dracula
Bacanal vampírica antes de Drácula

«Carmilla» es una novela corta escrita por Sheridan Le Fanu en 1872. Fue publicada en la colección In a Glass Darkly. Se trata de una de las primeras historias de vampiros escritas, precursora de muchas obras de éxito, como es el caso de «Drácula» de Bram Stoker, escrita veinicinco años después, quien se basó en muchas características de Carmilla para escribir su obra.
Casi todos los relatos de vampiros tienen la estructura básica de Carmilla, empezando por la parte de “ataque” pasando a “muerte – resurrección” por parte del vampiro, y finalmente a la parte de “caza – destrucción” de la criatura.
Le Fanu se basó en la legendaria historia de la hermosa Condesa Elizabeth Báthory para crear a Carmilla.
La condesa Isabel Báthory de Ecsed (Nyírbátor, Hungría, 7 de agosto de 1560-Castillo de Čachtice, actual Trenčín, Eslovaquia, 21 de agosto de 1614), fue una aristócrata húngara, perteneciente a una de las familias más poderosas de Hungría. Ha pasado a la historia por haber sido acusada y condenada de ser responsable de una serie de crímenes motivados por su obsesión por la belleza que le han valido el sobrenombre de la Condesa Sangrienta. Erzsébet tiene el récord Guinness de la mujer que más ha asesinado en la historia de la humanidad con 650 muertes.
La historia de Carmilla muestra muchas características del terror gótico, y resalta el estereotipo popular del vampiro siendo precursora desconocida del género
La historia, es de carácter lésbico. Sheridan Le Fanu tomó ese tema, un tabú para la época, pero supo cómo plantearlo de tal forma que el lector de la época se fuera acercando al tema.
La protagonista, Laura, narra cómo su vida pasa de común a desconcertante cuando aparece Carmilla, que comienza a mostrar un comportamiento bastante romántico hacia la protagonista. Carmilla empieza a mostrar rarezas en su comportamiento, se despierta después de mediodía y se encierra en su cuarto, resultando ser una vampiresa.
El periodista Juan Carlos Rodríguez lo tiene claro: «Bram Stoker se llevó la fama, aunque en el origen de la vampirología moderna está indudablemente Le Fanu, que había publicado su novela corta en la revista The Dark Blue en 1871, dieciséis años que Stoker. De hecho, la que mucho consideran la novela de vampiros más famosa de la historia tiene bastante de la propia Carmilla, recopilada de inmediato en la colección de relatos ‘Las criaturas del espejo’ (1872), un año antes de su muerte».
A juicio de Rodríguez, «el origen propio del vampirismo sucede mucho antes, con el benedictino francés Agustín Calmet (1672-1757), abad del monasterio de la orden de San Benito de Sénones, en Lorena. Gran erudito, autor de un monumental comentario bíblico (compilado en 23 tomos), se interesó pronto por el mundo de las apariciones. Además, «escribió dos volúmenes, reeditados por la Editorial Rey Lear, bajo el título de ‘Tratado sobre los vampiros'».
El primer volumen, Calmet lo había llamado ‘Tratado de las apariciones de los ángeles, de los demonios y de las almas de los difuntos’. Y el segundo: ‘Disertación sobre los redivivos en cuerpo, los excomulgados, los upiros o vampiros y los brucolacos’. Ambos fueron publicados, por primera vez en 1746.
«Calmet definió al vampiro -es interesante, las replicas que a Calmet dan Voltaire y Feijoo-, según sintetizó más tarde el ‘Diccionario infernal’ (1818), de Collin Plancy», sostiene Rodríguez, quien añade que «los revinientes de Hungría, o vampiros, […] son unos hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos largo, que salen de sus tumbas y vienen a inquietar a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan estrépito en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upiros, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela».
