consumo
El rock como modelo predecible de consumo

La música rock fue desde sus inicios objeto de numerosas críticas, y no únicamente de furibundos padres alarmados ante el inaceptable movimiento de caderas de Elvis Presley, o los aullidos desaforadamente sexuales de Little Richard. Había algo en la música rock que la hacía “menor” en comparación con la sacrosanta música clásica o incluso con un jazz ya aceptado y asentado como la música de una selecta minoría, más o menos intelectual. Incluso el folk estaba sancionado por ser una música de raíces.
Ese algo era, precisamente, que el rock era “mayor”. Se vendía mucho más que otros estilos musicales. No estamos hablando únicamente de elitismo. El público del rock lo constituía una numerosísima caterva de histéricos adolescentes, nacidos del optimismo ante el fin de la Segunda Guerra Mundial, acríticos para con cada nuevo producto que se les vendía. Si éstos eran los aficionados, ¿qué podía esperarse de la chillona música que escuchaban?
Esto, por supuesto, es una visión sesgada. Claro que hubo discusión acerca de qué artista era mejor que otro, o qué canción valía la pena y cuál era una auténtica gozada, pero sus principales valedores, incluso en el caso de los artistas más populares, eran jóvenes. A veces, también eran negros, lo cual no hacía mucho por mejorar el aspecto callejero o inferior del asunto a los ojos del respetable hombre blanco que debía decidir la asignación económica que su hijo o hija adolescente iba a poder dedicar a comprar música.
Sea como fuere, el rock se consolidó como un negocio cada vez más rentable, por cuanto sus fans (y entre ellos los futuros músicos) iban creciendo y entrando en un mercado laboral en expansión, debido justamente a la previsión de la enorme demanda que estos jóvenes harían de productos de todo tipo (incluidos reproductores de música, singles y discos de larga duración —cada vez más solicitados por músicos y, sobre todo, emisoras de radio necesitadas de cubrir holgadamente su programación—, y entradas de conciertos) cuando gastasen su recién adquirido primer sueldo. A este respecto resulta altamente revelador un texto de Tony Judt, contenido en su obra Postguerra: “Hasta aquel momento (finales de la década de 1950), la gente joven no había siquiera constituido una entidad diferenciada de consumidores”
Todo este marcado carácter de fenómeno sociológico y económico de masas no hacía sino poner de manifiesto la inferioridad del rock. Simon Frith lo explica muy bien: “El acierto con el que logramos explicar la consolidación del rock ‘n’ roll o la aparición de la música disco se toman como prueba de su falta de interés estético”. Fue entonces perfectamente normal que en algún momento no muy posterior algunos músicos de rock empezasen a desarrollar ciertas inquietudes artísticas.
Jeff Nuttall habla, en su libro Las culturas de posguerra (1968), de cómo un suceso de la magnitud de un hongo atómico fue por sí solo el detonante de toda una corriente de críticas contra el mundo que los jóvenes habían heredado, y de la elección de las artes (entre ellas, la música rock) como forma idónea (quizá la única) de expresar el malestar y desasosiego continuos propios de la sociedad de la Guerra Fría.
Más cerca en el tiempo, y con menor carga lisérgica, José Manuel Azcona menciona a Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg como referentes indispensables para entender el maridaje entre la música para adolescentes de Elvis, The Beatles o The Rolling Stones, carente en principio de componente intelectual alguno, con las ideas contraculturales del Movimiento Hippie, heredero natural del inconformismo propio de la Beat Generation.
Es en este contexto donde aparece la figura de Bob Dylan, quien, con su formación folk y sus letras hondas y comprometidas hasta un extremo impensable para los adolescentes fans de los Everly Brothers o The Beach Boys, era un improbable o vago modelo pop. Cuando dio el salto al rock electrificado, abandonando el sonido acústico de sus inicios (y siendo duramente criticado por ello desde instancias folk), trajo consigo la reputación ganada, transformando el escenario y abriendo un nuevo abanico de posibilidades líricas en el rock. De repente, el rock tuvo una vertiente elevada en lo intelectual (que con los años se vería sancionada incluso con la concesión de galardones que, como el Premio Príncipe de Asturias en 2007, habían estado tradicionalmente destinados a literatos). Mark Polizzotti escribe:
Se ha escrito tanto sobre Dylan y sobre Highway 61, que cualquier comentario añadido parece redundante. Al ser la estrella de rock oficial de la gente pensante, Dylan ha sido carnaza intelectual para generaciones de comentaristas. Otros artistas han vendido más discos, desde los Beatles hasta Michael Jackson o Mariah Carey, pero ninguno de ellos ha inspirado el mismo nivel de reverencia o de referencia.
