifiesto la inferioridad del rock. Simon Frith lo explica muy bien: “El acierto con el que logramos explicar la consolidación del rock ‘n’ roll o la aparición de la música disco se toman como prueba de su falta de interés estético”. Fue entonces perfectamente normal que en algún momento no muy posterior algunos músicos de rock empezasen a desarrollar ciertas inquietudes artísticas.
Jeff Nuttall habla, en su libro Las culturas de posguerra (1968), de cómo un suceso de la magnitud de un hongo atómico fue por sí solo el detonante de toda una corriente de críticas contra el mundo que los jóvenes habían heredado, y de la elección de las artes (entre ellas, la música rock) como forma idónea (quizá la única) de expresar el malestar y desasosiego continuos propios de la sociedad de la Guerra Fría.
Más cerca en el tiempo, y con menor carga lisérgica, José Manuel Azcona menciona a Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg como referentes indispensables para entender el maridaje entre la música para adolescentes de Elvis, The Beatles o The Rolling Stones, carente en principio de componente intelectual alguno, con las ideas contraculturales del Movimiento Hippie, heredero natural del inconformismo propio de la Beat Generation.
Es en este contexto donde aparece la figura de Bob Dylan, quien, con su formación folk y sus letras hondas y comprometidas hasta un extremo impensable para los adolescentes fans de los Everly Brothers o The Beach Boys, era un improbable o vago modelo pop. Cuando dio el salto al rock electrificado, abandonando el sonido acústico de sus inicios (y siendo duramente criticado por ello desde instancias folk), trajo consigo la reputación ganada, transformando el escenario y abriendo un nuevo abanico de posibilidades líricas en el rock. De repente, el rock tuvo una vertiente elevada en lo intelectual (que con los años se vería sancionada incluso con la concesión de galardones que, como el Premio Príncipe de Asturias en 2007, habían estado tradicionalmente destinados a literatos). Mark Polizzotti escribe:
Se ha escrito tanto sobre Dylan y sobre Highway 61, que cualquier comentario añadido parece redundante. Al ser la estrella de rock oficial de la gente pensante, Dylan ha sido carnaza intelectual para generaciones de comentaristas. Otros artistas han vendido más discos, desde los Beatles hasta Michael Jackson o Mariah Carey, pero ninguno de ellos ha inspirado el mismo nivel de reverencia o de referencia.
La revigorizada vertiente lírica que Dylan introdujo fue importante para todo el rock posterior. Para el rock progresivo es quizá el primer peldaño, no el más importante, en su ascensión hacia unas más elevadas cotas de creación artística. Algo que formaba parte de sus ambiciones, tanto o más que la venta de discos.
Esta fase de la contracultura juvenil tuvo muy probablemente en el festival de Woodstock su punto álgido, al menos en cuanto a notoriedad mediática. El evento, organizado por cuatro veinteañeros y celebrado durante tres días de agosto de 1969 en una granja a las afueras de un pueblo del estado de Nueva York, suscitó todo tipo de comentarios, algunos no muy positivos. Uwe Schmitt, con motivo de unos programas de radio con el hilo conductor de la fiesta en la historia, nos lo cuenta así:
En Europa el debate sobre el fenómeno de masas que había sido Woodstock se inició en el otoño de 1970, cuando el documental de tres horas de Michael Wadleigh permitió al menos una visión parcial. La película dividió a la crítica cultural en dos campos hostiles que no tenían nada que envidiarse en cuanto a animosidad. Mientras unos no se cansaban de ensalzar beatíficamente el mito de una fiesta gigante de la paz que mostraba definitivamente el camino hacia una nueva sociedad libre a los hijos de Marx y de la Coca-Cola y al establishment, tan odiado por ellos, los otros condenaban la visión de Woodstock como peligrosa o demasiado cándida. Se produjo una curiosa coalición de rechazo entre los escritores ultrarreaccionarios y los representantes de la intelectualidad de izquierda, que tildaron por su parte a Woodstock de ejemplo frankfurtiano de manual en el que se mostraba un movimiento de masas desviado hacia el servilismo del explotador capitalista. Merece la pena retomar el hilo de estas agrias polémicas, que nos vuelve a llevar directamente a una época de esperanzadas rebeliones de la que el símbolo de Woodstock fue a menudo aislado y, por así decirlo, expulsado de manera fatal.
