ciencia ficción

El mundo invertido de Pierre Boulle

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Hoy en día pocos han oído hablar de Pierre Boulle. Él fue el autor francés a quien se le ocurrió la brillante idea de unos humanos que viajan en el tiempo y se tropan con una civilización de simios. Esa fue la historia de su novela de 1963 "Planete des Singes" ("Planeta de simios")
Hoy en día pocos han oído hablar de Pierre Boulle. Él fue el autor francés a quien se le ocurrió la brillante idea de unos humanos que viajan en el tiempo y se tropan con una civilización de simios. Esa fue la historia de su novela de 1963 «Planete des Singes» («Planeta de simios»)

Pierre Boulle, autor de vida aventurera y cuya obra de género es corta pese a ser de las más influyentes en la ciencia ficción francesa, nació el 20 de febrero de 1912 en Avignon, se mudó a París para estudiar ingeniería eléctrica pero, aburrido de la vida corriente y atraído por la perspectiva de hacer fortuna en las colonias, se fue a Asia con la intención de convertirse en exitoso productor de caucho.

La Segunda Guerra Mundial le sorprendió en Indochina, hoy Vietnam y entonces bajo control galo, y tras la rápida derrota de Francia ante las fuerzas del Eje, se sumó a los efectivos de la autodenominada Francia Libre dirigida desde Londres por Charles De Gaulle.

En calidad de agente encubierto con el nombre falso de Peter John Rule, Boulle participó en la labor de la resistencia francesa en distintos territorios de China, Indochina y Birmania hasta que un grupo de franceses partidarios del régimen de Vichy le reconocieron y detuvieron.

Sufrió los rigores de un campo de concentración en Birmania, de donde conseguiría fugarse con la inspiración para escribir la que sería su obra más conocida: El puente sobre el río Kwai, que publicó en 1952.

Lo cierto es que Boulle es toda una inspiración para los escritores que llegan tarde al oficio porque su primera novela (‘William Conrad’) vio la luz en 1950, cuando contaba ya 38 años de edad.

Sus escasos ingresos tras la guerra le condujeron a vivir una vida ciertamente austera hasta que conoció el éxito editorial con su novela bélica sobre el grupo de prisioneros anglosajones que debían construir un puente para los soldados japoneses sobre el río Mae Klong, rebautizado como Kwa Yai, para unir Bangkok con Rangún y facilitar el transporte ferroviario de las tropas niponas.

El éxito se multiplicó tras cosechar siete premios Óscar de Hollywood en su versión cinematográfica dirigida por David Lean en 1957, entre ellos el de mejor guión adaptado.

Sin embargo, los autores de ese guión, Carl Foreman y Michael Wilson, figuraban en la lista negra de la caza de brujas organizada por el senador Joseph McCarthy, con lo cual no pudieron recoger el galardón que se le concedió directamente a Boulle…, a pesar de que todo el mundo sabía que no tenía ni idea de inglés y que estaba muy enfadado por las alteraciones de su historia original impuestas por los productores de la película.

El malestar de Boulle le llevó a aceptar el premio con la nota más breve de agradecimiento que se conoce en la historia de estos galardones ya que se limitó a decir “merci” (gracias, en francés).

De estilo irónico y fluido, las obras de Boulle suelen ensalzar una actitud épica y valerosa ante las pruebas de la vida y se orientan a menudo hacia la lucha del ser humano con el mundo de lo irracional y lo extravagante, como en ‘Cuentos de lo absurdo’ (1953) o ‘Quia absurdum: así en la Tierra como en el Cielo’ (1966).

Era por tanto cuestión de tiempo que desembocara oficialmente en la Ciencia Ficción, lo que hizo en 1957 con su colección de relatos E=mc2 pero, sobre todo, con una de las obras cumbre del género: El planeta de los simios, que apareció en 1963.

La historia original de esta novela cifra la acción en el año 2500, cuando una nave de la Tierra llega a un planeta del sistema estelar de Betelgeuse.

La expedición está dirigida por el profesor Antelle, ayudado por un físico llamado Levain y acompañados ambos por el periodista Ulysse Mérou: todos se quedan helados al descubrir la existencia de una civilización donde los papeles evolutivos han sido invertidos, ya que los simios la controlan mientras que los humanos son capturados para sus zoológicos, utilizados en experimentos de laboratorio o cazados por simple deporte.

La civilización simia está dividida en tres castas: los gorilas, embrutecidos e instintivos, son la clase dirigente que monopoliza los cargos políticos, militares y empresariales; los orangutanes, estrechos de mente y conservadores, asumen la función de doctores, profesores y sacerdotes; los chimpancés, en el papel de progresistas, son artistas, inventores y científicos innovadores.

El prólogo y, sobre todo, el epílogo son un poderoso remache a esta historia, que descubre una pareja de turistas espaciales durante su luna de miel a bordo de una nave de recreo con la que surcan el cosmos, pues al final se descubre que los enamorados son también monos y no pueden creer que en alguna parte del universo haya existido alguna vez una civilización de hombres.

En 1968 Franklin J. Schaffner filmó la mítica adaptación al cine con Charlton Hestson como protagonista principal y varios cambios importantes en el guión incluyendo el final, que en el caso de la película fue especialmente impactante para el público norteamericano.

Tanto éxito tuvo que inspiró cuatro secuelas (Regreso al plantea de los simios, Huida del planeta de los simios, Conquista del planeta de los simios y Batalla por el planeta de los simios), una serie de televisión, una serie de dibujos animados, una serie de tebeos de Marvel Comics y remakes de las películas originales.

A pesar de eso, Boulle tampoco quedó contento por los cambios impuestos en el guión cinematográfico respecto a la novela.

La obra posterior del autor francés no tuvo tanto éxito como sus dos novelas más famosas, pese a ofrecer obras interesantes como Las virtudes del infierno (1974) o El buen Leviatán (1978).

Especialmente curiosa resulta Los juegos del espíritu (1971) en la que un gobierno mundial de científicos que ha impuesto una sociedad de la felicidad absoluta se enfrenta a una ola de suicidios de una población aburrida y abducida por la rutina: la solución pasa por crear una serie de crueles juegos al estilo de los del Coliseo para mantener entretenidos a los ciudadanos.

