cesar vallejo
Vallejo contra el sectarismo

Reconocido como uno de los grandes poetas del siglo XX, el peruano César Vallejo pasó una de las etapas más intensas de su vida en España donde, según una investigación publicada en su país natal, fue víctima del sectarismo de izquierda.
Esa etapa poco conocida de la vida del autor de «Trilce» ha sido investigada por el peruano Miguel Pachas Almeyda, ganador de una mención del «Premio Letra Telefónica de investigación sobre la estancia de César Vallejo en Madrid en el año 1931».
Pachas afirma que su investigación le ha permitido determinar que Vallejo (1892-1938) afrontó un año intensamente político en España, pero fue víctima del sectarismo de la izquierda de entonces, que le impidió publicar muchos de sus libros.
El poeta Rafael Alberti recordaba a Vallejo con estas palabras: «Cuando llegó aquí, ya había publicado ‘Los heraldos negros’, un libro que influyó poderosamente en la poesía española e iberoamericana de entonces. Sentía un profundo amor por España, un sentimiento realmente grande, que no tenía nada que ver con esa especie de literatura medio diplomática, medio de tomar un güisqui, y cosas por estilo. Cuando estalló la Guerra Civil tuvo una gran preocupación por la situación de la República y asistió al Congreso de Escritores por la Paz, que se celebró en Valencia en 1937. Por aquel tiempo comenzó a escribir un libro muy bueno, ‘España, aparta de mí este cáliz’, que a pesar de no ser una obra larga, tiene poemas fundamentales. Su salud, muy precaria, no le permitió ver el final de la contienda».
Autor de una biografía de Georgette Philippart, la esposa francesa de Vallejo, Pachas remarca que se podría pensar que, por ser comunista, el poeta no pudo publicar más libros porque fue rechazado por los conservadores y la derecha española.
Añade, sin embargo, que Vallejo «era un heterodoxo cuyo objetivo principal era publicar los avances del socialismo de Rusia, pero eso no significaba que estaba a favor de Stalin».
«De ninguna manera, porque también es demostrable que tenía una simpatía por Trotsky, pero los trotskistas no permitían eso, para ellos no era correcto que Vallejo estuviera en ese centro, para ellos era un tibio, no se definía», acota.
Esto llevó a que editoriales españolas como Zenith, que le publicó ‘El Tungsteno’, o Ulises, que editó ‘Rusia en 1931’, «a pesar de que eran antiestalinistas y a la vez simpatizantes del trotskismo, no le publicaron sus otros libros».
«Es fundamental recalcar que es la política de izquierda, en este caso la más radical del comunismo en esa época, la responsable de que Vallejo no haya publicado más libros», señala.
Vallejo en España
Pachas recuerda que Vallejo llegó a España en medio de una pobreza extrema, pero contó con el apoyo de Rafael Alberti, aunque por sus ideas políticas se alejó de otros escritores que también conocía, como Miguel de Unamuno, José Bergamín o Gerardo Diego.
Vallejo, que había visitado por primera vez la península en 1926, le comunicó en 1930 a algunas de sus amistades que presentía que iba a tener que salir de Francia, por lo que manifestó incluso su deseo de volver a Perú, de donde había partido en 1923.
El poeta señaló que, si no podía regresar a su país, intentaría viajar a Alemania o a Colombia, pero finalmente escogió ir a España, país con el que tenía vínculos muy fuertes.
«Ahí estaba su sangre y creo que en eso demuestra por qué hasta ahora los españoles lo quieren tanto, debido a que José Rufo Vallejo, un habitante de Extremadura, fue su abuelo», indica Pachas.
Su vida en España no fue fácil, ya que no logró mejorar su difícil situación económica, a pesar de que su libro de reportajes «Rusia en 1931» fue un éxito de ventas.
«Vallejo se sintió mal, porque no podía publicar sus otros libros, llegó a decir que tenía que guardarlos con cerrojo, eso demuestra por qué en el 32, cuando regresó a París, bajó muchísimo todo ese torbellino político que sentía por Rusia, como desencantado de la situación», apunta el investigador.
