diablo
Las dos caras del otro ángel caído

Como en otras ocasiones sucede, es triste saber de la existencia de algo cuando se encuentra en práctico proceso de desaparición. Eso ocurre con los yazidíes, esa minoría religiosa de la que poco o nada se sabe, situada en el norte de Siria y de Irak, que muy a pesar suyo saltó a la actualidad por las atrocidades cometidas contra ellos.
Desde que a mediados del siglo XVIII comenzaran a ser acusados de “adoradores del diablo” por los turcos, no es la primera vez que los yazidíes son brutalmente atacados. A pesar de un decreto del Imperio Otomano de 1849 que reconoce la existencia de esta religión, han sido intensamente perseguidos, y queda constancia de ello en multitud de razzias hasta el fin del imperio, que en 1918 mandó una expedición punitiva al Yebel Sinyár, aunque por fortuna fallaron en su objetivo. Para protegerse de las incursiones de los poderes de la zona, los yazidíes siempre han habitado en las montañas y lugares poco accesibles desde las rutas principales, a lo que se suma su intenso espíritu animista, pues creen en numerosos espíritus moradores de los valles, y de las grutas.
Uno de los pilares del credo de los yazidíes es Malek Taus, el equivalente al Lucifer creador, al Demiurgo. Él es el gran arcángel de este mosaico de viejas religiones de Oriente Próximo, que se pierden en la noche del tiempo, como son el Zoroastrismo y el Mitraísmo. Los conceptos de Bien y Mal, así como el de la Transformación, están pues en juego. Él es quien gobierna el universo con otros seis ángeles, aun cuando todos ellos estén sometidos a un Dios único, creador inicial del cosmos como espíritu, pero sin interés ni influencia en el mundo de la materia. Con iconografía de pavo real, Malek Taus (ángel-pavo real) constituye tal vez el signo distintivo más particular de esta religión, la originaria de los kurdos, antes de que abrazaran el Islam, y mucho más minoritariamente el Cristianismo.
La religión de los yazidíes (del avéstico Yazáta, “deidad”, Yazdán “Dios” en el persa medio) parece proceder de los antiguos medos, que con el correr del tiempo fue incorporando diversos cultos y personajes sagrados de otras creencias, como los bíblicos Adán y Abraham. Según la tradición yazidí, tras una Creación de siete días, bella y resplandeciente, apareció Malek Taus, para sentenciar: “No hay día sin noche, ni luz sin sombras” ¡Introdujo así el contrapunto al bien en el mundo! Es uno de los motivos por los que ese credo, apenas conocido en Occidente e incluso en su zona de origen, ha sido tildado por los pueblos cercanos como “adoradores del diablo”; pero no de Satán, que representa el mal absoluto, el rey del infierno, sino más próximo a Lucifer, el bello ángel caído de la tradición cristiana.
En esta religión, sin embargo, en absoluto tiene esa figura una naturaleza negativa, sino radiante y poderosa, de ahí la riqueza de los colores que despliegan las plumas de la emblemática ave, símbolo en Oriente de la belleza y la inteligencia supremas. Nada tiene que ver el culto que se le rinde con el “príncipe de las tinieblas” de la demonología occidental, ni siquiera con la primitiva mesopotámica, cargada de espíritus demoniacos a quienes debían ofrecerse cruentos sacrificios.
Malek Taus es pues un equilibrador de los dos principios: del bien y del mal. De él se dice que es como el fuego, que da luz e ilumina, pero que también quema y mata. Malek Taus toma cuerpo en un objeto ritual consistente en una palmatoria (sanyák), por lo común de cobre, en cuyo extremo se encuentra la figura del pavo real. De una altura media no superior al metro, esta se halla en Lalish (norte del Kurdistán iraquí) y es llevada a diversos lugares donde se practica el yazidismo, para así santificarlos, aunque no permanece en ellos, sino que vuelve al santuario primigenio. Este, centro mundial de la espiritualidad yazidí, lo es por estar allí enterrado el jeque Adi (shayj Adi bin Mustafer), apóstol de esta religión sincrética, al tiempo que parte integrante de su particular “Trinidad”, junto a Dios (Azda, Yazdán o Ezid) y Malek Taus.
