duke ellington
Los años sofisticados del ‘Duque’

A finales de los años treinta, el swing se había impuesto en la música de jazz. Las casas discográficas exigían material para baile y el gran Duke Ellington se las ingenió para crear la mejor música de baile sin renunciar a su estilo. El responsable de este nuevo sonido fue el nuevo arreglista de la orquesta, Billy Strayhorn. A finales de 1938, después de una actuación, Billy, todavía un joven estudiante de música, se acercó a Ellington y le interpretó algunas de sus composiciones. El maestro le animó a marchar a Nueva York y un año más tarde le volvió a visitar. Duke le recibió y desde ese momento ingresó en la orquesta.
En poco tiempo Strayhorn demostró su dominio de los arreglos para grandes orquestas y pasó a ocuparse de los mismos, bajo la supervisión de Ellington. A diferencia de Duke, Billy había estudiado a los clásicos y era un gran intérprete de piano, como lo demostraron los dúos con el propio Ellington. Strayhorn se convirtió en pieza clave del sonido de Ellington, hasta el punto de que muchos críticos afirman que no se hubiera creado sin ayuda del arreglista. Otros dos músicos entraron a pertenecer a la familia ellingtoniana. El primero fue el saxo tenor Ben Webster, procedente de Kansas City y antiguo integrante de la orquesta de Fletcher Henderson, entre otras. La inclusión de un saxo tenor en la banda fue vital para que la sección de viento adquiriera más vigor. Con anterioridad, Barney Bigard se encargaba de tocar las partes de tenor y de clarinete, lo que no permitía escuchar ambos instrumentos simultáneamente en la misma sección. Con el añadido de Ben Webster la banda tenía por primera vez una sección de cinco instrumentos de viento, lo que supuso un sonido con mayor poderío.
No hay que subestimar la gran labor que realizó Webster como solista durante su corta estancia en la banda. Su saxo tenor se afirmó como uno de los instrumentos solistas tanto para canciones con mucho swing, como para baladas suaves, su gran especialidad. Su mejores solos se encuentran en los clásicos «Cottontail», «Conga brava» y «All to soon», entre otras. El saxo de Webster fue punto de referencia para todos los siguientes especialistas del instrumento en la banda, como Paul Gonsalves, y también para los de fuera de ella. El segundo de los músicos incorporados en 1940 fue Jimmy Blanton, considerado como el primer gran solista de contrabajo y como uno de los pioneros de bebop. Este malogrado artista, al igual que otros genios del jazz, no pudo madurar su arte debido a una muerte prematura. Sin embargo, su creatividad era tan grande que en tan sólo dos años de experiencia revolucionó el mundo del jazz. Todo empezó una noche en un pequeño club de la ciudad de St. Louis. Varios de los músicos de la orquesta de Ellington fueron a pasar un rato al club, tras su concierto vespertino. En poco tiempo se montó una informal jam session entre los músicos locales y los de la orquesta.
Billy Strayhorn no podía creer lo que estaba escuchando: había un joven bajista con una increíble técnica, «tocando las notas precisas en el lugar adecuado». Billy y Ben Webster corrieron al hotel donde se hospedaban y levantaron a Ellington para que pudiera presenciarlo. Al día siguiente Jimmy Blanton era miembro de la orquesta. Su experiencia musical se limitaba a las actuaciones en trío que había realizado junto a su madre, que era pianista. Duke se encontró con el problema de tener dos bajistas en la formación. No quiso prescindir de Blanton, ni despedir a Billy Taylor, que presentó la dimisión avergonzado por la calidad de su joven colega. Blanton pasó a ser, durante un período de año y medio, el solista principal de la banda, algo inaudito en una big band. Sus grandes interpretaciones en «Koko», «Jack the bear», «Sepia panorama» y «Bojangles» lo avalan como el más importante bajista en la historia del jazz. Son de gran calidad las grabaciones realizadas a dúo con Ellington y también destaca el importante papel que tuvo en la sección de ritmo de la banda, que les permitió convertirse en la mejor de las orquestas swing.
El final de la historia es triste. Un día Blanton se marchó y la única explicación que dio fue que estaba enfermo. En el hospital los médicos explicaron a Ellington la enfermedad y prometieron que cuidarían de él. Duke por aquel entonces tenía numerosas actuaciones comprometidas y tuvo que dejar a Blanton en manos de los médicos. Fue un gran error porque Jimmy no recibió el tratamiento ni los cuidados necesarios y cuando Duke volvió a visitarle vio que ya nada podía hacer por él. Ellington se sintió terriblemente apenado y nunca se perdonó no haber cuidado más de su joven bajista.
