brujeria
El fragor y el epitafio de la ‘amante del diablo’

En 1704, en el pueblo escocés de Torryburn, una mujer llamada Lilias Adie fue detenida acusada de brujería. La razón fue la denuncia vertida por una vecina, Jean Nelson, que vio cómo su salud se deterioraba progresivamente y decidió culpar a Lilias.
La acusó ante los ministros y ancianos de la iglesia de su pueblo que no dudaron en detenerla y meterla en la cárcel.
La señora Adie era una mujer mayor y posiblemente sufriera algún tipo de demencia, ya que al ser interrogada reconoció ser una bruja y no sólo eso, además aseguró que era la amante del diablo hacía más de siete años.
Según lo que dijo, se le había presentado en un maizal y ella había aceptado ser su discípula y entregarse a él en cuerpo y alma. Confesó además que había atraído a otros a las orgías diabólicas en el campo de maíz y que en medio de las frenéticas danzas paganas, una luz azul brillante los había acompañado por todo el maizal.
La anciana siguió desvariando (o quizás cansada y a sabiendas de lo que sucedería, prefirió la performance a suplicar por una clemencia que en esos años no iba a llegar de cualquier forma) y sus jueces, cada vez más convencidos de lo que decía, la declararon bruja. Se la condenó a morir en la hoguera fuera de los límites del pueblo, cerca del mar.
Lo curioso del caso es que su cadáver, después de la ejecución, no fue arrojado a una fosa al pie del cadalso, como era costumbre.
La tumba se encontró mucho tiempo después en una zona costera, accesible solo entre mareas. En el lugar había una enorme y pesada lápida sobre la fosa.
¿Que ocurrió con Lilias Adie? Los historiadores creen que la pobre Lilias no llegó a ser ajusticiada. Posiblemente murió en prisión y sus carceleros pensaron que se había suicidado.
Los suicidas eran tratados mucho peor que a los criminales más atroces y despiadados a la hora de ser enterrados, ya que, según la creencia, el suicidio era un crimen que solo podía estar inspirado por el diablo y, por lo tanto, no podían ser inhumados en suelo sagrado.
En el caso de Lilias, que además había reconocido mantener relaciones sexuales con el mismo demonio, su tumba debía cumplir una serie de requisitos. Debía estar fuera del pueblo, cerca del mar y tener una enorme lápida encima, para no correr el riesgo de que su cadáver fuera reanimado por el diablo para mantener relaciones con ella de nuevo.
Así lo hicieron y pensaron que su cuerpo permanecería allí para siempre.
Lo que jamás previeron los lugareños de principios del siglo XVIII es que a finales del XIX se pondría de última moda coleccionar huesos de brujas y que la pobre Lilias sería desenterrada, descuartizada y vendida a trocitos.
Su cráneo acabó en la Universidad de St. Andrews, de donde desapareció.
Hace unos años, unos investigadores locales, con ayuda de la BBC, encontraron en la playa una lápida rectangular con restos de una agarradera metálica, en el lugar donde fue enterrada la bruja.
Posiblemente la tumba de Lilias Adie, la mujer que confesó tener relaciones con el diablo y que jamás encontró la paz.
Retrato
Según apunta el periodista David Ruiz, más de 300 años después, un artista forense del centro de Anatomía e Identificación Humana de la Universidad de Dundee ha recreado el rostro de Lilias para el programa Time Travels, de la BBC. “Este podría ser el único retrato de una bruja escocesa, ya que la mayoría fueron quemadas, destruyendo cualquier esperanza de reconstruir su cara a partir de la calavera”, apuntan los investigadores.
Su teoría es que Lilias Adie pudo suicidarse después de ser sentenciada a morir quemada. Sus restos fueron enterrados en la playa, debajo de una gran piedra que solo era visible cuando la marea era baja. Los lugareños habían incluso tratado de aplastar el cuerpo de la mujer en su tumba, quizás pensando que así evitaban que volviera de entre los muertos para perseguirlos.
“Fue un momento verdaderamente espeluznante cuando apareció su rostro de repente”, afirma la presentadora de la BBC Susan Morrison. ”Estaba cara a cara con una mujer con la que podría chatear, aunque conociendo su historia era un poco difícil mirar a sus ojos”, añadió.
Christopher Rynn, el especialista que recreó la cara de Lilias Adie utilizando un modelo en tres dimensiones considera que cuando ya se han reconstruido las primeras capas de piel “es como si conocieras a esa persona. Incluso comienza a recordarte a gente que conoces”.
”No había nada en la historia de Lilias que me sugiriera que hoy en día sería considerada otra cosa que una víctima de circunstancias horribles, así que no vi ninguna razón para poner en su cara una expresión desagradable o mezquina y terminó teniendo un cara amable, muy natural“, añadía Rynn.
En el siglo XIX, un grupo de científicos se atrevieron a desenterrar el cuerpo de la “bruja de Torryburn” para estudiar sus restos e incluso exhibirlos al público. Junto al cuerpo encontraron un bonete (gorro) de lana bien conservado.