La revigorizada vertiente lírica que Dylan introdujo fue importante para todo el rock posterior. Para el rock progresivo es quizá el primer peldaño, no el más importante, en su ascensión hacia unas más elevadas cotas de creación artística. Algo que formaba parte de sus ambiciones, tanto o más que la venta de discos.
Esta fase de la contracultura juvenil tuvo muy probablemente en el festival de Woodstock su punto álgido, al menos en cuanto a notoriedad mediática. El evento, organizado por cuatro veinteañeros y celebrado durante tres días de agosto de 1969 en una granja a las afueras de un pueblo del estado de Nueva York, suscitó todo tipo de comentarios, algunos no muy positivos. Uwe Schmitt, con motivo de unos programas de radio con el hilo conductor de la fiesta en la historia, nos lo cuenta así:
En Europa el debate sobre el fenómeno de masas que había sido Woodstock se inició en el otoño de 1970, cuando el documental de tres horas de Michael Wadleigh permitió al menos una visión parcial. La película dividió a la crítica cultural en dos campos hostiles que no tenían nada que envidiarse en cuanto a animosidad. Mientras unos no se cansaban de ensalzar beatíficamente el mito de una fiesta gigante de la paz que mostraba definitivamente el camino hacia una nueva sociedad libre a los hijos de Marx y de la Coca-Cola y al establishment, tan odiado por ellos, los otros condenaban la visión de Woodstock como peligrosa o demasiado cándida. Se produjo una curiosa coalición de rechazo entre los escritores ultrarreaccionarios y los representantes de la intelectualidad de izquierda, que tildaron por su parte a Woodstock de ejemplo frankfurtiano de manual en el que se mostraba un movimiento de masas desviado hacia el servilismo del explotador capitalista. Merece la pena retomar el hilo de estas agrias polémicas, que nos vuelve a llevar directamente a una época de esperanzadas rebeliones de la que el símbolo de Woodstock fue a menudo aislado y, por así decirlo, expulsado de manera fatal.
«La Dialéctica de la Ilustración» de Horkheimer y Adorno, con su concepto de la industria cultural, así como la obra de Enzensberger «Industria de la conciencia» ocuparon un lugar destacado entre los recursos argumentativos de los detractores de Woodstock. Estos escritos, utilizables por igual como meras proclamas o en exposiciones serias, se vieron apoyados a gusto del consumidor por declaraciones menos difundidas de testigos contemporáneos. Por ejemplo, por la crítica de Jürgen Habermas al “comportamiento moderno del ocio” que “no sería voluntario sino que dependería del ámbito de la producción en forma de “ofertas para el tiempo libre”. Una frase tomada de “Integración y desintegración”, artículo de Adorno y Benjamin publicado en 1942, presenta una línea de ataque similar: “La idea de que en una sociedad sin clases se prescindirá en gran medida del cine y la radio, que probablemente ya ahora mismo no sirven a nadie, no es en modo alguno absurda”. ¿La sociedad sin clases?
Nadie vacilaba entonces en aplicar burlonamente estos imponentes conceptos a la nación sin clases de aquel fin de semana en Woodstock. Y sólo unos pocos objetaron a esta elevada crítica no haber entendido precisamente lo esencial de la revuelta juvenil. .
Así que no era suficiente con las letras de protesta. Nada de lo que se dijera en una canción podría conmover o hacer cambiar de opinión a quien pensaba que cualquier cosa salida de un amplificador con guitarras eléctricas era inválida por cuanto estaba socialmente condicionada o políticamente predeterminada; incluso si el mensaje se lanzaba precisamente contra la opresiva élite responsable de la Guerra de Vietnam, por poner un ejemplo típico, usado precisamente en el festival de Woodstock.
