demonio
Las dos caras del otro ángel caído

Como en otras ocasiones sucede, es triste saber de la existencia de algo cuando se encuentra en práctico proceso de desaparición. Eso ocurre con los yazidíes, esa minoría religiosa de la que poco o nada se sabe, situada en el norte de Siria y de Irak, que muy a pesar suyo saltó a la actualidad por las atrocidades cometidas contra ellos.
Desde que a mediados del siglo XVIII comenzaran a ser acusados de “adoradores del diablo” por los turcos, no es la primera vez que los yazidíes son brutalmente atacados. A pesar de un decreto del Imperio Otomano de 1849 que reconoce la existencia de esta religión, han sido intensamente perseguidos, y queda constancia de ello en multitud de razzias hasta el fin del imperio, que en 1918 mandó una expedición punitiva al Yebel Sinyár, aunque por fortuna fallaron en su objetivo. Para protegerse de las incursiones de los poderes de la zona, los yazidíes siempre han habitado en las montañas y lugares poco accesibles desde las rutas principales, a lo que se suma su intenso espíritu animista, pues creen en numerosos espíritus moradores de los valles, y de las grutas.
Uno de los pilares del credo de los yazidíes es Malek Taus, el equivalente al Lucifer creador, al Demiurgo. Él es el gran arcángel de este mosaico de viejas religiones de Oriente Próximo, que se pierden en la noche del tiempo, como son el Zoroastrismo y el Mitraísmo. Los conceptos de Bien y Mal, así como el de la Transformación, están pues en juego. Él es quien gobierna el universo con otros seis ángeles, aun cuando todos ellos estén sometidos a un Dios único, creador inicial del cosmos como espíritu, pero sin interés ni influencia en el mundo de la materia. Con iconografía de pavo real, Malek Taus (ángel-pavo real) constituye tal vez el signo distintivo más particular de esta religión, la originaria de los kurdos, antes de que abrazaran el Islam, y mucho más minoritariamente el Cristianismo.
La religión de los yazidíes (del avéstico Yazáta, “deidad”, Yazdán “Dios” en el persa medio) parece proceder de los antiguos medos, que con el correr del tiempo fue incorporando diversos cultos y personajes sagrados de otras creencias, como los bíblicos Adán y Abraham. Según la tradición yazidí, tras una Creación de siete días, bella y resplandeciente, apareció Malek Taus, para sentenciar: “No hay día sin noche, ni luz sin sombras” ¡Introdujo así el contrapunto al bien en el mundo! Es uno de los motivos por los que ese credo, apenas conocido en Occidente e incluso en su zona de origen, ha sido tildado por los pueblos cercanos como “adoradores del diablo”; pero no de Satán, que representa el mal absoluto, el rey del infierno, sino más próximo a Lucifer, el bello ángel caído de la tradición cristiana.
En esta religión, sin embargo, en absoluto tiene esa figura una naturaleza negativa, sino radiante y poderosa, de ahí la riqueza de los colores que despliegan las plumas de la emblemática ave, símbolo en Oriente de la belleza y la inteligencia supremas. Nada tiene que ver el culto que se le rinde con el “príncipe de las tinieblas” de la demonología occidental, ni siquiera con la primitiva mesopotámica, cargada de espíritus demoniacos a quienes debían ofrecerse cruentos sacrificios.
Malek Taus es pues un equilibrador de los dos principios: del bien y del mal. De él se dice que es como el fuego, que da luz e ilumina, pero que también quema y mata. Malek Taus toma cuerpo en un objeto ritual consistente en una palmatoria (sanyák), por lo común de cobre, en cuyo extremo se encuentra la figura del pavo real. De una altura media no superior al metro, esta se halla en Lalish (norte del Kurdistán iraquí) y es llevada a diversos lugares donde se practica el yazidismo, para así santificarlos, aunque no permanece en ellos, sino que vuelve al santuario primigenio. Este, centro mundial de la espiritualidad yazidí, lo es por estar allí enterrado el jeque Adi (shayj Adi bin Mustafer), apóstol de esta religión sincrética, al tiempo que parte integrante de su particular “Trinidad”, junto a Dios (Azda, Yazdán o Ezid) y Malek Taus.
El shayj Adi, cuya lengua materna era el árabe, nació en la localidad de Beyt Nar (en el actual Líbano, junto a Baalbek) a finales del siglo XI de la era cristiana, y disfrutó a lo largo de su vida de una fama de persona santa, cercana a la mística musulmana. Fue al parecer a una edad ya avanzada, cuando extendió la fe yazidí, de ahí que esta religión se haya confundido a menudo con el sufismo, cuando sólo tiene alguna lejana similitud, como la música ritual y algunas concepciones cósmicas. Este reformador es considerado por la mayoría de los practicantes como la manifestación terrestre de Malek Taus, y se le otorgan poderes divinos, razón por la que uno de los ritos reservados a los iniciados es el giro en torno a su tumba, en una sala del complejo de Lalish, santa santorum del mismo y de visita muy restringida.