«La Dialéctica de la Ilustración» de Horkheimer y Adorno, con su concepto de la industria cultural, así como la obra de Enzensberger «Industria de la conciencia» ocuparon un lugar destacado entre los recursos argumentativos de los detractores de Woodstock. Estos escritos, utilizables por igual como meras proclamas o en exposiciones serias, se vieron apoyados a gusto del consumidor por declaraciones menos difundidas de testigos contemporáneos. Por ejemplo, por la crítica de Jürgen Habermas al “comportamiento moderno del ocio” que “no sería voluntario sino que dependería del ámbito de la producción en forma de “ofertas para el tiempo libre”. Una frase tomada de “Integración y desintegración”, artículo de Adorno y Benjamin publicado en 1942, presenta una línea de ataque similar: “La idea de que en una sociedad sin clases se prescindirá en gran medida del cine y la radio, que probablemente ya ahora mismo no sirven a nadie, no es en modo alguno absurda”. ¿La sociedad sin clases?
Nadie vacilaba entonces en aplicar burlonamente estos imponentes conceptos a la nación sin clases de aquel fin de semana en Woodstock. Y sólo unos pocos objetaron a esta elevada crítica no haber entendido precisamente lo esencial de la revuelta juvenil. .
Así que no era suficiente con las letras de protesta. Nada de lo que se dijera en una canción podría conmover o hacer cambiar de opinión a quien pensaba que cualquier cosa salida de un amplificador con guitarras eléctricas era inválida por cuanto estaba socialmente condicionada o políticamente predeterminada; incluso si el mensaje se lanzaba precisamente contra la opresiva élite responsable de la Guerra de Vietnam, por poner un ejemplo típico, usado precisamente en el festival de Woodstock.
The Band, raíces y honestidad

Cuando a principios de los años sesenta Ronnie Hawkins Ilega a Toronto, Canadá, está firmemente decidido a bajar a Elvis Presley del trono del rey del rock’n’roll. No lo consigue, a causa de su desmedida pasión por el whisky, pero tiene la suerte de topar con Robbie Robertson, un joven guitarrista competidor de Lonnie Mack y de James Burton, el legendario «apoyo» de Ricky Nelson, quien reúne a un grupo de amigos canadienses y excelentes instrumentistas como eran el pianista Richard Manuel, el teclista Garth Hudson, el bajista Rick Danko, procedentes de grupos desconocidos como The Robots y Paul London & The Trombones. El batería del grupo Arkansas, Levon Helm, completó el grupo que fue bautizado como Ronnie Hawkins & The Hawks.
El repertorio de las primeras giras está constituido por rockabilly y Rhythm and blues, mezcla que contribuye a crear en torno al grupo una sólida reputación en los clubes y en las salas de baile del Canadá y de los Estados Unidos. El grupo, sin embargo, graba muy poco con Hawkins: durante una de estas grabaciones, exactamente ‘Mojo man’ (1964), Levon Helm toma el micrófono para entonar un clásico del rock’n’roll, demostrando al resto de los componentes que es el momento oportuno para separarse del cantante y continuar por si solos. La formación adopta en primer lugar el nombre de The Canadians y despues el de Levon & The Hawks. Graban algunos singles para pequeñas compañías independientes, y, mas tarde, acompañan en tres discos al cantante John Hammond Jr. (hijo del gran John Hammond). Helm daba voz a la nueva imagen del grupo: batería de gran impacto, era un cantante con voz modulada e inconfundible, y, sin escribir canciones, llega a convertirse en el líder del grupo, sostenido vocalmente por Rick Danko y Richard Manuel. El largo camino les estaba transformando en instrumentistas de gran valía de tal modo que podían cambiarse los instrumentos en cualquier momento.
De 1965 es una colaboración del grupo con el cantante de blues Sonny Boy Williamson, interrumpida violentamente por la imprevista muerte del cantante; a continuación Levon & The Hawks, ya muy populares en la Costa Este, fueron contratados por Bob Dylan (aconsejado por Hammond) que estaba preparando su gira mundial de 1966. Dylan comprendió que ese era el grupo que le servia para completar sin problemas su dificil transición del folk al rock. La primera grabación que llevan a cabo juntos es el single ‘Can you please crawl out of your window’. Despues, Robertson participará en la grabación de ‘Blonde on blonde’ y The Hawks se uniran a Bob en la controvertida gira electrica de 1965/1966.
