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Ahogo en el cosmos

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Aunque no es posible analizar las galaxias individuales debido a los enormes plazos involucrados, estudiando estadísticamente la diferencia de contenido de metal de las galaxias vivas y muertas, los investigadores lograron determinar la causa de muerte para la mayoría de las galaxias de tamaño medio
Aunque no es posible analizar las galaxias individuales debido a los enormes plazos involucrados, estudiando estadísticamente la diferencia de contenido de metal de las galaxias vivas y muertas, los investigadores lograron determinar la causa de muerte para la mayoría de las galaxias de tamaño medio

Como si de una novela negra se tratara, los expertos señalan el «estrangulamiento» como la causa principal de la muerte galáctica, que se produce después de que las galaxias se vean privadas de la materia prima que necesitan para crear nuevas estrellas.

Los niveles de metales que contienen la galaxias muertas proporcionan un huella dactilar clave que hace posible determinar la causa de su muerte, hasta ahora se desconocía, según un estudio publicado en Nature por investigadores de la Universidad de Cambridge y del Real Observatorio de Edimburgo.

En el Universo hay dos tipos de galaxias, casi la mitad son galaxias «vivas», entre las que está la Vía Láctea, ricas en gas frío, en su mayoría hidrógeno, que necesitan para crear nuevas estrellas.

El resto de galaxias están «muertas», es decir que no pueden crear estrellas y además su concentración de gas frío es muy baja, pero hasta ahora no se sabía cual era la causa de la muerte de las galaxias, recuerda el estudio.

Los astrónomos habían adelantado dos hipótesis principales para explicar la muerte galáctica: o bien el gas frío es succionado repentinamente fuera de la galaxias por fuerzas internas o externas, o bien el suministro de gas frío de alguna manera se detiene «estrangulando lentamente a la galaxia, durante un periodo de tiempo hasta la muerte».

El equipo de investigadores usaron datos de la Sloan Digital Sky Survey para analizar los niveles de metales en más de 26.000 galaxias de tamaño medio.

«Los metales son un potente marcador de la historia de la formación de las estrellas. Cuantas más estrellas nacen en una galaxia más contenido de metal se puede detectar», explica el profesor del Laboratorio Cavendish y del Instituto Kavli de Cosmología de la Universidad de Cambridge, Yingjie Peng, autor principal del estudio.

Por ello, al observar los niveles de metales en las galaxias muertas debería ser posible saber cómo murieron, agrega.

Si las galaxias son «asesinadas» por una salida repentina del gas frío fuera de la galaxia, entonces el contenido de metal de una galaxia muerte debería ser el mismo que tenía justo antes de su muerte, pues la formación de las estrellas se pararía bruscamente.

Sin embargo, en el caso de la muerte por estrangulamiento la formación de estrellas puede continuar mientras el gas frío no se extinga del todo.

Los investigadores analizaron las diferencias estadísticas de contenido de gas frío entre las galaxias vivas y las muertas, lo que les permitió determinar la causa de la muerte de las mayor parte de las galaxias de tamaño medio.

El profesor Roberto Maiolino, uno de los autores del estudio, señala que han determinado que el contenido de metales en una galaxia muerta es «significativamente mayor» que en una viva con una masas similar.

«Esto no es lo que esperaríamos ver en el caso de una extracción repentina del gas y es consistente con el escenario del estrangulamiento», agrega.

Los investigadores probaron su hipótesis observando la diferencia de edad estelar entre las galaxias vivas y las muertas, independientemente del nivel del metales que contengan, y encontraron una diferencia de 4.000 millones de años, lo que está en línea con el tiempo que tardaría una galaxia viva en morir por estrangulamiento.

«Esta es la primera evidencia concluyente de que las galaxias son estranguladas hasta la muerte, indicó Peng, quien destaca: «aún desconocemos quién es el asesino, aunque tenemos algunos sospechosos».

¿Y si no hay más vida inteligente que esta?

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El ser humano ansía sentirse acompañado en el frío y hostil universo
El ser humano ansía sentirse acompañado en el frío y hostil universo

El doctor en Astronomía Armando Arellano Ferro imparte charlas bajo la temática «Vida extraterrestre: ilusiones y antropocentrismo». Investigador del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Arellano Ferro aborda la idea sobre la existencia de vida extraterrestre y nuestra capacidad de reconocerla y encontrarla, resumiendo los alcances y las limitaciones del conocimiento moderno.