El yazidismo es una religión pacífica, y al contrario que el Islam militante, tiene una actitud respetuosa hacia todos los demás credos, pues como ella misma refleja en su carácter sincrético, “todas tienen algo de verdad”. La parte escrita reviste poca importancia entre sus practicantes. No existe un corpus como tal, sino una serie de tabúes concernientes a la pureza, así como creencias transmitidas oralmente y un profundo sentido del misterio ante la creación, que despierta la devoción del creyente.
Para el yazidí, el alma nunca muere sino que de forma cercana a la transmigración oriental de las almas, sufre un proceso de perfección a lo largo de sucesivas existencias hasta unirse finalmente a Dios. Este carácter permisivo del yazidismo tiene seguramente relación con el que nunca se haya impuesto por la fuerza ni reinado, como otras religiones mayoritarias, aunque tal retraimiento y falta de relación con el poder político, como medio para su propia supervivencia, le ha hecho ser en extremo hermética, aún más que la religión de los drusos, también antiproselitista, mistérica, y creyente en la reencarnación del alma.
En las entrañas del diablo

Con su novela, «El aspecto del diablo», el británico Craig Russel recurre a «la memoria de una época aterradora», la Checoslovaquia de entreguerras que presagia el avance del nazismo, en un intento de conjurar los extremismos que acechan hoy a Europa.
Así lo explica el escritor escocés en Praga, escenario de la trama de su «thriller de suspense» publicado por Roca Editorial.
«Estamos discurriendo sobre los peligros de ‘nativismo’, del nacionalismo, la xenofobia…, con la perspectiva de dónde estamos hoy y el hecho de que estas cosas están empezando a retornar a nuestras sociedades», indica el creador del comisario Jan Fabel.
Al referirse al auge actual de ideologías extremistas y excluyentes, Russell (1956) reconoce que las circunstancias no son ahora las mismas: «estamos en un ambiente cultural, social y tecnológico completamente diferente debido al internet y la evolución de las comunicaciones».
No obstante, «tenemos mucho de qué preocuparnos», advierte el autor de las exitosas series protagonizadas por el alemán Fabel («Muerte en Hamburgo», «Cuento de muerte», «Resurreción») y Lennox («Lennox», «El beso de Glasgow», «El sueño oscuro y profundo»).
«Es verdad que las fuerzas entonces (en 1935) eran más grandes y titánicas que hoy, pero quitarle hierro al asunto es una forma de pensar insidiosa», prosigue.
Para el autor de «Miedo a las aguas oscuras», la memoria «de una época pasada aterradora» es clave para prevenir el extremismo.
Y por eso se remonta en «El aspecto del diablo» («The Devil Aspect») a la década de los 30 en la antigua Checoslovaquia.
Otoño de 1935. Un momento que destila tensiones nacionalistas entre la población de habla alemana y checa, y lleva a algunos personajes, con sentido de premonición, a temer que los vientos que soplan en Alemania, donde Adolf Hitler había ascendido al poder dos años antes, acabe por sacudir con virulencia al resto de Europa.
Con este contexto histórico, que pesa como una losa en el ánimo de figuras como la judía Judita Blochová, la trama de la obra adopta su genuino perfil negro al abordar el mundo de la locura.
Y Russell lo hace a través de personajes desquiciados, zambulliéndose en el mundo de la mitología eslava, rica en la temática diabólica.
A diferencia de la amable tradición escocesa donde el diablo es más un embaucador bromista que otra cosa, Russell desempolva aquí terribles y pavorosas leyendas sobre dioses y demonios eslavos como Veles, Chernobog el Oscuro, Svarog o Perún Dazbog.
Son espíritus oscuros que parecen haber tomado posesión de algunos personajes de esta novela inspirada también en las teorías sobre el desdoblamiento de la personalidad del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud y del que Russell se declara deudor.
Una locura que en mayor o menor grado parece atormentar a todos, incluido al inspector Lukas Smolak, quien para investigar en la capital bohemia una serie de asesinatos decide asesorarse con el personal de un sanatorio psiquiátrico, el Castillo de las Águilas, donde están confinados los llamados «Seis Diabólicos».
Estas figuras, con trastornos psicóticos, han cometido crímenes horrendos que ellos mismos cuentan bajo los efectos de sedantes, en una narrativa con unas dosis de realismo e inocencia que ponen la piel de gallina al lector.
Es el caso, por ejemplo, de Hedvika Valentova, una mujer de mediana edad que cocinó a su marido para crear un suculento plato, y se lo dio a comer a su cuñada en venganza por supuestos maltratos que sólo se produjeron en su mente.
Aunque dice que para él no existe el mal de por sí en las personas, ni se puede personificar la figura del diablo, Russell sí advierte de la maldad que se da en determinadas condiciones.
«Mi sentimiento personal es que el mal no existe y es algo que asignamos a nuestra falta de empatía. Si vemos lo que pasaba con los nazis, vemos que era una falta de empatía colectiva. Eso es el mal», sentencia el escocés.
En este contexto recuerda la expresión «banalidad del mal» que acuñó la filósofa Hannah Arendt durante el juicio israelí al criminal de guerra alemán Adolf Eichmann para intentar definir la forma fría y burocrática, defendida como el cumplimiento de un deber, con la que algunos jerarcas nazis aplicaron las leyes para acabar con millones de judíos.