Lo que puede ocurrir con el café

“¿Sabías que el café podría aliviar el dolor de cabeza? ¿Y que podría prevenir enfermedades neurodegenerativas? ¿Conocías que puede reducir la presión arterial y limpia los vasos sanguíneos? ¿Y sabes que el consumo de café podría aumentar el rendimiento deportivo?”
Éstas y otras conclusiones científicas han sido recogidas en la colección de fichas tituladas “Aprendiendo sobre el café”, recientemente publicadas por el Centro de Información Café y Salud (CICAS), y que, de forma clara y sencilla, explican a los consumidores los efectos de la ingesta moderada de esta bebida.
Esta información puede resultar de gran interés para la gran mayoría de la población dado que, según datos del Cicas, el 80 % de los españoles consumen café a diario, casi 9 de cada 10 (87 %) lo asocian a estar con gente y un 75 % consideran que su uso moderado es un hábito saludable, aunque sólo el 24 % saben que puede reducir el riesgo de diabetes y otras enfermedades.
Efectos positivos
El estudio publicado en la revista The New England Journal of Medicine pone de manifiesto que aquellas personas que consumen café a diario reducen su riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular, respiratoria, ictus, diabetes, infecciones y lesiones.
Por su parte, el análisis de la revista de la American Heart Association (AHA), Circulation: Heart Failure demuestra el efecto cardioprotector del café, al igual que lo defiende la Fundación Española del Corazón.
Sobre los efectos del café en la alerta y en las enfermedades neurodegenerativas da respuesta la ficha “El café y el cerebro”. Varios estudios demuestran que la cafeína mejora el rendimiento cognitivo, la capacidad de alerta, atención y concentración, hechos de especial interés en la conducción.
En cuanto a las enfermedades neurodegenerativas, distintas investigaciones concluyen que el contenido de antioxidantes del café ejerce un efecto protector frente a un número de enfermedades en las que está implicado el estrés oxidativo de las células, como ocurre con el párkinson o el alzhéimer.
Siempre con moderación
Cómo afecta el consumo de café en los deportistas es otra de las cuestiones que se plantea en “El café y el deporte”. A este respecto, existen evidencias de que el café puede mejorar la velocidad y la potencia en esfuerzos cortos pero intensos y que mejora la resistencia a la fatiga.
En “El café y su cafeína“, los expertos señalan que el consumo moderado de esta sustancia (300 mg o tres-cuatro tazas diarias), además de tener efectos positivos sobre el rendimiento mental, la alerta y la concentración, puede formar parte de un estilo de vida saludable, activo y de una dieta equilibrada.
Dosis letal
Un estudio publicado en Mayo Clinic Proceedings ha puesto en alerta a los más cafeteros, tras concluir que el consumo de más de 28 cafés a la semana, cuatro diarios, aumenta el riesgo de muerte un 21% y, en las personas menores de 55 años, el riesgo de una mayor mortalidad puede ser incluso superior al 50%.
Aunque la cifra puede sonar algo escandalosa, los autores de este trabajo, pertenecientes al Arnold School of Public Health de la Universidad de Carolina del Sur (Estados Unidos), recuerdan que el último Estudio Nacional del Café realizado en este país reveló que más del 60% de la población adulta bebe café todos los días, con una media de tres tazas diarias.
El estudio trataba de analizar los efectos del consumo de café en caso de muerte por todas las causas y las muertes por enfermedades cardiovasculares, para lo que utilizaron una cohorte de más de 43.000 personas de 20 a 87 años, con un seguimiento medio de 17 años (entre 1979 y 1998).
Durante el seguimiento se registraron 2.512 muertes (de las que el 87,5% fueron hombres), y el 32% de estas muertes están provocadas por una enfermedad cardiovascular.
Además, se observó que aquellos que consumían mayores cantidades de café (tanto hombres como mujeres) eran también más propensos a fumar y tenían niveles más bajos de capacidad cardiorrespiratoria.
La tasa de mortalidad más significativa se notificó en quienes tomaban más de 28 cafés a la semana, que tenían un riesgo de mortalidad un 56% mayor.
Además, las mujeres más jóvenes que consumían más de 28 tazas de café por semana también tenían un riesgo más de dos veces mayor de mortalidad por cualquier causa, en comparación con quienes no bebían café.