El fotógrafo del pentagrama bastardo

El fotógrafo estadounidense Herman Leonard es autor de inolvidables retratos de astros del jazz como Billie Holiday, Charlie Parker, Louis Armstrong, Frank Sinatra o Miles Davis. Leonard, que se hizo famoso por sus legendarias fotografías en blanco y negro tomadas entre bambalinas, está considerado uno de los principales cronistas del panorama del jazz de mediados del siglo pasado. Sus estilizadas instantáneas presentan salas oscuras, relucientes micrófonos y mucho humo de cigarros.
La carrera del artista comenzó en los años 40. Entre 1948 y 1956 fotografió el mundo del jazz en Nueva York, y luego se mudó a París.
En 1985 se publicó su libro «The Eye of Jazz» en Francia, al que siguieron varios más. En los ’80 se instaló en Nueva Orleans, y el huracán «Katrina» destrozó en 2005 más de ocho mil de sus históricas fotografías. No obstante, antes ya se había ocupado de poner a buen recaudo los negativos.
Leonard se une a la partida de otro de los grandes fotógrafos americanos del jazz, William Claxton, muerto en 2008 y cuyas imágenes poblaron portadas de discos con sesiones que hoy se pueden adquirir además en publicaciones de la editorial Taschen.
Hijo de unos inmigrantes judíos de origen rumano, Leonard nació en Allentown, Pensilvania, en 1923. El pequeño Herman, con 12 años, queda fascinado con la fotografía cuando su hermano mayor le regala su primera cámara. Empeñado en convertirse en fotógrafo, se matricula en la Universidad de Ohio, la única que ofrece un grado en fotografía.
Durante la II Guerra Mundial es llamado a filas, pero no ejerce como fotógrafo porque en el examen de selección falla la composición de un revelador. Terminada la contienda, Leonard trabaja durante un año con uno de los mejores retratistas de su época, el canadiense Yousuf Karsh. Además de la técnica fotográfica y de trucos para manejar al retratado, el aprendiz se lleva del veterano, como único pago a todo ese año, un consejo que lleva a la práctica hasta el extremo: «Retrata la verdad, pero siempre desde la belleza».
Y belleza es lo que saca del mundo del jazz, donde entra de lleno a partir de 1948 en los locales de Nueva York. Para poder escuchar y fotografiar gratis a las estrellas intercambia sus fotos con los dueños de los locales, que las usan para anunciar actuaciones. Por el objetivo de su cámara Speed Graphic pasan Milles Davis, Charlie Parker, Ella Fitzgerald, Duke Ellington, Dizzy Gillespie o Billie Holiday.
Las fotos de Leonard transmiten la esencia de los clubes de jazz, llenos de humo, de público y de la emoción del directo. Consigue captar el ambiente trasladando las luces estroboscópicas de su estudio a los locales y colocándolas en el mismo sitio desde donde se ilumina la escena. «Solo quería sentirme cerca de esa música. No tenía idea de que me iba a convertir en parte de su historia», diría años más tarde en su libro Tras la escena: la fotografía de Herman Leonard. «La obra de Herman es música para mis ojos», decía de sus fotos el músico Quincy Jones, «consiguió escribir la Biblia de la fotografía del jazz».
El jazz le abre las puertas a otros mundos. En 1954 acompaña como fotógrafo personal a Marlon Brando en un viaje por Hawai, Bali, Filipinas y Tailandia.El sello musical Barclay Record lo contrata como fotógrafo oficial en 1956, con lo que traslada su estudio a París, sede de la empresa. Además de corresponsal en Europa de Playboy y los retratos a sus amigos del jazz en el mítico club St. Germain, Leonard trabaja para revistas como Elle o para modistas como Yves Saint Laurent, Chanel o Balenciaga.
También le llueven reportajes por todo el mundo, que le llevan a Afganistán, Etiopía o India. En 1980, cansado de la frenética vida del fotógrafo de éxito, decide retirarse a Ibiza con su familia. Siete años dura la aventura balear, hasta que agota sus ahorros y empieza a agobiarse por la presencia del turismo. Para impulsar su carrera, se ve obligado a los 65 años a financiar en Londres una exposición sobre sus retratos del jazz, un éxito de ventas y público.
