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Los animales se adaptan a duras penas al cambio climático

El cambio climático es una amenaza para las especies de animales, y las extinciones pueden impactar en la salud de los ecosistemas. Un equipo internacional de científicos, con participación de investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha evaluado más de 10.000 artículos científicos que relacionan los cambios en el clima de los últimos años con las posibles variaciones en los rasgos fenológicos (cambios en los ciclos biológicos) y morfológicos de las especies.
El trabajo, que se publica en la revista Nature Communications, indica que la adaptación de los animales al cambio climático no se da en muchos casos y que los cambios son generalmente insuficientes para hacer frente al vertiginoso ritmo de aumento de las temperaturas.
En la fauna, la respuesta más común al cambio climático es un cambio fenológico en eventos biológicos como la hibernación, la reproducción o las migraciones. Las alteraciones en el tamaño y la masa corporales y en otros rasgos morfológicos también se han asociado generalmente al cambio climático. No obstante, como confirma ahora este estudio, no muestran un patrón sistemático.
Tras revisar la literatura científica existente, los investigadores comprobaron si los cambios en los rasgos observados estaban asociados a una mayor supervivencia o a un aumento en el número de la descendencia. Una combinación de técnicas de metaanálisis y análisis de selección sobre rasgos del fenotipo mostró que “existe una selección consistente hacia una reproducción más temprana, lo que no supone una ventaja adaptativa”, recalcan los autores.
Una respuesta adaptativa incompleta
“Nuestro trabajo se ha centrado en las aves porque los datos en otros grupos eran escasos. Demostramos que, en las regiones templadas, las temperaturas en aumento están asociadas a variaciones en la cronología de los eventos biológicos. En concreto, estos eventos se adelantan en el tiempo”, indica la primera firmante del trabajo, la investigadora Viktoriia Radchuk, del Leibniz Institute for Zoo and Wildlife Research (Alemania).
“La existencia de una respuesta adaptativa incompleta como la detectada sugiere que el cambio global estaría amenazando seriamente la persistencia de las especies”, asegura el investigador del CSIC, Jesús Miguel Avilés, de la Estación Experimental de Zonas Áridas, que ha participado en el estudio.
Más preocupante aún es el hecho de que los datos analizados incluyan especies de aves abundantes y comunes como el carbonero común (Parus major), el papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) y la urraca común (Pica pica), que hasta ahora se creía que respondían relativamente bien al cambio climático.
“Una aplicación práctica que se deriva de este estudio es la necesidad de llevar cabo análisis de selección de este tipo para identificar el riesgo real de extinción de las especies”, agrega Avilés. Faltaría analizar, por tanto, las respuestas adaptativas que realizan especies raras o amenazadas porque es probable que estas sean todavía más limitadas y que la persistencia de sus poblaciones resulte afectada.
Los científicos esperan que sus resultados y la compilación de los datos sirvan para impulsar estudios que profundicen en la resiliencia de las poblaciones de animales ante el cambio global y contribuyan a mejorar las predicciones. De este modo, se podrá orientar las futuras acciones sobre conservación de la fauna.
No habrá turistas en una sartén que arde

Los cambios climáticos que se registran en el mundo pueden conducir a que dentro de 50 años desaparezca el turismo en el sur de Europa, pronosticó un meteorólogo alemán, Mojib Latif, del Instituto de Investigación Marina de la Universidad de Kiel. No me puedo imaginar que con las altas temperaturas que reinan actualmente en Italia, por ejemplo, se pueda ofrecer en el futuro viajes de descanso en ese país, indicó Latif.
Mientras que el sur del continente europeo experimentará pronto frecuentes períodos de sequía prolongados, «en las montañas seguirán ascendiendo los límites de las zonas nevadas», señaló. Practicar el esquí en los Alpes «con cierta seguridad es hoy casi imposible por debajo de los 2.000 metros de altitud», subrayó Latif, investigador de renombre en materia de cambio climático en el planeta.
El recalentamiento de la Tierra provocará que se derritan los suelos congelados en las zonas de alta montaña, por lo que en el futuro también serán más frecuentes los deslizamientos de tierra y desprendimientos de masa rocosa, «tornando inestables esas zonas». En Alemania, la ola de calor de este año ha bajado a marcas récord los niveles de los ríos, entre ellos el caudaloso Rin, llegando a afectar la navegación en diversos tramos.
Los períodos relativamente cortos entre sequías e inundaciones no son una contradicción, afirma Latif. «El clima continuará evolucionando de forma extrema». Asimismo, destacó que la actividad humana «no tiene incidencia directa en cada uno de los fenómenos climáticos que se registran, pero sí en su frecuencia». Una de las causas principales de estos vertiginosos cambios climáticos, según el meteorólogo, son las emisiones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono.
