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Chéjov de cabo a rabo

El lector español tiene su disposición los ‘Cuentos completos’ de Antón Chéjov (1860-1904). El sello Páginas de Espuma culmina su ambiciosa aventura editorial con la publicación de cuarto y último volumen de la serie. Paul Viejo ha sido el director de esta portentosa y exquisita edición que ha necesitado más de cuatro años y que encierra todo Chéjov en 5.000 páginas y casi 600 relatos cronológicamente ordenados. Es una ‘catedral’ de la edición en torno a esa inmarcesible obra chejoviana «que nunca caduca» según Viejo. Con los escasos 4.000 ejemplares de su primera tirada, marca un antes y un después.
Un desafío que comenzó en 2013 y concluye con la aparición del tomo que recoge la narrativa de madurez que el «perenne» maestro ruso alumbró entre 1894 y 1903. Pese a la abundancia de traducciones y antologías de los relatos de Chéjov, que a menudo repiten títulos y selecciones similares, no existía en español una edición de su obra cuentístca completa. «Se perdía así la oportunidad de leer un gran número de cuentos nunca publicados en nuestra lengua, entre el 40 y el 45% de los que publicó» dice el editor Juan Casamayor.
«Ahora se puede calibrar el desarrollo de toda la obra del escritor, sus diferentes periodos, la progresión de su escritura, dando una visión completa y real de su figura» apunta Paul Viejo, escritor, filólogo especialista en literatura rusa y responsable de la histórica edición y de sus enriquecedoras, tablas, índices y apéndices bibliográficos. En el último volumen brilla el Chéjov maduro «que escribe con otra técnica y otro ritmo, que ha perdido la compulsión por la escritora y que, frente a los 500 cuentos que escribió antes, solo firma 50 cuentos en sus últimos años. El que enfermo y cansado dice en una carta: No me apetece escribir» acota Viejo.
Confeso «friki» de Chéjov, Viejo a estado un lustro ‘abducido’ por el autor y sus laberintos. Los de un Chéjov que escribía a destajo y por dinero en sus primeras épocas, que utilizó más de 50 seudónimos que fueron usurpados por terceros y que «es ruso hasta la médula» «Es muy, muy ruso. Quiere transformar su país no retratarlo» propone Viejo. Destaca el experto el «humor más refinado» que Chéjov usa en sus últimos cuento y garantiza su perdurabilidad y actualidad. «Hay escritores que caducan, pero no es el caso de Chéjov que trata los mismos temas que nos preocupan hoy y que, no en vano, es un de los autores más citado del siglo XX». Un avanzado «capaz de armar un cuento con telegramas o por anuncios por palabras» destaca Viejo.
‘Cuentos completos’ reúne todo el corpus chejioviano, y muchísimos inéditos en español entre sus casi 600 cuentos, junto a los relatos no publicados o inconclusos en vida del autor. Alterna nuevas traducciones con las de traductores de diferentes generaciones «que más y mejor se han ocupado de Chéjov en español», según Viejo. Quiere ser «la edición completa de los cuentos de Chéjov, aunque no estamos a salvo de la aparición de algún otro texto» dice el filólogo.
El primer tomo (1880-1885) reúne la producción inicial de Chéjov, 240 de sus cuentos «mas juguetones y humorísticos» reunidos en sus casi 1200 páginas y siempre en orden cronológico, desde el primero publicado por el autor, ‘Carta a un vecino erudito’. El segundo (1885-1886), se ocupa de la etapa más prolífica de Chéjov y reúne 165 cuentos, del extenso ‘Un drama de caza’ a ‘Torturas de Año Nuevo’. El tercero (1887-1893), se ocupa del periodo de mayor éxito y reconocimiento de Chéjov, con títulos tan conocidos como ‘La sala número seis’ o ‘El beso’, y relatos extensos como ‘La estepa’ o ‘Una historia aburrida’.
El cuarto y último (1894-1903), reúne en sus más de mil páginas la treintena de cuentos y relatos largos que Chéjov escribió en su últimos años, con nuevas traducciones de los conocidos ‘La dama del perrito’, ‘Mi vida’ o ‘Campesinos’. Se cierra con un extenso apéndice de doscientas páginas con el resto de sus cuentos dispersos entre los que se incluyen inconclusos, colectivos y atribuidos, junto a las ilustraciones que en ocasiones los acompañaban. Páginas de Espuma se enorgullece de haber editado al «trío de padres del cuento contemporanéo», ya que había publicado antes los cuentos completos de Edgar Allan Poe, en traducción y prólogo de Julio Cortázar, con presentaciones de Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes en una edición comentada llevada a cabo por Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, y los de Guy de Maupassant, en dos volúmenes traducción de Mauro Armiño.
