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Jazz, del objetivo a la retina

El día de la liberación de París, un soldado estadounidense le dejó su cámara para que le fotografiara, y cambió su vida. Su primera foto conocida, la orquesta del pianista Jef Gilson, la publicó, en mayo de 1951, la revista Jazz Hot. Jean-Pierre Leloir (1931-2010) se dedicó a retratar a los músicos de jazz que pasaban por París: lo hizo en las llegadas de aeropuertos y estaciones de tren, camerinos de clubs y teatros, habitaciones de hoteles… Y lo hizo con una gran habilidad para captar su intimidad. Quizá porque amaba a la gente a la que fotografiaba: aseguraba que era incapaz de fotografiar a un artista del que que no apreciara su música.
Era un músico, pero su instrumento era la cámara de fotos, de la que no se separaba, cuenta Michel Legrand en «Jazz Images». Ashley Kahn, autor de libros de referencia como «A Love Supreme», indica que Leloir aparece en el documental The Miles Davis Story con una flamante corbata, gafas redondas y su grueso bigote. La introducción de «Jazz Images» la ha firmado Quincy Jones, al que se puede ver, en una fotografía tomada en 1958, en su piso de París, escuchando música en el suelo junto a Sarah Vaughan, y que asegura recordar incluso las canciones que estaban escuchando en ese preciso momento.
En sus miles de negativos guardó a gigantes del jazz como Chet Baker, Charles Mingus, Thelonius Monk, Lester Young, Billie Holiday, Bill Evans, Ella Fitzgerald… Ahí están Louis Armstrong, con los pantalones arremangados durante un ensayo; Miles Davis jugando al boliche en la playa o Nina Simone bañándose en la piscina de un hotel. Eran tiempos en los que los músicos afroamericanos sufrían todo tipo de humillaciones en Estados Unidos. Y, en Europa, encontraron un ambiente más propicio para su arte y una mayor libertad. Miles, que llegó por primera vez a París en 1949, dijo en su autobiografía que nunca se había sentido de aquella manera, “tratado como un ser humano, como alguien importante”.
Una habitación de hotel en Antibes: John Coltrane se pone a tocar, con un pie sobre la silla, mirando la foto de Eric Dolphy que el francés acaba de regalarle. La cámara fija el instante. Es una de las favoritas de Leloir, que no solo fotografió jazz, también a Dylan, Hendrix o Zappa. Su hija Marion cuida de las más de 100.000 fotografías del legado paterno cuya instantánea más famosa probablemente sea la que tomó de Jacques Brel, Georges Brassens y Léo Ferré.
Más de 150 de esas fotos, la mayoría inéditas, están recogidas en Jazz Images, libro de tapa dura de 31 por 31 centímetros, que incluye un CD con una pequeña muestra de la colección de 50 LP clásicos del jazz que han organizado Gerardo Cañellas y Jordi Soley —responsables de Jazz Images—, también con material gráfico de Jean-Pierre Leloir, creador de una obra tan valiosa como las de Herman Leonard, William Claxton, Roy DeCarava o Francis Wolff. Dice Quincy Jones que Leloir era un preservador de historias. «Y el único modo de que las generaciones futuras sepan algo de sus ancestros, y de cómo forjaron la historia, es que transmitamos estas historias y la sabiduría que conllevan».
El fotógrafo del pentagrama bastardo

El fotógrafo estadounidense Herman Leonard es autor de inolvidables retratos de astros del jazz como Billie Holiday, Charlie Parker, Louis Armstrong, Frank Sinatra o Miles Davis. Leonard, que se hizo famoso por sus legendarias fotografías en blanco y negro tomadas entre bambalinas, está considerado uno de los principales cronistas del panorama del jazz de mediados del siglo pasado. Sus estilizadas instantáneas presentan salas oscuras, relucientes micrófonos y mucho humo de cigarros.
La carrera del artista comenzó en los años 40. Entre 1948 y 1956 fotografió el mundo del jazz en Nueva York, y luego se mudó a París.