Los investigadores sugieren que las personas más jóvenes deberían evitar el consumo excesivo de café. Sin embargo, subrayan que se necesitan más estudios en diferentes poblaciones para evaluar la información sobre los efectos del consumo de café a largo plazo y su relación con un aumento de la mortalidad por enfermedad cardiovascular.
Productos iguales, impactos diferentes

Basta con entrar en un supermercado cualquiera para comprobar la gran diversidad de productos y marcas en un mismo tipo de alimento, desde el fiambre hasta la pasta. Sin embargo, bajo esta aparente semejanza se esconden diferentes estrategias de producción, que conllevan impactos medioambientales radicalmente diferentes en el planeta.
Por este motivo, la Universidad de Oxford y el instituto suizo de investigación agrícola, Agroscope, han realizado el estudio más completo hasta la fecha sobre el impacto medioambiental de la producción alimentaria. Ha sido publicado este mes en Science.
“Dos productos que parecen iguales en la tienda pueden tener impactos totalmente diferentes en el planeta. Todavía no tenemos esta información para saber qué alimentos elegir”, explica a Sinc Joseph Poore, investigador en el departamento de zoología de la Universidad de Oxford.
El trabajo científico ha consistido en un metaanálisis sobre 570 estudios ya existentes del impacto medioambiental asociado con todas las fases de la producción de alimentos, desde la deforestación para usos agrícolas y el uso de fertilizantes, hasta el procesamiento, empaquetado y venta de los productos.
Se han identificado cerca de 40.000 granjas y alrededor de 1.600 tipos de productos y distribuidores de países de todo el mundo. Además, se han tenido en cuenta cinco indicadores para cuantificar el impacto en el planeta: uso del suelo, emisiones de gases de efecto invernadero, reducción del abastecimiento local de agua, acidificación y eutrofización. Estos dos últimos hacen referencia a la degradación de los ecosistemas terrestres y marinos.
Los estudios tradicionales solían tener únicamente en cuenta las emisiones de gases de efecto invernadero. El sistema de alimentación es responsable del uso de cerca del 43% de las tierras libres de hielo o desierto en el mundo. Además, genera un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero y provoca el 90-95% de los riesgos de escasez de agua.
“Producir una taza de café puede crear desde 80 gr de CO2 hasta 1,3 Kg. Supone un 1.500% más”, explica Poore. La diferencia entre la producción de ternera respetuosa con el medio ambiente con la más contaminante puede ser de hasta doce veces más. De este modo, el mismo producto puede provocar efectos muy diferentes en el planeta.
Además, productos que parecen poco contaminantes también causan grandes impactos. Es el caso de la acuicultura, que puede producir más gases de efecto invernadero que el ganado. “En Tailandia o Vietnam, donde las aguas son calientes, las excreciones de los peces y la comida no consumida emiten grandes cantidades de metano”, explica Poore.
Además, algunas regiones son más indicadas para cultivos específicos, lo que repercute en el impacto medioambiental. “La palma indonesia tiene un menor impacto que la nigeriana, porque hay menos plagas y enfermedades en Indonesia”, reconoce el investigador.
Según los autores del estudio, para reducir este impacto en el planeta es necesario cambiar lo que comemos. “Si nuestra dieta consistiera únicamente en vegetales reduciríamos las emisiones generadas por la producción de alimentos en hasta un 73%, dependiendo de donde vivas. También se reduciría el uso del suelo para fines agrícolas en un 76%”, explica Poore.
“Evitar las proteínas de origen animal es probablemente lo mejor que puedes hacer por el planeta”, concluye Poore.
Sin embargo, también plantea una aproximación más plausible: “Si se redujese el consumo de productos de origen animal en un 50%, y evitásemos los productores más contaminantes, se podrían reducir las emisiones en un 73%”, afirma.
Para reconocer los productos más contaminantes sería necesario identificar también a los productores, mediante un etiquetado medioambiental y un sistema de incentivación público: por impuestos y subsidios. De este modo, las conclusiones del metaestudio podrían ser de gran utilidad para legisladores, productores y consumidores.