«Sin la aportación de Calmet, Bram Stoker no habría podido escribir su célebre Drácula. Tampoco hubieran sido posibles ‘El vampiro’ (1819), escrito por John William Polidori, médico personal de Lord Byron, ni Carmilla», afirma un vampirista reconocido como Luis Alberto de Cuenca. Aunque Le Fanu se inspiró sobre todo en un hecho real: la biografía de la condesa transilvana Isabel Báthory.
La Báthory -cuya vida noveló rigurosamente Javier García Sánchez en ‘Ella, Drácula’- ingresó en la historia con el alias de «la Condesa Sangrienta» debido a que, entre otras turbias aficiones, gustaba de beber la sangre de doncellas vírgenes para preservar su lozanía. Báthory mataba el aburrimiento torturando a sus víctimas, traídas por sus lacayos de todos los rincones de los Cárpatos con la promesa de servir a la nobleza.
En palabras de Rodríguez, «aunque si Calmet pudo enmarcar la temática vampiresca, fue realmente Le Fanu quien recogió el mito rescatado por el benedictino para darle naturaleza literaria e insertarlo en la tradición gótica. Y, a partir de ahí, prácticamente sigue siendo el referente inmediato. Como admite el sueco John Ajvide Lindqvist, el último gran autor vampírico. Le Fanu es, asimismo, el primer gran autor del género del terror. Y no sólo como creador del vampirismo, sino también de la llamada ‘ghost story'».
Así, ‘Carmilla’, como casi todas sus obras desde ‘La habitación de el Dragón Volador’ génesis de la novela de fantasmas a ‘Schalken el pintor’, «posee un intensidad y una perfección literaria abrumadora; quizás apagada, escondida, por su perfil erótico y lésbico, de esa Carmilla prendida por Laura. Todo un tabú para el siglo XIX. Esa sexualidad será, reconvenida en atracción heterosexual por Francis Ford Coppola, por supuesto. De todos los mitos del terror, el vampiro es el más complejo, con su mezcla de erotismo y muerte, de Eros y Thanatos. Y se lo debemos a Le Fanu», apunta.
Su estructura es aún inamovible: ataque, muerte/resurrección y destrucción. Casi todos los relatos de vampiros tienes esa misma introducción, desarrollo y desenlace. «También se incluyen la seducción de la víctima por parte del vampiro, la confusión entre sueño y realidad, el intento en vano de explicar hechos sobrenaturales en términos racionales, y los métodos del folklore para reconocer, capturar y matar vampiros», opina Paco Quiles. Lo cual le da, entre otras cosas, no sólo una maestría innegable, sino también una actualidad imperecedera. «Le Fanu mantienen su capacidad hipnótica y aún suscitan algún escalofrío», según Robert Saladrigas.

«Fue un caballero de aspecto grave, carácter retraído y estricta mentalidad victoriana. Pero las narraciones que le hicieron célebre eran macabras, barrocas, escalofriantes -sigue diciendo Saladrigas-. Se le considera el fundador de las historias terroríficas en inglés, muchas protagonizadas por criaturas de psicología marcada por una oscura culpa, víctimas de la crueldad que a su vez no dudan en infligir a otras. La obra de Le Fanu rebasa las fronteras del género porque refleja, a veces en forma de parábola, la tortuosidad de los irlandeses de su tiempo».
«La obra de Sheridan Le Fanu -escribe Roberto Cueto- marca la transición de la corriente clásica de los Radcliffe y Maturin a la llamada novela sensacionalista de la era victoriana (…). Esa tensión entre el pasado terrorífico y el presente cotidiano será una de las claves para entender gran parte del fantástico posterior». Marcó una época, desapareció y volvió a la primera línea de la literatura, a la que ahora, entre la moda vampírica, regresa paulatinamente de nuevo.