«La idea de vida en el universo es antigua y permanente en el ser humano; sin embargo, abordarla desde la idea de los ovnis me parece una audacia por no decir una torpeza, o por lo menos es una limitación intelectual. Yo creo que hay otras maneras más sensatas e inteligentes de abordar el problema, somos capaces de muchas más conjeturas sobre la vida, la conciencia y la inteligencia», asegura.

Arellano Ferro señala que los seres vivos son sistemas físicos que no están en equilibrio y que se mantienen disipando energía. “Si definiéramos la vida como un sistema disipador de energía fuera de equilibrio, entonces una galaxia o una nebulosa planetaria, por ejemplo, cumplirían la definición y en ese caso el universo estaría lleno de vida”.

«La definición de vida como la entendemos en la Tierra no nos sirve cósmicamente, tenemos que cambiar de paradigma. A veces la vida, como sí la conocemos, nos parece tan familiar que olvidamos el intrincado laberinto de condiciones que la hicieron posible y que la mantienen, tendemos a simplificarla y creerla común en todos lados, pero la vida como fenómeno podría más bien ser excepcional», afirma el astrónomo físico, quien entiende que es posible que en otros planetas existan condiciones para que se den vidas parecidas a la nuestra, pero ahí la temporalidad juega un papel trascendente.

La visión antropocentrista

El astrónomo señala que al pensar en la vida extraterrestre se cae fácilmente en el antropocentrismo y no logramos desprendernos de ideas adquiridas durante milenios de la experiencia de lo vivo en la Tierra. «Si en un planeta como la Tierra surgió la vida, es sensato buscar otros planetas parecidos a la Tierra y averiguar si por ser parecidos se podrían dar los mismos procesos que desencadenaron la vida. Es ahí donde quizá tendremos más oportunidades de encontrar alguna forma de vida; sin embargo, esta podría hallarse en un estado evolutivo muy diferente al de la vida en la Tierra ahora», expresa el investigador, quien añade que entre los más de mil 300 planetas descubiertos en los últimos 20 años alrededor de otras estrellas, solamente se conocen unos cinco parecidos a la Tierra en tamaño, probablemente con atmósfera y con temperatura adecuada.

Asimismo comenta que siempre que se habla de vida se espera encontrar seres desarrollados y comunicativos como los seres humanos. Así, hilvana esta idea con el caso de los humanos en la Tierra, la conciencia de estar vivos, la inteligencia, y discute si la evolución biológica desencadena necesariamente en la conciencia y la inteligencia.

La búsqueda de vida en otros planetas y la de paralelismos con el proceso que en la Tierra nos puso aquí debe tomar en cuenta la brevedad del tiempo que la humanidad, consciente e inteligente, ha estado en la Tierra; desde cuándo existe la vida en la Tierra y desde cuándo existe la conciencia y la capacidad para plantearse estas preguntas; así también los tiempos en los que se forman los sistemas que dan origen a la vida y que son capaces de conservarla.

Ante estos cuestionamientos, Arellano Ferro recuerda que la edad de la Tierra es de unos cuatro mil 600 millones de años y que la edad del fósil de un organismo vivo más antiguo es de tres mil 600 millones de años; sin embargo, el Homo sapiens surgió hace apenas unos 100 mil años y el interés por la vida en el universo tiene quizá cinco mil años, aunque la capacidad tecnológica de buscarla no rebasa los 150 años.

«Durante los primeros mil millones de años este planeta no tuvo vida. La Tierra ha estado habitada por alguna forma de vida 80 por ciento de su existencia, pero solamente 0.1 por ciento ha estado habitada por un ser emparentado con el hombre», resalta.

Además, relata que la vida se formó y se conservó debido a varias condiciones favorables pero fortuitas: el periodo de rotación de la Tierra, la inclinación de su eje y la distancia con el sol han permitido conservar su atmósfera y, por lo tanto, los océanos; su estructura interior, que genera el campo magnético que nos protege de radiación letal proveniente del sol, además de la presencia de los planetas masivos Júpiter y Saturno que durante la época de intensa caída de meteoritos en el sistema solar protegieron la Tierra, disminuyendo en ella el número de impactos de colosales meteoros.