El shayj Adi, cuya lengua materna era el árabe, nació en la localidad de Beyt Nar (en el actual Líbano, junto a Baalbek) a finales del siglo XI de la era cristiana, y disfrutó a lo largo de su vida de una fama de persona santa, cercana a la mística musulmana. Fue al parecer a una edad ya avanzada, cuando extendió la fe yazidí, de ahí que esta religión se haya confundido a menudo con el sufismo, cuando sólo tiene alguna lejana similitud, como la música ritual y algunas concepciones cósmicas. Este reformador es considerado por la mayoría de los practicantes como la manifestación terrestre de Malek Taus, y se le otorgan poderes divinos, razón por la que uno de los ritos reservados a los iniciados es el giro en torno a su tumba, en una sala del complejo de Lalish, santa santorum del mismo y de visita muy restringida.
El yazidismo es una religión pacífica, y al contrario que el Islam militante, tiene una actitud respetuosa hacia todos los demás credos, pues como ella misma refleja en su carácter sincrético, “todas tienen algo de verdad”. La parte escrita reviste poca importancia entre sus practicantes. No existe un corpus como tal, sino una serie de tabúes concernientes a la pureza, así como creencias transmitidas oralmente y un profundo sentido del misterio ante la creación, que despierta la devoción del creyente.
Para el yazidí, el alma nunca muere sino que de forma cercana a la transmigración oriental de las almas, sufre un proceso de perfección a lo largo de sucesivas existencias hasta unirse finalmente a Dios. Este carácter permisivo del yazidismo tiene seguramente relación con el que nunca se haya impuesto por la fuerza ni reinado, como otras religiones mayoritarias, aunque tal retraimiento y falta de relación con el poder político, como medio para su propia supervivencia, le ha hecho ser en extremo hermética, aún más que la religión de los drusos, también antiproselitista, mistérica, y creyente en la reencarnación del alma.
En las entrañas del diablo

Con su novela, «El aspecto del diablo», el británico Craig Russel recurre a «la memoria de una época aterradora», la Checoslovaquia de entreguerras que presagia el avance del nazismo, en un intento de conjurar los extremismos que acechan hoy a Europa.
Así lo explica el escritor escocés en Praga, escenario de la trama de su «thriller de suspense» publicado por Roca Editorial.
«Estamos discurriendo sobre los peligros de ‘nativismo’, del nacionalismo, la xenofobia…, con la perspectiva de dónde estamos hoy y el hecho de que estas cosas están empezando a retornar a nuestras sociedades», indica el creador del comisario Jan Fabel.
Al referirse al auge actual de ideologías extremistas y excluyentes, Russell (1956) reconoce que las circunstancias no son ahora las mismas: «estamos en un ambiente cultural, social y tecnológico completamente diferente debido al internet y la evolución de las comunicaciones».
No obstante, «tenemos mucho de qué preocuparnos», advierte el autor de las exitosas series protagonizadas por el alemán Fabel («Muerte en Hamburgo», «Cuento de muerte», «Resurreción») y Lennox («Lennox», «El beso de Glasgow», «El sueño oscuro y profundo»).
«Es verdad que las fuerzas entonces (en 1935) eran más grandes y titánicas que hoy, pero quitarle hierro al asunto es una forma de pensar insidiosa», prosigue.
Para el autor de «Miedo a las aguas oscuras», la memoria «de una época pasada aterradora» es clave para prevenir el extremismo.
Y por eso se remonta en «El aspecto del diablo» («The Devil Aspect») a la década de los 30 en la antigua Checoslovaquia.
Otoño de 1935. Un momento que destila tensiones nacionalistas entre la población de habla alemana y checa, y lleva a algunos personajes, con sentido de premonición, a temer que los vientos que soplan en Alemania, donde Adolf Hitler había ascendido al poder dos años antes, acabe por sacudir con virulencia al resto de Europa.
Con este contexto histórico, que pesa como una losa en el ánimo de figuras como la judía Judita Blochová, la trama de la obra adopta su genuino perfil negro al abordar el mundo de la locura.
Y Russell lo hace a través de personajes desquiciados, zambulliéndose en el mundo de la mitología eslava, rica en la temática diabólica.
A diferencia de la amable tradición escocesa donde el diablo es más un embaucador bromista que otra cosa, Russell desempolva aquí terribles y pavorosas leyendas sobre dioses y demonios eslavos como Veles, Chernobog el Oscuro, Svarog o Perún Dazbog.