Años de fantasmas y costumbres represivas

Con una literatura profundamente progresista pero a la vez declarada antifeminista, escritora de lo doméstico y al mismo tiempo gótica, Edith Wharton está considerada la mejor novelista americana de su generación pero también una gran cuentista, como demuestran sus relatos reunidos en español.
La editorial Páginas de Espuma, especializada en el relato corto, acaba publica el primer tomo de los «Cuentos completos» de Wharton, primera mujer en ganar el premio Pulitzer y que estuvo nominada al Nobel en varias ocasiones.
Cerca de medio centenar de cuentos en casi mil páginas componen este primer tomo que abarca los relatos que Edith Wharton (Nueva York, Estados Unidos, 1862- Saint-Brice-sous-Forêt, Francia, 1937) escribió entre 1891 y 1908 y al que sigue un segundo volumen.
Una recopilación que ha prologado la escritora hispano argentina Clara Obligado, que recalca que Wharton habla en sus relatos «de hoy»: «Tiene los mismos conflictos que tienen las mujeres de hoy».
El matrimonio, del que era partidaria aunque con matices; la situación del hombre y la mujer en la época, la vida después del divorcio, la lucha de la mujer por su propia libertad pero también los asuntos domésticos son algunos de los temas que predominan en sus cuentos, que publicó a lo largo de su vida en revistas y periódicos.
En ellos hay además conversaciones con la pintura, los viajes, el propio oficio de escribir y la casa como espacio poético.
Admirada por Henry James, Francis Scott Fitzgerald, Jean Cocteau y Ernest Hemingway, la escritora firmó más de 40 libros de todos los géneros, entre ellos la conocida novela «La edad de la inocencia», escrita en 1920 y con la que ganó el Premio Pulitzer.
Los cuentos han sido traducidos al español por Emma Cotro, Maite Fernández Estañán, Eva Gallud y Juan Carlos García.
Una autora, fácil de leer pero difícil de traducir, según explica Enmma Cotro, quien califica sus relatos como «alta literatura» y entre ellos también destacan algunos de temática gótica, ya que era una enamorada de los cuentos de fantasmas.
Wharton, que se casó a los 23 años y se separó a los 51, tuvo relaciones sentimentales con hombres y mujeres. A pesar de proceder de una familia adinerada, no quiso una vida acomodada y recorrió los frentes de la Primera Guerra Mundial en motocicleta.
Edith Wharton era crítica con todo lo que no le gustaba «pero sin sermones», como destaca Clara Obligado, que ha subrayado también el humor en su literatura.
Por eso, Obligado ha propuesto «mirar de nuevo» a través de sus relatos a esta escritora que encarna «la contradicción en estado puro».
Wharton era todo un hombre», ironiza la prologuista del libro. «Estaba acostumbrada a ser poderosa, se identificaba en gran parte con los hombres y su error fue no haber sido más sensible a los movimientos feministas de su época», explica. Fue esto lo que le costó que la erradicaran de la literatura por tanto tiempo, primero por ser mujer, y luego por no haber entrado más abiertamente en los conflictos de su época.
Otras compilaciones de Wharton
El sello andaluz Paréntesis reune en la antología ‘Madame de Treymes y otros relatos’ algunas narraciones breves de la escritora neoyorquina Edith Warthon.
Sin embargo, pese a su Premio Pulitzer de 1920 por ‘La edad de la inocencia’ y a la impecable versión cinematográfica que de la novela realizó Martin Scorsese, Edith Wharton es aún casi una desconocida para el lector español.
Estos relatos constituyen «un suculento muestrario de los méritos de esta escritora a la que insistentemente se ha comparado con Henry James». En este sentido, aun admitiendo las innegables similitudes con el autor de ‘Washington Square’, la americana brilla con una prosa personalísima cuyas virtudes más destacables son sus hilarantes ironías y el hábil empleo de la elipsis.
Paréntesis publica esta antología de la narrativa breve de la autora con prólogo de Lale González-Cotta, quien explica cómo Wharton, con «su perspicaz discernimiento de los procesos mentales, supo mostrar a perfección los convencionalismos de las clases altas».
