dave brubeck
El poder y sus transgresores emisarios

El departamento de Estado nortemaericano empleó a Duke Ellington, Louis Armstrong, Miles Davis y otros gigantes del jazz como embajadores culturales con fines políticos durante la Guerra Fría. Fueron esfuerzos diplomáticos desplegados en 25 países durante un cuarto de siglo por los astros de la, considerada por muchos, música clásica norteamericana, fiel reflejo de la estrategia de Washington de recurrir a las figuras de ese tipo de música para cautivar a sus enemigos de mediados de los cincuenta a fines de los setenta.
Un periodo que incluye acontecimientos históricos como la crisis de los misiles en Cuba, la invasión soviética de Checoslovaquia y la guerra de Vietnam, que en ocasiones le costaron a Washington tensión con Moscú y, en otras, el descrédito en buena parte del globo. Para remediarlo, la diplomacia estadounidense decidió enviar a los gigantes del jazz a los cuatro puntos cardinales que entonces contaban en términos de seducción ideológica; el Islam, Latinoamérica, África Subahariana y el Bloque Soviético.
El objetivo era presentar al jazz como la cara amable de la cultura norteamericana y sinónimo de libertad. Hay escenas como la de Louis Amstrong jugando al futbolín con Kwame Nkrumah -padre del panafricanismo y de la independencia de Ghana-, o tocando la trompeta sobre un camello en las pirámides de Giza, o entre un alboroto de niños en una escuela de El Cairo.
En otras Dizzy Gillespie conduce una motocicleta entre el asombro de los transeúntes en las calles de Zagreb en la antigua Yugoslavia de Tito, o utiliza las notas de su trompeta para desperezar y hacer bailar a una cobra en la ciudad de Karachi, en Pakistán. Tampoco falta el pianista Dave Brubeck ofreciendo un concierto en una gélida Varsovia o aterrizando en el aeropuerto de una calurosa Bagdad, que Ellington asimismo visitó en aquella campaña y donde, aparte de tocar el piano, fumó por primera vez en una pipa de agua.
Ellington también viajó a Addis Abeba para entrevistarse con el emperador Halie Selassie, y a Dakar para ser condecorado con todos los honores por Leopoldo Sedar Senghor, padre de la independencia senegalesa y creador del concepto humanístico de la «negritud». Miles Davis aparece en la exhibición con su banda haciendo las delicias del público de Belgrado, aunque la joya de la corona es una foto en la que Benny Goodman saluda a Nikita Khrushchev cuando aún estaba lejos el reconocimiento diplomático entre Moscú y Washington.
Nada quedaba al azar; si para los desplazamientos a África Negra se elegía a músicos afroamericanos, para los viajes a la antigua Unión Soviética se prefería a blancos como Goodman, que interpretaba jazz pero también música clásica europea, muy apreciada en Moscú. La política del departamento de Estado de hacer amigos a través de la música concluyó antes de iniciarse la década de los ochenta y debido a la oposición republicana a gastar el dinero del contribuyente en empresas culturales y en un género como el jazz.
Para muchos, la diplomacia del jazz logró que en el mundo se viera la cultura norteamericana como algo de todos. Para mejorar la imagen de Estados Unidos no se podía haber optado por una música mejor. Se podía haber optado por el ‘country’, pero se trata de una música demasiado local, muy poco universalista. A la postre, fue una iniciativa para utilizar el arte con fines propagandísticos y políticos, una estrategia habitual del poder en tiempos modernos.