bossa nova
A Lucifer le gusta la bossa nova

En 1968, cuando la banda brasileña Os Mutantes interpretó el discordante «É Proibido Proibir» («Prohibir está prohibido»), con el cantante Caetano Veloso, para una audiencia de estudiantes conservadores en el Festival International de Canção, en Río, la multitud se erizó, y muchos les dieron la espalda. Veloso, como recordaba en sus memorias, miró y gritó: «¡Dios anda suelto!»
Dos años después de ese concierto fundamental, Os Mutantes todavía estaban preocupados por los poderes superiores. En «Ave, Lúcifer», del tercer álbum de la banda, los miembros Arnaldo Baptista y Rita Lee consideran si Satanás fue solo otro de los placeres de Edén. » Mas tragam Lúcifer pra mim / Em uma bandeja pra mim «, canta Lee, exigiendo que le traigan la serpiente en una bandeja. Su hipnótica descripción de la escena blasfema atrae a los oyentes hacia la pregunta final: ¿Por qué Dios pondría a Satanás en el jardín en primer lugar?
A finales de los años sesenta en Brasil, un grupo de bandas, artistas, poetas y cineastas conocidos como el movimiento Tropicália desafiaron a la creciente clase militar del país con arte subversivo y experimentación. En el centro estaba Os Mutantes, una banda de rock psicodélico en expansión formada por Sérgio Dias y su hermano Baptista, y encabezada por el pelirrojo Lee. Apenas salidos de su adolescencia, y animados por los golpes militares cíclicos, Pink Floyd y DC Comics, los músicos fusionaron el rock estadounidense, el pop británico y la bossa nova brasileña, adornando los mensajes políticos con la misma suavidad que Harrison y Hendrix. A medida que la censura se extendió por todo el país, las autoridades lucharon por descifrar la política de la banda a través de sus intrincados trajes y sus extravagantes y cambiantes arreglos de guitarra, clavecín, bronce y vientos.
A medida que pasaba la década, las artes brasileñas se colapsaban bajo el peso de la represión, y el momento Tropicália parecía pasar. Lee se enfrentó a una depresión, mientras que Dias y Baptista se adentraron más en sus experimentos de rock progresivo. El grupo pronto se disolvió, pero sus álbumes se convirtieron en textos críticos para provocadores como David Byrne y Kurt Cobain, y obtuvieron el estatus de Santo Grial de los coleccionistas: ediciones originales de los primeros discos de Os Mutantes se han vendido por más de mil dólares.
En la extraña y variada historia de Os Mutantes, Sérgio Dias se ha mantenido como la única constante: el único miembro de la banda que toca en todas las formaciones desde 1966 hasta la actualidad. Sus guitarras principales fueron diseñadas y fabricadas a medida, primero por su hermano mayor Cláudio y, en última instancia, por el mismo Sérgio. «Cláudio comenzó a construir guitarras alrededor de 1960», recuerda Sérgio. “No había guitarras eléctricas decentes en Brasil. Cláudio siempre fue astuto. Solía construir telescopios y una vez construyó un modelo de avión controlado automáticamente que llegó al segundo lugar en las competiciones «.
«Crecí en este ambiente totalmente artístico», dice. “Mi madre fue una gran pianista de conciertos, la primera mujer que escribió un concierto para piano y orquesta. Mi padre era poeta y cantante de ópera. Todos los sábados y domingos, celebrábamos una especie de velada en la casa. Las prima donas de la ópera venían a cantar. Mi padre cantaba. Mi madre tocaba. La gente recitaba poesía. Probablemente esa fue la principal influencia para que Os Mutantes fuese un grupo tan loco como lo estábamos nosotros. Lo escuchábamos todo, desde la bossa nova hasta los Trashmen «, recuerda Dias.
Árboles con cabello, poesía desafinada