Por todo ello, señala, la formación y conservación de la vida es compleja y tal vez sea necesario descubrir decenas de miles de planetas similares a la Tierra para encontrar organismos sofisticados, no necesariamente inteligentes, pero complejos. Por consiguiente, «no se puede utilizar la evolución humana como ejemplo de lo que tiene que suceder en otro lado», finaliza.

«Salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos»

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La carrera espacial era un tema caliente durante la Guerra Fría. Más allá de los descubrimientos científicos que pudieran proferir las misiones en órbita, el espacio era una nueva trinchera que podía ser usada para fines militares y de espionaje. Gagarin y su hazaña se convertirían entonces en el rostro de la campaña propagandística de una ideología, un sistema económico y una superpotencia
La carrera espacial era un tema caliente durante la Guerra Fría. Más allá de los descubrimientos científicos que pudieran proferir las misiones en órbita, el espacio era una nueva trinchera que podía ser usada para fines militares y de espionaje. Gagarin y su hazaña se convertirían entonces en el rostro de la campaña propagandística de una ideología, un sistema económico y una superpotencia

Durante 108 minutos, un terrestre se paseó por el espacio a bordo de una cápsula; antes de él nadie lo había hecho. El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en entrar en órbita.

La cápsula esférica dentro del cohete Vostok 1 era de tan solo 2,3 metros de diámetro; un espacio apenas habitable para aquel hombre de 1,57 metros de altura. Lejos de estar incómodo en la reducida cabina, el soviético transpiraba ilusión, mientras aguardaba el despegue sentado sobre un asiento eyectable.

En frente tenía un modesto panel de control. Las perillas y palancas eran pocas, pues la nave había sido diseñada con muchas funciones automatizadas. A su lado, el viajero contaba con una ventanilla que, poco después, le permitiría ver más allá de donde cualquier otro humano hubiera visto antes.

La misión del astronauta era más la de un observador que la de un piloto. El hombre de pelo castaño debía comunicarse desde los cielos y –si todo salía bien– regresar a Tierra para narrar su experiencia.

Las dos horas previas al lanzamiento de la aeronave fueron las más largas de su carrera. Habían pasado casi dos años desde que lo seleccionaron, entre 20 candidatos, para abordar una máquina hacia lo desconocido.

La nave permanecía estacionada en la rampa de lanzamiento, a la vez que en la base de control revisaban la comunicación con “el elegido”. El pasajero se relajaba escuchando música mientras se aseguraba los guantes.

Su casco decía CCCP (las siglas de la URSS en cirílico) y le habían prohibido llevar la bandera soviética o cualquier insignia alusiva a su nacionalidad.

“Poyéjali!” (¡Allá vamos!), vociferó el soviético de 27 años de edad, minutos antes del despegue. A las 9:07 a. m. del 12 de abril de 1961, la máquina y su tripulante emprendían un vuelo que dejaría un rastro imborrable.

La carrera espacial

Gagarin simbolizaba de la mejor manera el ideal comunista. Había trabajado como obrero metalúrgico y era hijo de un carpintero, proveniente de una familia de granjeros. Así entonces, Yuri daría el ejemplo de cómo un humilde ciudadano soviético podía llegar alto, hasta niveles nunca antes alcanzados.

La realización de la aventura era un secreto para el mundo completo, al igual que la identidad del pasajero y la localización del cosmódromo de Tyura-Tam (desde donde despegó la nave).

Un eventual fracaso representaría un golpe bajo para la moral soviética en la caliente carrera espacial ante Estados Unidos. Por lo contrario, si el desenlace era exitoso, la proeza astronómica volvería los ojos del globo terráqueo hacia la tecnología espacial comunista.

En abril de 1967, al otro lado del océano Pacífico, la NASA preparaba un vuelo suborbital para finales de mes. El astronauta Alan Shepard se entrenaba para dicha misión. El reto de lanzar la primera aeronave tripulada oscilaba entre dos polos ideológicos.

La URSS aceleró el proyecto y lo fechó para llevarlo a cabo entre el 10 y el 20 de abril, para tener ventaja sobre su homólogo.