Viajes Cosmos S.A.

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Fotograma de "2001: Una odisea del espacio"
Fotograma de «2001: Una odisea del espacio»

El hombre no consiguió llegar físicamente a los alrededores de Júpiter en 2001, tal y como proponía Stanley Kubrick en su épica y cinematográfica Odisea del Espacio, pero en el mundo real ya es un hecho el incipiente negocio del turismo espacial.

El cineasta norteamericano, que escribió junto al novelista británico Arthur C. Clarke la adaptación del relato El centinela, en el que se basa este clásico de la Ciencia Ficción, mostraba en ella el viaje del doctor Heywood Floyd de la Tierra a la Luna a bordo de una nave de transporte con un interior similar al de un avión de pasajeros, en el que el personaje se podía quedar dormido exactamente igual que lo haría un ejecutivo de vuelta a casa tras un desplazamiento por cuestiones de trabajo, con la única diferencia de la ausencia de gravedad.

De todas formas, las fabulosas imágenes rodadas por Kubrik no contaban nada nuevo: son numerosas las obras literarias y cinematográficas que construyen sus argumentos en todo o en parte alrededor del viaje espacial, entendido éste como algo tan común en el futuro como es el transporte aéreo o el naval en la actualidad.

Por citar sólo un par de películas, los protagonistas de Alien de Ridley Scott no son heroicos astronautas dedicados a la exploración sino vulgares tripulantes de un trasporte comercial minero que se ven envueltos en un incidente tan inesperado como sanguinario en medio de sus rutinas laborales, mientras que en Naves Misteriosas de Douglas Trumbull el protagonismo de los vehículos espaciales se debe a su carácter de repositorios botánicos que preservan las pocas plantas salvadas de la destrucción en una Tierra donde la vida vegetal es sólo un recuerdo.

Por citar sólo un par de libros, en Mercaderes del espacio de Frederik Pohl y C.M. Kornbluth, las naves son igualmente simples transportes de productos o personal para mantener en pie el sistema hipercapitalista de los Señores del Comercio, mientras que en El planeta de los Simios de Pierre Boulle, la trágica epopeya de los humanos en un mundo poblado por monos está contenida en la lánguida botella que descubren, flotando en el espacio, dos turistas recién casados.

En la realidad, el primer turista espacial fue el millonario estadounidense Dennis Tito: el espacio no era territorio desconocido para este neoyorquino descendiente de emigrantes italianos, pues durante años trabajó como ingeniero de la NASA y, si no se presentó a las pruebas de aspirante a astronauta, fue porque ni era militar (condición sine qua non para integrar una expedición norteamericana) ni reunía las muy exigentes condiciones físicas requeridas.

Pese a ello, durante años soñó con esta posibilidad que finalmente se hizo realidad hace ya 14 años, cuando la desintegración de la Unión Soviética obligó a Rusia a buscar nuevas fórmulas de financiación para el costoso mantenimiento del programa espacial.

Dennis Tito
Dennis Tito

Durante la mayor parte de lo que fue bautizado como la carrera hacia las estrellas, ni Washington ni Moscú se mostraron por la labor de abrir las puertas de sus respectivas agencias espaciales a la presencia de civiles, pero la necesidad de nuevos ingresos condujo finalmente a Roscosmos, la agencia gubernamental rusa, a aceptar los 20 millones de dólares que ofertó Tito a cambio del entrenamiento, el viaje y la estancia en la Estación Espacial Internacional (ISS), pese a las protestas norteamericanas por el “capricho de un excéntrico”, según la definición del entonces administrador de la NASA, Daniel S. Goldin (cuyo mandato, por cierto, finalizaría pocos meses después en el mismo 2001).

El 28 de abril de 2001, con 60 años de edad (lo que le convertía en la segunda persona de más edad en viajar al espacio tras el astronauta norteamericano John Glenn, quien realizó su segundo vuelo espacial con 77 años) Tito pudo por fin cumplir su deseo: despegó desde el Cosmódromo de Baikonur en compañía de dos cosmonautas rusos y dos días más tarde entró en la ISS, donde permaneció una semana manejando el sistema de comunicaciones, verificando el equipo de energía del módulo ruso, preparando comidas y, sobre todo, comportándose como un turista tomando películas y fotos todo el tiempo que pudo.

El 6 de mayo regresó a la Tierra tan emocionado como extenuado, tal y como demuestran sus palabras: “Vengo del paraíso…, aunque estoy agotado, sudoroso y me encuentro tan débil que no he podido salir de la cápsula Soyuz por mi propio pie, como hicieron mis compañeros”.

Tito fue el primero, pero no el único: otros turistas han desembolsado fuertes cantidades de dinero por el privilegio de abandonar físicamente el planeta que les vio nacer aunque sea durante un puñado de días; entre ellos, el surafricano Mark Shuttleworth, el norteamericano Gregory Olsen y la primera mujer turista, estadounidense aunque de origen iraní, Anousheh Ansari.

En la actualidad, diversas empresas trabajan en el desarrollo de un proyecto viable de turismo espacial que no dependa directamente de la agencia espacial rusa, ya que la NASA sigue sin aceptar “invitados”, aunque por ese motivo en un primer momento sus objetivos son menos ambiciosos: las características iniciales sobre las que se trabaja son para vuelos suborbitales de poco más de una hora de duración que se puedan programar de manera rutinaria y con tecnología comercializada sin restricciones.

Paralelamente se desarrollan proyectos de hoteles espaciales, a fin de alargar la estancia fuera del planeta y compensar así el enorme desembolso necesario para costear el viaje.

Para más adelante quedará el turismo verdaderamente de aventura, como escalar el monte Olimpo (tres veces más alto que el Everest) en Marte, practicar descenso de cañones (varias veces más profundos que el del Colorado) en la luna joviana Europa o navegar con motos acuáticas (y adecuados trajes de protección) sobre los lagos de gas natural líquido en la luna saturniana Titán.