Desde este punto de vista, Russell admite que su obra es «decididamente un estudio sobre el mal».
Sobre el género literario de la obra, cuya primera tirada en castellano es de 10.000 ejemplares, el autor afirma que hizo «de manera consciente una novela gótica tradicional, según el canon clásico».
Invocación diabólica por amor

El Archivo General de la Nación (AGN) de México guarda grandes historias como la de una muñeca de trapo del siglo XVIII que perteneció a Francisco Xavier Palacios, un hombre que, por amor, se adentró en la vida religiosa pero terminó vendiendo su alma al diablo.
Junto a la muñeca, se guarda también el informe que la Inquisición de México redactó cuando el propio Francisco se denunció a sí mismo por herejía. Y la correspondencia que mantenía con su amada Josefa Sosa, quien confeccionó la muñeca para que la recordara, explica el historiador y jefe del departamento educativo del AGN, Alejandro de Ávila.
El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de México se estableció en 1569 por mandato de Felipe II y era un organismo encargado de perseguir y castigar los actos contrarios a la fe. En este caso, no fue necesario perseguir a Francisco porque en 1782 él mismo quiso colaborar con esta institución, que dejó por escrito el testimonio de quien fue fraile en el convento de Santo Domingo en la Ciudad de Oaxaca, además de las investigaciones llevadas a cabo por el comisario encargado del caso.
La historia comienza cuando Francisco tenía alrededor de 15 años y conoce a Josefa Sosa, quien doblaba su edad, estableciendo una relación más bien materno filial, ya que el joven había perdido a su madre y su padre lo trataba mal. Pero poco después, se convirtieron en amantes.
Fue Josefa quien le pidió a Francisco que, aprovechando que cantaba en el coro de esta parroquia, entrara en la vida religiosa para así poder mantener una relación secreta y prohibida, puesto que, además de la diferencia de edad, ella estaba casada.
Aunque el joven aceptó, pronto se dio cuenta de que no estaba hecho para la vida religiosa, que implicaba castidad, clausura y pasar las 24 horas al servicio de Dios. Por lo que, ante la negativa de su amante de sacarlo del convento, comenzó a tener problemas con sus compañeros y a pronunciar blasfemias a diario.
Tal era el odio que sentía Francisco por su entorno y por los límites a los que tenía que acogerse dentro de la vida religiosa, que incluso llegó a intentar quitarse la vida en dos ocasiones y, después de tratar por todos los medios de cambiar de vida, empezó a invocar al diablo.
Un día, cuando ya daba todo por perdido, la historia dice que un hombre que se presentó como el demonio apareció en su celda pidiéndole que cumpliera lo que había prometido. Francisco le ofreció su alma a cambio de que lo sacara de la religión y que pudiera encandilar a cuantas mujeres quisiese, y así lo hizo ese diablo disfrazado de hombre. Lo sacaría del convento en tres años y podría usar unos polvos tanto para abrir puertas como para llevarse al catre a mujeres, según contó el propio Francisco al tribunal inquisitorio.
Además, el supuesto demonio le pidió que una de sus amantes le confeccionara una muñeca de trapo mediante la cual adorarlo.
Después de algún tiempo llevando una vida alocada, los remordimientos acudieron a la mente del joven, quien decidió acudir a la Inquisición a denunciarse a sí mismo por herejía. «Estaba tan desesperado que prefería la cárcel Inquisición a permanecer en el convento», detalla De Ávila.
Fue entonces cuando la historia del fraile empezó a desmontarse: el comisario encargado del caso descubrió que las mujeres con las que Francisco había dicho tener relaciones no existían, hasta que llegó a Josefa. La mujer explicó que la muñeca no fue hecha para adorar al diablo, sino para que, mientras Francisco estuviera encerrado en el convento, pudiera recordar a su amada al verla, «incluso con una connotación sexual», añade el historiador.
Ella también entregó las cartas que se enviaban, en las que mostraban el extraño fetiche de firmarlas con nombres como «tu negra», «tu chino» o «tu chata». Y se despedían en ocasiones con LTMBS (la tierna mano beso solemnemente). «El TKM (te quiero mucho) de la época», bromea el historiador. «Con esto Josefa reveló el amor que se tenían y la historia que Francisco Xavier Palacios había construido empezó a desmoronarse», sentencia De Ávila.
Tras esto, el fraile fue condenado exclusivamente por haber dicho que el infierno era una mentira y que las almas cambian de cuerpo, conceptos que para la Inquisición del siglo XVIII eran totalmente inconcebibles.
Después de su condena, se desconoce cuál fue el destino de ambos amantes, si desaparecieron el uno de la vida del otro o si Francisco encauzó de alguna manera su vida.
En el AGN se encuentran los más de 1.500 volúmenes de informes de la Inquisición, que fueron escondidos cuando se consumó la independencia de México y entregados al Museo de Antropología por el historiador Silvio Zavala el siglo XX.
Brujas hechizadas por un diablo insaciable

La hibridación entre ficción y documental ha sido reconocida como una de las vertientes fundamentales del cine más inquieto del siglo XXI. Puede resultar sorprendente que, ya en el año 1922, un danés con el nombre de Benjamin Christensen experimentara con estas fronteras de la narrativa audiovisual.