«Mi padre pertenecía a un grupo surrealista en que sólo tenían cabida dos libros de terror, ‘Drácula’, de Bram Stoker, y, por supuesto, ‘Carmilla’. Y la necesidad de escribir novelas surgió de sus lecturas a los 13 años de edad. Esas lecturas también hicieron que me guste jugar con lo fantástico y con la realidad», afirma, por ejemplo, Fred Vargas, autora de novela negra que en su última novela cierra una vieja deuda introduciendo en su última novela, Un lugar incierto, una trama vampírica y gótica.
Según Juan Carlos Rodríguez, «el vampirismo, y ahí es donde Le Fanu cobra especial relieve, tiene un indudable origen femenino, pues no deja de ser una metáfora con faldas de las fuerzas irracionales, de la Tierra providente, madre nocturna y arbitraria, que llama a sus hijos desde la pasión, y no desde el pulcro raciocinio, desde el orden diurno e industrioso de los hijos del XIX anglosajón. Le Fanu regresa a la Edad Media, a las leyendas, al culto femenino».
«El escritor irlandés hace la misma lectura, aunque literaria, que, por ejemplo, ensaya históricamente Jules Michelet en ‘La bruja’, cuando la contemporaneidad comienza a reflexionar sobre lo que apenas ha reflexionado nunca: sobre el género, o más aún: sobre la cárcel del género. ‘Carmilla’ y ‘La bruja’, en este sentido, supone un hito de tal importancia en la tradición cultural occidental, un intento de devolverle su raíz matricial», explica.
Entre éxtasis, terror y perplejidad, Le Fanu sitúa su historia en la rural Styria, donde Laura, la heroína y narradora, vivía. Su padre, un funcionario austriaco retirado, había podido comprar un castillo abandonado a buen precio. Carmilla aparece por primera vez en la escena que abre la historia y lo hace metiéndose en la cama de Laura, una niña de 6 años. Laura se durmió en sus brazos hasta que se despertó de repente con la sensación de dos agujas clavándosele en el pecho.
Reaparece cuando Laura ya tiene 19 años. Y es en esa Carmilla en la que Laura reconoce a la Condesa Mircalla Karnstein, según un retrato de 1698. Y el General Spielsdorf a Millarca, la joven vampiro que ha dado muerte a su hija. Carmilla/Mircalla/Millarca tiene una fuerza sobrehumana y era capaz de adoptar diferentes formas, sobre todo de animales. Su transformación favorita era en gato, más incluso que en lobo o vampiro. Por supuesto, dormía en un ataúd.
«Y en fin, quiere decirse que el vampirismo, la pasión, la noche visceral y arcana, es un asunto femenino. Que hermoso es el Mal cuando es hermoso. Y siembra el ejemplo, no sólo en el Drácula que impondrá su machismo galopante, sino también en otras vampiresas como la de Paul Féval que asoló el París napoleónico. O las que Jan Potocki incluye en ‘El manuscrito’ encontrado en Zaragoza. Incluso la Olalla de Robert Louis Stevenson», argumenta Rodríguez.
García Sánchez ha intentado convertirse en un Le Fanu contemporáneo, aunque sin sexo y con gran crudeza. Él, en vez de Carmilla, quiso recrear a Ersébet Báthory, de quien escribieron también Alejandra Pizarnik, Marguerite Yourcenar o Valentine Penrose. «Porque ella y sólo ella fue la verdadera Drácula», dice García Sánchez. ‘El Empalador’, caballero cristiano ortodoxo, jamás osó tocar la sangre de su víctimas. Su exaltada fe se lo impedía. El personaje de Erzsebet es tan genuinamente diabólico que por esa razón nadie se ha atrevido a llevarlo en serio al cine. Como si prefiriésemos seguir pensando que fue todo una pesadilla, una ficción.
Hablamos de los orígenes de Le Fanu de los mitos que inspiran su novela, tan importantes como los rastros que le persiguen en el cine. Muy tempranamente, como lo hizo el genio danés Carl Theodor Dreyer. Saltó del cine mudo (época que cerró en 1928 con la prodigiosa ‘La pasión de Juana de Arco’) al sonoro en 1932 con Vampyr, basada libremente en el relato de Sheridan Le Fanu, afortunadamente restaurada en 1998 por la Filmoteca de Bologna y, desde el año pasado, disponible en DVD en España. Le sigue un amplio rastro, como la versión vacua de Roy Ward Baker en 1970 en ‘Las amantes del vampiro’.
