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Vuelve el CD

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Por Diego A. Manrique

Descubro una anomalía en las estadísticas de la industria musical estadounidense: en 2021, aumentaron las ventas de los CD. No es precisamente un subidón —un 1,1% —, pero detiene un descenso de 20 años que parecía imparable. Lo intentan explicar alegando, por ejemplo, que el incremento corresponde a la publicación de títulos de amplio espectro, como el álbum 30, de Adele. Resulta que, entre los millones de compradores de la cuarta entrega de estudio de la vocalista inglesa, 900.000 optaron por el CD.

Aun teniendo en cuenta la diferencia de precios —la versión vinilo triplicaba el precio del CD—, llama la atención que casi un millón de compradores despreciaran el formato que está de moda y prefirieran un soporte —atención— que resulta más cómodo, más ligero y, teóricamente, más longevo. Aquí tienen un millón de consumidores que son regularmente ignorados por la moda del vinilo. Prepárense: pronto leeremos titulares como “La vuelta del CD” o “La resurrección de los discos plateados”.

No es solo cuestión de hipsters; también la industria empuja al consumidor de producto físico hacia el vinilo. Por si no se habían dado cuenta: muchos grandes almacenes ya no venden CD; los fabricantes de automóviles y ordenadores no incluyen reproductores de CD e incluso un aparato icónico como el Discman de Sony ahora parece haber sido descatalogado. Y no es una concatenación de casualidades.

Recuerden el lema de lanzamiento del CD: “Sonido perfecto para la eternidad”. Era, por decirlo educadamente, una mentira, igual que aquella milonga de que costaba mucho más fabricar un CD que un LP. No se trata de un caso de obsolescencia planificada: lo que se busca finalmente es desplazar todo el consumo de música hacia lo digital, mediante las descargas o el streaming, pagando una suscripción o incluso aceptando publicidad. Un chollo, nos aseguran. Desde luego, no para los músicos, compositores y productores que han visto como encoge hasta lo ridículo la compensación por su trabajo.

Un inciso: ¿no es extraño que las grandes discográficas no protesten por este recorte de los ingresos? Sencillo: las plataformas de streaming pagan cantidades multimillonarias a las discográficas por el derecho a usar sus catálogos, así, en general, sin que los artistas vean un céntimo del fichaje. Luego, estos cobrarán royalties según el número de reproducciones. Ni siquiera sabemos si se paga lo mismo a una superestrella de Sony, como Adele, que a una veterana tipo Mavis Staples, que ahora graba para un sello humilde (Anti). En realidad, sí: intuimos cuál de las dos cobra más por cada reproducción.

Lo que sí sabemos es que ha desaparecido un alto porcentaje de las tiendas de discos, antaño centros sociales para melómanos. Hablamos de esas raras criaturas que se estudian los créditos de un LP o un CD, que agradecen los lanzamientos que incluyen letras, que fantasean con las portadas y que necesitan una relación táctil con el soporte musical.

Vicios inocentes, ciertamente. Lo trágico es que las multinacionales ya no hacen esas cajas históricas de CD que ofrecían visiones panorámicas de un género o subgénero, del sonido de una ciudad o región, de un productor o un compositor, de una temática o una actitud. Son labores que ahora desarrollan compañías pequeñas como la británica Cherry Red, la australiana Raven Records, la francesa Frémeaux & Associés, la estadounidense Collectables Records, la española Ramalama Music o la alemana Bear Family Records. Aprovechen si los encuentran: su supervivencia no está garantizada.

El furor de la tormenta musical perfecta

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Manrique destaca a Amy Winehose como una artista contemporánea de gran potencial, y la sitúa en un escalafón cualitativo superior al de Michael Jackson
Manrique destaca a Amy Winehose como una artista contemporánea de gran potencial, tristemente evaporado, y la sitúa en un escalafón cualitativo superior al de Michael Jackson

Diego Manrique, testigo de excepción de la época dorada del periodismo musical desde los años setenta, condensa en un libro sus «grandes éxitos», decenas de artículos en los que disecciona con mirada descreída las caras A y B de ese mundo cuyos protagonistas -dice- decepcionarían al más mitómano.

«La obra de los artistas es mucho mejor que los artistas en el 99 por ciento de los casos. Son los seres más egoístas del mundo. Un artista traiciona a sus compañeros, a sus parejas… Quizás sea parte del proceso de supervivencia a ese nivel, que solo se puede comparar con el del presidente de un Gobierno», afirma el escritor.

«Jinetes en la tormenta» (Espasa) es, además de la traducción al español de uno de los más célebres temas de The Doors, el título de esta obra, en alusión a esas figuras de la música que inauguraron una forma de vida para la que no había mapas.

Mediante una selección de sus mejores artículos, perfiles, necrológicas y entrevistas, se recorren los vericuetos y callejones de la música negra y de los llamados artistas malditos, las veredas de colosos como Bob Dylan y los años de la Movida, revelando un sinfín de curiosidades, como que Jerry Lee Lewis se presentó en casa de Elvis Presley con una pistola para ajustarle las cuentas.

Manrique sabe de lo que habla. El que fuera director de Radio3 y Premio Ondas 2001 vivió los años dorados del periodismo musical, viajando por todo el mundo para entrevistar a personajes de la talla de Lou Reed o «empotrarse» durante tres días en la gira de alguna que otra estrella.

«Hemos vivido unos años absolutamente acojonantes, en los que de repente viajábamos a Toronto para entrevistar a los Rolling Stones en medio de un ensayo y disponíamos de hora y media con un Mick Jagger relajado y cómodo, dispuesto a hablar de lo que fuera», recuerda en estos tiempos en los que abundan los cuestionarios por correo electrónico.

De su experiencia concluye por ejemplo que «la competitividad es brutal entre los artistas», como la que había entre los Beatles y los Rolling Stones, entre Elton John y Madonna o la que llevó a Michael Jackson a intentar batir a Prince en sus últimos días de vida con sus conciertos en el Estadio O2 de Londres.

Hablando de desaparecidos, destaca la «trágica» pérdida de Amy Winehouse, unas de las pocas figuras del siglo XXI a las que dedica un aparte. «Su potencial estaba sin desarrollar, tenía una carrera brutal y muy ecléctica en gustos», destaca, por encima del propio Jackson o de Whitney Houston.

jinetes_en_la_tormentaOtra de las figuras recientes en las que se detiene es en la española Bebe, no tanto por su aportación a la historia musical, sino por su famoso encuentro con ella y la calidad de la entrevista. «No hay mejor entrevistado que el entrevistado hostil», defiende.

Acostumbrado a surcar aristas, dice que una de las necrológicas que más le costó escribir fue la de Antonio Vega, un gran músico, pero «sobrevalorado» en sus últimos discos, cuando la «heronía se había convertido en su necesidad número uno» y no servía de nada «avergonzarle o recriminarle su forma de vida».

«Cuando cuentas las historias duras de artistas de este país, sabes que se van a enfadar sus seguidores y su familia, y por eso vivimos con esas mentiras con las que comulgamos todos, como la de que Antonio Flores murió porque se le partió el corazón por la muerte de su madre», explica.

Al fin y al cabo, sobre mentiras va todo esto. «Las canciones, saben ustedes, son mentira. Pero se trata de una mentira dulce. Así que vale la pena seguir su pista. Y la de sus creadores», escribe el autor en este «Jinetes en la tormenta».