Häxan es una obra única y singular. Una rareza que no sólo se mueve entre diferentes niveles de representación lingüística, sino que se erige, más misteriosa aún, como un gran exponente del cine de terror primigenio.
Las poderosas imágenes de esta obra componen un retrato transgresor y excesivo. Christensen no se corta lo más mínimo en la descripción del misticismo y la superstición que conformaban el caldo de cultivo de la caza de brujas en el medievo.
A pesar de su puesta en escena sobria, o quizás gracias a ella, el componente malsano y sexual desemboca en una provocadora crudeza que escandalizó a una buena parte de los espectadores de su época, siendo censurada en varios países y criticada severamente por la Iglesia Católica.
La película adopta la forma de falso documental o ensayo histórico-sociológico para recrear cómo se imaginaban en la Edad Media esas creencias en los espíritus. A través de una mirada racionalista –conviene resaltar que Christensen estudió Medicina–, el cineasta aboga por el carácter divulgativo acerca de cómo los seres humanos afrontaban lo desconocido.
Atípica muestra de cine fantástico, el imaginario colectivo de la época se articula mediante reconstrucciones dramáticas tanto de historias representativas como de alucinaciones o ilusiones.
Salpicado con intertítulos informativos con hechos sobre la época, el elemento documental se percibe principalmente en las ilustraciones del primer capítulo, así como en la secuencia donde contemplamos primeros planos de los instrumentos de tortura utilizados por la Inquisición.
La película es, no obstante, un gran espectáculo. La ambiciosa puesta en escena de Benjamin Christensen fue concebida como un fresco que aúna elementos de la alta y la baja cultura. Cercana al explotaition, Häxan está llena, sin pudor, de iconografía tenebrosa y macabra. Imágenes enfermas de gente enferma.
Sin embargo, es en la emoción donde Christensen enfoca la lente de su mirada. Los pasajes de mayor duración están dedicados al drama humano detrás de las acusaciones de herejía.
Christensen, que interpreta a un icónico Diablo con traviesa lengua, juega con el relato para que nos preguntemos quiénes son realmente los seres diabólicos.
La obra no goza actualmente de un amplio reconocimiento. No ha tenido el prestigio como pionero del documental como Nanuk el esquimal (Nanook of the North. Robert J. Flaherty, 1922) ni del terror como Nosferatu el vampiro(Nosferatu, eine Symphonie des Grauens. F.W. Murnau, 1922), dos películas que se estrenaron ese mismo año.
Su sensibilidad y su visión están muy presentes en Fausto (Faust – Eine deutsche Volkssage. F.W. Murnau, 1926), así como en buena parte de la obra de Dreyer, quien admiraba el talento de Christensen. Es difícil entender Dies Irae (Vredens dag. C. T. Dreyer, 1943) o La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc. C.T. Dreyer, 1928) sin las aportaciones estilísticas y discursivas de Häxan.
En cualquier caso, el director danés Benjamin Christensen asombró al mundo y revolucionó el medio cinematográfico con esta singular obra maestra, mezcla inédita entre documental y ficción, verdadero ensayo visual, precedente seminal y casi fundacional de formatos modernos y postmodernos como el mondo, el mockumentary o falso documental y el cine de no-ficción.
Con una imaginería fantástica que bebe en el arte medieval y renacentista, a la vez que en la tradición romántica y simbolista, utilizando actores no profesionales, novedosos efectos especiales y mezclando secuencias históricas con otras contemporáneas a la fecha de su realización, Christensen —que aparece brevemente caracterizado como el Diablo y también como Cristo— explora la realidad y la leyenda de la brujería y la caza de brujas, a la luz de la psicología de su tiempo, comparándolas con el fenómeno de la histeria femenina.
Christensen gastó una buena suma de dinero en crear un universo particular con el que sorprender y aterrar al público (no olvidemos que es una película de 1922). Los diablos, las brujas, las escenas de ultratumba, la locura de las monjas, las ancianas preparando pociones diabólicas en casas extrañas… Los efectos que debió causar en el espectador de la época debieron ser muy fuertes.
Mientras que la mayoría de las películas de la época fueron adaptaciones literarias, el trabajo de Christensen fue único, basando su película en obras de no ficción, principalmente el Malleus Maleficarum, un tratado del siglo XV sobre brujería que encontró en una librería de Berlín, así como una serie de otros manuales, ilustraciones y tratados sobre brujas y caza de brujas (se incluyó una extensa bibliografía en los créditos de la película).
Admirada por Dreyer, perseguida por la censura, remontada en 1967 en una versión reducida, narrada por el mismísimo William Burroughs, su título original daría nombre a la productora detrás de El proyecto de la bruja de Blair.
Satán, su ‘vendetta’ y la succión de demonios

El periodista y escritor cántabro Fermín Bocos es el autor de ‘Viaje a las puertas del infierno. Las entradas ocultas del Hades’ (Colección Ariel), un libro «complejo a la hora de definir» porque aúna viajes a lugares antiguos donde se creía que estaban las puertas del infierno con una reflexión que bordea el ensayo sobre la desaparición del miedo al infierno y al diablo.