Por aquella epoca, Levon Helm, perdido el liderazgo del grupo, abandona temporalmente la formación, siendo sustituido por Mickey Jones. Aunque el público estaba desconcertado por la transformación de Dylan, por lo que no siempre tenia una buena acogida, The Hawks eran protagonistas de un fenómeno único en el mundo del pop. El fin de la gira les permite preguntarse qué es lo que quieren hacer exactamente, en la misma época del famoso accidente de moto que tuvo Dylan.
Al contrario de la mayoría de grupos de la escena musical americana de aquella época, The Hawks, nombre que nunca figuró en los carteles de la gira, no estaban politizados, ni se hallaban ligados a grupos de protesta; sin duda el ser canadienses les hacía indiferentes al envoltorio político que otros utilizaban de manera oportunista.
Más tarde decidieron retirarse a una granja cerca de Woodstock, llamada Big Pink, para reflexionar después de haber pasado seis años en la carretera. Garth Hudson declaró: «El ser capaces de cortar leña, de hacer las cosas de la casa y vivir esas sencillas experiencias eran parte de un estilo de vida que nos gustaba. Comprendimos que musicalmente podíamos crear cosas interesantes sin la compañía de otros artistas».

Asumido definitivamente el sencillo nombre de The Band —que era el que aparecía en los carteles de la gira de Dylan— el grupo se pone a trabajar. El resultado de su etapa en Woodstock es el disco ‘Music from Big Pink’, publicado en 1968 y considerado por muchos como uno de los mejores discos de la historia del rock. Tambien graban con Dylan las canciones que veran la luz en 1975, en el doble álbum titulado ‘The basement tapes’. ‘Music from Big Pink’ obtiene un éxito inmediato, gracias a la popularidad conseguida por The Band como grupo de Bob Dylan, también creador de Ia portada del disco. La crítica americana define la música de The Band como ‘white soul’, ‘soul blanco’, y el periodista Greil Marcus escribe en su libro Mistery train: «The Band representa una continuidad de las generaciones; en contra de las tendencias de los sesenta, ellos innovaban Ia tradición pero también querían perdurar; en contra de Ia música pop Ilevada a cabo de modo efímero, se aprovecharon de su posición, pues era un grupo con años de rodaje a, sus espaldas, un grupo que quería durar».
Además, Robertson explica: «Quiero escribir sobre cosas con las que puedo estar directamente relacionado: me puedo proyectar mejor en los campesinos que se unieron en sindicatos durante Ia Depresión que en el que va a San Francisco para ponerse flores en el pelo». Todas las canciones de ‘Big Pink’, tanto las escritas por Robertson solo como las realizadas en colaboración con Dylan, Danko y Manuel, evocan esta América perdida y el deseo de recuperarla; ‘Tears of rage’, ‘To kingdom come’, ‘We can talk about it now’, ‘The weight’, ‘Chestfever’ son inspirados retratos de la América rural, de la soledad y la desesperación que nacieron a causa de las emigraciones; forman una gran metáfora de una América ideal propuesta como un nuevo «mito de la frontera». Los arreglos musicales de estas canciones incluían una gran variedad de instrumentos, consiguiendo una grandeza interpretativa jamás vista, en un fecundo conflicto entre lo acústico y lo eléctrico, con intervenciones de órgano, piano y violín de una forma muy original e inédita.
En 1969, terminado el trabajo en colaboración con Dylan, The Band publica un segundo álbum, ‘The Band’, que confirma Ia fuerza y la madurez conseguida por el grupo, sobre todo gracias a las composiciones de Robertson. Desde la balada sobre la guerra civil, ‘The night they drove Old Dixie down’, hasta el seco humor de ‘Up on Cripple Creek’, todas las canciones están escritas desde el punto de vista de las clases populares y de la gente simple; son pequeñas joyas musicales adornadas con fantasiosos arreglos. Este álbum es la consagración de The Band como una de las mas grandes realidades del rock, aunque al tratar aspectos típicamente americanos ponga un cierto limite a su exportación.
Del año siguiente es el álbum experimental ‘Stage fright’, escrito y grabado en dos semanas de conciertos en directo – aunque sin público – en el Teatro de VVoodstock. Este LP, al igual que ‘Cahoots’ (1971), no tiene el mismo éxito que los primeros álbumes, anticipando los desiguales éxitos de The Band en los años setenta.
