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Inspiración en el aliento de la guadaña

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Sobre las lápidas reza la verdad última, la frase que resume la inexorable futilidad de la pelea contra la muerte
Sobre las lápidas reza la verdad última, la frase que resume la inexorable futilidad de la pelea contra la muerte

Los mejores epitafios de la poesía española del siglo XX se han reunido en «Vestuario de almas», una «antología de muertos hecha por vivos», en palabras de su autor, Ricardo Virtanen, que ha sido editada por la antigua Imprenta Sur del Centro Cultural de la Generación del 27.

Compuesta artesanalmente a mano con los mismos tipos de plomo que alumbraron los poemas del 27, esta antología es sólo una pequeña selección de unos cuarenta autores extraída de la recopilación en la que trabaja desde hace quince años Virtanen, que se embarcó en la ingente tarea de reunir todo el epitafio español desde Garcilaso en el siglo XVI hasta el siglo XX.

«Soy un poeta que escribo mucho sobre la muerte, en epitafios, haikus o aforismos, y todo el mundo de la poesía breve me gusta mucho», afirma Virtanen.

Del epitafio recuerda que le gustó «siempre», aunque «uno no sabe cómo se empiezan a coleccionar las cosas», y descubrió que «era una constante en la literatura española, no algo propio sólo del XVII, del XVIII o del XIX».

En este periodo se observa, primero, «una influencia de la poesía epigramática griega en los siglos XVI y XVII, y después una evolución hacia el romanticismo y hacia el yo, en el siglo XIX», ha explicado el antólogo.

Ya en el siglo XX, el epitafio va «mutando» desde la Generación del 27 y en los poetas del 40 y el 50 hasta los actuales, con una evolución «bastante evidente salvo en epígonos como Víctor Botas, que hace un epitafio basándose en la antología palatina griega».

La «constante» en los epitafios de esta antología es el hecho de que los poetas escriban «sobre el yo futuro y el yo muerto», apuntado Virtanen, orgulloso de ver un adelanto de su extensa obra sobre el epitafio en un libro de la antigua imprenta del 27 que, «al margen del contenido, es una obra de arte».

Pedro Garfias escribió a Antonio Machado: «Qué cerca de tu tierra te has sabido quedar… Así el viento de España te cantará al oído a poco que desborde su vuelo circular y el sol podrá mirarte, cuando en el medio día frene su impulso fiero, antes de resbalar».

Por su parte, Gerardo Diego barruntaba que «siempre habrá algo tras la muerte» y García Lorca dedicó a Isaac Albéniz los versos «¡Oh dulce muerto de pequeña mano! ¡Oh música y bondad entretejida! ¡Oh pupila de azor, corazón sano!»

Aleixandre aseveró que «en la profunda tierra el muerto vive como absoluta tierra» y Leopoldo Panero escribió de sí mismo en su propio epitafio que en vida «amó mucho, bebió mucho y ahora, vendados sus ojos, espera la resurrección de la carne aquí, bajo esta piedra».

Para Gabriel Celaya, «morir es más sencillo que vivir, y más digno», y Ángel González se arrepentía en su poema «Epílogo» de «tanta inútil queja, de tanta lamentación improcedente».

Las frases del enterrador

Por otro lado, un exfabricante de ataúdes, Francisco Jiménez, recopila en «Epitafios casi reales» unos 800 epitafios que, a su juicio, serían apropiados para conocidos o famosos y para cuya creación califica de imprescindible la inspiración del humorista José Luis Coll, que escribió un libro sobre esta materia.

Jiménez, que compagina su profesión de técnico de Seguridad e Higiene en una fábrica con su afición a escribir sobre humor, entiende que su afición a imaginar epitafios es parte de su filosofía de vida: «ante la vida y la muerte, hay cosas que, o te lo tomas con risa o te hundes «.

Hace tiempo, decidió imaginar qué epitafios pondrían personas famosas en sus tumbas y ha citado los que atribuye a los cantantes Stevie Wonder: «Sigo sin ver ni túnel, ni luz, ni nada», o Michael Jackson: «Esto está más negro que mi pasado».

«He tratado de hacerlo simpático, irónico, pero sin llegar a herir a nadie», explica, aunque admite que «eso no quiere decir que, a algunos personajes, si se enteran de lo que he escrito de ellos, no les agrade».