Así lo explica el autor, que ha apuntado que «en el mundo occidental de repente ha desaparecido algo que durante veinte siglos estuvo gravitando durante las conciencias de la gente»: el temor a ir al infierno.
Sin embargo, Bocos cree que «basta con abrir un periódico o ver la televisión para comprender que el mal no sólo existe, sino que se extiende». «El jefe de Recursos Humanos del infierno y del mal es el diablo», afirma.
A su juicio, la pérdida de ese temor se debe a que «los planes de estudio han confinado la Historia Sagrada y la de las religiones a opciones de padres y alumnos» y a que «se ha ido prescindiendo del legado histórico», entrado en una «zona de niebla» en relación con la memoria del mundo».
Esta reflexión marca el ‘Viaje a las puertas del infierno’ de Fermín Bocos, a través de 17 capítulos, «unidos simplemente por la idea del viaje» a numerosos lugares, algunos más cercanos como El Monastrio de El Escorial en Madrid y otros remotos que se ubican en Japón, China, India, Israel o Babilonia en plena Guerra de Irak, a donde el escritor viajó en una «irrupción periodística» durante los primeros tiempos de la invasión de Estados Unidos.
Precisamente el capítulo que transcurre en Babilonia es el más antiguo de todos, ya que los demás corresponden a viajes recientes. «Ha sido un proceso de acumulación durante 4 ó 5 años. Un viaje y vuelta. Previa documentación, bien vivirlo, bien contarlo y, al final, sale el libro», manifiesta.
Según relata el escritor, una de las anécdotas que se recogen en el libro sucedió en Sicilia (Italia), a donde viajó en dos ocasiones. Justo al subir al altar de Ceres, estaba «lloviendo a mares» y sonó su teléfono. «No se me ocurrió otra cosa que cogerlo», indica Bocos, para después de revelar que un rayo le «pegó un zurriagazo» que le mantuvo dos o tres meses sin sensibilidad en tres dedos de una mano.
A través de sus viajes, plasmados ahora en este libro, Bocos cuenta que Turín es la ciudad del diablo, que en Roma hay una iglesia en la que «hay vestigios de personas que han vuelto de purgatorio para dar fe de que existe», que existe un templo dedicado al diablo en pleno centro de Tokio o un mercado del diablo las noches de los sábados en la ciudad china de Xian, donde también se encuentran los famosos Guerreros de Terracota.
Asimismo, el escritor cántabro detalla que en su novela también hay un recorrido por los oráculos y agrega que, de hecho, el libro estuvo a punto de titularse ‘Cuando los Dioses hablaban con los hombres’.
Acerca del tipo de lector al que se dirige esta novela, Bocos entiende que «los libros no son de quien los escribe, sino de quien los recibe».
En este sentido, indica que así como sus libros anteriores son novelas de ficción e históricos con un público «muy concreto», este es un libro «transversal» porque puede interesar a los aficionados al mundo antiguo, a personas a las que les gusta viajar y conocer lugares, así como a quienes puedan sentir «una pulsión que es común a todos los seres humanos», que es la espiritual.
«La melancolia de los seres humanos procede del silencio de Dios». Con esta frase arranca el libro Fermín Bocos, quien cree que «el silencio de Dios, en una época en la que hay tanto mal a la vista, realmente a mucha gente le preocupa». «Es una forma poética de preguntarnos qué hacemos para intentar vencer el mal. A veces la fe es la esperanza que nos lleva a pensar que el mal no prevalecerá», concluye.
Diablo por aquí, diablo por allá
El escritor y periodista Francisco J. de Lys reflexiona sobre los pactos con el diablo y el mal en su novela, «El Laberinto de Oro» (Ediciones B).
Con Barcelona como protagonista principal de toda la trama, el autor confiesa que su mayor reto consistió en mantenerse «entre el límite mismo del mundo real y el mundo fantástico, sin traspasarlo», aunque adentrándose lo más posible «en el misterio, en lo ultraterrenal».
«Mis personajes son reales y viven en un mundo real, aunque estén rodeados de formulas alquímicas de oro, brujas y reuniones sabáticas, pero sin recurrir a elementos fantásticos», apunta de Lys.
Así, la fórmula de obtención del oro alquímico, los pactos demoníacos y los muchos asuntos esotéricos de esta novela «se suplantan de manera muy sutil por fetiches, juguetes antiguos o inocentes recortables infantiles que pasan a convertirse en sibilinas armas», subraya el autor.
Otro de los hechos que le diferencia de novelas similares sobre esta ciudad sería, en su opinión, que la trama ocurre en la Barcelona actual, con personajes de hoy en día, «y en una acción acotada tan sólo a unas horas de tiempo, pero que da la sensación al lector de haber vivido una intensa historia familiar».
En la noche de Todos Los Santos, las calles de Barcelona conforman los tramos de un gigantesco laberinto en donde los dos protagonistas principales de esta novela, Gabriel Greig y Lorena, deben resolver un enigma que se esconde en el centro urbano y en un plazo de sólo cuarenta y tres horas.