El brasileño Joao Gilberto formó parte de la «santísima trinidad» que dio vida y proyección mundial a la Bossa Nova.
Muchos son los misterios y secretos de la «batida», la peculiar forma de tañer la guitarra que Joao Gilberto aportó como sello a la expresión que conjuga el lirismo poético de Vinicius de Moraes y los arreglos musicales de Tom Jobim.
Marcus Vinicius da Cruz de Mello Moraes, uno de los más importantes poetas brasileños del modernismo, murió en la bañera de su residencia en Río de Janeiro el 9 de julio de 1980.
Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim, el autor brasileño más cantado e imitado musicalmente en el mundo, falleció en un hospital de Nueva York el 8 de diciembre de 1994.
La Bossa Nova, una expresión musical intimista que vio la luz en Río de Janeiro en 1958 por la genialidad de Vinicius de Moraes, Tom Jobim y Joao Gilberto, tuvo su apogeo a mediados de los años 60 pero se conserva inmortal gracias a canciones que se tornaron en el mundo casi míticas, como Chega de saudade, Desafinado, O amor, o sorriso e a flor, Canzao do amor demais y Garota de Ipanema.
En todas esas composiciones destacan la «batida» y la voz azucarada de Joao Gilberto Pereira de Oliveira, nacido en el municipio bahiano de Juazeiro (noreste) el 10 de junio de 1931.
Su obra en catorce discos constituye la suma del género, cuyo certificado de nacimiento se remonta al 10 de julio de 1958, cuando Joao Gilberto y otros músicos grabaron bajo la dirección de Jobim en un estudio carioca el disco de 78 revoluciones Chega de saudade.
Los protagonistas aseguraron años después que nadie sabía que nacía entonces un movimiento musical que dio vida, forma, proyección y reconocimiento en el mundo a la creación musical brasileña.
«Si Brasil tiene la música más bonita, no sé. Pero la forma más bonita de hacer música es la brasileña», manifestó Gilberto en 1991 en una entrevista que dio origen al libro La poética del sonido.
Visto como tímido, polémico, complejo y cascarrabias por todos sus compatriotas, desde sus más fervorosos seguidores hasta sus más severos críticos, Joao Gilberto, es reverenciado sin excepción por mantener vivo el sueño que envolvió desde la década de los años 50 a un pueblo alegre y sentimental al mismo tiempo, y contagia hasta hoy a los oyentes de otras latitudes cuya lengua no es el portugués.
Para todos los observadores de la trayectoria de Joao Gilberto, su genialidad y percepción de las cosas se anticiparon a su tiempo.
Cuando se recuperaba en un hospital de una crisis de depresión, un médico le encontró con la mirada extraviada en un bosque que observaba a través de la ventana de su cuarto.
«Mira cómo el viento despeina los árboles», había comentado el músico, a lo que el doctor respondió con preocupación: «los árboles no tienen cabello, Joao».
La conversación terminó cuando el paciente ilustre, le interpeló de soslayo y con desdén: «¡Y hay personas que no tienen poesía!».
Todo por un miércoles de ceniza

De Grecia a Brasil, el mito de Orfeo llegó al cine en 1959 en su versión más racial de la mano del francés Marcel Camus, que decidió situar la acción en el Río de Janeiro más desfavorecido, lo que no impidió que desbordara riqueza visual y, sobre todo, musical.
No importa el tiempo que pase, «Orfeo negro», versión de la trágica historia de la mitología griega que cuenta cómo Orfeo pierde a su amada Eurídice, sigue sorprendiendo como el primer día gracias a sus colores, a su ritmo y a sus bailes, aunque destila un cierto aroma a cómic envejecido.
Lo que no ha envejecido en absoluto es su maravillosa música, compuesta por Antonio Carlos Jobim y Luiz Bonfá, que utilizaron un ritmo casi desconocido entonces, la «bossa nova».
Canciones como «Manhã de Carnaval» o «A felicidade» se convirtieron en éxitos mundiales que difundieron la música creada por Jobim al añadir ritmos de jazz a la popular samba.
El éxito lo demuestra el sinfín de versiones que se hicieron de estas canciones, especialmente de «Manha de Carnaval», que ha sido cantada o tocada por Frank Sinatra, Paco de Lucía, Luciano Pavarotti acompañado de Caetano Veloso, Carly Simon, Miriam Mekeba, Joan Baez, Julio Iglesias, Daniel Barenboim o Luis Miguel.
La «bossa nova» pasó a ser inmediatamente una música de culto y por ello, puede que no todo el mundo recuerde la película, pero sí las melodías que la acompañaron.
Porque Camus decidió que la música fuera un protagonista más de la historia y por ello ubicó la historia en Río y en los días del carnaval, aunque obviando en gran manera la miseria real de la vida de las favelas.
«La felicidad del pobre parece una gran ilusión de carnaval, la gente trabaja un año entero por un momento de sueño, para hacer su fantasía de rey o de pirata o de jardinera, para acabarse todo en cuarta feira» (miércoles de ceniza), dice la canción «Manha de carnaval».
Un pensamiento que está presente en la película no sólo a través de los protagonistas, sino de los personajes que los acompañan.
Porque el trágico amor que viven Orfeo (Breno Mello) y Eurídice (Marpessa Down) está rodeado de sus familias, de sus amigos, de la novia de él, y de unos niños, Benedito y Zeca.
Estos dos niños creen que es Orfeo con su guitarra el que hace que el sol se levante cada mañana y después de la muerte de su ídolo, repiten el milagro desde una colina de Río, en una preciosa escena en la que bailan al son de la bossa nova.
Ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 1959, y del Óscar a la mejor película extranjera al año siguiente, «Orfeo negro» es sin duda la película más destacada de la filmografía de Camus, un director formado en la pintura y la escultura, algo que siempre se dejó sentir en sus trabajos cinematográficos.
Con «Orfeu negro», su segundo largometraje, asumió un gran riesgo con la adaptación del mito de Orfeo, sobre la base de un cuento de Vinicio de Moraes.
En su filme, Orfeo es un conductor de tranvía que toca la guitarra (y no el laúd original de la leyenda) y que conoce a Eurídice, una joven campesina de la que se enamora a pesar de que está a punto de casarse con su novia, Mira.
Camus decidió trasladar la historia a Río de Janeiro y, por si eso fuera poco arriesgado, utilizó actores no profesionales, incluido el protagonista, Breno Mello, que era un famoso futbolista del Fluminense.
Una película que se estrenó el 12 de junio de 1959 en Francia y que obtuvo un inmediato éxito de público y de crítica, aunque no faltaron las voces discordantes.
El director francés Jean-Luc Godard no dudó en calificar el Orfeo de Camus como «una falsedad total».