Sin embargo, a pesar de sus denuncias, afirma que «nunca encontró la manera de resolver el conflicto que se plantea entre las aspiraciones sociales y la realización del individuo». Éste, así como la represión sexual y la glamourosa existencia de la clase alta, son algunos de los temas que aparecen en sus cuentos.
Por otro lado, apunta que sus relatos de fantasmas, recogidos en diversas antologías en español, son muy apreciados por los amantes del género. No obstante, González-Cotta manifiesta que «se hace imprescindible conocer a Wharton en el ámbito costumbrista de estos deliciosos relatos que se leen sin que se desvanezca la sonrisa de los labios».
Edith Wharton, escritora perteneciente a la alta sociedad neoyorquina, vivió desde 1907 en Francia. Publicó relatos para Scribner’s Magazine, novelas, libros de viajes y poemas. En 1905 publicó la novela ‘The House of Mirth’, y en 1911 ‘Ethan Frome’. Su obra más conocida es ‘La edad de la inocencia’, con la que ganó el premio Pulitzer en 1921.
Asimismo, se le reconoce como la heredera de la novela costumbrista europea al otro lado del Atlántico. Así, su larga lista de reconocimientos incluye el haber sido la primera mujer en ser nombrada Doctor Honoris Causa por la Universidad de Yale y en recibir la medalla de oro del Instituto Nacional de las Artes y las Letras en 1924 por parte del gobierno de Estados Unidos.
Unamuno en pequeñas dosis

Inconformista y provocador, Miguel de Unamuno quería «poner alma y no solo pensamiento» en muchos de sus cuentos. Una edición reúne todos los que se conocen de este gran escritor e intelectual que procuraba convertir en literatura «las más íntimas tormentas del espíritu».
Unamuno (Bilbao, 1864- Salamanca, 1936) sentía una gran atracción por el cuento y le gustaba su espontaneidad, su brevedad: «El escritor que hoy quiere ser leído ha de saber fabricar píldoras, extractos, quinta esencias. La cuestión estriba en hacerlo de modo que sean agradables de tomar; en saber dorarlas», afirmaba en un artículo.
Menos conocidos que sus novelas, los cuentos son claves para comprender el pensamiento de Unamuno y su concepción de la literatura, entre otras razones «porque en ellos hay un diálogo con el resto de su obra», señala en una entrevista con Óscar Carrascosa Tinoco, responsable de la edición de los ‘Cuentos completos’ que publica Páginas de Espuma.
Tras ocho años de trabajo, Carrascosa ha reunido 87 cuentos en esta edición, lo que la convierte en la más completa de las publicadas hasta ahora. Entre ellos hay algunos inéditos, que no habían sido recogidos «jamás» en libro, como ‘¡El amor es inmortal!’, que apareció en 1901 en una revista venezolana, o ‘De beso a beso’.
Escritor, profesor e investigador, Carrascosa se enfrenta en la introducción a «la fijación del corpus de la cuentística de Unamuno», una labor nada fácil porque «hay problemas de datación» y porque, en algunos casos, ha habido que determinar «qué textos son exactamente cuentos y cuáles no lo son».
«La pícara cuestión económica» llevaba a muchos autores a escribir más cuentos que novelas, y Unamuno no era ajeno a esa práctica. Llegó incluso a publicar algún relato «sin apenas modificación y con otro título en una revista diferente», comenta Carrascosa.
Sus nueve hijos comían de la cátedra que el autor de ‘Niebla’ impartía en Salamanca, pero merendaban de «un cuento perdido», según dice en ese genial relato que es ‘Y va de cuento’.
«Si por un cuento te dan 5, 6 u 8 duros, libres de gastos, ten por seguro que una novela 20 veces más extensa que él no te daría 100, 120 o 160 duros». «Son, pues, no pocos cuentos, novelas abortadas, con lo que a menudo ganan. Pero otras veces pierden», afirmaba en uno de sus artículos.
«Y lo que tuerce la vocación y aptitud de muchos, haciendo que de buenos novelistas que podrían llegar a ser, se queden en medianos cuentistas, es, ni más ni menos que la pícara cuestión económica (…) Pero nadie puede decir: de esta agua no beberé», reconocía.
Unamuno reflejó de lleno la crisis de fin de siglo en su obra y el «héroe» de sus cuentos «es un héroe intelectual» porque se hace eco de las preocupaciones del autor, «de sus tormentos», entre ellos «el tiempo devorador y la muerte», indica el editor.