Turismo, un gran negocio con fecha de cierre
El aumento del nivel del mar, de la temperatura del agua, de la altura del oleaje y la frecuencia e intensidad de los temporales provocados por el cambio climático, tendrán un impacto directo en el turismo, los ecosistemas marinos y la comunidad pesquera.
Los efectos de este fenómeno ya son palpables en el Mediterráneo, según los expertos. Como consecuencia, las playas, paseos marítimos y construcciones costeras alterarán notablemente su aspecto actual.
Aún admitiendo que el clima de nuestro planeta haya podido sufrir cambios continuos a lo largo de su historia, existen evidencias que apuntan a que, en las últimas décadas, la actividad humana está provocando cambios en el clima más rápidos que la capacidad del medio natural para reaccionar.
Como consecuencia del calentamiento global, se prevé la aparición en las próximas décadas de graves impactos ambientales y socioeconómicos a escala planetaria tales como una mayor incidencia de los fenómenos meteorológicos extremos (sequías, inundaciones), la alteración de los sistemas naturales y la reducción de la productividad agrícola y forestal en amplias zonas.
El sur de Europa, y especialmente España, será especialmente sensible a estos fenómenos, así, las más recientes evaluaciones apuntan hacia una disminución de los recursos hídricos, la posible regresión de la costa, las pérdidas de la biodiversidad biológica y ecosistemas naturales y los aumentos de los procesos de erosión del suelo.
Según los datos aportados por el IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, Ministerio de Industria, Turismo y Comercio), más del 40 % de las emisiones de gases de efecto invernadero se producen en nuestras ciudades, procedentes fundamentalmente del tráfico, de consumos energéticos ligados a la vivienda y otras actividades relacionadas con los edificios y actividad industrial a las que habría que añadir las emisiones producidas por la gestión y eliminación de los residuos. Por lo tanto, en el ámbito local puede canalizarse una gran parte de la prevención y respuesta al cambio climático.
Los expertos insisten en que las medidas de prevención deberían ir acompañadas de la plena concienciación por parte de administraciones públicas y ciudadanos, y remarcan que el cambio climático afecta con gravedad a los ecosisemas de la costa mediterránea y a la pesca.
Aunque en apariencia el incremento de un grado de la temperatura sea insignificante, conlleva que muchos animales marinos habituales en nuestros mares desaparezcan y emerjan especies invasoras. Este aumento varía la circulación oceánica, responsable de transportar el calor y el frío de unas zonas a otras.
El Mediterráneo es especialmente sensible a la acidificación impulsada por el cambio climático, que supone el aumento de la acidez del agua, debido al incremento de dióxido de carbono en la atmósfera. Esto comporta el descenso del pH del océano, que disminuye la disponibilidad de iones carbonatos, indispensables para la supervivencia de aquellas especies que necesitan generar estructuras de carbonato cálcico.
De esta manera, se evidencia también el incremento de la estratificación acuática, es decir, la dificultad para que las aguas se mezclen, lo que condiciona la disponibilidad de nutrientes. Por ello, se han registrado muchas muertes de gorgonias, unos corales que tienen problemas para sobrevivir, al igual que las algas calcáreas.
Mientras tanto, el incremento del nivel del mar modificará las playas, y el cambio de frecuencia y magnitud de los temporales producirá daños y generará problemas en las estructuras costeras, afirman los expertos. Para ellos, un ligero aumento de ese nivel puede afectar mucho al acuífero costero y generar problemas de disponibilidad de agua dulce.
Los investigadores afirman que se necesitarán ecosistemas dunares bien conformados que taponen la subida del nivel del mar y el incremento de la magnitud de los temporales, y no se debería permitir la urbanización y la destrucción de los ecosistemas costeros, por lo que proponen establecer políticas de adaptación y planificar los usos del territorio y los recursos naturales.
En su opinión, la sociedad debería realizar mucha pedagogía, cambiar el modelo económico y de movilidad, replantear su relación con el medio ambiente, apostar por energías renovables, evitar los combustibles fósiles y reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Atrapados por el epílogo irremediable

El científico estadounidense Dennis Meadows considera que «ya no hay tiempo para evitar los grandes cambios» que el planeta sufrirá en un plazo máximo de cincuenta años como consecuencia del crecimiento desenfrenado y el desarrollo insostenible de las últimas décadas.
Meadows, autor del libro «Los límites del crecimiento», que en 1972 convulsionó el pensamiento económico al defender el crecimiento cero, asegura que las conclusiones que vaticinó siguen vigentes después de 35 años, en los que el planeta poco o nada ha hecho para evitar el «colapso global» que sufrirá tras un largo período de consumo y desarrollo sin límites.