La novela comienza en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona cuando un anciano decrépito le pide al protagonista que salde un antiguo contrato en una noche en la que se mezclan pactos con el diablo, oro alquímico, una portentosa joya y los asesinatos en serie perpetrados por un monje bibliómano en la Barcelona del siglo XIX.
De Lys, periodista que es autor también de El Alfabeto de Babel, confiesa que su novela forma parte de una tetralogía iniciada «con la visión hernandiana de las tres heridas: la de la vida, la de la muerte y la del amor».
«Mi primera obra trató sobre Dios y la Vida, ésta sobre el mal y el diablo, en la tercera abordaré la idea de la muerte y en el último volumen podría reflexionar sobre el amor», puntualiza.
«Mi novela está diseñada para mantener al lector en constante atención y que el interés no decrezca, sino que vaya ‘in crescendo’; cada capitulo engloba su propio planteamiento, nudo y desenlace y todos ellos están interconectados entre sí», subraya el escritor.
De Lys tiene claro que su novela debe ser de obligada lectura, frente a las de autores como Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones o Chufo Llorens, con Barcelona también como telón de fondo, «porque mientras que la ciudad enmarca a sus personajes en sus obras, en El Laberinto de oro se convierte en la protagonista principal», puntualiza.
Al final de la novela se muestra un plano de la Barcelona esotérica y mágica narrada por De Lys, «con un setenta por ciento de los edificios reales y otro treinta por ciento basado en leyendas», subraya.
Una leyenda como aquélla que asegura que el diablo se pasea tranquilamente por las Ramblas vestido como un caballero muy elegante, dispuesto a tomar como presa a cualquier incauto ávido de codicia.
«Una de las razones que me impulsó a escribir novelas de misterio fue poner en conocimiento de la gente esos ‘no-lugares’ que nunca figuran en las guías turísticas, a medio camino entre una pesadilla de Poe o una quimera de Lovecraft», asegura De Lys, editor de un plano-guía de la ruta del modernismo catalán durante muchos años.
El demonio en el señor Paganini

El músico que ejecutaba de formas poco convencionales su violín favorito Guarnerius, con tres, dos e incluso una cuerda, de tal forma que parecían ser varios violines, fue Niccolò Paganini, quien murió en 1840.
Paganini fue un genio inigualable que impactaba por su forma de tocar el violín, era muy admirado por sus perfectas y originales ejecuciones.
Niccolò Paganini Bocciardo nació el 27 de octubre de 1782 en Génova, Italia. Su padre, Antonio, se dedicaba al comercio marítimo y, además, era violinista, de tal modo que Niccolò comenzó su aprendizaje musical con la mandolina, instrumento que tocó desde los cinco años.
Así se dieron cuenta que tenía los dedos y los brazos más largos de lo normal, y desde los siete años empezó a tocar el violín, pues podía abarcar más espacios en las cuerdas. Con nueve años realiza su primera aparición pública.
En 1801 compuso más de 20 obras en las que combinó la guitarra con otros instrumentos. Sus obras incluyen veinticuatro caprichos para violín solo (1801-1807), seis conciertos y varias sonatas, además de 200 piezas que involucraban de alguna manera a la guitarra.
Se decía que había hecho un pacto con el demonio y que en su violín encerraba el alma de mujeres de hermosa voz.
El mito de Paganini se comenzó a fraguar cuando tenía 5 años. Su madre aseguró haber tenido un sueño en el que se le apareció el demonio y le dijo que su hijo Niccoló sería un violinista famoso. A partir de entonces su padre le obligó a estudiar música durante 10 horas al día.
Rápidamente comenzó a dar muestras de su enorme talento musical y con 6 años dio su primer concierto, a los 9 hizo su primera gira y a los 16 ya era mundialmente famoso. Comenzó a dar conciertos por toda Europa y su fama se elevó hasta límites inimaginables para la época amasando una gran fortuna que dilapidaba en fiestas y juegos de azar. Además, su popularidad como músico sólo era superada por su fama de mujeriego. Decían de él que a pesar de ser “feo y descuidado” ejercía una extraña y poderosa atracción a las mujeres. No en vano tuvo un lío con las dos hermanas del emperador Napoleón Bonaparte, entre otras muchas.
Pero lo más sorprendente de Paganini era, sin duda, su genio musical. Y no sólo por crear más de 200 composiciones musicales sino, sobre todo, por su increíble y peculiar técnica a la hora de tocar el violín.
Su cuerpo alto y desgarbado poseía un flexibilidad especial que le permitía realizar movimientos imposibles para cualquier otro, como cruzar los codos uno por encima de otro mientras tocaba o flexionar lateralmente las articulaciones de sus dedos consiguiendo llegar a notas inalcanzables para la mayoría de los mortales.
Una de sus habilidades más aplaudidas era cuando retiraba tres de las cuatro cuerdas del violín y con esa única cuerda hacía sonar el violín como si fueran varios los que se tocaran. También era capaz de hacer increíbles Pizzicatos (pellizcar las cuerdas) con la mano izquierda, la mano de los trastes. Para que se hagan una idea, aquí tienen un vídeo con algunas de sus técnicas.
