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El cuarto oscuro de los Panero

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"El desencanto" es una biopsia (más que biopic) de los hermanos Panero: una metáfora de la situación política, una apasionada exhibición de la intimidad familiar, una rara avis cinematográfica que abrió las puertas al género en nuestra democracia y que subrayó el fin de una época
«El desencanto» es una biopsia (más que biopic) de los hermanos Panero: una metáfora de la situación política, una apasionada exhibición de la intimidad familiar, una rara avis cinematográfica que abrió las puertas al género en nuestra democracia y que subrayó el fin de una época

«En la infancia vivimos y después sobrevivimos», le dice Leopoldo María Panero a su madre en un fragmento de «El desencanto», la película en la que Jaime Chávarri retrató en 1976 la decadencia de una familia burguesa y maldita tras la muerte del padre, Leopoldo Panero, conocido como uno de los poetas del régimen franquista.

En otra secuencia, el hijo mediano le reprocha a su progenitora haberle metido en un psiquiátrico tras su primer intento de suicidio, en lugar de tratar de comprender los motivos que le llevaron a ello. Todo desde una exquisita y demoledora frialdad.

En la película, como en la propia vida del poeta trágico ya fallecido, a veces no queda claro dónde acaba la ficción y donde comienza la realidad. Si la locura era un refugio para su inteligencia inadaptada o si acabó ganándole la peligrosa partida.

Y es que tanto los hermanos Leopoldo María, Juan Luis, y sobre todo Michi, como su madre, Felicidad Blanc, comienzan apareciendo como personajes, magníficos conversadores conscientes del escenario en que se mueven, para acabar, después de un año y medio de rodaje, mostrando sin querer sus contradicciones y sus facetas más ocultas.

La idea inicial de Chávarri era rodar un cortometraje en un manicomio, pero las autoridades de la época, con el franquismo aún vivo, se lo impidieron. Fue entonces cuando Elías Querejeta, amigo de Michi Panero, le propuso filmar la historia de esta familia que tuvo que vender sus propiedades para sobrevivir.

Al principio Leopoldo María no quería participar. En su ausencia, su hermano Michi lo define como el «molesto» de la familia, el «raro». Cuando el autor de «Por el camino de Swant» se incorpora, a mitad de rodaje, Michi acaba pasándose a su lado para consumar la traición a la madre.

Rodada en blanco y negro, entre la casa familiar de Astorga y el liceo italiano de Madrid donde estudiaron, el documental fue en su día objeto de la censura franquista, que obligó a Chávarri a eliminar la escena en la que Leopoldo habla de sus experiencias sexuales en la cárcel.

Tampoco la crítica la recibió demasiado bien de entrada. Fue más tarde, con los años, cuando se convirtió en una película de culto, símbolo de la caída de la dictadura franquista. Eso sí, en Madrid y Barcelona se mantuvo casi un año en cartel en salas de arte y ensayo.

Muchos años después, Ricardo Franco filmaría la segunda parte del documental, «Después de tantos años» (1994), que volvió a reunir a los hermanos tras la muerte de la madre para recuperarlos de la ruina y el olvido.

Durante dos semanas, Franco mantuvo largas conversaciones con los Panero, siempre por separado, pues ninguno quería ver a los otros hermanos.

Solo al final de la cinta se produce un breve encuentro entre Michi y Leopoldo en el cementerio donde reposan los restos de la familia. Mientras Michi habla de su vida al borde de la muerte, Leopoldo exclama: «¡Qué solos están los muertos!».

La mirada implicada de Chris Marker

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Chris Marker fue un cineasta atípico que marcó el cine y renovó profundamente el arte del documental
Chris Marker fue un artista atípico que marcó el cine y renovó profundamente el arte del documental

El cineasta francés Chris Marker (1921-2012), maestro y pionero del cine documental cuyos trabajos de factura poética y etnográfica han influenciado a varias generaciones de directores, legó para la memoria una prolífica y comprometida producción artística.

Discreto y reflexivo, Marker era esencialmente un director de cine, pero también un escritor, un poeta, un filósofo, un crítico de cine o un fotógrafo al que la Cinemateca Francesa le atribuye la creación del «documental subjetivo», una forma de cine en el que el texto resulta tan importante o más que la imagen.

«Espíritu curioso, cineasta infatigable, poeta amante de los gatos, videoartista, personaje secreto, inmenso talento. Somos huérfanos de Chris Marker», opina el director del Festival de Cannes, Gilles Jacob.

Dentro del mundo del celuloide, Marker fue una de las miradas más singulares del siglo XX.

«Gran moralista, Chris Maker tenía la mirada de un etnógrafo comprometido, preocupado por estilizar su escritura cinematográfica», en palabras de Toubiana y Costa Garvas -que trabajó con Marker- sobre un creador con medio centenar de documentales a sus espaldas.

Nacido en 1921 en Neuilly-sur-Seine, un elegante municipio colindante a París, y licenciado en Filosofía antes de enrolarse como paracaidista en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, sus inicios cinematográficos le sirvieron para afilar e internacionalizar su pupila.

A través de trabajos como ‘Dimanche a Pékin’ (1956), ‘Lettre de Sibérie’ (1957) o ‘Cuba Si’ (1961), Marker, militante del Partido Comunista (PC), mostraba en su trabajo sus preocupaciones sociales, aunque no dejaba que sus convicciones enterrasen su mirada crítica.

Esas primeras producciones fueron una forma de politizar aún más su discurso, alineado con las luchas obreras e independentistas, y de fabricar un género documental en el que filtraba la realidad a través de sus propias emociones, como un testigo implicado en los acontecimientos que le rodean.

Fueron los trabajos previos a ‘La Jetée’ una cinta de 28 minutos estrenada en París en 1962 y forjada a base de fotografías en blanco y negro que explora los límites del tiempo y la memoria.

El relato, poético y exigente, se inicia con un hombre que de niño contempló un asesinato no esclarecido. Con saltos en el tiempo y viajes al pasado y al futuro, el protagonista intenta salvar a la humanidad, mientras se involucra en una historia de amor imposible.

‘La Jetée’, su obra más aclamada, sirvió de inspiración, entre otros, al director Terry Gilliam para rodar ’12 monos’ en 1995, película para la que contó con Bruce Willis y Brad Pitt, o al músico David Bowie, quien también bebió de las musas de Marker para firmar en 1993 el videoclip de la canción ‘Jump, They Say’.

En 1963 Marker estrenó ‘Le Joli Mai’, una atípica narración en la que a través de la voz del cantante y actor Yves Montand, el cineasta se interroga sobre la guerra de independencia de Argelia, concluida en 1962 a través de los Acuerdos de Evian.

Fotograma de "La Jetée" (1962)
Fotograma de «La Jetée» (1962)

Polémica en su fondo y rompedora en su estética, la investigación documental salpicada de fotos fijas y entrevistas se considera otra de las obras maestras del cineasta de una filmografía en la que se cuentan títulos como la obra colectiva ‘Loin du Vietnam’ (1967), ‘Le Fond de l’air est rouge’ (1977), ‘Sans Soleil’ (1982) o ‘Chats perchés’, su último largometraje, rodado en 2004.

Nacido con el nombre de Christian-François Bouche-Villeneuve y cercano a intelectuales como Alain Resnais, Jorge Semprún, Akira Kurosawa o Patricio Guzmán, con quienes colaboró a lo largo de su extensa carrera, Marker no se conformó con convertirse en una leyenda viva del celuloide.

A pesar de sus nueve décadas de vida, seguía explorando nuevas formas de narración, bien a través de Youtube o gracias a su avatar en el mundo virtual de ‘Second Life’.