En todo este tiempo las tendencias dominantes han sido las de crecimiento de la población, la industrialización, la polución y el agotamiento de recursos, lo que ya ha provocado los primeros indicios de las crisis que azotarán el planeta en un futuro no muy lejano, «antes incluso de lo previsto», como es el caso de los efectos del cambio climático.
Meadows, consultor medioambiental de diversos gobiernos, señala que, «desafortunadamente, las posibles soluciones no se han llevado a la práctica», lo que entre los años 2020 y 2050 abocará a la Tierra a una situación nada halagüeña, pues la población humana «se reducirá de un modo significativo», escasearán los recursos energéticos y materiales, y caerán las producciones industrial y agrícola.
En resumen, una crisis sin precedentes que llevará al planeta a replantearse el modelo de desarrollo y a implantar un nuevo orden social y una nueva manera de vivir.
«El cambio va a venir, queramos o no. Ya no hay tiempo para evitar los grandes cambios que se van a producir», asegura el experto, que agrega que, inevitablemente, «la vida va a cambiar», aunque estos cambios «no tienen por qué ser una catástrofe, sino algo diferente, algo distinto».
Y es que, según recuerda Meadows, en la actualidad hay más de 2.000 millones de personas que viven con menos de un dólar al día, por lo que estos cambios, para ellos, «quizá sean muy positivos».
Los más afectados, sin duda, serán los países ricos e industrializados, la parte del mundo acostumbrada a vivir en la opulencia y en los récords de contaminación, consumo energético y beneficios industriales, que deberá afrontar la escasez de recursos básicos, como el agua o el petróleo, y un consecuente incremento del precio de la energía.
¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para detener este proceso de autodestrucción o, al menos, minimizarlo? Para empezar, apunta Meadows, adoptar medidas tan sencillas como vivir cerca del trabajo para evitar usar vehículos de motor, moverse en bicicleta por la ciudad, instalar placas solares o producir alimentos con menos agua, teniendo en cuenta que «las precipitaciones se reducirán a la mitad a lo largo de este siglo en España».
«Se tiende a concebir los cambios como algo sacrificado o muy negativo, pero pueden ser una oportunidad para crear un mejor estilo de vida», sostiene el científico.
Cuando Meadows hizo públicos, hace más de treinta años, los resultados de su investigación, que predecía un futuro nada favorable para el planeta si no se impulsaban soluciones de envergadura, fue tachado por algunos sectores económicos y políticos de comunista, alarmista y catastrofista.
Los años han pasado y el planeta parece estar dándole la razón, aunque la mayor parte de la humanidad aún no se ha dado por aludida o bien no quiere darse cuenta de los problemas que se avecinan.
«La gente inteligente puede llegar a decir cosas muy estúpidas», dice el autor de «Los límites del crecimiento», que lamenta que a los políticos, unos de los principales responsables del rumbo del mundo, sólo les interese los resultados a corto plazo, cuando en esta problemática global hay que mirar mucho más allá, «a décadas vista».
A mal tiempo, buenas canciones

El tiempo suele ser uno de los temas de conversación más universales, y ahora un estudio demuestra que los fenómenos meteorológicos también están muy presentes en la música, sobre todo el sol y la lluvia, que ha seducido en especial a cantantes como Bob Dylan, John Lennon o Paul McCartney.
El estudio” analiza más de 700 canciones, que se han sacado de karaokes, pues esas listas están compuestas por intérpretes famosos y la gente suele conocer bien sus letras.
Un grupo de expertos de las Universidades de Southampton, Oxford o Manchester, se puso manos a la obra para analizar la presencia de los fenómenos meteorológicos en la letras y género musical.
La directora del estudio Sally Brown, de la Universidad de Southampton, señala que el equipo estaba “sorprendido” de las frecuencia con que se habla del tiempo en la música popular, “ya sea como una simple analogía o como tema principal de la canción” como Bob Dylan con “Blowin’ The Wind” o The Hollies’ en “Bus Stop”, en la que una pareja se enamora bajo un paraguas.
El sol y la lluvia son los meteoros favoritos de la música, los cuales aparecen en un 37 % de los temas analizados, ya sea como tema principal o secundario del tema, mientras que la ventisca o la helada parecen ser los menos propensos para rimar.
Cuando una canción hace referencia al tiempo no es raro que nombre más de un fenómeno, hasta un máximo de seis en un mismo tema como es el caso de “Baby It’s Cold Outside” de Frank Loesser, o “Stormy” de Cobb and Buir, y los que mejor parecen casar juntos son el sol y lluvia.