“El etiquetado medioambiental y los incentivos financieros podrían apoyar un consumo sostenible”, añade Poore. Al mismo tiempo, se propiciaría un ciclo virtuoso: los granjeros necesitarían monitorizar su impacto medioambiental, tomando mejores decisiones y al comunicar el impacto a los supermercados estos buscarían los productores más limpios.
La memoria de las marcas supervivientes

“Muchas marcas van desapareciendo de manera paulatina desde el cambio de siglo, muchas más que antes del año 2000”, constata Ignacio Larracochea, presidente de Promarca. Es una afirmación desapasionada, basada en datos: un 20% se ha extinguido en estos 17 años. Logotipos y productos con los que uno estaba muy familiarizado y que, de repente, nos damos cuenta de que hace mucho tiempo que no vemos.
Las causas de estos agujeros negros que absorben nombres muy conocidos pueden ser, principalmente, tres: que quiebre la empresa correspondiente, que se la compre otra del mismo sector o que tenga algún problema legal que aconseje un cambio de denominación. La principal es la segunda, la acumulación por venta o fusión de una compañía gigantesca de casi todas las firmas de ese nicho de actividad económica.
“Hay otro factor que no se suele reparar en él: la marca no ha desaparecido en realidad, pero sí lo ha hecho de facto”, revela Larracochea. Eso sucede cuando “en el centro comercial de turno eliminan ese producto y no lo puedes encontrar en ningún sitio”, dice el directivo, que sostiene que el avance de las marcas blancas ha supuesto, de hecho, la desaparición de muchos bienes de consumo. «Si no puedes encontrar en ninguna parte, es como si ya no existiera a efectos comerciales», concluye el directivo.
Según un estudio de Promarcas (una especie de patronal de las empresas líder en su sector) las cadenas de distribución españolas redujeron durante la última década casi en un 20% “las firmas de referencia” y las sustituyeron en los lineales por “marcas blancas”, que coparon hasta un 30% más de espacio. En esta particular ránking el líder es Mercadona, que ha ido apostando paulatinamente cada vez más por sus propios productos.
Nostalgia
Desde el centro de estudios de Esade sostienen que la vinculación afectiva con las marcas perdura mucho tiempo después de que estas hayan cesado su actividad. Un vistazo a la red permite observar como en las páginas dedicadas a la nostalgia de los años ochenta o noventa, determinados productos comerciales tienen un valor sentimental muy grande. “¿Recordáis los chicles Cheiw?, aún salivo cuando pienso en ellos”, escribe un hombre en uno de esos foros de recuerdos. «se me saltan las lágrimas», apostilla una mujer. En este caso, la empresa Damel, fabricante de estas chucherías quebró. Los dulces y los productos alimentarios (con especial mención para los helados) se llevan la palma de añoranza en las redes.
En ese caso se encuentra Mr. Proper. El producto cambió de nombre hace ya más de una década y sin embargo muchos consumidores en España se han negado a aceptar que el tipo calvo y musculoso del envase es Don Limpio. En este caso, la multinacional decidió la mutación después de algunos años de dudas porque el nombre en español no tenía mucho gancho. En realidad, acertaron: no tenía mucho gancho y por eso mucha gente lo ha ignorado.
Pero esa no es siempre la explicación. Los casos de Yoplait, El Aguila o Mirinda son muy distintos. La primera, muy célebre en su momento como principal competidora de Danone, decidió retirar sus productos de España. La segunda, considerada “la cerveza tonta de Madrid” por muchos ciudadanos de la capital, fue comprada por Heineken, que decidió sustituirla por Amstel. En otras ocasiones, si se mantuvo la denominación original, como fue el caso de Cruzcampo. “La cerveza es de los productos que más fidelidad tiene en todos los estudios”, desvela Larracochea. La gente es fiel a su bebida y en más de un 90% si no la tienen está dispuesta a irse a otro sitio para comprarla o consumirla.
A Mirinda le sucedió algo curioso. Esta compañía española fue comprada por Pepsi al mismo tiempo que adquiría Kas. Como no quisieron que dos bebidas suyas compitieron entre sí, decidieron “sacrificar” a Mirinda, que sin embargo se sigue comercializando con ese nombre en 30 países. Hay bastantes páginas en internet dedicadas al coleccionismo de sus botellas y a hablar de donde poder seguirle la pista. Mirinda es mítica a estas alturas.