A pesar de esa aparente desilusión por la política, el poeta mantuvo su profundo vínculo con España, país al que dedicó uno de sus libros más intensos: «España, aparta de mí este cáliz»
Poesía que escupe realidades

Bertold Brecht o Pablo Neruda, Mahmud Darwisch o Bei Dao, todos ellos muestran esa tendencia en la que la voz del poeta interviene en política de una u otra manera, desde la adhesión a una causa a la denuncia del horror.
“Niemals eine Atempause” (Nunca un respiro) es el título de la antología, publicada por la editorial Kiepenhauer&Witsch, que parte de la tesis de que en el siglo XX los poetas se vieron obligados ante los horrores cotidianos a dejar atrás la estética del arte por el arte, típica de la segunda mitad del siglo XIX.
Joachim Sartorius, compilador de la obra, admite en el prólogo que una antología de la poesía política del siglo XX hubiera sido distinta a la suya de haberla hecho un poeta de Singapur o de Buenos Aires.
Es por ello que al lector de lengua española no deberá extrañarle no encontrar nombres como el del Cesar Vallejo (“España aparta de mi este cáliz”) o el de Mario Benedetti.
El libro de Sartorius pone el acento en Europa y ante todo en Alemania, como demuestra que haya un capítulo dedicado a 1933, el año del advenimiento del nazismo, y otro a la llamada “hora cero” después de la guerra.
Pero, al margen de esas salvedades, Sartorius procura abarcar los conflictos políticos fundamentales del siglo XX.
El libro va desde el genocidio armenio perpetrado por el imperio otomano, hasta la preocupación por el cambio climático, pasando por la guerra civil española, las dos guerras mundiales, el auge del comunismo, la revolución cubana y los movimientos de liberación en el llamado tercer mundo, incluyendo a Latinoamérica.
Una de las corrientes que muestra la obra es la de la poesía pacifista basada en la condena del horror de la guerra, de la que uno de los mejores ejemplos es tal vez, “Nuestros jóvenes”, del británico Siegfried Sassoon.
En ese poema, Sassoon contrasta la glorificación de la guerra, atribuida a un obispo anónimo -a la que dedica la primera estrofa- con la denuncia de lo que realmente deja la guerra.
El obispo dice que cuando vuelvan “nuestros jóvenes no volverán a ser los mismos”, ya que “regresarán transformados tras una guerra justa”, pero uno de ellos replica: “Ninguno de nosotros es el mismo/ George perdió las dos piernas, Billy quedó ciego/ el pobre Jim murió de un tiro en el pulmón/y Bert tiene sífilis”.
En los capítulos dedicados a las dos guerras mundiales, Sartorius opta por dejar de lado a los poetas que las glorificaron, al igual que omite deliberadamente, lo advierte en el prólogo, a los poetas que pusieron su obra al servicio del nacionalsocialismo.
No ocurre lo mismo con la poesía relacionada con la Unión Soviética y el comunismo en general, puesto que en el libro conviven poetas disidentes que fueron perseguidos por el estalinismo con otros que, sobre todo al comienzo, glorificaron la utopía marxista-leninista, en la que veían una promesa para la humanidad.
Entre las glorificaciones de la Unión Soviética, cabe destacar la que hace el cubano Nicolás Guillén, que sería de algún modo uno de los poetas oficiales de la revolución cubana.
Un caso de ironía trágica es el de Vladimir Majakovski, que celebró el advenimiento de la revolución para luego caer en desgracia y terminar suicidándose dándole “la palabra al camarada Mauser”, según una frase que se le atribuye.
El prólogo arranca precisamente constatando la situación contradictoria que vivió la poesía, y el arte en general, frente a la utopía comunista.
La primera imagen es la del músico Hans Werner Henze que, según cuenta en su diario, durante una visita a Cuba, cuando un soldado de la revolución puso su ametralladora encima de su partitura, deseó que en esta última quedase una mancha de aceite.
Era el arte, dice Sartorius, que buscaba la bendición de la revolución. El idilio terminaría a más tardar, agrega, cuando Fidel Castro hace encarcelar al poeta Heberto Padilla e insulta a los intelectuales occidentales que se solidarizan con él.