Sin embargo, el sol se asocia más a sentimientos y emociones positivas, mientras que la lluvia y las tormentas parecen inspirar más sentimientos pesimistas o negativos.
En cuanto a géneros, el estudio indica que el sol esta “desproporcionadamente bien representado” en los temas de jazz, mientras que los arcoiris son más populares en la música anterior a 1955.
Más de 900 compositores o cantantes han escrito o cantado sobre el tiempo, entre ellos los más destacados son Bob Dylan, con referencias meteorológicas en 163 temas cantados o escritos por él, o John Lennon, Paul MacCartney, con canciones como “I´ll Follow the Sun”, «Good Day Sunshine” o “Rain”.
Las canciones en relación con el tiempo son muy populares, y en la lista de las 500 mejores canciones de todo los tiempos un 7 % tienen algún tipo de relación con fenómenos climáticos.
La meteorología también está presente en los nombres de las bandas musicales, como “Wet Wet Wet”, “The Weather Girls” o “KC and the Sunshine Band”.
El estudio también señala que los músicos a veces encuentran la inspiración en un determinado fenómeno climático.
En 1969, George Harrison escribió “Here Comes The Sun” después de uno de los primeros días soleados de primavera tras un frío y solitario invierno, recordó Brown.
La banda de rock Blur han explicado en ocasiones que un boletín de la radio británica sobre el tiempo en el mar (“Shipping Forecas”) sirvió de inspiración para “This is a Low”.
“Nuestro estudio también concluye que las referencias al mal tiempo en la música pop son estadísticamente más significativas en la música estadounidense de las décadas ‘más tormentosas’ de los años cincuenta y sesenta que los periodo ‘más tranquilos’ se los años setenta y ochenta”, agregó la experta.
Noches tórridas como aliento para la guadaña

Un análisis estadístico de los efectos de las noches de mucho calor sobre la mortalidad en el entorno de Barcelona revela que durante esos periodos nocturnos se producen más fallecimientos por causas naturales, respiratorias y cardiovasculares. El número de noches ‘tropicales’ ha aumentado en las últimas décadas en la capital catalana.
Los efectos de los días de calor sobre la mortalidad en las ciudades se suelen estudiar considerando las temperaturas máximas y, sobre todo, las mínimas durante esas jornadas. Ahora, el investigador Dominic Royé de la Universidad de Santiago de Compostela ha aplicado nuevos índices biometeorológicos para analizar mejor esa relación e identificar las noches en las que la población es más vulnerable al estrés térmico, que perjudica el bienestar y la salud.
El estudio, publicado en el International Journal of Biometeorology, se ha centrado en el entorno de Barcelona. El autor ha utilizado los datos horarios de temperatura registrados entre los años 2003 y 2013 para definir dos índices: uno que valora la intensidad (suma de las temperaturas que se alcanzan) y otro la duración (número de horas que superan 23ºC) del calor durante las noches.
“En general, en un sentido clásico, las noches tropicales son aquellas en las que su temperatura mínima no baja de los 20ºC, pero en este trabajo se establece un umbral relativo de 23ºC, lo que permite tener en cuenta la aclimatación de la población a las temperaturas de Barcelona”, comenta Royé a Sinc. Cuando se superan los 25ºC las noches pasan a denominarse tórridas, como algunas registradas a finales de julio de este año y en agosto de 2017, además de las que se esperan durante la ola de calor de esta semana.
Por otra parte, el investigador ha recopilado la información oficial facilitada por el Departamento de Salud de la Generalitat de Cataluña sobre las tasas de mortalidad en Barcelona, Badalona y L’Hospitalet de Llobregat durante el periodo 2003-2013. Los fallecimientos se clasificaron en tres categorías: por causas naturales (todas las patologías salvo accidentes), enfermedades cardiovasculares y respiratorias.
Después se aplicó un modelo estadístico para saber si existe una vinculación entre estos datos y los dos índices. “Las asociaciones para las variables de exposición al calor y la mortalidad muestran una relación con valores altos y medios que persisten significativamente hasta uno o dos días después del episodio”, subraya.
En concreto, se observó que la mortalidad por causas naturales aumenta un 1,1% por cada 10% de la noche en la que se superan los 23ºC, y hasta un 9,2% en las raras ocasiones en las que no se baja de esa temperatura en toda la noche.
Los efectos de las altas temperaturas nocturnas sobre la mortalidad por causas cardiovasculares son parecidos, pero en el caso de los fallecimientos debidos a problemas respiratorios son todavía más altos.