Hasta el momento, explica, «todas las personas que lo han leído me han felicitado, por lo que entiende que los lectores han captado el mensaje de que «el epitafio es una defensa ante la muerte, y hay que intentar hablar de ella y tratarla con naturalidad, porque si no, estás perdido».

Se muestra especialmente habilidoso con los epitafios dedicados a los políticos, «que he hecho aprovechándome de sus muletillas», entre los que destaca el del expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: «Aquí se viene sin alianza de civilizaciones, sin mano tendida, ni talante».

Para terminar, destaca dos epitafios de dos personas muy conocidas, como son la Duquesa de Alba: «siempre me gustó tener mucha tierra, pero no encima» y el escritor Francisco Umbral: «Está claro que yo no he venido aquí a hablar de mi libro».

Un camposanto para los que tocan el cielo

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Tumba de Miles Davis en Woodlawn
Tumba de Miles Davis en Woodlawn

Conciertos de salsa, jazz o música clásica así como visitas guiadas son frecuentes en Nueva York, pero nadie imaginaría que tuvieran cabida en el cementerio Woodlawn, en El Bronx, que alberga a grandes figuras del mundo del arte, política, negocios o deportes.

El pianista Duke Ellington, el trompetista Miles Davis, el escritor Herman Melville, autor de la novela Moby Dick, Gertrude Vanderbilt Whitney, fundadora del museo Whitney, el alcalde Fiorello LaGuardia, el compositor Irving Berlin, autor de «God Bless America», o Celia Cruz descansan en el Woodlawn en medio de un bosque y un buen cuidado del césped.

También el empresario periodístico Joseph Pulitzer, a quien se rinde tributo con los premios que llevan su nombre, los fundadores de los grandes almacenes JC Penney, Macy y la desaparecida cadena Woolworth, la cantante de jazz Florence Mills o David Farragut, hijo de un emigrante español y primer almirante de la Marina de EE.UU., cuya tumba fue declarada patrimonio nacional en 2012.

Este cementerio, al norte del condado de El Bronx, al final de la ruta de la conocida línea 4 del metro, cuenta con una fundación dedicada a su preservación y actos culturales, y alberga unos 1.400 mausoleos privados entre unas 300.000 tumbas en un espacio verde con gigantescos y variados árboles, riachuelos y un lago. Sin embargo, la más visitada es la de la «reina de la salsa», que falleció hace trece años al perder su batalla contra el cáncer. «Todo el mundo quiere ser sepultado cerca de Celia Cruz. Luego de su muerte, se vendieron rápidamente todos los lotes que estaban cerca de su mausoleo», comenta David Ipson, director ejecutivo del camposanto, que abrió en 1863 durante la Guerra Civil y fue declarado monumento nacional en 2011.

Las tumbas de las leyendas del jazz Miles Davis, en mármol azabache, y de Duke Ellington, bajo una sencilla lápida sobre la tierra, son las otras más visitadas por el público y están en lo que se conoce como «la esquina del jazz» porque también están allí los saxofonistas Jean Baptise «Illinois» Jacquet y Coleman Hawkins o el compositor Lionel Hampton, entre muchos otros famosos exponentes del género. «Ellington quiso ser sepultado bajo el árbol de Linden, junto a sus padres.

Luego, falleció Hampton que quiso estar cerca de su ídolo», y luego la hija de Miles Davis decidió que estuviera junto a su amigo (Ellington), cuenta Rosalba Gómez, durante una visita guiada.

No muy lejos de allí se presentan los conciertos de jazz y han contado con estrellas como el trompetista Wynton Marsalis, en una cooperación con el Lincoln Center, pero tampoco ha faltado la salsa o música clásica, organizados por la Woodlawn Conservancy, entre la variedad de eventos que realiza. «Los conciertos son para rendir homenaje a los que están sepultados» y celebrar así su vida, agregó Gómez.