Bram Stoker se llevó la fama, aunque en el origen de la vampirología moderna está indudablemente Le Fanu, que había publicado su novela corta en la revista The Dark Blue en 1871, dieciséis años que Stoker. De hecho, la que mucho consideran la novela de vampiros más famosa de la historia tiene bastante de la propia Carmilla, recopilada de inmediato en la colección de relatos ‘Las criaturas del espejo’ (1872), un año antes de su muerte.
El origen del «vampirismo»
Aunque el origen propio del «vampirismo» sucede mucho antes, con el benedictino francés Agustín Calmet (1672-1757), abad del monasterio de la orden de San Benito de Sénones, en Lorena. Gran erudito, autor de un monumental comentario bíblico (compilado en 23 tomos), se interesó pronto por el mundo de las apariciones. Y escribió dos volúmenes, reeditados hace poco por la Editorial Rey Lear, bajo el título de ‘Tratado sobre los vampiros’.
El primer volumen, Calmet lo había llamado ‘Tratado de las apariciones de los ángeles, de los demonios y de las almas de los difuntos’. Y el segundo: ‘Disertación sobre los redivivos en cuerpo, los excomulgados, los upiros o vampiros y los brucolacos’. Ambos fueron publicados, por primera vez en 1746.
Sanguijuelas
Calmet definió al vampiro -es interesante, las replicas que a Calmet dan Voltaire y Feijoo-, según sintetizó más tarde el ‘Diccionario infernal’ (1818), de Collin Plancy: «Los revinientes de Hungría, o vampiros, […] son unos hombres muertos desde hace un tiempo considerable, más o menos largo, que salen de sus tumbas y vienen a inquietar a los vivos, les chupan la sangre, se les aparecen, provocan estrépito en sus puertas y en sus casas, y, en fin, a menudo les causan la muerte. Se les da el nombre de vampiros o de upiros, que significa en eslavo, según dicen, sanguijuela».
«Sin la aportación de Calmet, Bram Stoker no habría podido escribir su célebre Drácula. Tampoco hubieran sido posibles ‘El vampiro’ (1819), escrito por John William Polidori, médico personal de Lord Byron, ni Carmilla», afirma un vampirista reconocido como Luis Alberto de Cuenca. Aunque Le Fanu se inspiró sobre todo en un hecho real: la biografía de la condesa transilvana Isabel Báthory.
La Báthory -cuya vida noveló rigurosamente Javier García Sánchez en ‘Ella, Drácula’- ingresó en la historia con el alias de «la Condesa Sangrienta» debido a que, entre otras turbias aficiones, gustaba de beber la sangre de doncellas vírgenes para preservar su lozanía. Báthory mataba el aburrimiento torturando a sus víctimas, traídas por sus lacayos de todos los rincones de los Cárpatos con la promesa de servir a la nobleza.
El mito y Le Fanu
Aunque si Calmet pudo enmarcar la temática vampiresca, fue realmente Le Fanu quien recogió el mito rescatado por el benedictino para darle naturaleza literaria e insertarlo en la tradición gótica. Y, a partir de ahí, prácticamente sigue siendo el referente inmediato. Como admite el sueco John Ajvide Lindqvist, el último gran autor vampírico. Le Fanu es, asimismo, el primer gran autor del género del terror. Y no sólo como creador del vampirismo, sino también de la llamada ‘ghost story’.