El doble en directo ‘Rock of ages’, grabado la noche del 31 de diciembre de 1971 en la Academia de Música de New York, es un extraordinario reflejo de la historia y de las vicisitudes de The Band; y el sexto LP, ‘Moondog matinee’, es un homenaje a los clásicos del rock’n’roll.
Un nuevo brote de popularidad tendrá lugar gracias a su participación en otra gira de Bob Dylan, la del histórico doble álbum en directo ‘Before the flood’, justamente atribuido a Bob Dylan/The Band, ya que el grupo interviene tanto que llega a invadir las grabaciones con su típico sonido. Pero en 1975 el álbum ‘Northern lights/ Southern cross’ recibe una indiferente acogida por parte de la critica y del público, y tras dieciséis años The Band empieza a pensar en una separación. El día de Acción de Gracias de 1976 el legendario Winterland de San Francisco está rebosante de un público entusiasmado, consciente de que va a ser algo memorable. Bill Graham ofrece a todos pavo y pan ácimo, creando una atmósfera casi religiosa.
Cuando se alza el telón, los quinientos fans ven por última vez tocar juntos a The Band, mientras la cámara de Martin Scorsese lo filma todo. ‘The last waltz (El Ultimo vals)’, triple álbum y película, documenta una memorable noche en la historia del rock. En el escenario, junto a The Band, se alternaron personalidades que habían colaborado con el grupo durante su larga carrera: Ronnie Hawkins, Neil Young, Joni Mitchell, Dr. John, Van Morrison, Muddy Waters y -por supuesto- Bob Dylan. El disco fue publicado en 1978.
Tras publicar el album ‘Island’ en 1977, el adiós fue ya definitivo y cada uno siguió su propio camino. Todos los miembros de The Band continuaron carreras en algún grado relacionadas con la música, aunque fue Robertson quien se consagró con la trayectoria más exitosa. Él se convirtió en productor musical y escribió bandas sonoras (trabajando como asistente musical para varias películas de Scorsese) antes de su alabado regreso con disco solista, llamado ‘Robbie Robertson’, producido por Daniel Lanois y con la compañía de U2 en dos canciones.
Helm recibió buenas críticas por su debut en la película ‘Coal Miner’s Daughter’, biografía de la cantante de country Loretta Lynn, y por su narración y papel secundario junto a Sam Shepard en ‘The Right Stuff’ (1983).
Garth Hudson, con su habilidad para múltiples instrumentos, ha lanzado dos aclamados discos solistas: ‘The Sea To The North’, en 2001, y «Live at the Wolf» en 2005, ambos con su esposa Maud como vocalista, y también se ha mantenido ocupado como un solicitado músico de estudio. Los demás miembros han intercalado sesiones musicales con ocasionales discos solistas.
En 1983, The Band se reunió y volvió a las giras, aunque sin Robertson. Algunos seguidores y críticos han sugerido que se debió a disputas. Robertson, en cambio, ha dicho que tal respuesta era exagerada, y que les desea a sus antiguos compañeros la mejor de las suertes. Varios músicos fueron reclutados para reemplazar a Robertson y completar el grupo.

Mientras The Band continuaba la gira, el 4 de marzo de 1986, Richard Manuel se suicidó en su habitación de hotel en Florida, Estados Unidos. Luego se supo que sufrió durante muchos años de un alcoholismo crónico. Según la autobiografía de Helm, en las últimas etapas de su enfermedad, Manuel tomaba ocho botellas de licor Grand Marnier diarias.
El 16 de octubre de 1992, los miembros sobrevivientes de The Band participaron en el concierto homenaje a Bob Dylan celebrado en el Madison Square Garden (New York City), interpretando «When I Paint My Masterpiece», que más tarde (1993) se publicó en el disco «The 30th Anniversary Concert Celebration» del artista de Minnesota.
En 1993, The Band grabó el disco ‘Jericho’, en el que la mayoría de las composiciones fueron hechas por otros. En este mismo año, los componentes de The Band participaron el masivo concierto del ex-Pink Floyd, Roger Waters, de «The Wall» en Berlín.
El 10 de diciembre de 1999, The Band perdió a otro integrante, Rick Danko, quien murió a los 56 años, mientras dormía.