Aunque para el análisis se han utilizado datos del periodo 2003-2013, el investigador considera que los resultados de años posteriores no deben ser muy diferentes: “En principio, se puede suponer que los riesgos siguen igual; aunque en el futuro, con el cambio climático y el incremento de las temperaturas, estos y el estrés térmico también aumentarán, si sigue la tendencia de aumento de noches tropicales en Barcelona”.
El autor reconoce que no se pueden extrapolar directamente los resultados de la capital catalana a otras ciudades, ya que varían las condiciones climáticas y poblacionales, “pero no hay duda de que en muchas áreas urbanas también existen riesgos por noches cálidas”.
Personas y distritos más vulnerables
En la actualidad, Royé participa en un estudio internacional para comparar lo que ocurre en otras ciudades europeas, como Madrid. Además, recuerda que el riesgo de mortalidad por calor no es igual para toda la población: “Personas mayores, niños y pacientes con enfermedades crónicas, así como individuos con un nivel socioeconómico bajo, son los grupos más vulnerables”.
“También hay que tener en cuenta el efecto de isla de calor dentro de las ciudades, sobre todo en el centro –destaca el experto–. Este efecto se observa justamente durante la noche debido a que las zonas urbanas, con elementos artificiales como el hormigón y el asfalto, no enfrían tan rápidamente como el entorno rural. Por eso en la ciudades se eleva la frecuencia de noches cálidas y por tanto, el estrés térmico entre sus vecinos”.
Royé y otros investigadores de la Universidad de Compostela también han aplicado las técnicas estadísticas para analizar por primera vez en España los efectos del calor y el frio en la venta de medicamentos para enfermedades respiratorias.
Este otro estudio, realizado con datos de A Coruña y publicado en la revista Pharmacoepidemiology and Drug Safety, confirma que el riesgo de consumir estos fármacos se reduce en verano y aumenta durante los meses más fríos, aportando información que puede ayudar a anticipar posibles epidemias.
Tiempo de AMOC

Un grupo internacional de científicos ha constatado que el reciente debilitamiento del sistema de corrientes del Atlántico puede influir en el clima en el futuro.
El proceso sería así: Para nivelar la temperatura global de la Tierra, la madre naturaleza crea corrientes en el agua que mueven el frío y el calor hacia donde se necesite. Una de ellas es la Circulación Atlántica Meridional de Retorno (AMOC por sus siglas en inglés), que es la encargada de llevar una masa de agua densa y fría hacía el sur. Hay otra más cálida y salada (por encima de la gélida) en dirección norte.
Hasta ahora, estos ‘reajustes’ de grados centígrados en el océano mantenían los modelos meteorológicos establecidos, peroa recientes estudios pone en duda que siga siendo así: la corriente que mueve el calor al norte del Atlántico podría estar al borde del colapso gracias al calentamiento global y al cambio climático.
La primera investigación, liderada por el University College London (R.Unido), examina el impacto que ese proceso tiene sobre un sistema de corrientes conocido como Circulación Meridiana de Retorno del Atlántico Norte (AMOC, en sus siglas en inglés).
El AMOC, recuerdan los expertos, tiene una gran influencia sobre el clima, pues redistribuye calor e incide sobre el ciclo del carbono, pero se desconocía hasta ahora si el aparente debilitamiento experimentado en las últimas décadas podría manifestarse en una variabilidad natural a largo plazo.
Los autores de este estudio, con el geógrafo David Thornalley a la cabeza, han presentado «evidencias paleo-oceanográficas» que demuestran que la corriente de convección profunda del AMOC y del mar de Labrador -entre la península canadiense de Labrador y la isla danesa de Groenlandia-, ha sido inusualmente débil desde final de la Pequeña Edad de Hielo, en comparación con los 1.500 años anteriores.
La Pequeña Edad de Hielo es el periodo frío más importante del hemisferio norte desde finales del siglo XIV hasta el XIX.
Los expertos sostienen en este nuevo estudio que el fin de la Pequeña Edad de Hielo estuvo marcado por una descarga de agua dulce del Ártico y mares nórdicos, lo que provocó la alteración del AMOC.
No obstante, todavía no tienen claro si esa transición ocurrió de manera abrupta hacia el final de ese periodo frío, después de 1850, o a través de un proceso más gradual durante los últimos 150 años.
La segunda investigación, desarrollada por el Instituto Potsdam de Análisis de Impacto Climático (Alemania), combina conjuntos de modelos climáticos globales con bases de datos de temperaturas globales de la superficie del mar.
Esta metodología les llevó a identificar una «huella» que indica que la AMOC experimentó una desaceleración de unos tres «sverdrups» (unidad de medida del flujo de volumen por unidad de tiempo), es decir, de casi el 15 % desde mediados del siglo XX.