‘Carmilla’, como casi todas sus obras desde ‘La habitación de el Dragón Volador’ génesis de la novela de fantasmas a ‘Schalken el pintor’, posee un intensidad y una perfección literaria abrumadora; quizás apagada, escondida, por su perfil erótico y lésbico, de esa Carmilla prendida por Laura. Todo un tabú para el siglo XIX. Esa sexualidad será, reconvenida en atracción heterosexual por Francis Ford Coppola, por supuesto. De todos los mitos del terror, el vampiro es el más complejo, con su mezcla de erotismo y muerte, de Eros y Thanatos. Y se lo debemos a Le Fanu.
Su estructura es aún inamovible: ataque, muerte/resurrección y destrucción. Casi todos los relatos de vampiros tienes esa misma introducción, desarrollo y desenlace. «También se incluyen la seducción de la víctima por parte del vampiro, la confusión entre sueño y realidad, el intento en vano de explicar hechos sobrenaturales en términos racionales, y los métodos del folklore para reconocer, capturar y matar vampiros», opina Paco Quiles. Lo cual le da, entre otras cosas, no sólo una maestría innegable, sino también una actualidad imperecedera. «Le Fanu mantienen su capacidad hipnótica y aún suscitan algún escalofrío», según Robert Saladrigas.
«Fue un caballero de aspecto grave, carácter retraído y estricta mentalidad victoriana. Pero las narraciones que le hicieron célebre eran macabras, barrocas, escalofriantes -sigue diciendo Saladrigas-. Se le considera el fundador de las historias terroríficas en inglés, muchas protagonizadas por criaturas de psicología marcada por una oscura culpa, víctimas de la crueldad que a su vez no dudan en infligir a otras. La obra de Le Fanu rebasa las fronteras del género porque refleja, a veces en forma de parábola, la tortuosidad de los irlandeses de su tiempo».
«La obra de Sheridan Le Fanu -escribe Roberto Cueto- marca la transición de la corriente clásica de los Radcliffe y Maturin a la llamada novela sensacionalista de la era victoriana (…). Esa tensión entre el pasado terrorífico y el presente cotidiano será una de las claves para entender gran parte del fantástico posterior». Marcó una época, desapareció y volvió a la primera línea de la literatura, a la que ahora, entre la moda vampírica, regresa paulatinamente de nuevo.
«Mi padre pertenecía a un grupo surrealista en que sólo tenían cabida dos libros de terror, ‘Drácula’, de Bram Stoker, y, por supuesto, ‘Carmilla’. Y la necesidad de escribir novelas surgió de sus lecturas a los 13 años de edad. Esas lecturas también hicieron que me guste jugar con lo fantástico y con la realidad», afirma, por ejemplo, Fred Vargas, autora de novela negra que en su última novela cierra una vieja deuda introduciendo en su última novela, Un lugar incierto, una trama vampírica y gótica.
Origen femenino
El vampirismo, y ahí es donde Le Fanu cobra especial relieve, tiene un indudable origen femenino, pues no deja de ser una metáfora con faldas de las fuerzas irracionales, de la Tierra providente, madre nocturna y arbitraria, que llama a sus hijos desde la pasión, y no desde el pulcro raciocinio, desde el orden diurno e industrioso de los hijos del XIX anglosajón. Le Fanu regresa a la Edad Media, a las leyendas, al culto femenino.
El escritor irlandés hace la misma lectura, aunque literaria, que, por ejemplo, ensaya históricamente Jules Michelet en ‘La bruja’, cuando la contemporaneidad comienza a reflexionar sobre lo que apenas ha reflexionado nunca: sobre el género, o más aún: sobre la cárcel del género. ‘Carmilla’ y ‘La bruja’, en este sentido, supone un hito de tal importancia en la tradición cultural occidental, un intento de devolverle su raíz matricial.
Éxtasis y terror
Entre éxtasis, terror y perplejidad, Le Fanu sitúa su historia en la rural Styria, donde Laura, la heroína y narradora, vivía. Su padre, un funcionario austriaco retirado, había podido comprar un castillo abandonado a buen precio. Carmilla aparece por primera vez en la escena que abre la historia y lo hace metiéndose en la cama de Laura, una niña de 6 años. Laura se durmió en sus brazos hasta que se despertó de repente con la sensación de dos agujas clavándosele en el pecho.