Pero esta habilidad tenía un pequeño secreto y no se trataba, según se rumoreaba entonces, de un pacto con el diablo. En realidad se piensa que Paganini sufría del síndrome de Marfan, una enfermedad que afecta al tejido conectivo, lo que le da a quien lo padece largas y flexibles extremidades.
Como su genialidad musical surgió a una edad muy temprana, alcanzó las mieles de éxito muy joven, pero con ese éxito vino una vida plagada por el desorden y los abusos. Paganini, con tan sólo 16 años, llegó a perder tanto dinero que en varias ocasiones llegó a dejar empeñado su violín para poder cubrir sus deudas de juego. Pero al final, terminó librándose del vicio y nunca más se acercó a una mesa de apuestas.
Paganini era capaz de tocar a la espectacular velocidad de doce notas por segundo. Ese es el tiempo que la mayoría de los músicos tardan en leer doce notas. También innovó con sus técnicas de memorización; antes de él, todos los violinistas iban acompañados del programa que debía ser tocado. Paganini, a su vez, acostumbraba simplemente a subirse al escenario con su instrumento, sacudiendo su larga cabellera y poniéndose a tocar. Todo el programa estaba en su memoria.
Su técnica era tan asombrosa que se pensó que existía algún influjo diabólico sobre él, debido a su extraña apariencia y adelantos musicales, que eran una verdadera obra de arte. Entre sus apuntes aparecía una «nota 13», de gran dificultad con una de las cuatro cuerdas del violín.
Con todo ese talento extraordinario, el virtuoso violinista se convirtió en leyenda. Asociada a la increíble velocidad que alcanzaba cuando tocaba, estaba su apariencia cadavérica, que causaba cierto terror en las personas que tenían miedo de asistir a sus presentaciones. Niccoló medía 1.65 metros de alto, era muy delgado, tanto que su cuerpo y extremidades asemejaban a líneas largas y sinuosas, de cara muy pálida y rasgos marcados, ojos de águila (oscuros y penetrantes), nariz puntiaguda, cabellera larga ondulada que caía sobre sus delgados hombros. No era de extrañar, el hombre vivió toda su vida luchando contra una enfermedad severa que le exigía una dieta rigurosa y muchas horas de sueño. En la época, sin embargo, muchos creían que Paganini había vendido su alma al diablo a cambio de su perfección musical.
De 1805 a 1813 dirigió en la corte de María Anna Elisa Bacciocchi, princesa de Lucca y Piombino y hermana de Napoleón. Entre sus mejores maestros estuvieron Giovanni Servetto y Alessandro Rolla, quien al escucharlo dijeron que no tenían nada que enseñarle.
El músico desarrolló un carácter aventurero y apasionado, por lo que decidió comenzar sus giras por su cuenta. En 1827 realizó el primer concierto importante de su carrera, que fue compuesto por él con técnicas novedosas y se llevó a cabo en Nápoles.
Entre 1829 y 1831 conoció a Goethe, Heine y Shumann, creadores en los que logró influir enormemente.
Su fama creció tanto que las entradas de sus espectáculos demasiado caros, lo que generó descontento ya que muchos lo querían ver no solo por ser un virtuoso sino por observar su peculiar conformación física, que le permitió interpretar de un modo distinto las piezas musicales en su violín.
Renunció a las giras en 1834. Además, fue tutor del violinista Antonio Bazzini, a quien motivó para iniciarse.
Se casó con la bailarina Antonia Bianchi, con quien se fue a vivir y tuvo a su hijo, Aquiles. Paganini tenía varias enfermedades serias que empezaron a desarrollarse gravemente cuando tenía 38 años.
Entre sus posesiones se encontraban siete violines Stradivarius, aunque su predilecto era un Guarneri del Gesù de 1742, llamado “Il Cannone”, que hoy está expuesto en el Palacio cívico de Génova.
Sus obras más importantes son: los conciertos para violín números uno y tres en Re Mayor, Opus 6, el Concierto No. 2 en Si Menor Opus 7, “La campanella”.
Su salud se fue deteriorando por un cáncer de laringe que le hizo perder la voz a pasos agigantados y por el “calomel”, un laxante de mercurio que tomaba por recomendación médica para tratar la sífilis. Sus ánimos bajaron y se le veía muy envejecido.
En 1830 le empezó una disfonía, por lo que en 1838 se quedó completamente mudo. Finalmente, murió en Niza, Francia, el 27 de mayo de 1840. Más tarde se supuso que padecía el síndrome de Marfán, un trastorno hereditario que se manifiesta en problemas cardiovasculares, oculares y óseos.
Un obispo le negó su entierro a causa de los rumores sobre Paganini y el diablo, su cuerpo fue embalsamado durante dos meses y durante un año fue depositado en el sótano de la casa de su hijo hasta ser enterrado en el lazareto de Villefranche. En 1876 sus restos fueron llevados a Parma.
Guía rápida para expulsar demonios

En 1973 la gran pantalla proyectaba la película «El Exorcista», de William Friedkin, una cinta que cuatro décadas después sigue siendo una producción de culto. La historia de la niña de 12 años Regan MacNeil y su lucha contra el demonio dio la vuelta al mundo, pero las influencias satánicas no son algo que se quede en la ficción.