Diez años antes había empezado la carrera espacial, cuando la Unión Soviética lanzó el satélite artificial Sputnik 1. De forma sorpresiva, los europeos demostraban una superioridad tecnológica frente al capitalismo. “Ante el mundo, el primero en el espacio significa el primero, no más que eso; mientras que el segundo en el espacio significa el segundo en todo”, dijo en aquel momento Lyndon B. Johnson, vicepresidente de John F. Kennedy.

La carrera espacial era un tema caliente durante la Guerra Fría. Más allá de los descubrimientos científicos que pudieran proferir las misiones en órbita, el espacio era una nueva trinchera que podía ser usada para fines militares y de espionaje. Gagarin y su hazaña se convertirían entonces en el rostro de la campaña propagandística de una ideología, un sistema económico y una superpotencia.

“La Tierra es hermosa”

Once minutos después de haber despegado, la cápsula del Vostok se separó del cohete que la sostenía. La nave había entrado en órbita y se desplazaba a 28.000 kilómetros por hora.

“Veo nubes sobre la Tierra y la sombra que proyectan. ¡Qué belleza! … la Tierra es hermosa”, expresó el cosmonauta por medio del sistema que lo comunicaba con el planeta.

Sus transmisiones eran continuas y cada vez más reconfortantes. A pesar de que se habían realizado seis viajes preliminares, el lanzamiento del 12 de abril de 1961 no dejaba de ser un riesgo.

Desde 1957, el programa espacial soviético introdujo animales a los satélites Sputnik. Así que, antes de Gagarin, los vuelos soviéticos de prueba habían llevado al espacio a perros, ratones, conejos y a un maniquí apodado Iván Ivanovich.

En 1957, Laika, una perra callejera, se convirtió en el primer animal que estuvo en órbita. Aquella vez, tras siete horas de vuelo, se perdieron las señales de vida del can, que nunca regresó a la Tierra.

El 16 de agosto de 1960 la URSS envió a otros dos perros: Belka y Strelka, los primeros mamíferos en regresar con vida tras estar en órbita durante un día.

Una serie de pruebas exitosas motivaron al programa soviético a dar un paso al frente enviando a un humano en una de sus misiones.

Sin embargo – sin escepticisimos de por medio– el viajero vestiría un uniforme de intenso color naranja, para que el cuerpo fuera fácil de encontrar en un eventual rescate.

Además, en la Tierra, Gherman Titov esperaría el desenlace de la misión. Él era el cosmonauta suplente que se mandaría en caso de que Gagarin fracasara.

Desde la primera órbita elíptica, la nave Vostok pasó sobre América del Sur y, posteriormente, sobre África austral, hasta alcanzar un apogeo de 344 km. Afuera de la atmósfera terrestre, el astronauta reportaba todo lo que veía desde el objeto volador: “Continúo el vuelo en la sombra de la Tierra. En la ventanilla de la derecha, ahora veo una estrella. Se mueve de izquierda a derecha por la ventanilla. Se fue la estrellita. Se fue, se fue”, reportó a las 10:07 a. m., según data en las transcripciones de las comunicaciones de aquel 12 de abril.

Misión exitosa

Al estar sobre el océano Pacífico –cuando la nave pasó por la parte nocturna de la Tierra–, el astronauta intentó encontrar con su vista la luna creciente que le daba luz a medio planeta. El satélite blanco, sin embargo, no estaba en su ruta de vuelo. “No importa, voy a verla en otra oportunidad”, escribió Yuri en su autobiografía, titulada El camino hacia el Espacio.

El hito se habría logrado desde el momento en que la cápsula ingresó en órbita; no obstante, la misión concluiría hasta que el cosmonauta pisara la Tierra una vez más. Tras 40 minutos de viaje, la nave estaba lista para regresar a la “madre patria”.

Sobrevolando África, a 8.000 kilómetros del punto de aterrizaje, la cápsula Vostok encendió un motor que le permitiría interceptar las capas más altas de la atmósfera para comenzar el descenso. A las 10:24 a.m., Gagarin se comunicó por última vez con la Tierra desde el espacio: “Me siento bien. Continúo el vuelo”.

La Vostok comenzó el descenso seis minutos después, rodeada de una bola de plasma que interrumpió las transmisiones del cosmonauta. La nave se aproximaba en caída libre, y a siete kilómetros de tocar la superficie, el tripulante era disparado de la cápsula. El paracaídas de emergencia se desplegó para suavizar el aterrizaje del hombre que venía del “más allá”; el planeta estaba a pocos metros de distancia.