 

Televisión, idiocia y cultura chamuscada

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Los bomberos pirómanos del futuro,   pergeñados por Bradbury y ahora recreados por Hamilton, en pleno éxtasis incendiario tras quemar una buena pila de libros
Los bomberos pirómanos del futuro,
pergeñados por Bradbury y ahora recreados por Hamilton, en pleno éxtasis incendiario tras quemar una buena pila de libros

El ilustrador Tim Hamilton adapta al cómic la visión de un mundo sin esperanza, cautivo de la idiocracia. En un futuro indefinido, los bomberos, que controlan a una población alienada por la televisión, ya no apagan fuegos sino que se dedican a quemar libros; este es el punto de partida de Fahrenheit 451 (451Editores), la novela que Ray Bradbury publicó en 1953 y que Tim Hamilton revisa ahora con trazos y burbujas.

«Lo que el lector tiene ante sí es el rejuvenecimiento de un libro que una vez fuera una novela corta, que una vez fuera un relato corto, que una vez fuera un paseo por la manzana, un muerto viviente en un cementerio», explica Ray Bradbury en el prólogo de esta novela gráfica, en la que también ha colaborado.

Una noche como otra cualquiera Guy Montag, un bombero que disfruta de su trabajo y del olor a queroseno, está de regreso a casa cuando se encuentra con la joven Clarisse McClellan.

Este primer encuentro marcará un punto de inflexión en la vida de Montag, que empezará a cuestionarse su realidad a raíz de las reflexiones de Clarisse que, con un comportamiento antisocial, charla sobre una época pasada en la que los bomberos apagaban fuegos, no ve la televisión y disfruta del rocío de la mañana.

Un clásico

Fahrenheit 451 -cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arden los libros-, fue adaptada al cine en 1966 por François Truffaut, y es una de las novelas de ciencia ficción más influyentes de la historia gracias, en parte, a la poética sociedad distópica que desarrolla.

Para su adaptación en viñetas, Tim Hamilton huyó de la película de Tuffaut, que no vio por «miedo» a que afectase a la imagen que la novela gráfica tenía que tener para él.

«Quería adaptarla como una fábula actual, así que evité ilustrar la novela de forma hiperrealista, que es un estilo que se ha hecho muy popular en los cómics actuales», explica Hamilton.

La historia de Fahrenheit 451 se desarrolla en una ciudad sin nombre y un momento en el futuro que desconocemos, ese era uno de los aspectos que el ilustrador quería «reflejar» mediante «una forma artística muy marcada y gráfica».

«En realidad, mi primera idea fue dibujar todo el libro en dos únicos tonos, pero al final me decidí por un paleta de colores limitada, porque las limitaciones son la madre de la creatividad», aclara Hamilton, señalando que cada imagen fue trazada con «el menor número de colores y de líneas posible».

Color escaso y clave

En las imágenes de la novela gráfica, el uso del color es escaso pero «muy importante». Los azules y verdes «añaden la textura fría» que discurre en la mayoría de la obra y las páginas con llamas, rojas y amarillas, «se alzan en oposición a estos tonos».

Influido por «el arte en general», especialmente por el dibujante Egon Schiele y «cualquier tipo de anuncios», Tim Hamilton confiesa que para la elaboración de este cómic revisó pósters Art Decó, carteles de la revolución rusa e ilustraciones de los años cincuenta.

Para el ilustrador, adaptar Fahrenheit 451 fue un gran reto porque «la gente conoce tan bien el libro» que era imposible improvisar nada en la historia, de ahí su decisión de «centrarse» en la parte artística.

«Estoy seguro de que surgirán críticas acerca del rápido flujo que tiene la novela gráfica, o que digan que no era necesario hacer una versión cómic de la novela original», aclara.

Los replicantes de Blade Runner siguen pasando el cepillo tras la misa

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Rick Deckard (Harrison Ford), cazador de clones en crisis existencial, junto a la replicante Rachael (Sean Young)
Rick Deckard (Harrison Ford), cazador de clones en crisis existencial, junto a la replicante Rachael (Sean Young)

Su producción fue tal infierno que su muy perfeccionista director aún sigue afinando una versión definitiva, pero lo cierto es que ‘Blade Runner’ se ha convertido en un clásico cuya sombría visión del futuro no para de generar chorros de oro.

Y es que, en lo que es otro dato curioso en una película repleta de ellos, ‘Blade Runner’ fue tras su estreno el 25 de junio de 1982 un fracaso en EEUU, pues sólo recaudó en las salas 14 millones de dólares -la mitad de su presupuesto-, pero su apabullante éxito en el recién nacido mercado del vídeo doméstico la erigió en uno de los productos más lucrativos de la Warner.

«Warner Brothers me dijo que es su película más solicitada, después de ‘Casablanca'», declara su director, Ridley Scott.

Una explicación al éxito en vídeo, DVD y Blu-Ray es que la cantidad y calidad de las imágenes que ofrece la película es tanta que muy pocos suelen conformarse con ver sólo una vez esta mezcla de cine negro y ciencia ficción protagonizada por Harrison Ford en uno de sus mejores papeles.

Ciberpunk

Rodada en decorados humedecidos por la lluvia y la neblina que caracterizan esta película en la que apenas se ve el sol, ‘Blade Runner’ unió bajo una hipnótica banda sonora de Vangelis el alma caótica de Nueva York, Londres, Bangkok y Hong Kong en un diseño visual mil y una veces imitado desde entonces y bautizado como ciberpunk, mezcla de tecnología y marginalidad existencialista.

Tan deudora de la imaginación del dibujante Moebius como del film ‘Metrópolis’ (1927), de Fritz Lang, la película se sitúa en 2019, mucho después del 1992 propuesto por el visionario escritor Philip K. Dick en su novela ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ (1968), en la que se basa muy libremente el guión.

‘Blade Runner’ nos ofrece «uno de los entornos ficticios visualmente más elaborados que se han creado nunca para una película; cada plano está lleno a rebosar con una obsesiva acumulación de detalles», recalca una de las mayores autoridades en materia de este film, Paul M. Sammon.

Este periodista experto en cine recibió en 1981 el encargo de una revista de seguir el primer rodaje en EEUU del británico Scott, que venía de marcar época en la ciencia ficción con ‘Alien’ en 1979.

Sammon fue así testigo privilegiado del fascinante proceso de creación de lo que acabó siendo una obra maestra, que le obsesionó hasta el punto de dedicar 15 años a elaborar uno de los mejores libros existentes en torno al cine, ‘Futuro en negro’ (1996).