Reaparece cuando Laura ya tiene 19 años. Y es en esa Carmilla en la que Laura reconoce a la Condesa Mircalla Karnstein, según un retrato de 1698. Y el General Spielsdorf a Millarca, la joven vampiro que ha dado muerte a su hija. Carmilla/Mircalla/Millarca tiene una fuerza sobrehumana y era capaz de adoptar diferentes formas, sobre todo de animales. Su transformación favorita era en gato, más incluso que en lobo o vampiro. Por supuesto, dormía en un ataúd.
Y en fin, quiere decirse que el vampirismo, la pasión, la noche visceral y arcana, es un asunto femenino. Que hermoso es el Mal cuando es hermoso. Y siembra el ejemplo, no sólo en el Drácula que impondrá su machismo galopante, sino también en otras vampiresas como la de Paul Féval que asoló el París napoleónico. O las que Jan Potocki incluye en ‘El manuscrito’ encontrado en Zaragoza. Incluso la Olalla de Robert Louis Stevenson.
Un Le Fanu contemporáneo
García Sánchez ha intentado convertirse en un Le Fanu contemporáneo, aunque sin sexo y con gran crudeza. Él, en vez de Carmilla, quiso recrear a Ersébet Báthory, de quien escribieron también Alejandra Pizarnik, Marguerite Yourcenar o Valentine Penrose. «Porque ella y sólo ella fue la verdadera Drácula», dice García Sánchez. ‘El Empalador’, caballero cristiano ortodoxo, jamás osó tocar la sangre de su víctimas. Su exaltada fe se lo impedía. El personaje de Erzsebet es tan genuinamente diabólico que por esa razón nadie se ha atrevido a llevarlo en serio al cine. Como si prefiriésemos seguir pensando que fue todo una pesadilla, una ficción.
Hablamos de los orígenes de Le Fanu de los mitos que inspiran su novela, tan importantes como los rastros que le persiguen en el cine. Muy tempranamente, como lo hizo el genio danés Carl Theodor Dreyer. Saltó del cine mudo (época que cerró en 1928 con la prodigiosa ‘La pasión de Juana de Arco’) al sonoro en 1932 con Vampyr, basada libremente en el relato de Sheridan Le Fanu, afortunadamente restaurada en 1998 por la Filmoteca de Bologna y, desde el año pasado, disponible en DVD en España. Le sigue un amplio rastro, como la versión vacua de Roy Ward Baker en 1970 en ‘Las amantes del vampiro’.
Drácula, el no muerto
Hasta cierto punto no podía ser de otro modo. Luego, la pintura, por ejemplo, ha reflejado el encanto de Carmilla. Sin ir más lejos, con cabellos rojizos, piel blanca, un gesto de seducción y agresión, una combinación de morbidez y sensualidad: así es la vampira que pintó Edward Munch y que se puede contemplar en el Metropolitan de Nueva York.
En 1897, el escritor irlandés Bram Stoker escribió Drácula, la novela de vampiros más famosa de la historia y un clásico de la literatura universal. Stoker había creado un personaje de ficción que, a partir de entonces, fascinaría al mundo. El final de la novela -«Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos, todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció»-, hacía sospechar a muchos que el autor planeaba continuarla. Así era.
Con su muerte, Stoker dejó unas notas, guardadas en familia hasta que su sobrino biznieto, Dacre, aceptó una oferta de 1,3 millones de euros de las editoriales Dutton (de Estados Unidos), HarperCollins (del Reino Unido) y Penguin (de Canadá) para darle cuerpo a esas notas: Drácula, el no muerto. Pero Carmilla tampoco ha muerto. Está escondida entre el machismo y en el desconocimiento reinante
Hasta cierto punto no podía ser de otro modo. Luego, la pintura, por ejemplo, ha reflejado el encanto de Carmilla. Sin ir más lejos, con cabellos rojizos, piel blanca, un gesto de seducción y agresión, una combinación de morbidez y sensualidad: así es la vampira que pintó Edward Munch y que se puede contemplar en el Metropolitan de Nueva York.