Su cráneo acabó finalmente en el museo de la Universidad de Saint Andrews (la más antigua de Escocia), donde fue fotografiado hace más de 100 años. Años después, los restos óseos desaparecieron misteriosamente, aunque las imágenes se mantuvieron y fueron guardadas en la Biblioteca Nacional de Escocia, que está situada en Edimburgo.
Los registros judiciales del siglo XVIII explican que Adie, que tendría alrededor de 60 años, era una mujer enferma y con problemas de visión que demostró mucha resistencia y coraje ante sus acusadores, explican los investigadores de la Universidad de Dundee. Los documentos muestran como aguantó y aguantó los interrogatorios en los que se pretendía que revelara los nombres de otras “brujas” para ejecutarlas también.
“Creo que era una persona muy inteligente e inventiva. El objetivo del interrogatorio y sus crueldades era obtener nombres. Lilias dijo que no podía dar los nombres de otras mujeres que participaban en las reuniones de las brujas ya que todas llevaban máscaras”, afirma la historiadora Louise Yeoman.
”Solo dio nombres que ya se conocían -añade Yeoman- y siguió utilizando excusas para no identificar al resto y evitar así que sufrieran el mismo horroroso tratamiento que ella, a pesar de que provocó que sus captores fueran más crueles con ella. Es triste pensar que sus vecinos esperaban un monstruo aterrador cuando en realidad tenía delante una persona inocente que había sufrido terriblemente. Lo único que es monstruoso aquí es el error de la justicia”.
La Inquisición en España quemó más libros que brujas

Las brujas españolas salieron casi indemnes de la caza desatada en Europa entre mediados del siglo XV al XVII, gracias a que la Inquisición nunca las consideró «un peligro social», según el historiador francés Joseph Pérez, autor de «Historia de la brujería en España».
«Las mujeres sentenciadas a muerte y ejecutadas por brujas en España son relativamente pocas, no pasan de 10 o 20 como máximo en dos siglos, lo cual si lo comparamos con lo que sucede en el resto de Europa -donde fueron quemadas miles de personas- no deja de llamar la atención», ha explicado Pérez (Laroque-d’Olmes, 1931).
Ese contraste entre lo que sucede en España y en el resto de Europa supone para los historiadores una «originalidad», subraya este hispanista miembro de la Real Academia de la Historia, condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio y con la Orden de Isabel la Católica, así como con la Legión de Honor francesa.
Y esa «originalidad», añade, ha llevado a algunos investigadores a calificar a los inquisidores españoles de «abogados de brujas».
El contraste es «enorme», ya que en España los inquisidores se afanan por buscar explicaciones racionales al comportamiento de las brujas, mientras que en el resto de Europa los jueces llevarían a la hoguera a miles de mujeres culpables de confesar bajo tormento ser mediadoras del diablo o participar en aquelarres, que normalmente terminaban en orgías, explica este hispanista.
Las estadísticas muestran, según Pérez, que en España se juzgó a tantas brujas como en los demás países; la diferencia es que aquí las sentencias fueron por lo general benignas. Rara vez se quemaron brujas, salvo en Logroño, en 1610.
Para quien fuera presidente de la universidad de Burdeos III (1978-1983) y director de la Casa Velázquez (1989-1996), el hecho diferenciador español hay que buscarlo en la distinta manera de enfocar el tema de la brujería y en el tipo de tribunales a los que se les encomendaba la tareas de juzgar y sentenciar a los reos.
La caza de brujas comienza a finales de la Edad Media, cuando la Iglesia decide definir la brujería como herejía y maleficio, un crimen excepcional condenado con la pena de muerte en la hoguera, según recuerda Pérez en su libro, publicado por Espasa.
Este tipo de asuntos, que deben ser juzgados por tribunales eclesiásticos, como sucede en España, son tratados en los otros países europeos mayoritariamente por la justicia civil, que juzga a los detenidos como criminales, pero les condena como herejes.
La Inquisición española, una institución de reciente creación por los Reyes Católicos, es la única competente en España para juzgar la herejía y, por tanto, la brujería o hechicería.
Y los inquisidores españoles, según destaca Pérez, están más centrados en perseguir a judaizantes, alumbrados y luteranos, por lo que «no se toman en serio» la brujería.
«A los inquisidores lo que les importaba era luchar contra la gente culta, que escribía libros, que predicaba y que tenía cierta influencia intelectual, pero *qué influencia ideológica puede tener una pobre mujer analfabeta?», se pregunta, y responde: «Ninguna».
Según los cálculos que maneja Pérez, en toda la historia de la Inquisición española se abrieron 44.647 procesos; de ellos, solo 3.532, o sea, el 8 por ciento, fueron por brujería, que se trataba al mismo nivel que las «palabras deshonestas», las blasfemias y otros delitos de poca entidad.
La Inquisición, en definitiva, consideraba la brujería como «un delito propio de gente vulgar, de la gente ignorante», fruto de la superstición más que de la herejía y, por tanto, poco peligroso para la fe y sin mucho interés.
Y la superstición es «consustancial a la naturaleza humana», dice Pérez, autor de «Crónica de la Inquisición en España», «Los judíos en España», «Teresa de Ávila», «La leyenda negra», «Historia de una tragedia. La expulsión de los judíos de España», entre otros.
Por eso, concluye, siempre habrá gente que crea en «las influencias sobrenaturales».