El escritor defendía «la literatura como salvación». A sus obras las llamaba «hijos espirituales» -título también de uno de sus cuentos- y, según se deduce de una de sus cartas, parecía darle más importancia a sus libros que a sus propios hijos.
Cuando nació su primogénito, Unamuno cuenta que su impresión «al ver salir aquel muñeco que parecía de cera», era «curiosidad sobre un fondo de grande indiferencia».
«Trabajo más que nunca y con más fruto que nunca en mi hijo espiritual. Mientras pugnaba por salir el uno, laboraba yo mentalmente en la gestación del otro», escribe el autor de ‘La tía Tula’.
La aparición de los cuentos completos llena de satisfacción a Miguel de Unamuno Adárraga, nieto del escritor vasco. «En general se tiende a publicar siempre lo mismo de Unamuno y se descuidan otros aspectos», dice.
Pero, en opinión de Unamuno Adárraga, arquitecto y profesor, «lo más urgente y necesario» que habría que publicar serían «los artículos y las cartas».
«Eso es algo por lo que yo estoy siempre suspirando. Ha habido intentos, pero no hay una edición global de todo ese material. Mi abuelo cada día tenía una preocupación y la volcaba en las cartas, artículos y ensayos breves. A la larga, quizá sea lo más interesante de su obra», concluye el nieto.
El sabor agridulce de los clásicos de la literatura infantil

La mayoría de cuentos clásicos infantiles tienen, en contra de la creencia popular que los considera los imprescindibles de la literatura de este género por excelencia, una cara oscura, alejada de la ilusión y los finales felices. Nada tienen que ver con las descafeinadas historias que nos contaban para dormir cuando éramos niños. Nacieron en realidad como relatos descarnados, sin un ápice de sensibilidad, nada inocentes y con finales duros, sexo explícito, violencia y sadismo, orientados a ofrecer una lección de vida y reflejar la crueldad de la Edad Media.
Según la escritora Estrella Cardona, «se acusó a Walt Disney hace años, concretamente a él y no a su factoría, de realizar películas de dibujos animados en las que imperaban el sadismo y la violencia, hasta el punto de que el inocente y cascarrabias Pato Donald, fue vetado en Suecia por ser un mal ejemplo para los niños de ese país».
«Resulta chocante tal modo de pensar», prosigue, «cuanto que la literatura infantil clásica se nutre de las más espeluznantes historias que en la infancia nos han estremecido de terror en más de una ocasión, sólo paliado con el obligatorio desenlace feliz que nos hacía respirar de alivio cuando los héroes o heroínas escapaban por fin de sus desventuras».
A juicio de Cardona, es de recibo recordar «algunos ejemplos que parecen constituir el índice de una literatura, en la cual todo resulta de lo menos apropiado para la chiquillería, aunque pueda comunicar la impresión contraria».
«Empezando por Andersen, desempolvemos su patético cuento La pequeña vendedora de cerillas», espeta, «en el cual una pobre huérfana muere bajo la nevada en Nochebuena, mientras intenta calentarse las manos con la llama de las cerillas que no ha vendido».
«Luego está el Patito Feo, La Sirenita y su trágica historia de amor, sufrimiento y muerte, Las zapatillas rojas, en la que el verdugo le tiene que cortar los pies a la heroína para que ésta recobre la paz. El soldadito de plomo con el soldado y su amada bailarina calcinados en la chimenea, y El abeto, que narra la historia de un orgulloso abeto que vive dichoso en el bosque hasta que lo cortan y lo llevan a una casa principal por Navidad, para adornarlo. El abeto cree que le admiran y le quieren porque todos ríen y cantan a su alrededor, pero cuando terminan las fiestas, es arrojado a la leñera donde tendrá el fin que es de suponer».
«Tampoco Oscar Wilde escapó a la tradición escribiendo su Príncipe Feliz, que de feliz no tenía nada por cierto. Ya lo habréis leído imagino. El Príncipe Feliz muere y le erigen una estatua de oro y pedrería, que él, por medio de una bondadosa golondrina, va regalando a pedazos a sus súbditos pobres; al final muere la golondrina y la estatua, desmantelada es arrojada a la basura», suscribe Cardona.
Cardona, incluso echa la vista más atrás en el tiempo: «Remontándonos ahora a cuentos más antiguos, diremos que en Repuncel (también conocido como Rapunzel), la bruja, mediante extorsión y chantaje, compra una niña a sus padres, que posteriormente encierra en una torre sin puerta incomunicándola del mundo, y con la cual mantiene una relación un tanto ambigua hasta la llegada del consabido príncipe, a quien celosa, la bruja, hace caer desde la alta ventana sobre una mata de espinos que le sacan los ojos».