Tensa relación con los actores

Apodado «la Biblia de Blade Runner», el libro se hace eco de la muy tensa relación que tuvieron durante el rodaje Scott y Harrison Ford, quien se sintió abandonado por el director a la hora de modelar su papel de policía encargado de exterminar a un grupo de androides.

La actriz Sean Young tampoco tuvo buenas vibraciones con Ford, hasta el punto de que una escena en principio amorosa acabó generando tal violencia física y psíquica que el productor Michael Deeley la definió como «la violación del pasillo».

El perfeccionismo de Scott, que muy a menudo le llevaba a rodar decenas de tomas de un mismo plano, también soliviantó al equipo técnico, que adoptó la costumbre de vestir camisetas con lemas despectivos hacia el cineasta.

Sin embargo, los más turbulentos para Scott fueron los financieros, que no sólo le despidieron una vez acabado el rodaje por sobrepasar el presupuesto -poco después se vieron obligados a readmitirle-, sino que en ningún momento se mostraron convencidos de que la película resultara comprensible.

Mutilaciones al montaje

Un miedo que afectó al propio Scott también cuando, tras los pases previos, el público -que posiblemente, por la presencia de Harrison Ford, esperaba nuevas aventuras tipo ‘Star Wars’- se quejó por considerar la película enrevesada y pesimista, al igual que no pocos críticos.

Todo ello llevó a productores y director a tomar una polémica decisión: eliminar un plano onírico que Scott creía fundamental, incluir una locución explicativa a cargo de Ford durante toda la película y alterar radicalmente el final para hacer un «happy ending», incluyendo idílicos planos de montañas tomados de descartes de la película ‘The Shining’ (‘El resplandor’), de Stanley Kubrick.

Y así habría quedado ‘Blade Runner’ de no ser porque a comienzos de los 90 el hallazgo de una copia de trabajo con el montaje original y su casual proyección en un pase público generó una oleada de entusiasmo popular.

Entusiasmo que hizo que Warner olfateara un nuevo negocio: el reestreno de esta versión con el montaje del director y su lanzamiento en vídeo en 1992, en coincidencia con el décimo aniversario del estreno.

Una fórmula que generó pingües beneficios y que no deja de repetirse, con distintas ediciones de las cinco versiones de la película, incluidas las internacionales.

Y por si fueran pocas, Scott volvió a a rodar planos para afinar de nuevo el montaje, como revela en su sitio web la actriz Joanna Cassidy, que encarnó a una sensual androide.

Pero es que, como confesiesa a Sammon, ‘Blade Runner’ es para Scott algo muy especial: «Es una buena lección para todo cineasta serio. No hagas caso de aplausos o críticas. Limítate a seguir adelante. Si tienes suerte, podrás hacer alguna obra importante que aguante el paso del tiempo».

La increíble literatura creciente de Richard Matheson

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Magnífico en su faceta novelística, Matheson fue asimismo un guionista formidable
Magnífico en su faceta novelística, Matheson fue asimismo un guionista formidable

Richard Matheson (1926-2013) es autor de clásicos literarios de la ciencia ficción, fantasía y terror como ‘Soy leyenda’, ‘El hombre menguante’, ‘Más allá de los sueños’ o ‘La casa infernal’.

La imaginación de Matheson, conocido por humanizar tramas imposibles y dotar de un ángulo científico gran parte de sus premisas más sugerentes, fue un imán para Hollywood. Su libro ‘Soy leyenda’ (1954) se adaptó a la gran pantalla en tres ocasiones, la última con el protagonismo de Will Smith en una cinta del 2007 dirigida por Francis Lawrence, que recaudó casi 600 millones de dólares en todo el mundo. Las versiones anteriores fueron ‘The Omega man’ (1971), con Charlton Heston, y ‘El’último hombre sobre la Tierra’ (1964), con Vincent Price. En ‘Soy leyenda’ un solo hombre afronta una plaga vampírica que ha asolado a la humanidad en un mundo apocalíptico.

En los últimos años Hollywood volvió a adaptar sus obras con películas como ‘Real Steel’ (2011), protagonizada por Hugh Jackman, y ‘The Box’ (2009), con Cameron Díaz, basadas en sus historias cortas ‘Steel’ y ‘Button, Button’, respectivamente. Otras novelas como ‘Somewhere in time’ y ‘A stir of echoes’, también se han llevado al cine. Pero célebre fue la adaptación, en 1957, de su novela ‘El hombre menguante’, con el nombre de ‘El increíble hombre menguante’, convertida en toda una película de culto.

Distinguida con el prestigioso premio Hugo, en sus capítulos, a través de una lógica aplastante, daba cuenta de la inexorable reducción de Scott Carey, quien tras verse sometido a cierta radiación comenzaba a decrecer hasta que su mundo cotidiano cobraba unas dimensiones gigantescas y su propio gato se convertía en una amenaza constante. Una merma irremisible que acababa enfrentándole a dimensiones microscópicas.

El autor escribió el guión de la película de 1971 Duel (El diablo sobre ruedas), una de las primeras películas del director Steven Spielberg.

Para la pantalla grande escribió los guiones de la mayoría de las legendarias adaptaciones de Poe llevadas a cabo por Roger Corman: ‘La caída de la casa Usher’ (1960), ‘El péndulo de la muerte’ (1961), ‘Historias de terror’ (1962), ‘El cuervo’ (1963). También para la American Internacional Pictures concibió el guión de ‘El amo del mundo’ (William Witney, 1961), esa maravilla basada en ‘Robur, el conquistador’ de Verne, y de ‘Sade’ (1969), un acercamiento al divino marqués debido al gran Cy Endfield.

También son de Matheson los libretos de ‘La comedia de los horrores’ (Jacques Tourneur, 1964), de la que fue coproductor, y ‘La novia del diablo’ (Terence Fisher, 1968), la pequeña aportación del escritor a la Hammer Films.

Magnífico en su faceta novelística, Matheson fue asimismo un guionista formidable, a quien le debemos el ciclo de adaptaciones de Edgar Allan Poe que rodó Roger Corman, así como numerosos episodios de teleseries míticas, como Alfred Hitchcock presenta, y Star Trek.