Yuri cayó en una granja, varios kilómetros más lejos del punto donde debía descender.

Una campesina y su nieta se acercaron con curiosidad y la niña le preguntó al hombre: “¿Viene del espacio?”. Así era, la misión había sido un éxito absoluto y Gagarin debía hacérselo saber a sus superiores en Moscú.

Tras el viaje espacial de 108 minutos, una frase del cosmonauta pasaría a la eternidad: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”.

Primer contacto, extraterrestres de visita en la guardería

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Los extraterrestres quizás verían al más inteligente de los humanos como su chimpancé, su bebé o su mascota, y dirían que Stephen Hawking es un poco más inteligente que el resto porque puede hacer cálculos astrofísicos igual que su hijo que acaba de venir de la guardería
Los extraterrestres quizás verían al más inteligente de los humanos como su chimpancé, su bebé o su mascota, y dirían que Stephen Hawking es un poco más inteligente que el resto porque puede hacer cálculos astrofísicos igual que su hijo que acaba de venir de la guardería

El astrofísico y divulgador estadounidense Neil deGrasse opina que una civilización extraterrestre lo suficientemente inteligente no tendría ningún interés en los humanos y si acaso hubiese un contacto “nos verían como un chimpancé, un bebé o su mascota”.

Neil deGrasse, abanderado de la nueva producción del programa divulgativo “Cosmos”, realiza esta afirmación en cordal entente con Jill Tarter, exdirectora del centro SETI para la búsqueda de vida inteligente en el Universo del que Carl Sagan, el creador de la citada serie científica, fue cofundador.

Ambos científicos especulan sobre la probabilidad de que haya vida inteligente en el Universo. DeGrasse, que es investigador asociado del Departamento de Astrofísica del Museo Estadounidense de Historia Natural, detalla que, en relación con la inteligencia y a pesar de las guerras, la Humanidad “ha mejorado y hay algo de esperanza en cuanto a la evolución natural: pinta bien en cómo nos tratamos a nosotros y cómo podríamos tratar a los extraterrestres”.

Sin embargo, apunta el investigador, una civilización extraterrestre lo suficientemente inteligente no tendría ningún interés en los humanos al igual que “si vas por la calle no piensas en comunicarte con un gusano microscópico” así que ironiza, “nuestra mayor protección frente a los extraterrestres sería no lanzar señales de vida inteligente en la Tierra”.

Cuando piensa en la especie animal más cercana genéticamente a los humanos (una diferencia genética de un 1 por ciento), el chimpancé, explica Neil deGrasse, se da cuenta de que lo más inteligente que puede hacer es apilar cajas, comer un plátano y quizás, una lengua de signos rudimentaria, lo mismo que hace un bebé humano de dos años.

Un bebé o una mascota

Por ello, continua, “¿cómo nos verían los extraterrestres?”. Pues quizás verían al más inteligente de los humanos “como su chimpancé, su bebé o su mascota, y dirían que Stephen Hawking es un poco más inteligente que el resto porque puede hacer cálculos astrofísicos igual que su hijo que acaba de venir de la guardería”.

Se pregunta el divulgador si por el contrario “terriformar” otro planeta y enviar a Marte la mitad de la población, 4.000 millones de personas, sería “algo realista” porque, añade, sea cual sea el esfuerzo para llegar allí es mayor que el hay que hacer “para cambiar el rumbo de un asteroide asesino” así “que lo que tenemos que pensar es en protegernos a nosotros mismos”.

Al respecto, Jill Tater opina que la inteligencia ha evolucionado “para que no te devoren: un truco de la evolución y la relación entre presa y depredador en cualquier lugar donde haya vida”.

Añade la exdirectora del programa SETI que en este rincón de la galaxia nuestro Sistema Solar es muy joven y si la tecnología consigue durar un periodo significativo de tiempo el ejercicio de tirar el dardo hacia una muestra de vida inteligente “tiene más probabilidades de dar”.