Una caminata por sus calles, designadas con nombres, descubre al visitante tumbas llenas de historia y arte arquitectónico en esculturas y majestuosos mausoleos de diversos estilos y materiales, que complementan con hermosas puertas o vitrales, construidos para familias ricas, para prolongar así su vida de lujos, por famosos arquitectos, que diseñaron y construyeron también la ciudad de Nueva York. Entre ellos destaca el mausoleo de la familia Belmont, una réplica de la capilla de Saint Hubert en el castillo de Amboise, en Francia, donde se enterró a Leonardo Da Vinci, o el de la familia Woolworth, que revive las tumbas egipcias, digna de un faraón, con sus esfinges (símbolo de realeza) que cuidan la entrada, y una gran puerta.

Algunos antiguos mausoleos tomaron hasta diez años en ser completada su construcción porque para esa época no había las facilidades con que se cuenta ahora para tallar el mármol u otras piedras e incluso llevarlas hasta su destino final. Pero, también se hallan antiguas y sencillas tumbas de personas de todas partes y diversos estatus sociales que datan de 1863 hasta el presente y a tono con la época moderna, se han construido edificios para albergar nichos y cenizas, para todo el que desee ser sepultado en el Woodlawn, que entregó a la Universidad Columbia la custodia de los documentos que cuentan su historia y de los que allí descansan.

Cuando la guadaña vive en un círculo

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El cementerio de Sayalonga es único en su género
El cementerio de Sayalonga es único en su género

El cementerio de Sayalonga (Málaga), el único con forma redonda de España, responde a la simbología masónica y fue construido siguiendo patrones de la masonería, según una investigación del historiador local Valentín Fernández, que ha estudiado las peculiaridades del camposanto.

El denominado cementerio redondo de Sayalonga posee en realidad planta octogonal y fue construido hacia 1840 a raíz de la pragmática real que obligaba a trasladar los lugares de enterramiento desde el centro de las ciudades a las afueras por motivos de higiene y salubridad.

Fernández ha manifestado que la teoría romántica para explicar la forma redonda del cementerio es que sus constructores pretendían que las personas allí enterradas no se diesen la espalda.

Sin embargo, este investigador defendía que la tesis que cobraba más importancia era que desde el cementerio se ve la torre de la iglesia de Santa Catalina, que es de planta octogonal, y el camposanto «se habría construido imitando esta estructura, ya que pudieron ser ejecutados por la misma persona».

Tras un año de búsqueda en diferentes archivos y de ponerse en contacto con descendientes de algunas de las personas enterradas, Fernández ha podido concretar que el constructor del cementerio fue Pedro Gordillo, maestro albañil de la catedral de Málaga, «que probablemente era masón».

«Por ello, ejecutó el cementerio con estructura octogonal, con una clara intencionalidad, ya que el octógono representa para los masones el equilibrio e indica la idea de una obra perfecta y acabada», ha añadido.

Según Fernández, la presencia de la masonería en Sayalonga se confirma en los estatutos de la sociedad La Iniciación, una logia creada en 1920, «y durante gran parte del siglo XIX y principios del XX, hubo masones que dejaron su huella en el cementerio».

En este sentido, en las tumbas ha encontrado símbolos propios de esta doctrina como las columnas, que representan la sabiduría, la fuerza y la belleza; el triángulo, que se atribuye a la perfección y la armonía; y las pirámides truncadas, que simbolizan la elevación de los pensamientos humanos.

El octógono representa para los masones el equilibrio e indica la idea de una obra perfecta y acabada
El octógono representa para los masones el equilibrio e indica la idea de una obra perfecta y acabada

Además, existen tumbas con los tres escalones, que representan el camino de perfección que debe seguir el masón a lo largo de su vida, y Fernández ha localizado también el sol, un símbolo de marcada importancia para los masones.

Para este investigador, el cementerio, la torre de la iglesia y su suelo ajedrezado, una chimenea de una casa que también es octogonal y la existencia desde el siglo XIX de escuela de niños y niñas son pruebas de la implantación de la masonería en Sayalonga, un municipio de unos 1.600 habitantes ubicado en el interior de la Axarquía malagueña.

Otra de las peculiaridades del cementerio redondo, que suele recibir unos 3.000 visitantes al año, es que sus nichos se construyeron de forma abovedada y uno encima de otro, de manera que se asemejan a un «blanco panal de abejas».

Desde la década de los ochenta del pasado siglo no se utiliza este cementerio, que dispone en su centro de varias filas de nichos de estructura cuadrada y similares a los de otros camposantos, que fueron realizados hacia 1950.