«Piel de Asno, aquí es un rey, que al quedar viudo se enamora de su propia hija adolescente, logrando con su acoso el que ella huya disfrazada con la piel del asno mágico que llenaba cada mañana los establos reales de monedas de oro, ya que el padre, ciego en su incestuosa pasión, le ofrece dicha piel sacrificando al animal, sólo porque su hija se lo pide creyendo que no le concederá ese capricho que equivaldría a renunciar a desposarla. «Sólo me casaré contigo si…».
Acerca de los clásicos, «la archifamosa Cenicienta, cuyo perdido zapatito de cristal enmascara un sutil fetichismo, eso ya por no hablar del maltrato psicológico y físico al que someten madrastra y hermanastras, a la pobre huérfana».
«Barba Azul, precursor de psicópatas y asesinos en serie, con su cámara de los horrores en donde se ocultan los cadáveres de las esposas asesinadas.»

«Caperucita Roja, una historia de seducción que acaba con el desagradable despanzurramiento del Lobo, contado como si se tratase de un juego: «Caperucita, dentro de la barriga del Lobo, se dio cuenta de pronto de que llevaba las tijeritas de costura en el bolsillo del delantal, y cogiéndolas, tris tras, tris tras, empezó a cortarle la tripita al animal hasta hacer un boquete por el que ella y su abuelita pudieron escapar mientras la fiera dormía el sueño pesado de la digestión, luego fueron al río y le llenaron la panza de piedras, cosiendo a continuación la abertura, de modo y manera que cuando el malvado lobo despertó y sediento se llegó al agua a beber, las piedras le pesaron tanto que cayó de cabeza ahogándose en la corriente». En otras ocasiones es el cazador el que interviene, pero el final resulta siempre el mismo», explica.
Cardona relata que «Hansel y Gretel es un cuento en el que el canibalismo es su leit motiv, arrojando la niña buena, Gretel, a la bruja-ogresa al horno en donde se asa viva; justo castigo de sus maldades».
«Esta figura del ogro suele salir en muchos cuentos, como por ejemplo el de Pulgarcito. Cuento que ha llegado hasta nosotros considerablemente mutilado, ya que al final no se acaba escapando, sin más, del ogro que ha encerrado al héroe y a sus hermanos, pues el ogro tiene tantas hijas como los niños a los que ha dado cobijo con la intención de comérselos, y aquella fatídica noche las niñas duermen en una cama y los niños en otra, dentro de la misma habitación, sólo que las niñas llevan una corona de oro en su cabeza y los chicos un gorro de lana. Habiéndose dado cuenta de ello Pulgarcito, muy astuto él, cambia los gorros por las coronas, entonces llega el ogro, se equivoca, y degüella a sus propias hijas mientras Pulgarcito y sus hermanos aprovechan para escapar», continúa.
Por último, Cardona cita «el cuento de la Bella Durmiente, en el que aparte de que la necrofilia se insinúa de manera subliminal, también surge una ogresa, auténtico desenlace del cuento que muchos ignoran».

«El príncipe que despierta a la Bella Durmiente, tiene una madre ogresa, y al casarse con la joven se la lleva a su reino en el que se encuentra con la triste noticia de la muerte de su padre en una cacería. Convertido en rey a su vez, transcurren los años, y un mal día tiene que partir a una guerra dejando en palacio a su esposa y a sus hijos Aurora y Día. Como sea que la guerra se prolongue, la abuela ogresa, decide comerse a sus nietos y a su nuera, (piensa explicarle a su hijo que los tres fallecieron de unas fiebres), contando para ello con la complicidad del cocinero mayor, quien, hombre bueno, engaña a la ogresa haciéndole creer que se come a su nieta, cuando es una gacela la que le sirve, igual sucede con el principito Día, ocupando en esta ocasión su lugar un venado, y el de la Bella Durmiente una cierva. Descubierto el engaño, la vieja ogresa monta en cólera y manda preparar en el patio del castillo un gran caldero en el que pretende cocer vivos a sus nietos, a su nuera y al cocinero, llegando entonces oportunamente el joven rey que impide tal barbaridad, no pudiendo evitar, sin embargo, que sea su madre la que, loca de ira, se arroje ella misma al caldero, pereciendo».