Esa «huella», que es más pronunciada durante los inviernos y primaveras, conlleva un enfriamiento de la zona subpolar del Océano Atlántico, causado por una caída del transporte de calor, y un calentamiento en la región de la Corriente del Golfo, provocado por un desplazamiento de su ruta hacia el norte.
El cambio climático antopogénico es el «principal sospechoso» de ese debilitamiento que «puede tener efectos importantes, especialmente en el clima Europeo», según un comunicado de la española Universidad Complutense, una de las participantes en el estudio.
Ambos estudios difieren en la cronología de la desaceleración de la AMOC, debido, según algunos autores, a los matices que contiene la propia definición de este sistema de corrientes.
En un artículo que acompaña a los dos trabajos, Summer Praetorius, del US Geological Survey de California (EE.UU.), opina que, «al menos desde el punto de vista científico», las partes coinciden en que el «AMOC moderno» se encuentra en «un estado relativamente débil».
Por contra, añade la experta, de cara al estudio de escenarios de cambio climático futuros, estas divergencias son «quizá, menos tranquilizadoras» porque un «AMOC debilitado podría generar alteraciones considerables en los patrones de clima y de precipitaciones en todo el Hemisferio Norte».
Se presentaría un importante enfriamiento sobre el norte de las zonas del Atlántico Norte y las áreas cercanas; el hielo marino aumentaría y se extendería en los mares de Groenlandia, Islandia y Noruega; se produciría una migración hacia el sur por la lluvia significativa de la correa sobre el Atlántico tropical. Obviamente, el hemisferio norte sería el más afectado.
Si llevamos las consecuencias al extremo, el panorama en la Tierra se parecería mucho al que se puede ver en la película ‘El día de mañana’: El calentamiento global podría colapsar AMOC y provocar la propagación del hielo marino del Ártico, el enfriamiento del Atlántico norte y la traslación de los cinturones tropicales de lluvias hacia el sur.
El origen de la era del hielo

Un estudio internacional en el que ha participado la investigadora de la Universidad de Zaragoza, Alba Legarda, señala las causas del tránsito de un clima cálido «greenhouse» a uno «icehouse» (glaciación), y ha logrado, por primera vez, un acuerdo científico.
En el artículo científico se concluye que la formación de agua profunda en el Atlántico Norte desencadenó un cambio drástico en la circulación oceánica y pudo causar el cambio climático del Oligoceno, según ha informado la institución académica.
Mecanismos climáticos a gran escala
Asimismo, han apuntado que este estudio basado en el clima del pasado geológico puede ser clave para entender los mecanismos climáticos de gran escala y poder así construir mejores proyecciones del clima del futuro.
La investigación de Legarda se centra en interpretar cambios en el clima de hace millones de años y comprender las respuestas de los sistemas marinos frente a estos cambios para así poder realizar proyecciones e inferencias de futuros cambios climáticos y de la respuesta de los sistemas marinos.
Para llevarla a cabo, ha estudiado los foraminíferos planctónicos, un grupo de microfósiles marinos que se pueden encontrar en la parte superficial de los Océanos. Sus microscópicas conchas están compuestas de carbonato y, al morir, caen al fondo oceánico y son preservadas al ser fosilizadas y formar parte de los sedimentos que se generan con el paso del tiempo, formando un “archivo geológico”.
Formación de agua profunda y ventilación en el océano profundo
Este estudio pone de manifiesto la importancia de la formación de agua profunda y ventilación del océano profundo, así como su impacto en el sistema climático.
En concreto, según han señalado, la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico Norte es una componente esencial a la hora de regular el sistema climático actual, ya que constituye la mayor contribución oceánica al transporte de calor.
Hace aproximadamente 50 millones de años, el clima de la Tierra era mucho más cálido y húmedo que hoy en día, con apenas hielo en el planeta y un nivel del mar más alto que el de las costas actuales.
Poco a poco, los niveles de dióxido de carbono descendieron lentamente y la Tierra se enfrió gradualmente hasta que la capa de hielo Antártica se formó rápidamente hace aproximadamente 34 millones de años.
Legarda ha explicado que las evidencias que han encontrado apuntan a que la glaciación pudo comenzar porque las aguas superficiales en el Atlántico Norte se volvieron más salinas y densas y empezaron a hundirse. Esto fue lo que generó un impulso y el inicio de la circulación de estas aguas profundas hacia el sur.
El nuevo estudio sugiere que este cambio en la circulación sucedió en un momento crítico, aproximadamente un millón de años antes de la glaciación Antártica.