Son espíritus oscuros que parecen haber tomado posesión de algunos personajes de esta novela inspirada también en las teorías sobre el desdoblamiento de la personalidad del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud y del que Russell se declara deudor.
Una locura que en mayor o menor grado parece atormentar a todos, incluido al inspector Lukas Smolak, quien para investigar en la capital bohemia una serie de asesinatos decide asesorarse con el personal de un sanatorio psiquiátrico, el Castillo de las Águilas, donde están confinados los llamados «Seis Diabólicos».
Estas figuras, con trastornos psicóticos, han cometido crímenes horrendos que ellos mismos cuentan bajo los efectos de sedantes, en una narrativa con unas dosis de realismo e inocencia que ponen la piel de gallina al lector.
Es el caso, por ejemplo, de Hedvika Valentova, una mujer de mediana edad que cocinó a su marido para crear un suculento plato, y se lo dio a comer a su cuñada en venganza por supuestos maltratos que sólo se produjeron en su mente.
Aunque dice que para él no existe el mal de por sí en las personas, ni se puede personificar la figura del diablo, Russell sí advierte de la maldad que se da en determinadas condiciones.
«Mi sentimiento personal es que el mal no existe y es algo que asignamos a nuestra falta de empatía. Si vemos lo que pasaba con los nazis, vemos que era una falta de empatía colectiva. Eso es el mal», sentencia el escocés.
En este contexto recuerda la expresión «banalidad del mal» que acuñó la filósofa Hannah Arendt durante el juicio israelí al criminal de guerra alemán Adolf Eichmann para intentar definir la forma fría y burocrática, defendida como el cumplimiento de un deber, con la que algunos jerarcas nazis aplicaron las leyes para acabar con millones de judíos.
Desde este punto de vista, Russell admite que su obra es «decididamente un estudio sobre el mal».
Sobre el género literario de la obra, cuya primera tirada en castellano es de 10.000 ejemplares, el autor afirma que hizo «de manera consciente una novela gótica tradicional, según el canon clásico».
Invocación diabólica por amor

El Archivo General de la Nación (AGN) de México guarda grandes historias como la de una muñeca de trapo del siglo XVIII que perteneció a Francisco Xavier Palacios, un hombre que, por amor, se adentró en la vida religiosa pero terminó vendiendo su alma al diablo.
Junto a la muñeca, se guarda también el informe que la Inquisición de México redactó cuando el propio Francisco se denunció a sí mismo por herejía. Y la correspondencia que mantenía con su amada Josefa Sosa, quien confeccionó la muñeca para que la recordara, explica el historiador y jefe del departamento educativo del AGN, Alejandro de Ávila.
El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de México se estableció en 1569 por mandato de Felipe II y era un organismo encargado de perseguir y castigar los actos contrarios a la fe. En este caso, no fue necesario perseguir a Francisco porque en 1782 él mismo quiso colaborar con esta institución, que dejó por escrito el testimonio de quien fue fraile en el convento de Santo Domingo en la Ciudad de Oaxaca, además de las investigaciones llevadas a cabo por el comisario encargado del caso.
La historia comienza cuando Francisco tenía alrededor de 15 años y conoce a Josefa Sosa, quien doblaba su edad, estableciendo una relación más bien materno filial, ya que el joven había perdido a su madre y su padre lo trataba mal. Pero poco después, se convirtieron en amantes.
Fue Josefa quien le pidió a Francisco que, aprovechando que cantaba en el coro de esta parroquia, entrara en la vida religiosa para así poder mantener una relación secreta y prohibida, puesto que, además de la diferencia de edad, ella estaba casada.
Aunque el joven aceptó, pronto se dio cuenta de que no estaba hecho para la vida religiosa, que implicaba castidad, clausura y pasar las 24 horas al servicio de Dios. Por lo que, ante la negativa de su amante de sacarlo del convento, comenzó a tener problemas con sus compañeros y a pronunciar blasfemias a diario.
Tal era el odio que sentía Francisco por su entorno y por los límites a los que tenía que acogerse dentro de la vida religiosa, que incluso llegó a intentar quitarse la vida en dos ocasiones y, después de tratar por todos los medios de cambiar de vida, empezó a invocar al diablo.