Dylan, el poeta nihilista de instintos suicidas

Bob Dylan pensó en el suicidio y estuvo enganchado a la heroína en su momento de máximo éxito, en la década de los sesenta, según una entrevista del cantante Robert Shelton. «Dejé el consumo de heroína en Nueva York. Estuve muy, muy colgado durante una temporada, realmente muy enganchado y dejé el vicio. Tenía un vicio, tenía un vicio de 25 dólares al día y lo dejé», afirmó en una entrevista grabada en un avión en 1966.
Fue el año en que Dylan había causado una gran controversia, al dejar sus raíces folk para apostar por la música rock, en una gira por Europa en la que estuvo acompañado por un grupo de rockeros que posteriormente se convertirían en The Band. Su concierto en Manchester (Reino Unido), en el marco de esa gira, quedó para la posteridad después de que un miembro de la audiencia increpara a Dylan al grito de «Judas» por dejar atrás su trayectoria de música acústica folk.
Shelton explicó a la BBC que tiene la intención de incluir esta y otras grabaciones inéditas de conversaciones con Dylan en una nueva edición de su libro No Direction Home . El biógrafo autorizó la difusión de parte de esas grabaciones, como la referente al suicidio, en la que se escucha a Dylan decir: «para mi la muerte no es nada. Podría haberlo hecho fácilmente». «Soy el tipo de persona que se suicidaría. Me pegaría un tiro en el cerebro. Si las cosas fueran mal, saltaría por la ventana», dice. Sobre sus canciones, que han sido objeto de decenas de sesudos ensayos, análisis y tesis doctorales, Dylan afirma que se las toma «con menos seriedad que cualquier otra persona». «Sé que no me van a acercar ni un paso al cielo, que no me van a sacar de la ardiente caldera. Ciertamente no van a alargarme la vida y no van a hacerme feliz. No se puede ser feliz haciendo algo genial y divertido», señala.
Ganador del Nobel de Literatura en 2016 y de un Globo de Oro y un Óscar en 2001 por la canción Things Have Changed, escrita para el filme Wonder Boys , es miembro asimismo del salón de la fama del rock’n’roll. Un expediente de oro para un hombre que tuvo muy claro desde el principio que debía salir de Hibbing, en su gélida Minesota natal, para encontrar la luz en las calles inyectadas de vida del Greenwich Village neoyorquino, donde halló inspiración en la poesía de Dylan Thomas (un habitual en sus gustos junto a Hank Williams y Woody Guthrie) para dar con el nombre que le acompañaría el resto de su vida artística.
Robert Allen Zimmerman, su nombre real, es un símbolo de la contracultura estadounidense desde comienzos de la década de 1960, cuando su encendido repertorio de cantautor encontró acomodo en las proclamas de una sociedad que hervía por la guerra de Vietnam al tiempo que se unía en la lucha por los derechos civiles.
«Mis canciones no son sermones y no considero que haya nada en ellas que diga que soy un portavoz de nada ni de nadie», argumentó, al tratar de restar valor a composiciones míticas como las incendiarias y comprometidas «Like a Rolling Stone», «Blowin’ In The Wind» o «The Times They Are A-Changin». Su carácter huidizo y misterioso le ha granjeado a Dylan fama de genio huraño.
Unas canciones con las que, en su opinión, sólo trataba de plasmar la realidad que veía pasar ante sus ojos como buen artista «folk», cuyas letras siguen vigentes y se pasan de generación en generación.
Es uno de los músicos más influyentes de la historia, capaz de usar las letras para expiar sus propios pecados y convertirlos en prosa adictiva, ya sea a modo de pop, rock, country o folk, mientras deja escapar sus lamentos por esa garganta que pudiera parecer rota por momentos pero siempre acariciada por su inseparable armónica.
Ganador de un Globo de Oro y un Óscar en 2001 por la canción «Things Have Changed», escrita para el filme «Wonder Boys», es miembro asimismo del salón de la fama del rock’n’roll.
Un expediente de oro para un hombre que tuvo muy claro desde el principio que debía salir de Hibbing, en su gélida Minnesota natal, para encontrar la luz en las calles inyectadas de vida del Greenwich Village neoyorquino, donde halló inspiración en la poesía de Dylan Thomas (un habitual en sus gustos junto a Hank Williams y Woody Guthrie) para dar con el nombre que le acompañaría el resto de su vida artística.