1.000 firmas
El proceso por el cual una gran multinacional de un sector, como Unilever o Procter & Gamble, que poseen cerca de 1.000 marcas, adquiere las empresas locales de ese sector puede acabar con la desaparición de la marca…o no. “Depende de la estrategia concreta”, revelan los expertos. Así Cuétara sobrevive con su mismo logo, aunque haya cambiado de propietarios.
Las marcas como tales tienen un valor propio, contante y sonante, que en ocasiones dura mucho más que su actividad. La oficina de patentes ve como cada cierto tiempo se renuevan los derechos sobre Galerías Preciados y otras, por si acaso alguna vez regresan, cosa que no sería tan insólita. Los derechos caducan cada diez años.
Renovarse o morir contaminados

La contaminación del aire en las ciudades, que alcanza ya «un punto crítico», será «uno de los principales inductores al cambio» en la transición de las energías fósiles a las renovables, pronostica el ingeniero industrial Jorge Morales de Labra.
El autor del ensayo recientemente publicado por la editorial Alianza “Adiós, petróleo”, insiste en que la polución es un problema que afecta “de forma masiva”, ya que los expertos cifran en 3,7 millones el número de personas que muere cada año por su culpa.
“Es un ejemplo de la insostenibilidad del actual sistema energético, tanto por sus impactos medioambientales como por los sociales“, explica Morales de Labra quien no tiene duda en señalar las renovables como las energías del futuro.
A su juicio, estas energías alternativas “permitirán afrontar al ser humano una vida sin petróleo, pero la transición será lenta“, porque “prácticamente toda nuestra economía” se basa en el crudo, que ha facilitado “un desarrollo sin precedentes” pese a sus “muchas consecuencias negativas“.
Por ello, para materializar la transición energética es “absolutamente clave” calcular y compensar su impacto en lo económico.
En ese sentido, Morales de Labra destaca que “en las subastas internacionales de producción de energía eléctrica están arrasando las energías renovables por encima de las fósiles” y eso es “una excelente noticia para la civilización” pues además de reducir la contaminación “nos salen más baratas“.
El funcionamiento de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), los conflictos armados provocados por la posesión de territorios cuyo subsuelo almacena importantes cantidades de crudo y su impacto en los desastres naturales o el cambio climático son algunos de los puntos que analiza este experto en “Adiós, petróleo”.
La responsabilidad ciudadana
Aunque “la última palabra la tienen las administraciones y en particular el Gobierno central“, advierte de que “los ciudadanos también tenemos la responsabilidad de acelerar la transición energética“, porque “no se le puede echar la culpa del sistema actual a un solo ministro o a un único presidente de gobierno“.
Para animar a asumir este compromiso recuerda que el cambio de modelo energético traerá consigo, entre otras cosas, la resolución de una de las contrariedades derivadas del uso de los combustibles fósiles: el ruido provocado por los motores de los coches, que “en algunas ciudades llega a ser insoportable“.
El hecho de que, antes de 2025, la mitad de los coches que se vendan en España serán eléctricos según la previsión de este especialista, cambiará de forma “única” el mapa de ruidos, “al menos en lo relativo al transporte terrestre“.
Y es que, a su juicio, es en el ámbito eléctrico donde se están introduciendo las renovables “con mayor facilidad” y donde antes se verán los cambios, si bien España tendrá que afrontar el desafío de su “enorme sobrecapacidad“.
Es decir, se produce más de lo necesario e “incluso en el momento de mayor demanda de energía eléctrica nos sobran centrales“, asegura.
Morales de Labra afirma estar “convencido de que todas las centrales nuevas que se van a construir en España, salvo alguna excepción, van a ser renovables“, por lo que “la principal discusión será qué es lo que cerramos“, un debate que requerirá decisiones “complejas” que es preciso “abordar cuanto antes“.
A la pregunta de si llegaremos de verdad a sobrevivir algún día sin una gota de petróleo, el experto contesta que “sí, aunque no sé si yo lo veré“, porque “de hecho estamos obligados a hacerlo: en primer lugar, por los límites medioambientales y, en segundo lugar, porque, queramos o no, el petróleo tiene un límite“, recuerda.