Un día, cuando ya daba todo por perdido, la historia dice que un hombre que se presentó como el demonio apareció en su celda pidiéndole que cumpliera lo que había prometido. Francisco le ofreció su alma a cambio de que lo sacara de la religión y que pudiera encandilar a cuantas mujeres quisiese, y así lo hizo ese diablo disfrazado de hombre. Lo sacaría del convento en tres años y podría usar unos polvos tanto para abrir puertas como para llevarse al catre a mujeres, según contó el propio Francisco al tribunal inquisitorio.
Además, el supuesto demonio le pidió que una de sus amantes le confeccionara una muñeca de trapo mediante la cual adorarlo.
Después de algún tiempo llevando una vida alocada, los remordimientos acudieron a la mente del joven, quien decidió acudir a la Inquisición a denunciarse a sí mismo por herejía. «Estaba tan desesperado que prefería la cárcel Inquisición a permanecer en el convento», detalla De Ávila.
Fue entonces cuando la historia del fraile empezó a desmontarse: el comisario encargado del caso descubrió que las mujeres con las que Francisco había dicho tener relaciones no existían, hasta que llegó a Josefa. La mujer explicó que la muñeca no fue hecha para adorar al diablo, sino para que, mientras Francisco estuviera encerrado en el convento, pudiera recordar a su amada al verla, «incluso con una connotación sexual», añade el historiador.
Ella también entregó las cartas que se enviaban, en las que mostraban el extraño fetiche de firmarlas con nombres como «tu negra», «tu chino» o «tu chata». Y se despedían en ocasiones con LTMBS (la tierna mano beso solemnemente). «El TKM (te quiero mucho) de la época», bromea el historiador. «Con esto Josefa reveló el amor que se tenían y la historia que Francisco Xavier Palacios había construido empezó a desmoronarse», sentencia De Ávila.
Tras esto, el fraile fue condenado exclusivamente por haber dicho que el infierno era una mentira y que las almas cambian de cuerpo, conceptos que para la Inquisición del siglo XVIII eran totalmente inconcebibles.
Después de su condena, se desconoce cuál fue el destino de ambos amantes, si desaparecieron el uno de la vida del otro o si Francisco encauzó de alguna manera su vida.
En el AGN se encuentran los más de 1.500 volúmenes de informes de la Inquisición, que fueron escondidos cuando se consumó la independencia de México y entregados al Museo de Antropología por el historiador Silvio Zavala el siglo XX.
El demonio en el señor Paganini

El músico que ejecutaba de formas poco convencionales su violín favorito Guarnerius, con tres, dos e incluso una cuerda, de tal forma que parecían ser varios violines, fue Niccolò Paganini, quien murió en 1840.
Paganini fue un genio inigualable que impactaba por su forma de tocar el violín, era muy admirado por sus perfectas y originales ejecuciones.
Niccolò Paganini Bocciardo nació el 27 de octubre de 1782 en Génova, Italia. Su padre, Antonio, se dedicaba al comercio marítimo y, además, era violinista, de tal modo que Niccolò comenzó su aprendizaje musical con la mandolina, instrumento que tocó desde los cinco años.
Así se dieron cuenta que tenía los dedos y los brazos más largos de lo normal, y desde los siete años empezó a tocar el violín, pues podía abarcar más espacios en las cuerdas. Con nueve años realiza su primera aparición pública.
En 1801 compuso más de 20 obras en las que combinó la guitarra con otros instrumentos. Sus obras incluyen veinticuatro caprichos para violín solo (1801-1807), seis conciertos y varias sonatas, además de 200 piezas que involucraban de alguna manera a la guitarra.
Se decía que había hecho un pacto con el demonio y que en su violín encerraba el alma de mujeres de hermosa voz.
El mito de Paganini se comenzó a fraguar cuando tenía 5 años. Su madre aseguró haber tenido un sueño en el que se le apareció el demonio y le dijo que su hijo Niccoló sería un violinista famoso. A partir de entonces su padre le obligó a estudiar música durante 10 horas al día.