En 1985 se publicó su libro «The Eye of Jazz» en Francia, al que siguieron varios más. En los ’80 se instaló en Nueva Orleans, y el huracán «Katrina» destrozó en 2005 más de ocho mil de sus históricas fotografías. No obstante, antes ya se había ocupado de poner a buen recaudo los negativos.
Leonard se une a la partida de otro de los grandes fotógrafos americanos del jazz, William Claxton, muerto en 2008 y cuyas imágenes poblaron portadas de discos con sesiones que hoy se pueden adquirir además en publicaciones de la editorial Taschen.
Hijo de unos inmigrantes judíos de origen rumano, Leonard nació en Allentown, Pensilvania, en 1923. El pequeño Herman, con 12 años, queda fascinado con la fotografía cuando su hermano mayor le regala su primera cámara. Empeñado en convertirse en fotógrafo, se matricula en la Universidad de Ohio, la única que ofrece un grado en fotografía.
Durante la II Guerra Mundial es llamado a filas, pero no ejerce como fotógrafo porque en el examen de selección falla la composición de un revelador. Terminada la contienda, Leonard trabaja durante un año con uno de los mejores retratistas de su época, el canadiense Yousuf Karsh. Además de la técnica fotográfica y de trucos para manejar al retratado, el aprendiz se lleva del veterano, como único pago a todo ese año, un consejo que lleva a la práctica hasta el extremo: «Retrata la verdad, pero siempre desde la belleza».
Y belleza es lo que saca del mundo del jazz, donde entra de lleno a partir de 1948 en los locales de Nueva York. Para poder escuchar y fotografiar gratis a las estrellas intercambia sus fotos con los dueños de los locales, que las usan para anunciar actuaciones. Por el objetivo de su cámara Speed Graphic pasan Milles Davis, Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Dizzy Gillespie o Billie Holiday.
Las fotos de Leonard transmiten la esencia de los clubes de jazz, llenos de humo, de público y de la emoción del directo. Consigue captar el ambiente trasladando las luces estroboscópicas de su estudio a los locales y colocándolas en el mismo sitio desde donde se ilumina la escena. «Solo quería sentirme cerca de esa música. No tenía idea de que me iba a convertir en parte de su historia», diría años más tarde en su libro Tras la escena: la fotografía de Herman Leonard. «La obra de Herman es música para mis ojos», decía de sus fotos el músico Quincy Jones, «consiguió escribir la Biblia de la fotografía del jazz».
El jazz le abre las puertas a otros mundos. En 1954 acompaña como fotógrafo personal a Marlon Brando en un viaje por Hawai, Bali, Filipinas y Tailandia.El sello musical Barclay Record lo contrata como fotógrafo oficial en 1956, con lo que traslada su estudio a París, sede de la empresa. Además de corresponsal en Europa de Playboy y los retratos a sus amigos del jazz en el mítico club St. Germain, Leonard trabaja para revistas como Elle o para modistas como Yves Saint Laurent, Chanel o Balenciaga.
También le llueven reportajes por todo el mundo, que le llevan a Afganistán, Etiopía o India. En 1980, cansado de la frenética vida del fotógrafo de éxito, decide retirarse a Ibiza con su familia. Siete años dura la aventura balear, hasta que agota sus ahorros y empieza a agobiarse por la presencia del turismo. Para impulsar su carrera, se ve obligado a los 65 años a financiar en Londres una exposición sobre sus retratos del jazz, un éxito de ventas y público.
Tras una breve etapa en San Francisco, el fotógrafo solo puede recalar en una ciudad: Nueva Orleans. «Nunca me he sentido tan a gusto dentro de mi propia piel como en esa ciudad», dirá de la ciudad que suena a jazz. Allí sigue fotografiando a los mejores músicos del momento. Solo el huracán Katrina en 2005 hace que el fotógrafo se despegue de la ciudad, a la que volvió como protagonista de un documental, Saving Jazz. Una vez le preguntaron a Milles Davis por él. «¿Herman? ¡El mejor!», contestó.