Expertos en demonología, la rama de la teología que estudia la naturaleza y las cualidades del demonio, apuntan hacia Galicia como uno de los lugares en los que se practica un número significativo del total de exorcismos.
Esto no se debería necesariamente a que en la comunidad se produjesen un mayor cantidad de casos, sino al prestigio de algunos santuarios para la aplicación de la bendición y afrontar esas circunstancias.
El santuario de San Campio, en Tomiño (diócesis de Vigo-Tui), es precisamente uno de esos puntos a los que las personas que tienen inquietudes espirituales acuden con más frecuencia.
Allí, el padre José Luis Portela, sacerdote del santuario, atiende las necesidades de los fieles que, él mismo explica, llegan de diferentes puntos de España, además de practicar exorcismos.
Media de 50 personas
«Diariamente viene una media de 50 personas a recibir la bendición y a pedir la ayuda y el apoyo del sacerdote», y hasta 150 los domingos, explica Portela. Aunque pueden pasar semanas sin que ninguna presente influencias satánicas «luego puede haber semanas en las que vengan dos o tres personas que sí».
Pero, ¿cómo identifica cada caso antes de practicar un exorcismo? Una de las críticas más recurrentes a este tipo de prácticas es la de generar confusión entre dolencias psiquiátricas y posesiones.
Sin embargo, el sacerdote sostiene que la lucha contra el demonio no se realiza a la ligera.«Una persona con influencia satánica se resiste a entrar en el templo, rechaza al sacerdote, si se la rocía con agua bendita le quema, al igual que si le impone la mano en la cabeza», describe.
Además, reacciona violentamente contra el sacerdote «porque es quien va combatir al demonio» o «habla lenguas extrañas», algo que «un enfermo no hace», abunda.
Tal y como describe las características de un poseído, parece que Hollywood no exagera ante los exorcismos. Portela despeja dudas al asegurar que «las películas muchas veces se basan en los hechos que ocurren en la realidad», pero «también muchas veces la verdad supera a lo que nos presentan en el cine».
Situación de confianza
Para conocer la situación en la que se encuentra cada persona, el representante de la iglesia autorizado para estas prácticas mantiene una conversación en la que percibe si existe una influencia diabólica. «Se entra en diálogo, se genera una situación de confianza, se entra en contacto», dice.
En caso de que se determine que no hay presencia de Satán «se aplica una bendición». «A nadie le hace mal que un sacerdote lo escuche y lo comprenda o recibir una bendición», mantiene, aunque lo que sufra sea una dolencia psiquiátrica que deba ser tratada por profesionales de la medicina.
De confirmarse esa «influencia del demonio», continúa, se recurre «al agua bendita, la imposición de las manos consagradas de los sacerdotes y unas oraciones». Si la posesión ofrece mayor resistencia «se realiza un exorcismo mayor» con «oraciones con más fuerza».
El proceso puede extenderse durante semanas, ya que después se realiza un seguimiento. De hecho Portela relata un caso en el que después del exorcismo, de recibir la absolución y la comunión, durante ese «seguimiento» el demonio «volvió a manifestarse».
«Cuando una casa queda limpia, hay mucha gente que quiere ocuparla, lo mismo sucede con los exorcismos y las personas», ejemplifica el Padre Portela.
Los ritos en la mayor parte de los casos se realizan ante testigo, familiares normalmente. Además de ayudar al sacerdote que «al enfrentarse a una fuerza sobrenatural se expone a patadas, golpes poniendo en peligro su propia vida», sirve de garantía para que la persona poseída «por influencia del demonio no acuse al sacerdote de que la estaba agrediendo».
No creyentes
Tras explicar la consecuencia, el responsable de San Campio se adentra en las causas. «En la mayor parte de los casos las personas viven alejadas de Dios», independientemente de género o edad, por eso es necesario «orientar a la persona».
Hay cuatro causas principales por las que se producen las posesiones. La primera, «por participar en ritos satánicos», como la güija, con lo que «se queda ligado al demonio».
Otro de los motivos es la «consagración de un niño al demonio por parte de sus padres que realizan prácticas satánicas». Una de las más comunes es «el pacto con el demonio». En estos casos «se pacta rendir culto al demonio a cambio de que eche abajo un negocio, arruine a esta familia». En cuarto lugar se encuentran «los maleficios».
«En nuestros tiempos, consciente o inconscientemente se le ha dado la espalda a Dios», considera el Padre Portela y la «lejanía de Dios y de los actos de la religión» tienen una repercusión directa.
Ahora, «los cristianos se avergüenzan de llevar una cruz o una medalla de la Virgen que puede servir de protección» y «los cambian por símbolos paganos e incluso satánicos, a veces sin darse cuenta».
Por eso invita a que se reconduzca el camino que aproxima más a Dios y que los jóvenes «abandonen la tendencia aventurare en relación a cuestiones satánicas como puede ser la güija», concluye.
Para creyentes, escépticos, críticos o curiosos, el espíritu y la influencia de Dios o Lucifer, ángel caído, seguirá siendo, en el subconsciente colectivo, objeto de reflexión. «Resiste al demonio y él huirá de ti» (Santiago 4:7).