Escepticismo más allá del telón de acero

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Para Usachev, la pregunta no es si hay o no vida fuera de nuestro mundo, sino si estamos preparados para ello
Para Usachev, la pregunta no es si hay o no vida fuera de nuestro mundo, sino si estamos preparados para ello

Yuri Usachev, cosmonauta y héroe de la Federación rusa, se muestra absolutamente convencido de que hay vida extraterrestre, pero se pregunta que si la encontramos, ¿estaremos preparados? ¿sabremos gestionarlo?.

Usachev (Donetsk, Rusia, 1957) es uno de los cosmonautas rusos más famosos y respetados del país. A sus espaldas lleva cuatro viajes espaciales: dos misiones de larga duración en la estación espacial rusa MIR, y otras dos en la Estación Espacial Internacional (ISS), y siete paseos espaciales. En total 553 días viviendo en el cosmos.

«Con frecuencia me preguntan si he visto extraterrestres…Yo estoy absolutamente seguro de que hay vida ahí fuera. Estoy convencido de que no estamos solos y de que debemos estar preparados para encontrarnos con otras formas de vida que no sabemos cómo son», explica.

Pero para Usachev, la pregunta no es si hay o no vida fuera de nuestro mundo, sino si estamos preparados para ello.

«Creo -asegura- que aún no. Lamentablemente todavía no comprendemos muchos aspectos de nuestra propia vida. No entendemos lo que es vida y eso es lo primero que deberíamos hacer. Por ahí deberíamos empezar. Solo entonces estaremos preparados para encontrarnos con otras formas de vida y averiguar qué esperamos de ese contacto, qué haríamos con ellos, qué les preguntaríamos…».

Usachev, retirado de la escuadra de cosmonautas desde 2005, es especialista principal del Departamento de vuelos experimentales de la Corporación de naves espaciales ‘Energía’, actividad que compagina con viajes y charlas de divulgación en las que difunde su amor por el Cosmos y sus vivencias en el espacio.

Usachev «desde niño quería ser aviador». «El ambiente en la antigua Unión Soviética te hacía querer ser como los aviadores, hacer algo grande. Por eso acudí al Instituto de Aviación de Moscú, donde me gradué -fue el primero de su promoción- y después hice las prácticas en la Corporación ‘Energía’, dedicada a la exploración del Cosmos», explica.

Pero como en esa época el programa espacial de la URSS era alto secreto, «hasta que no ingresé en la empresa no sabía que podría ser cosmonauta».

Diez años más tarde, Usachev era el ingeniero de a bordo de la 15 expedición a la MIR, su primer viaje de larga duración, de 182 días. Y en mayo de 2000, se convertía en el primer comandante ruso en pisar la Estación Espacial Internacional (ISS).

«Los días allí se parecen a una jornada de trabajo en la Tierra. De hecho, se siguen los horarios terrestres. A las 6 de la mañana salimos del saco de dormir, que está anclado, dada la ausencia de gravedad».

Tras revisar los sistemas, se hacen las rutinas normales: higiene, afeitado, y desayuno «que, aunque cueste creerlo consiste en un amplio surtido de alimentos que sólo hay que rehidratar».

Después, se conecta con el centro de gestión de vuelos y se revista el programa del día: «puede ser una reparación, la preparación para un paseo espacial, experimentos científicos, etc».

Al terminar, los cosmonautas están obligados a hacer 90 minutos de ejercicios físicos en una bicicleta estática y en una cinta en la que corren 5 kilómetros diarios. «La verdad es que nunca he corrido tanto como en el Cosmos», ironiza Usachev.

El resto del día se completa con el almuerzo, más trabajo, cena y lo más importante: «una reunión en la que se prepara la jornada del día siguiente. A las once de la noche volvemos al saco».

Usachev ha pasado así 553 días, en los que lo más duro era la ingravidez, «algo antinatural para el hombre».

«En la Tierra la sangre está en la barriga y las piernas pero en el espacio está distribuida por igual, lo que da la sensación de que la cabeza está muy llena. No es agradable, desde luego».

«Lo mejor, el aspecto de la Tierra desde el Cosmos», de eso «no hay duda».

En cuanto al futuro, Usachev ve «razones para el optimismo», pero advierte que la principal traba sigue siendo «la política y las relaciones entre socios».

«Lamentablemente, aunque la carrera espacial es internacional, cada socio sigue teniendo su propio programa, y aunque algunas cosas las hagamos juntos, seguimos divididos política, económica, técnica y científicamente, también ahí arriba», concluye.