Stop boreal al cambio climático

El bosque boreal ofrece una serie de alternativas para mitigar los efectos del cambio climático, por lo que debería recibir más atención a nivel internacional, indicaron diversos expertos. El especialista de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Lars Marklund destacó que los bosques boreales, ubicados principalmente en el norte de América, Europa y Asia, son importantes sumideros de carbono, al absorber más de lo que liberan.
El bosque boreal, que junto con el de las zonas templadas abarca el 48 % de la superficie forestal mundial, aumentó su cubierta entre 2000 y 2015 debido a la reforestación a gran escala, según datos de la FAO.
Para mitigar el cambio climático, la madera de esos ecosistemas también se puede destinar a la generación de energía en sustitución de los combustibles fósiles, así como emplearse para crear productos madereros que después siguen almacenando el carbono de los árboles, como son los materiales para la construcción de edificios.
Como sumideros, por ejemplo, en una década los bosques europeos han secuestrado 13.000 millones de toneladas de carbono, lo que podría reportar 130.000 millones de dólares en el mercado internacional, según cálculos de la ONU.
El director de Política Forestal de Rusia, Andrey Gribennikov, instó a ampliar los esfuerzos para proteger los bosques boreales a nivel internacional a partir del Acuerdo de París frente al cambio climático suscrito el año pasado.
El experto de la Oficina del Ambiente de Suiza Christian Küchli dijo, por su parte, que hace falta “reforzar la posición de los bosques” en las negociaciones relacionadas con el clima.
Küchli aseguró que en su país, típicamente de montaña, el cambio climático está impactando fuertemente con fenómenos extremos como tormentas, y de forma más gradual en las especies de árboles “sensibles”, que están desapareciendo o creciendo a mayor altura.
El azote del horno veraniego en un futuro muy cercano
La probabilidad de que cualquier verano entre 2061 y 2080 sea más caliente que el más cálido registrado hasta ahora si continúa la trayectoria actual del cambio climático es del 80% en todas las áreas terrestres del mundo, salvo la Antártida, que no ha sido estudiada, y del 41% si se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, según un estudio realizado por científicos estadounidenses del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (NCAR, por sus siglas en inglés).
Para llevar a cabo el estudio, publicado en la revista Climatic Change, los investigadores utilizaron dos conjuntos de modelos de simulación de temperaturas para predecir los veranos futuros: uno suponiendo que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen sin disminuir y otro en el caso de que estos se reduzcan.
Los científicos crearon simulaciones a través de la ejecución de un mismo modelo varias veces, con sólo pequeñas diferencias en las condiciones iniciales, y examinaron la gama de temperaturas veraniegas que podrían producirse si sigue la tendencia actual de emisiones de gases contaminantes y si estos se rebajan.
El calor extremo afectaría a la salud, la agricultura y agravaría las sequías
«Los veranos extremadamente calientes siempre suponen un reto para la sociedad. Pueden aumentar el riesgo de problemas de salud, pero también pueden dañar los cultivos y profundizar las sequías. Tales veranos son una verdadera prueba de nuestra capacidad de adaptación al aumento de las temperaturas», apunta Flavio Lehner, autor principal del estudio.
Por su parte, Clara Deser, también científica del NCAR, indica que, con el estudio, «es la primera vez que el riesgo de récord de calor veraniego y su dependencia de la tasa de emisiones de gases de efecto invernadero han sido evaluados de manera integral a partir de un gran conjunto de simulaciones con un único modelo climático».
Los científicos compararon las temperaturas veraniegas registradas entre 1920 y 2014 con 15 conjuntos de valores térmicos simulados para ese mismo periodo. Mediante la simulación de veranos pasados -en lugar de confiar únicamente en observaciones-, establecieron un amplio rango de temperaturas que podrían haber ocurrido de forma natural en las mismas condiciones, incluyendo las concentraciones de gases de efecto invernadero y las erupciones volcánicas.
«En lugar de simplemente comparar el futuro de 95 veranos del pasado, los modelos nos dan la oportunidad de crear más de 1.400 posibles veranos pasados», precisa Lehner, quien añade: «El resultado es una mirada más completa y sólida de lo que debe considerarse la variabilidad natural y lo que puede atribuirse al cambio climático».
Efecto mundial
Así, los científicos encontraron que los veranos de 2061 a 2080 tienen una probabilidad superior al 90% de que sean más cálidos que cualquier periodo estival del registro histórico en grandes áreas del norte y sur de América, centro de Europa, Asia y Africa si las emisiones contaminantes continúan sin cesar, lo que significa que todos ellos prácticamente serían tan calurosos como el que más registrado hasta ahora.