Rápidamente comenzó a dar muestras de su enorme talento musical y con 6 años dio su primer concierto, a los 9 hizo su primera gira y a los 16 ya era mundialmente famoso. Comenzó a dar conciertos por toda Europa y su fama se elevó hasta límites inimaginables para la época amasando una gran fortuna que dilapidaba en fiestas y juegos de azar. Además, su popularidad como músico sólo era superada por su fama de mujeriego. Decían de él que a pesar de ser “feo y descuidado” ejercía una extraña y poderosa atracción a las mujeres. No en vano tuvo un lío con las dos hermanas del emperador Napoleón Bonaparte, entre otras muchas.
Pero lo más sorprendente de Paganini era, sin duda, su genio musical. Y no sólo por crear más de 200 composiciones musicales sino, sobre todo, por su increíble y peculiar técnica a la hora de tocar el violín.
Su cuerpo alto y desgarbado poseía un flexibilidad especial que le permitía realizar movimientos imposibles para cualquier otro, como cruzar los codos uno por encima de otro mientras tocaba o flexionar lateralmente las articulaciones de sus dedos consiguiendo llegar a notas inalcanzables para la mayoría de los mortales.
Una de sus habilidades más aplaudidas era cuando retiraba tres de las cuatro cuerdas del violín y con esa única cuerda hacía sonar el violín como si fueran varios los que se tocaran. También era capaz de hacer increíbles Pizzicatos (pellizcar las cuerdas) con la mano izquierda, la mano de los trastes. Para que se hagan una idea, aquí tienen un vídeo con algunas de sus técnicas.
Pero esta habilidad tenía un pequeño secreto y no se trataba, según se rumoreaba entonces, de un pacto con el diablo. En realidad se piensa que Paganini sufría del síndrome de Marfan, una enfermedad que afecta al tejido conectivo, lo que le da a quien lo padece largas y flexibles extremidades.
Como su genialidad musical surgió a una edad muy temprana, alcanzó las mieles de éxito muy joven, pero con ese éxito vino una vida plagada por el desorden y los abusos. Paganini, con tan sólo 16 años, llegó a perder tanto dinero que en varias ocasiones llegó a dejar empeñado su violín para poder cubrir sus deudas de juego. Pero al final, terminó librándose del vicio y nunca más se acercó a una mesa de apuestas.
Paganini era capaz de tocar a la espectacular velocidad de doce notas por segundo. Ese es el tiempo que la mayoría de los músicos tardan en leer doce notas. También innovó con sus técnicas de memorización; antes de él, todos los violinistas iban acompañados del programa que debía ser tocado. Paganini, a su vez, acostumbraba simplemente a subirse al escenario con su instrumento, sacudiendo su larga cabellera y poniéndose a tocar. Todo el programa estaba en su memoria.
Su técnica era tan asombrosa que se pensó que existía algún influjo diabólico sobre él, debido a su extraña apariencia y adelantos musicales, que eran una verdadera obra de arte. Entre sus apuntes aparecía una «nota 13», de gran dificultad con una de las cuatro cuerdas del violín.
Con todo ese talento extraordinario, el virtuoso violinista se convirtió en leyenda. Asociada a la increíble velocidad que alcanzaba cuando tocaba, estaba su apariencia cadavérica, que causaba cierto terror en las personas que tenían miedo de asistir a sus presentaciones. Niccoló medía 1.65 metros de alto, era muy delgado, tanto que su cuerpo y extremidades asemejaban a líneas largas y sinuosas, de cara muy pálida y rasgos marcados, ojos de águila (oscuros y penetrantes), nariz puntiaguda, cabellera larga ondulada que caía sobre sus delgados hombros. No era de extrañar, el hombre vivió toda su vida luchando contra una enfermedad severa que le exigía una dieta rigurosa y muchas horas de sueño. En la época, sin embargo, muchos creían que Paganini había vendido su alma al diablo a cambio de su perfección musical.
De 1805 a 1813 dirigió en la corte de María Anna Elisa Bacciocchi, princesa de Lucca y Piombino y hermana de Napoleón. Entre sus mejores maestros estuvieron Giovanni Servetto y Alessandro Rolla, quien al escucharlo dijeron que no tenían nada que enseñarle.
El músico desarrolló un carácter aventurero y apasionado, por lo que decidió comenzar sus giras por su cuenta. En 1827 realizó el primer concierto importante de su carrera, que fue compuesto por él con técnicas novedosas y se llevó a cabo en Nápoles.