Tras una breve etapa en San Francisco, el fotógrafo solo puede recalar en una ciudad: Nueva Orleans. «Nunca me he sentido tan a gusto dentro de mi propia piel como en esa ciudad», dirá de la ciudad que suena a jazz. Allí sigue fotografiando a los mejores músicos del momento. Solo el huracán Katrina en 2005 hace que el fotógrafo se despegue de la ciudad, a la que volvió como protagonista de un documental, Saving Jazz. Una vez le preguntaron a Milles Davis por él. «¿Herman? ¡El mejor!», contestó.
El zíngaro y las cuerdas

Django Reinhart esel creador del jazz gitano, un músico irrepetible que creó un estilo propio de tocar la guitarra con tan sólo tres dedos sanos de su mano izquierda.
Aunque nació en Bélgica por casualidad y desarrolló su carrera musical en Francia y EE.UU., «el gitano de los dedos de oro» es un motivo de orgullo para los belgas, que lo ensalzan como la mayor figura europea de jazz y le rinden homenaje con un gran festival musical.
Django vio la luz en 1910 en una caravana en la localidad valona de Liberchies. Su familia de artistas ambulantes pudo haberle traído al mundo en cualquier otro país del Viejo Continente de los que recorrían habitualmente.
Con sólo 13 años, comenzó a vivir de la música exhibiendo su talento innato en bares y cabarés parisinos, y de él se decía que era capaz de tocar una canción tras haberla oído una sola vez.
A los 18 grabó su primer álbum como «Jiango Renard» -era analfabeto e incapaz de deletrear correctamente su nombre-, adquirió cierta fama y fue reclutado por el director Jack Hilton para ir con su orquesta de jazz a Londres, proyecto que se vio truncado por el accidente que sufrió justo antes de partir. Su leyenda se forjó después de aquél incendio en su caravana que podría haberle costado la vida, y la carrera a cualquier otro músico. Las llamas le causaron graves quemaduras y dejaron el anular y meñique de su mano izquierda prácticamente inutilizados. Pero Django retomó su guitarra e ideó una nueva técnica de tocar, empleando únicamente los dedos índice y medio para presionar las cuerdas y usando los dedos dañados como ayuda en ciertos acordes.
En sus manos la guitarra «ríe y llora», y adquiere una «voz humana», según escribió el literato francés Jean Cocteau tras verlo tocar en un bar de Toulon (Sur de Francia).
Con ingredientes del folclore cíngaro y del swing, «inventó un nuevo estilo musical, el suyo propio», afirma Henri Vandenberghe, director del festival Djangofollies. Djangofollies «trata de captar el espíritu nómada» del guitarrista, e invita al público «a desplazarse constantemente, como Django, para poder asistir a todos los conciertos», explica Vandenberghe.
El «manouche» (gitano) se convirtió en un fenómeno musical en los años 30 como líder del quinteto de cuerda Hot Club de France, del que también formaba parte su hermano Joseph, y que triunfó en toda Europa hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Más tarde, Django tocó junto a grandes estrellas estadounidenses como Coleman Hawkins , Louis Armstrong o Duke Ellington , con quien estuvo de gira por la tierra del jazz.
Regresó a Francia enriquecido por las influencias «bop», y grabó el disco «Djangologie» junto al violinista francés y co-autor de sus partituras Stéphane Grappelli, primera piedra del género del «Jazz manouche» o «Gypsy swing» .
Entre sus seguidores se granjeó fama de impredecible tras no presentarse a varios conciertos con la sala llena bajo la excusa de irse a pasear al parque o a la playa, o sencillamente, de no querer levantarse de la cama. Hacia el final de su vida dedicaba más tiempo a la pintura, la pesca y el billar que a la música.
Grabó su último disco en abril de 1953, un mes antes de morir en Samois-sur-Seine (Francia) por una hemorragia cerebral.
Incluso en la cumbre de su carrera musical, Django dormía cada noche en su caravana. El maestro abandonó el mundo tal y como vino a él, desvinculado de toda atadura pero fiel a sus raíces.
Su legado aún inspira a generaciones de guitarristas y melómanos, y demuestra que cuando la música fluye por las venas, ninguna barrera puede contenerla.