En 1897, el escritor irlandés Bram Stoker escribió Drácula, la novela de vampiros más famosa de la historia y un clásico de la literatura universal. Stoker había creado un personaje de ficción que, a partir de entonces, fascinaría al mundo. El final de la novela -«Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos, todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció»-, hacía sospechar a muchos que el autor planeaba continuarla. Así era.
Con su muerte, Stoker dejó unas notas, guardadas en familia hasta que su sobrino biznieto, Dacre, aceptó una oferta de 1,3 millones de euros de las editoriales Dutton (de Estados Unidos), HarperCollins (del Reino Unido) y Penguin (de Canadá) para darle cuerpo a esas notas: Drácula, el no muerto. Pero Carmilla tampoco ha muerto. Está escondida entre el machismo y en el desconocimiento reinante
El verano que dio plantón al sol y acogió a monstruos

Los escritores Lord Byron, Mary Shelley, John Polidori y el poeta Percy Bysshe Shelley, entre otros, se reunieron hace más de doscientos años en la mansión de Villa Diodati –en los márgenes del Lago de Ginebra– en 1816, con motivo de un verano atípico en el que no lucía el sol y el cielo estaba oscurecido por una serie de factores climáticos.
Durante un par de días, los citados autores debatieron y tuvieron largas conversaciones que supondrían el germen del mito de Frankestein, la gran obra de Shelley, y también de ‘El vampiro’, la obra de Polidori que quizás quedó algo eclipsada por el abrumador triunfo de Shelley –y la apropiación posterior de esta figura por Bram Stoker–.
La erupción del volcán indonesio Tambora en 1815, la mayor registrada en la Historia, cubrió el cielo de nubes de ceniza y de azufre. Este fenómeno coincidió con los tres días en que Mary Shelley y su esposo –hasta entonces, un autor más reconocido que ella– aprovecharon la oscuridad para recitar junto a sus amigos relatos del ‘Phantasmagoriana’ leídos en voz alta, a modo de juego.
La propia Shelley describía en el prólogo los motivos que le llevaron a crear al Moderno Prometeo. «En el verano de 1816 visitamos Suiza y nos convertimos en vecinos de Lord Byron. (…) Pero resultó ser un verano húmedo y desagradable, la lluvia incesante nos impedía con frecuencia salir de casa», comienza a explicar.
«Unos volúmenes de historias de fantasmas, traducidos del alemán al francés, cayeron en nuestras manos. No he vuelto a leer aquellas historias desde entonces, pero permanecen frescas en mi mente, como si las hubiese leído ayer. ‘Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas’, dijo Lord Byron, y su propuesta fue aceptada. Éramos cuatro», continúa.
Entre los muchos libros que abordan este tema, uno de los más destacados fue el publicado por el autor colombiano William Ospina, con el título de ‘El año del verano que nunca llegó’ (Random House Mondadori).
Así, el autor explica que eligió el tema de este libro (tras cerrar una trilogía sobre la conquista del Amazonas en el siglo XVI) al sentirse fascinado por la historia detrás del origen de Frankenstein.
Para Ospina, «la decisión de escribir un libro siempre nace de una obsesión», estableciendo un paralelismo entre su obra y la de los autores analizados. En cualquier caso, el autor insistía en señalar que no le hizo falta «inventar nada, porque lo que había que inventar ya lo inventaron los románticos».
«Esta historia es básicamente la historia de Frankenstein y la del vampiro, seres reales que han escapado de su condición de personajes literarios y se han convertido en sombras que acechan detrás de las puertas y en los sótanos, a todo el mundo, en todas partes», ironiza el autor.