A su primer disco, «Bob Dylan» (1962), le siguieron otros como los imprescindibles «The Freewheelin’ Bob Dylan» (1963), «The Times They Are a-Changin» (1964), «Another Side of Bob Dylan» (1964), «Highway 61 Revisited» (1965) o «Blonde on Blonde» (1966), que contenían himnos clásicos de protesta política.
Era la primera fase de su época más brillante, continuada con obras más líricas y eléctricas como «New Morning» (1970), «Pat Garrett & Billy the Kid» (1973), «Desire» (1975) -donde aparecía la inolvidable «Hurricane»- o «Blood on the Tracks» (1975), antes de caer en un bache creativo especialmente notable en la década de 1990, su peor etapa en cuanto a ventas.
De ese bajón logró salir con trabajos tan triunfantes como «Time Out of Mind» (1997) y especialmente, ya en el nuevo siglo, con «Modern Times» (2006).
Son casi seis décadas sobre los escenarios, incluidos los que pisó en China, para una trayectoria que vivió un importante punto y aparte en 1966, cuando sufrió un grave accidente de moto que le llevó a recluirse de la fama y la presión, alejándose de los escenarios mientras pasaba más tiempo con su familia. Es precisamente en esa época cuando Bob Dylan pensó en el suicidio y estuvo enganchado a la heroína en su momento de máximo éxito.
Dylan se casó en dos ocasiones: en 1965 con Sara Lownds (de quien se divorció en 1977), con la que tuvo cuatro hijos (incluido Jakob, vocalista de «The Wallflowers), y con Carolynn Dennis en 1986 (se divorciaron seis años después), con quien tuvo una hija más.
La «Dylanología» tiene su mausoleo en Tulsa

Un sorprendente archivo secreto con décadas de documentos del legendario músico Bob Dylan, que incluye grabaciones desconocidas, manuscritos e instrumentos, será instalado en Tulsa, en el estado de Oklahoma (EE.UU.), según anuncia la George Kaiser Family Foundation (GKFF).
En el lote de 6,000 objetos que engloba más de 60 años de trabajo se encuentran las primeras grabaciones del músico de 1959, así como un cuaderno con las letras de algunos de sus éxitos como «Tangled Up In Blue» y «Simple Twist Of Fate», del disco «Blood on the tracks» (1975).
La colección, que fue vendida a la GKFF y la Universidad de Tulsa por entre 15 y 20 millones de dólares, está actualmente en traslado para su catalogación y digitalización en el Brady Arts District de Tulsa.
Dylan es conocido por su esquiva figura y vida nómada, y está inmerso en una «Gira Sin fin» desde finales del siglo pasado, dentro de la cual ofrece más de 100 conciertos al año en todo el mundo, a la vez que sigue grabando álbumes de estudio.
En un comunicado de prensa, el presidente de la fundación, Ken Levit, subrayó que Bob Dylan es un «tesoro nacional cuyo trabajo continúa enriqueciendo las vidas de millones de personas de todo el mundo, y estamos orgullosos de traer este archivo importante, completo y culturalmente significativo a Tulsa».
«Esperamos que, como resultado, Tulsa pronto atraerá a seguidores y estudiosos de Dylan de todo el mundo», agregó Levit.
Por su parte, el autor de «Like a Rolling Stone», de 74 años, se mostró satisfecho con el destino de esta colección, incluida la chaqueta de cuero que llevaba en el festival de Newport de 1965, año en el que desconcertó a sus seguidores al emplear una guitarra eléctrica para interpretar sus canciones.
«Estoy contento de que mis archivos, que han sido recopilados durante todos estos años, hayan finalmente encontrado una casa y vayan a estar acompañando los trabajos de Woody Guthrie», subrayó Dylan en la misma nota, al referirse al Woody Guthrie Center de la ciudad.
Dylan siempre ha considerado a Guthrie, nacido en Oklahoma y uno de los principales músicos populares de EE.UU. en las décadas de 1940 y 1950, como su gran ídolo y el motivo de que comenzase a escribir canciones.
«Para mí, tiene todo el sentido y es un gran honor», recalcó el autor de «Song to Woody», una de sus primeras composiciones y parte de su primer álbum «Bob Dylan» de 1962.
Por su lado, el decano de la Universidad de Tulsa, Steadman Upham, dijo que «la ‘dylanología’ es una creciente área de la investigación en ciencias sociales y humanidades, y Tulsa se convertirá en el epicentro internacional de la investigación académica de todo lo que tenga que ver con Dylan».