Lo más granado de su actividad televisiva fueron los libretos para «The Twilight Zone», la serie de Rod Serling (‘Los límites de la realidad’ en España), especialmente el guión de Nightmare at 20.000 Feet en 1963. El episodio, que protagoniza William Shatner, se ha convertido en un clásico de la televisión con muchas referencias. Por todo ello, mereció los más prestigiosos premios del género: el Edgar Allan Poe, el Stoker y el British Fantasy Award, entre otros muchos, también fue objeto de múltiples homenajes en series televisivas y en videojuegos

Imagen del célebre episodio de "The Twilight Zone", 'Nightmare at 20.000 Feet'. protagonizado por William Shatner
Imagen del célebre episodio de «The Twilight Zone», ‘Nightmare at 20.000 Feet’. protagonizado por William Shatner

Hijo de inmigrantes noruegos, el autor nació en Nueva Jersey en 1926 y publicó su primera historia de ciencia ficción en 1950, tras haber cumplido el servicio militar como soldado de infantería en la segunda guerra mundial. Su primer cuento, ‘Nacido de hombre y mujer’, ya le catapultó a la fama.

Aunque Matheson tuvo entre su público objetivo a los lectores de pulp y a los ocupantes de la última fila en los cines de barrio, supo llegar a un auditorio mucho más amplio, brindándole palabras que aún saben a nuevo. De ahí que su literatura siga despertando pasiones desbocadas.

El autor acercó el miedo y la paranoia a entornos cotidianos y pobló las pesadillas de mediados del siglo xx con umbrales abiertos a mundos del futuro y a dimensiones desconocidas que hoy siguen amedrentándonos. Son puertas que permanecen abiertas, pequeños cuentos de impacto que fueron germen y referente del terror moderno.

Las últimas novelas de una carrera literaria de medio siglo fueron ‘Other Kingdoms (2011) y ‘Generations’. Matheson entró en el Salón de la Fama de la ciencia ficción en el 2010.

El autor estadounidense Ray Bradbury calificó a Matheson como «uno de los escritores más importantes del siglo XX», mientras que Stephen King dijo de él que fue el autor que más le influyó en su carrera.

El centinela de cuentos estelares

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De izquierda a deracha, Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke
De izquierda a derecha, Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke

Arthur C. Clarke es uno de los grandes maestros de la ciencia ficción cuyos relatos fueron llevados al cine, como, por ejemplo, en el caso de Kubrick. Con Una Odisea en el Espacio, el director ganó un Oscar y recibió más de 10 postulaciones para diversos premios de la cinematografía mundial. El éxito fue tan grande que Clarke debió convertir el cuento The Sentinel.

“»Tras haber cumplido 90 órbitas alrededor del Sol no me quedan demasiados reproches ni ambiciones”», afirmaba Clarke poco antes de morir en 2008, en un mensaje de vídeo grabado en su residencia de Colombo, Sri Lanka, lo que parecía una despedida para sus miles de seguidores.

Clarke, además de la ciencia ficción, escribió más de 100 obras científicas y filosóficas en las que trató de determinar el lugar del hombre en el Universo y siempre con la creencia en que la ciencia mejoraría a la humanidad.

Pero 2001: Una Odisea en el Espacio no fue su única carta de presentación, también se le conoció por obras como El Fin de la Infancia y Cita con Rama, que llevaron a los críticos a compararlo con Isaac Asimov y Robert Heinlein, los grandes maestros de la ciencia ficción.

Nació el 16 de diciembre de 1917 en Minehead (Inglaterra) fue desde niño un aficionado a la astronomía y en 1949 el apartamento en que vivía en Londres se convirtió en el cuartel central de la Sociedad Interplanetaria Británica de la cual fue su presidente.

Intrépido visionario

Durante la II Guerra Mundial prestó servicio en la Real Fuerza Aérea y se dio tiempo para escribir estudios técnicos y obras de ciencia ficción. Sin embargo, sólo logró publicar su primera Rescue Party en 1946, cuando el conflicto ya había concluido.

Su influencia no sólo alcanzó la excelencia literaria, pues muchas de sus obras científicas introdujeron diversos conceptos que ahora son moneda de curso normal en el mundo de la tecnología.

Por ejemplo, una de ellas Can Rocket Stations Give Worldwide Radio Coverage? (1945) planteó por primera vez la idea de que los satélites geoestacionarios podían ser excelentes centros de las telecomunicaciones.

En 1969, cuando era considerado el principal profeta de la era espacial, Clarke se unió a la cadena de televisión estadounidense CBS para narrar junto al astronauta Wally.

En 1988, el escritor sufrió el síndrome postpolio que lo relegó a una silla de ruedas y en 1998 estuvo a punto de recibir el título de caballero del Reino Unido.

La investidura, postergada luego de que el diario The Sunday Mirror lo acusara de ser un pederasta, se llevó a cabo en Sri Lanka dos años después.

En 1953, Clarke se casó con la estadounidense Marilyn Mayfield, pero su matrimonio duró sólo seis meses y hasta su muerte fue perseguido por las dudas acerca de su orientación sexual.

En una ocasión trató de ofrecer una explicación, cuando señaló que para él “el matrimonio era incompatible desde el comienzo”. “No estaba destinado para el matrimonio (…) aunque creo que todos deberían casarse al menos una vez”, aseguró.

En su último mensaje a través de internet, Clarke expresaba tres deseos: “Que la humanidad reciba alguna evidencia de la vida extraterrestre; que abandone su afición al petróleo a favor de otras energías más limpias, y que el conflicto que divide Sri Lanka llegue a su fin y se imponga la paz”.

Ponga un alienígena en su vida, por si acaso

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Cartel de "Ultimátum a la Tierra", dirigida por Robert Wise en 1951
Cartel de «Ultimátum a la Tierra», dirigida por Robert Wise en 1951

Hace 40 años fue lanzada al Espacio la sonda Pioneer 10, que lleva a bordo una placa con un mensaje destinado a una hipotética civilización extraterrestre; también hace 40 años dio inició el rodaje de Encuentros en la Tercera Fase.

