capitalismo
La conquista del bien común

Volver a poner la economía al servicio de las personas, frente a lo que sucede en las sociedades capitalistas donde lo más valorado es el beneficio propio, constituye la base de la teoría del bien común, ideada por el economista austríaco Christian Felber.
Felber apuesta por medir el beneficio social que las empresas generan en su entorno como criterio para otorgar ventajas legales como menores impuestos y aranceles, condiciones crediticias favorables o prioridad en los contratos con la administración pública.
El economista y politólogo es autor de «La economía del bien común» (Ediciones Deusto), que va sumando seguidores y ya cuenta con más de un centenar empresas españolas interesadas en aplicar esta teoría para medir su contribución a la sociedad.
Felber es crítico con las mediciones propias del sistema capitalista (evolución del PIB en el caso de la macroeconomía y balances financieros en el de las empresas), porque cree que son indicadores incapaces de ponderar si se cumple el verdadero objetivo de la economía, que debe ser «la satisfacción de las necesidades de la gente y la creación de calidad de vida y del bien común».
«Una empresa puede tener más éxito agravando el problema del paro, explotando el medio ambiente, discriminando a mujeres, aumentando el miedo o produciendo cosas que no se necesitan, como armas», explica.
También reniega del ideal del padre del liberalismo, Adam Smith, porque el egoísmo personal conduce al bien común «sólo a veces» y no existe un vínculo automático entre el beneficio individual y la contribución a la mejora de la sociedad.
La competencia como forma de relación de los actores económicos «crea comportamientos contrarios a aquellos que permiten florecer las relaciones humanas y sociales», según afirma, pues implica la existencia de un perdedor y se nutre del miedo.
Felber asegura que tener como meta ser mejor que otro «es una patología», ya que considera que la autoestima debe partir de las motivaciones internas de la persona y no de la competencia establecida con otros.
Por eso, su proyecto consiste en crear un balance del bien común que sea capaz de medir el éxito de una empresa en función de su aportación beneficiosa al conjunto de la sociedad.
«Hay que averiguar de forma democrática qué es el bien común. Hemos hecho una matriz con los valores más importantes de la sociedad. Así se crea el vínculo obligatorio entre la libertad económica y la contribución al bien común, que no existe en el capitalismo», indica.
A su juicio, un efecto «nefasto» del actual sistema es que empresas irresponsables compiten en las mismas condiciones que las empresas éticas y socialmente comprometidas, algo que beneficia a aquellas que no tienen en cuenta el bien común.
Felber aspira a que su fórmula para medir el bien común, a la que han contribuido más de mil personas, algún día forme parte de la carta magna de los estados.
Según explica, el proceso está empezando en municipios y comunidades para crear una conciencia política que vaya ascendiendo escalones hasta adquirir repercusión a nivel nacional.
«Por primera vez tendremos una constitución más democrática, hecha desde abajo y aprobada por el pueblo soberano», indica Felber.
Su modelo económico del bien común también quiere «crear una democracia más real que la actual».
De este modo, el balance financiero se convierte en un instrumento para mejorar el éxito de la empresa y el beneficio financiero, si ayuda a mejorar el bien común, «será bienvenido», mientras que otros usos, como las compras hostiles de empresas o las donaciones a partidos, quedarán prohibidos.
Otra de sus propuestas más llamativas consiste en instaurar un año sabático por cada década trabajada, algo que reduciría «matemáticamente el paro en un 10 %».
Con menos horas dedicadas al trabajo remunerado, afirma, la gente tendrá más tiempo para las relaciones personales, la formación o el trabajo social.
El proyecto avanza «a pasos agigantados»: en España se han creado 18 grupos locales de voluntarios que trabajan para desarrollar e implantar estas ideas, mientras que a escala mundial ya hay 700 empresas que quieren aplicar el balance del bien común.