Entre 1829 y 1831 conoció a Goethe, Heine y Shumann, creadores en los que logró influir enormemente.
Su fama creció tanto que las entradas de sus espectáculos demasiado caros, lo que generó descontento ya que muchos lo querían ver no solo por ser un virtuoso sino por observar su peculiar conformación física, que le permitió interpretar de un modo distinto las piezas musicales en su violín.
Renunció a las giras en 1834. Además, fue tutor del violinista Antonio Bazzini, a quien motivó para iniciarse.
Se casó con la bailarina Antonia Bianchi, con quien se fue a vivir y tuvo a su hijo, Aquiles. Paganini tenía varias enfermedades serias que empezaron a desarrollarse gravemente cuando tenía 38 años.
Entre sus posesiones se encontraban siete violines Stradivarius, aunque su predilecto era un Guarneri del Gesù de 1742, llamado “Il Cannone”, que hoy está expuesto en el Palacio cívico de Génova.
Sus obras más importantes son: los conciertos para violín números uno y tres en Re Mayor, Opus 6, el Concierto No. 2 en Si Menor Opus 7, “La campanella”.
Su salud se fue deteriorando por un cáncer de laringe que le hizo perder la voz a pasos agigantados y por el “calomel”, un laxante de mercurio que tomaba por recomendación médica para tratar la sífilis. Sus ánimos bajaron y se le veía muy envejecido.
En 1830 le empezó una disfonía, por lo que en 1838 se quedó completamente mudo. Finalmente, murió en Niza, Francia, el 27 de mayo de 1840. Más tarde se supuso que padecía el síndrome de Marfán, un trastorno hereditario que se manifiesta en problemas cardiovasculares, oculares y óseos.
Un obispo le negó su entierro a causa de los rumores sobre Paganini y el diablo, su cuerpo fue embalsamado durante dos meses y durante un año fue depositado en el sótano de la casa de su hijo hasta ser enterrado en el lazareto de Villefranche. En 1876 sus restos fueron llevados a Parma.
El fragor y el epitafio de la ‘amante del diablo’

En 1704, en el pueblo escocés de Torryburn, una mujer llamada Lilias Adie fue detenida acusada de brujería. La razón fue la denuncia vertida por una vecina, Jean Nelson, que vio cómo su salud se deterioraba progresivamente y decidió culpar a Lilias.
La acusó ante los ministros y ancianos de la iglesia de su pueblo que no dudaron en detenerla y meterla en la cárcel.
La señora Adie era una mujer mayor y posiblemente sufriera algún tipo de demencia, ya que al ser interrogada reconoció ser una bruja y no sólo eso, además aseguró que era la amante del diablo hacía más de siete años.
Según lo que dijo, se le había presentado en un maizal y ella había aceptado ser su discípula y entregarse a él en cuerpo y alma. Confesó además que había atraído a otros a las orgías diabólicas en el campo de maíz y que en medio de las frenéticas danzas paganas, una luz azul brillante los había acompañado por todo el maizal.
La anciana siguió desvariando (o quizás cansada y a sabiendas de lo que sucedería, prefirió la performance a suplicar por una clemencia que en esos años no iba a llegar de cualquier forma) y sus jueces, cada vez más convencidos de lo que decía, la declararon bruja. Se la condenó a morir en la hoguera fuera de los límites del pueblo, cerca del mar.
Lo curioso del caso es que su cadáver, después de la ejecución, no fue arrojado a una fosa al pie del cadalso, como era costumbre.
La tumba se encontró mucho tiempo después en una zona costera, accesible solo entre mareas. En el lugar había una enorme y pesada lápida sobre la fosa.
¿Que ocurrió con Lilias Adie? Los historiadores creen que la pobre Lilias no llegó a ser ajusticiada. Posiblemente murió en prisión y sus carceleros pensaron que se había suicidado.
Los suicidas eran tratados mucho peor que a los criminales más atroces y despiadados a la hora de ser enterrados, ya que, según la creencia, el suicidio era un crimen que solo podía estar inspirado por el diablo y, por lo tanto, no podían ser inhumados en suelo sagrado.