La sonda norteamericana, lanzada al espacio el 2 de marzo de 1972, se convirtió en el primer ingenio humano que atravesó el cinturón de asteroides y alcanzó el planeta Júpiter, su principal objetivo, y once años más tarde, también Neptuno.

Pioneer 10 suministró importantes datos científicos pero es más conocida a nivel popular por la placa de aluminio anodizado en oro que acompañaba a la nave y en la que, con el diseño del astrónomo Frank Drake y su colega y también divulgador científico Carl Sagan, fueron grabados varios dibujos e informaciones que pudieran servir como tarjeta de presentación en el caso de que acabara llegando a manos de una cultura alienígena.

La imagen más fácilmente reconocible es la de la propia sonda junto a dos figuras humanas, de hombre y mujer, para explicar las proporciones del cuerpo humano, pero también contiene un esquema del sistema solar, un haz de líneas que resume la posición de la Tierra de acuerdo a los púlsares más próximos a nuestro y el spin o momento angular intrínseco de la molécula de hidrógeno, la más corriente en el universo.

Misiones como ésta han alimentado el imaginario colectivo y han dado alas a uno de los temas favoritos de la Ciencia Ficción: el posible contacto con una civilización alienígena y los resultados de ello, generalmente muy negativos de acuerdo con la imaginación de los sucesivos autores que lo han empleado, tanto nacionales como internacionales.

Hay diferentes tipos de consecuencias, según la entidad extraterrestre que pudiera aparecer por nuestro planeta el día de mañana si es que (guiño a los conspiranoicos) no están ya entre nosotros…

En líneas generales, nuestro género favorito ofrece tres tipos de alienígenas:

1) El “malo” o invasor, de carácter violento, cruel e imperialista, que piensa en la Tierra como un lugar de donde extraer recursos de todo tipo o lo emplea incluso como un simple coto de caza para su entretenimiento.

Uno de los ejemplos más conocidos son los marcianos de La guerra de los mundos de H.G.Wells, publicada en 1898 por primera vez y considerada como la primera descripción conocida de una invasión alienígena.

Se trata de una de las obras más populares del género de todos los tiempos y ha dado lugar a todo tipo de adaptaciones en forma de películas, tebeos, series de televisión, videojuegos…, sin olvidar la archifamosa versión -la primera, no la única- radiofónica de Orson Welles.

El narrador de los acontecimientos es testigo, durante una visita a un observatorio astronómico, del despegue desde Marte de las naves de invasión y posteriormente en la Tierra huye del agresivo despliegue del ejército de trípodes que devastan el Reino Unido y derrotan a la humanidad, la que sólo puede salvarse gracias a sencillas bacterias, que no afectan a los seres humanos pero para las cuales los marcianos carecen de inmunidad.

2) El “pacífico”, inocente o incomprendido, que no tiene especial interés en hacer daño al ser humano, quiere aprender de él o ayudarle y, a pesar de ello, a menudo termina perseguido y acorralado por aquéllos a quienes quiso ayudar.

Ultimátum a la Tierra, dirigida por Robert Wise en 1951 a partir de un relato de Harry Bates escrito en 1940 con el título original de Farewell to the master, es un buen ejemplo.

Cuenta la historia de un extraterrestre de aspecto humano llamado Klaatu y su robot Gort, que llegan a los Estados Unidos para advertir a la humanidad de la necesidad de detener la carrera nuclear, parar las guerras y evolucionar hacia un mundo unido y en paz so pena de su destrucción.

Esta película incluye una de las frases más famosas de la historia de la ciencia ficción: Klaatu barada nikto, la expresión que uno de los personajes debe pronunciar ante Gort y para la cual no existe una traducción específica, aunque suele relacionarse con el asesor en idioma sánscrito que aparece en los créditos del largometraje.

En este antiguo idioma, estas palabras significarían “El camino de Klaatu se ha acabado”, es decir, que ha muerto, al objeto de que el robot acudiera a ayudar y no destruyera el planeta.

3) El “bueno” o colaborador, dispuesto a ayudar a los humanos y que entabla relaciones amigables.

Encuentros en la Tercera Fase de Steven Spielberg es tal vez la mejor referencia para esta categoría y la que mejor viene al caso porque su rodaje comenzó en 1976, hace ahora 40 años, aunque no fue estrenada hasta noviembre del año siguiente en los Estados Unidos.

El principal protagonista es un humilde técnico de una compañía eléctrica que, tras ver un ovni de cerca, se obsesiona con el fenómeno y termina participando en un encuentro secreto entre una civilización alienígena y el gobierno norteamericano.

Fotograma de "The Thing" ("El enigma de otro mundo")
Fotograma de «The Thing» («El enigma de otro mundo»)

El título de la película obedece a la clasificación que diseñó el astrónomo e investigador norteamericano J. Allen Hynek, que asesoró científicamente a las autoridades estadounidenses en iniciativas como el Proyecto Libro Azul, y que aparece en un breve cameo en la película.

De acuerdo con la descripción de Hynek, existen tres tipos básicos de encuentros cercanos con ovnis: la primera fase implica su avistamiento; la segunda, incluye la evidencia física como por ejemplo daños específicos en el terreno o una radiación inusual; la tercera, es el contacto con los seres que tripulan las naves, a los que llamó “entidades biológicas” por entender que no tienen por qué ser extraterrestres.

Posteriormente, sucesivos autores propusieron variantes o ampliaciones, desde las abducciones hasta las relaciones sexuales para engendrar híbridos interplanetarios, lo que ha sido explotado en argumentos de género en los últimos años.

En julio de 2015, el físico británico Stephen Hawking planteó un proyecto específico, considerado como la investigación científica más grande que se ha emprendido nunca en busca de signos de inteligencia más allá de la Tierra para tratar de responder a la pregunta de si existe vida en otros puntos del espacio, a través de la londinense Royal Society.

Según sus propias palabras, “no existe una pregunta más grande, es tiempo de comprometerse a hallar la respuesta y buscar la vida más allá de la Tierra” porque, por el hecho de estar vivos y ser inteligentes “tenemos que saber”.