Con el paso de los años, Frankenstein se convirtió en algo más que el monstruo que cobra vida independiente de su creador. En años posteriores, diversas obras literarias y el cine intentaron captar parte de esa atmósfera ideada por Shelley.
Por ello, Ospina alerta de que estas figuras –también engloba al vampiro, que más tarde fue ‘fagocitado’ por el mito del Conde Drácula– «no son criaturas de la imaginación, sino miedos vivientes que andan por ahí». De ellas se pueden «descifrar enigmas, cosas secretas y armar un rompecabezas en el que los monstruos son pequeñas piezas porque el cuadro incluye volcanes, poetas o enciclopedias».
Entradas a cambio de sangre en un festival de música en Transilvania

El mito del conde Drácula vuelve a chupar la sangre en Transilvania, pero esta vez para una buena causa. Un festival de música electrónica ofrece entradas a cambio de donaciones para concienciar sobre la escasez de donantes en Rumanía.
«Pay with blood (Paga con sangre), es el nombre de la iniciativa del Untold Festival, que busca convertir, no en vampiros sino en donantes, a los jóvenes que quieran ver gratis o con descuento a DJs como David Guetta, Avicii o Armin van Buuren.
«Contemplamos el perfil internacional que la marca Drácula podría dar al festival y la escasez de donaciones que se realizan en Rumanía; de ahí surgió la idea», cuenta a Efe Stefana Giurgiu la responsable de comunicación del Untold Festival, que se celebra del 30 de julio al 2 de agosto.
El resultado parece notable: más de 400 donantes acudieron en tres días al centro de transfusiones de Cluj-Napoca, sede del festival, y desbordaron las expectativas de los promotores.
«Hemos pedido a mucha gente que regrese al día siguiente, ya que no damos abasto. Por desgracia, nuestras capacidades son limitadas», señala la encargada de promover este evento.
Además de en Cluj, se organizó otra campaña de sangre a cambio de entradas en Bucarest entre el 17 y el 19 de julio, fechas en las que, según los organizadores, donaron casi 100 personas.
«No para de sonar el teléfono desde que anunciamos la campaña; por el momento, todo transcurre con éxito», revela Giurgiu.
Hasta el 24 de julio aún se pueden conseguir entradas con descuento en las decenas de unidades móviles de donación repartidas en 42 ciudades del país.
Los datos muestran la emergencia de una sanidad en estado de coma: 17 de cada 1.000 rumanos son donantes de sangre, una cifra bajísima si se compara, por ejemplo, con la de 40 de cada 1.000 que donan en España.
La que hay, apenas alcanza para cubrir urgencias y la mitad de las operaciones, lo que genera una red de sobornos incluso en la sanidad pública para tener acceso a transfusiones.
Los organizadores creen que esta iniciativa conseguirá que muchos jóvenes se animen a donar sangre y que pierdan ese miedo a hacerlo.
La leyenda de Drácula
El Untold Festival, que se celebrará del 30 de julio al 2 de agosto, en Cluj-Napoca, ciudad en el corazón de Transilvania, recurre así a la figura histórica de Vlad Tepes, el príncipe de Valaquia del siglo XV que inspiró al novelista irlandés Bram Stoker a crear la leyenda de Drácula.
«En el contexto en el que Rumanía se enfrenta a una falta urgente de sangre en los centros médicos, una campaña que se inspira en esta leyenda para atraer la atención sobre un problema real es más que bienvenida», subrayó el director del festival, Bodgan Buta, durante la presentación del evento.
Hasta ahora, la organización ha vendido más de 40.000 abonos, pero prevé alcanzar los 300.000 asistentes a un festival que marcará un antes y un después en una ciudad que cuelga este año el cartel de Capital Europea de la Juventud.
Por el escenario desfilarán unos 150 artistas internacionales y nacionales entre los que destacan el DJ David Guetta, Armin van Buuren y Dimitri Vegas & Like Mike.