En el caso de Lilias, que además había reconocido mantener relaciones sexuales con el mismo demonio, su tumba debía cumplir una serie de requisitos. Debía estar fuera del pueblo, cerca del mar y tener una enorme lápida encima, para no correr el riesgo de que su cadáver fuera reanimado por el diablo para mantener relaciones con ella de nuevo.
Así lo hicieron y pensaron que su cuerpo permanecería allí para siempre.
Lo que jamás previeron los lugareños de principios del siglo XVIII es que a finales del XIX se pondría de última moda coleccionar huesos de brujas y que la pobre Lilias sería desenterrada, descuartizada y vendida a trocitos.
Su cráneo acabó en la Universidad de St. Andrews, de donde desapareció.
Hace unos años, unos investigadores locales, con ayuda de la BBC, encontraron en la playa una lápida rectangular con restos de una agarradera metálica, en el lugar donde fue enterrada la bruja.
Posiblemente la tumba de Lilias Adie, la mujer que confesó tener relaciones con el diablo y que jamás encontró la paz.
Retrato
Según apunta el periodista David Ruiz, más de 300 años después, un artista forense del centro de Anatomía e Identificación Humana de la Universidad de Dundee ha recreado el rostro de Lilias para el programa Time Travels, de la BBC. “Este podría ser el único retrato de una bruja escocesa, ya que la mayoría fueron quemadas, destruyendo cualquier esperanza de reconstruir su cara a partir de la calavera”, apuntan los investigadores.
Su teoría es que Lilias Adie pudo suicidarse después de ser sentenciada a morir quemada. Sus restos fueron enterrados en la playa, debajo de una gran piedra que solo era visible cuando la marea era baja. Los lugareños habían incluso tratado de aplastar el cuerpo de la mujer en su tumba, quizás pensando que así evitaban que volviera de entre los muertos para perseguirlos.
“Fue un momento verdaderamente espeluznante cuando apareció su rostro de repente”, afirma la presentadora de la BBC Susan Morrison. ”Estaba cara a cara con una mujer con la que podría chatear, aunque conociendo su historia era un poco difícil mirar a sus ojos”, añadió.
Christopher Rynn, el especialista que recreó la cara de Lilias Adie utilizando un modelo en tres dimensiones considera que cuando ya se han reconstruido las primeras capas de piel “es como si conocieras a esa persona. Incluso comienza a recordarte a gente que conoces”.
”No había nada en la historia de Lilias que me sugiriera que hoy en día sería considerada otra cosa que una víctima de circunstancias horribles, así que no vi ninguna razón para poner en su cara una expresión desagradable o mezquina y terminó teniendo un cara amable, muy natural“, añadía Rynn.
En el siglo XIX, un grupo de científicos se atrevieron a desenterrar el cuerpo de la “bruja de Torryburn” para estudiar sus restos e incluso exhibirlos al público. Junto al cuerpo encontraron un bonete (gorro) de lana bien conservado.
Su cráneo acabó finalmente en el museo de la Universidad de Saint Andrews (la más antigua de Escocia), donde fue fotografiado hace más de 100 años. Años después, los restos óseos desaparecieron misteriosamente, aunque las imágenes se mantuvieron y fueron guardadas en la Biblioteca Nacional de Escocia, que está situada en Edimburgo.
Los registros judiciales del siglo XVIII explican que Adie, que tendría alrededor de 60 años, era una mujer enferma y con problemas de visión que demostró mucha resistencia y coraje ante sus acusadores, explican los investigadores de la Universidad de Dundee. Los documentos muestran como aguantó y aguantó los interrogatorios en los que se pretendía que revelara los nombres de otras “brujas” para ejecutarlas también.
“Creo que era una persona muy inteligente e inventiva. El objetivo del interrogatorio y sus crueldades era obtener nombres. Lilias dijo que no podía dar los nombres de otras mujeres que participaban en las reuniones de las brujas ya que todas llevaban máscaras”, afirma la historiadora Louise Yeoman.
”Solo dio nombres que ya se conocían -añade Yeoman- y siguió utilizando excusas para no identificar al resto y evitar así que sufrieran el mismo horroroso tratamiento que ella, a pesar de que provocó que sus captores fueran más crueles con ella. Es triste pensar que sus vecinos esperaban un monstruo aterrador cuando en realidad tenía delante una persona inocente que había sufrido terriblemente. Lo único que es monstruoso aquí es el error de la justicia”.