Sin embargo, el propio Hawking había advertido cinco años antes de que los extraterrestres “casi seguramente existen”, en cuyo caso, era preferible evitar mantener el contacto con ellos porque podrían “hacer una incursión en la Tierra para proveerse de recursos y luego marcharse” o bien “colonizar nuestro planeta con un resultado similar a cuando Cristóbal Colón llegó a América”.

De momento, y a no ser que alguien desvele públicamente alguna sensacional noticia en sentido contrario, tendremos que contentarnos con seguir mirando hacia las estrellas. Y esperar.

La inevitable filosofía en Star Trek

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En el capítulo "Pattern of the Force" ("Por medio de la fuerza"), el planeta Ekos está controlado por Nazis, una trama que guarda cierta similitud con la planteada por Phillip K Dick en "El hombre en el castillo", años antes
En el capítulo «Pattern of the Force» («Por medio de la fuerza»), el planeta Ekos está controlado por Nazis, una trama que guarda cierta similitud con la planteada por Phillip K Dick en «El hombre en el castillo», años antes

Los alumnos de la Universidad de Rijeka, Croacia, estudian y discuten cuestiones filosóficas basadas en los temas de la serie «Star Trek». El estudio de la filosofía trekkie no es común pero comienza a hacerse un hueco en los ámbitos académicos por sus reflexiones sobre la condición humana.

Todo es gracias al empuje del profesor Bercic Boran, que es un gran fan de la saga y arrastró al resto del departamento a introducir, a partir de un año académico en curso, Star Trek” como asignatura optativa

El consejo universitario no tuvo problemas con la aceptación de esta idea después de que el profesor Bercic les demostrara las implicaciones filosóficas y espirituales que esconde la popular serie. El estudio de la filosofía trekkie no es común en el mundo, pero comienza a hacerse un hueco en las universidades.

De hecho la facultad croata recoge el testigo de la Universidad de Georgetown en EE.UU., que también ofrece este curso en su plan de estudios. En este caso europeo los estudiantes tendrán como literatura principal una traducción al croata del libro “Star Trek and Philosophy: The Wrath of Kant (Popular Culture and Philosophy)”, publicado por Kevin S. Decker y Jason T. Eberl.

La filosofía y los viajes espaciales se caracterizan por el mismo objetivo fundamental: la exploración. Así que en esta asignatura se combina el espíritu filosófico de la investigación con la aclamada serie, para examinar cuestiones de amplio calado, no sólo acerca de las perspectivas científicas de los viajes interestelares, sino también del viaje interior para examinar la condición humana.

Y los temas que se discuten pueden ir desde las posibilidades de comunicación entre diferentes culturas a las preguntas sobre el temperamento estoico exhibido por los vulcanos en sus relaciones personales. Porque una de las cosas que hace tan emocionante Star Trek es el ángulo filosófico que a menudo presenta.

Y porque la épica de Star Trek ha ido a donde ninguna obra de arte dramático ha ido antes, para convertirse en el mundo imaginario más popular concebido. De hecho, el mismo espíritu inquieto e incansable de exploración que impulsa los viajes de la nave Enterprise es también la fuerza motriz de la maravilla filosófica a lo largo de la historia humana.

Sólo falta pues conocer si a la facultad croata y a la de Georgetown se unirán otras universidades en el mundo, que para rizar el rizo trekkie también podrían incluir en su plan de estudios Filología Klingon. O, al menos, algún curso de idiomas avalado por The Klingon Language Institute, una asociación que también aboga por promover y apoyar este lenguaje único y emocionante.

El escritor incombustible a 451 grados Farenheit

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Ray Bradbury, alentando la futilidad en su despacho.
Ray Bradbury, alentando la futilidad en su despacho.

Ray Bradbury es el maestro de la ficción científica y la fantasía que transformó sus sueños de infancia y temores de la Guerra Fría en marcianos telepáticos, monstruos marinos enfermos de amor y la visión desoladora de un futuro distsorsionado en el cual los bomberos queman libros en Fahrenheit 451.

El autor de clásicos de ficción científica como Crónicas marcianas y El hombre ilustrado trascendió el género para conquistar la admiración de Jorge Luis Borges, quien prologó la versión en español de uno de sus libros.

Aunque disminuyó su ritmo de trabajo en años recientes a su muerte (2012) debido a un derrame cerebral que lo postró en una silla de ruedas, Bradbury se mantuvo activo al llegar a nonagenario, escribiendo novelas, obras de teatro, guiones de cine y un volumen de poesía. Escribía todos los días en la oficina de su casa en el barrio de Cheviot Hills, en Los Ángeles, y de vez en cuando se presentaba en librerías y actos de bibliotecas públicas para recaudar fondos y otros eventos literarios.

Su obra abarca desde terror y misterio hasta humor e historias compasivas sobre los irlandeses, los negros y los mexicanoestadounidenses. Bradbury también escribió el guión de la adaptación cinematográfica de John Huston de Moby Dick (1956), así como varios capítulos de la serie de televisión La dimensión desconocida, incluyendo El Teatro de Ray Bradbury, para el cual adaptó decenas de sus trabajos.

«Lo que siempre he sido es un escritor híbrido», dijo Bradbury en el 2009. «Estoy completamente enamorado del cine, y estoy completamente enamorado del teatro, y estoy completamente enamorado con las bibliotecas».

Bradbury saltó a la fama en 1950 con Crónicas marcianas, una serie de historias entrelazadas que satirizaron el capitalismo, el racismo y las tensiones de las superpotencias al retratar a colonizadores terrestres destruyendo una civilización marciana idílica.

Al igual que El fin de la infancia de Arthur C. Clarke y el filme de Ultimátum a la Tierra, el libro de Bradbury fue una alegoría sobre la Guerra Fría en el que los acontecimientos en otro planeta sirven como un comentario sobre el comportamiento humano en la Tierra. Crónicas marcianas se ha publicado en más de 30 lenguas, fue adaptada en una miniserie se televisión e inspiró un juego de computadora.

Crónicas marcianas profetizó la prohibición de libros, un tema que Bradbury abordaría profundamente en Fahrenheit 451, de 1953. Inspirada en la Guerra Fría, el surgimiento de la televisión y la pasión del autor por las bibliotecas, fue una narrativa apocalíptica de una guerra nuclear en el extranjero y un placer vacío en casa, donde los bomberos son asignados a quemar libros (451 grados Fahrenheit, Bradbury ha dicho, era la temperatura a la cual arden en llamas los textos).