En algunas regiones, la probabilidad de que los veranos sean más calientes que cualquier otro en el registro histórico se mantuvo por debajo del 50%, pero en esos lugares (Alaska, centro de Estados Unidos, Escandinavia, Siberia y la Australia continental) las temperaturas estivales variarían en gran medida, por lo que es más difícil detectar el impacto del cambio climático.
En el caso de que se reduzcan los gases de efecto invernadero, la probabilidad se mantendría por encima del 90% en la costa este de Estados Unidos y en gran parte de los trópicos, y caería a menos del 50% en partes de Brasil, Europa central y el este de China, que son áreas densamente habitadas.
«Hemos pensado en el cambio climático como ‘calentamiento global’, pero lo que importa es cómo el calentamiento global cambia las condiciones que afectarán a las personas», recalca Eric DeWeaver, director de la División de Ciencias Geoespaciales y Atmosféricas de la Fundación Nacional de la Ciencia, que ha cofinanciado el estudio
Mirar al cielo, el mejor parte meteorológico

Mucho antes de que se desarrollara la tecnología para predecir el clima, las personas dependían de la observación, los patrones de la naturaleza, y el folclor popular para evitar quedar a merced del mal tiempo. Una vez practiques estos métodos y aprendas lo necesario sobre el cielo, el aire, y el comportamiento de los animales, te será posible predecir el clima con certeza.
Examina las nubes
El tipo de nubes en el cielo y la dirección en la que se mueven, te puede decir mucho sobre el clima venidero. En términos generales, las nubes blancas con mucha altura indican un buen clima, mientras que las nubes más oscuras y bajas significan que se aproxima la lluvia o tal vez una tormenta.
- La presencia de cumulonimbos (nubes de gran desarrollo vertical) temprano en el mañana que se desarrollan con el paso del tiempo, significa que hay una mayor probabilidad de que pronto empeore el clima.
- Las nubes mastodónticas (formadas por el hundimiento del aire) pueden formar tormentas eléctricas leves o graves.
- Los cirrus o cirros (nubes con forma de serpentina extensa) posicionadas en lo alto del cielo, significa que se aproxima un mal clima en las próximas 36 horas.
- Los altocúmulos (los cuales se ven como una escama formada por nubes) también nos indican que se aproxima un mal clima en las próximas 36 horas.
- En ocasiones se presentan formaciones de cirrus y altocúmulos al mismo tiempo. Cuando eso sucede, ten por seguro que va a llover al otro día.
- Las cúmulos castellanus (tipo de nube cúmulos con forma de torre) indican una alta probabilidad de lluvia más tarde en ese mismo día.
- Las nimbostratos son nubes pesadas de tipo bajo, y significan que la lluvia es inminente.
- Una nubosidad en las noches de invierno significa que puedes esperar un clima más cálido, esto es porque las nubes protegen contra la radiación del calor que de otra forma disminuiría la temperatura en una noche despejada.
Mira si el cielo está rojo
Recuerda la rima: «cielo rojo a la alborada, cuidar que el tiempo se enfada». Busca cualquier señal de rojo en el cielo (no un sol rojo); no será un naranja vivo o un rojo la mayoría del tiempo, pero eso depende un poco de dónde vives.

Si ves el cielo rojo durante el ocaso (cuando miras hacia el Oeste), es debido a que hay un sistema de alta presión con aire seco que agita las partículas de polvo en el aire, eso es lo que causa que el cielo se vea de ese color. Ya que los movimientos frontales y las corrientes en chorro por lo general viajan de Oeste a Este, el aire seco se dirige hacia ti.
Un cielo rojo en la mañana (en el Este, donde el sol sale) significa que el aire seco ya ha pasado el área en el que te encuentras, y lo que lo sigue (que va camino hacia ti) es un sistema de baja presión cargado de humedad.
Busca un arcoíris en el Oeste
Este es el resultado de los rayos matutinos del sol que vienen desde el Este y golpean la humedad al Oeste. La mayoría de tormentas graves que se forman en el hemisferio Norte van de Oeste a Este, y un arcoíris en Oeste significa humedad, lo cual puede significa que pronto va a llover. Por otro lado, un arcoíris en el Este alrededor de la puesta del sol significa que se va a terminar la lluvia y que pronto habrá días soleados. Recuerda: «arco por la mañana, por la tarde agua».
Observa la luna
Si tiene un color rojizo o pálido, hay polvo en el aire. Pero si la luna brilla con fuerza, probablemente sea porque un sistema de baja presión limpió el polvo, y un sistema de baja de presión significa lluvia.
Un anillo alrededor de la luna (causado por un brillo leve a través de nubes cirrostratos asociadas a frentes cálidos y humedad) indica que probablemente lloverá en los próximos 3 días. Recuerda el proverbio: «luna que presenta halo, mañana húmedo o malo».
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