Fue el único trabajo de Bradbury realmente de ficción científica, según el autor, quien dijo que todas sus demás obras debían clasificarse como de fantasía. «Fue un libro basado en hechos reales y también en el odio hacia la gente que quema libros», dijo en 2002.

Un clásico futurista, la novela de Bradbury previó los iPods, la TV interactiva, la vigilancia electrónica y en vivo, los eventos sensacionalistas de los medios, incluso las persecusiones policiales televisadas. Francois Truffaut dirigió en una versión cinematográfica en 1966 y se hizo alusión al título del libro para el documental de Michael Moore Fahrenheit 9-11.

Sin embargo, Bradbury estaba apegado al pasado. Se negaba a conducir un auto o viajar, y le dijo a la AP que presenciar un accidente de tránsito fatal de niño le había dejado un terror permanente a los automóviles. De su juventud, se trasladaba de un lugar a otro en bicicleta o patines.

«No les tengo miedo a las máquinas», le dijo a la publicación Writer’s Digest en 1976.

El profeta robótico

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Los relatos de robots de Asimov siguen teniendo plena vigencia
Los relatos de robots de Asimov siguen teniendo plena vigencia

Considerado por público y crítica como uno de los tres más importantes escritores de Ciencia Ficción del siglo XX junto con Robert Heinlein y Arthur C. Clarke, Isaac Asimov fue tan popular por sus relatos fantásticos como por su obra de divulgación científica.

No es tan fácil fijar la fecha de su nacimiento pues, aunque hay acuerdo general en creer que fue el 2 de enero de 1920 (hace ahora 95 años), este dato está aún por certificar, ya que vino al mundo en un pequeño pueblo ruso a pocos kilómetros de Bielorrusia, desde donde su familia, de origen judío, emigró a Nueva York en busca de mejores oportunidades cuando él era aún muy pequeño.

Los pulps, las revistas baratas de ficción, le descubrieron la Ciencia Ficción y en ellas empezó a publicar sus primeros relatos antes de graduarse como bioquímico en la Universidad de Columbia; compaginando estudios con trabajo, logró el doctorado en química para 1948, con lo que ingresó en la Universidad de Boston…, diez años más tarde, ganaba ya más dinero como escritor que como profesor universitario.

Por cierto que la trilogía original del también llamado Ciclo de Trántor (Fundación, Fundación e imperio y Segunda Fundación) ostenta el honor de haber recibido el Premio Hugo a la mejor serie de Ciencia Ficción de todos los tiempos.

A partir de entonces se dedicó durante muchos años casi íntegramente a la redacción de libros de ensayo y divulgación científica como Breve historia de la Química y Cien preguntas básicas de la ciencia o de divulgación histórica como El Imperio Romano y La Formación de América del Norte, con alguna sonada excepción como la novelización de la versión cinematográfica de Viaje alucinante (un cuento original de Otto Klement y Jerome Bixby) o Los propios dioses (que recibió los tres grandes premios norteamericanos de género: Hugo, Locus y Nebula).

Para los años 80, había vuelto al género con renovados bríos, aunque a partir de ese momento se centró sobre todo en secuelas de sus novelas y en las antologías de relatos como su famosa colección sobre La edad de oro de la Ciencia Ficción…, en todo caso fue capaz de firmar en torno a los 400 textos en un recorrido como autor ciertamente prolífico.

A día de hoy,  el sector de la robótica es, dentro de la ciencia, el que mayor influencia conserva de las aportaciones de Asimov, si bien hay algunos términos y conceptos que también se emplean en otros sectores como la psicohistoria o la positrónica.

En todo caso, no resulta tan difícil convertirse en un visionario cuando uno trabaja con información científica de vanguardia, de la que aún tardará unos años en calar entre el público corriente; en cierto modo, Asimov actuó igual que Julio Verne al escribir gran parte de su obra de ficción por el expediente de proyectar hacia el futuro los conocimientos más adelantados y los experimentos más novedosos de los que le llegaban noticias, de manera que no tuvo necesidad de crear grandes artificios imaginativos personales.

Prueba de ello fue el artículo que escribió en 1964 durante la Feria Mundial de Nueva York en The New York Times y en el que osó “profetizar” cómo sería el mundo del futuro a partir de lo que entonces estaba en boga desde el punto de vista tecnológico: erró en muchas cosas pero acertó en cerca del 60 % de sus previsiones.

También habló de ventanas polarizadas gradualmente al gusto del consumidor para regular la intensidad de la luz, así como de la popularización de las películas en 3D, del uso de levaduras y algas para la alimentación…, e incluso advirtió acerca de “la enfermedad del aburrimiento” con consecuencias “mentales, emocionales y sociológicas” (no hay más que ver la importancia de esta dolencia en la sociedad del siglo XXI, así como la cantidad de miles de millones invertidos en “medicinas” para combatirla, especialmente, en formato de series y películas, programas de telebasura y videojuegos).

El joven Isaac Asimov
El joven Isaac Asimov

Recibió numerosos premios a lo largo de su larga carrera literaria, incluyendo varios Hugos y Nebula y un James T. Grady a la mejor labor de divulgación científica y ese prestigio como escritor, sumado a su propia carrera científica, sus convicciones racionalistas y su actitud militante contra las creencias religiosas le reportó más de una docena de doctorados honoris causa por diferentes universidades, así como diversos reconocimientos en grupos como la Asociación Humanista Estadounidense, que le concedió la presidencia honoraria, o el club Mensa, del cual era vicepresidente también honorario.

En su honor existe un cráter Asimov en el planeta Marte y también un asteroide, el 5020 Asimov…, y posiblemente un robot humanoide, el ASIMO de Honda, aunque la empresa japonesa asegura que son sólo las siglas de  “Advanced Step in Innovative Mobility” o “Paso Avanzado en Movilidad Innovadora”.

Asimov falleció en 1992 tras un fallo renal y coronario, pero hace unos años su viuda Janet reveló que la verdadera causa de su muerte había sido la transfusión de sangre en mal estado por contaminación de Sida que el autor habría recibido durante una operación vascular.