Emilio Prados
Nubes surcantes en un cielo poético

La antología poética titulada «Ángeles errantes», del editor literario de la revista Litoral, el sevillano Antonio Lafarque, pone de manifiesto que las nubes, como el amor o la muerte, son uno de los temas universales de la poesía española.
Lafarque explica que para la selección definitiva de 51 poemas de otros tantos poetas que conforman esta antología, que lleva el subtítulo de «Las nubes en el cielo poético español», llegó a reunir quinientos poemas de varios cientos de poetas del siglo XX español, además de Gustavo Adolfo Bécquer, único plenamente del XIX que ha sido seleccionado.
Si a esos poemas se les suman los que trataban central o tangencialmente la niebla o la bruma, el censo de la selección inicial se elevó a casi 900, sólo de poetas españoles, ya que la presencia de las nubes en la poesía hispanoamericana, según Lafarque, no es inferior a la española.
Precisamente, dedicados a la bruma o la niebla, sólo hay dos poemas en «Ángeles errantes», firmados por Joan Margarit y Amalia Bautista.
El malagueño Rafael Pérez Estrada, aunque en prosa poética, ha sido el poeta que más ha frecuentado las nubes en su obra, seguido de otro andaluz, Juan Ramón Jiménez, y del vallisoletano Francisco Pino, quien sin embargo no fue finalmente seleccionado para la antología.
«La poesía también es un estado de ánimo -subraya Lafarque- y, si hoy volviera a hacer la antología, incluiría a Francisco Pino, con el que quizás fui injusto; Pino es un heterodoxo, pero un poeta personalísimo, que publicó con editoriales importantes como Visor e Hiperión».
Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Emilio Prados y Luis Feria ocupan un segundo puesto en cuanto a frecuencia de las nubes en su poesía; y entre los poemas preferidos por el antólogo están el de Antonio Machado, «En abril, las aguas mil», y el de Luis Cernuda, «Desdicha».
La antología también incluye un poema inédito del almeriense Juan Pardo Vidal, cuyos dos primeros versos dicen: «Nube,/ cuatro letras de algodón».
Lafarque atribuye el prestigio poético de las nubes a que «también son una metáfora del poema, y viceversa», y ha asegurado que ambos son frágiles y que los poemas populares también «se van transmitiendo y se van alterando, como las nubes se van moviendo y cambiando de forma».
«Ese carácter proteico de las nubes, que parpadeas y han cambiado de forma, es el más interesante», ha añadido.
Cuando el malagueño Centro Cultural de la Generación del 27 le encargó a Lafarque una antología, este pensó en rendir homenaje a la colección «Cazador de nubes», que ese propio centro edita, donde ha sido incluida «Ángeles errantes», cuyos ejemplares, impresos en la misma imprenta de caracteres móviles que empleó el poeta Manuel Altolaguirre en la Imprenta Sur, no se destinan al mercado.
De esta colección se hacen ediciones cortas de 300 o 350 ejemplares numerados, que se reservan para el protocolo o los invitados del Centro de la Generación del 27.
Lafarque ofrece otra razón para su antología: «Desde la ventana de su habitación y el tejado de la Residencia de Estudiantes, Emilio Prados ‘cazaba’ nubes con un espejo de mano e intentaba reflejarlas sobre la pared», por lo que su amigo Federico García Lorca lo definió en una dedicatoria como «Emilio Prados, cazador de nubes».
Cela se soltó el pelo con cartas a exiliados

Un volumen recoge por primera vez la correspondencia de Camilo José Cela con trece intelectuales españoles del exilio como Max Aub, Zambrano, Alberti, Américo Castro, Cernuda o Prados, un libro que, según su investigador, Eduardo Chamorro, muestra a un Cela «desconocido e insólito».
La idea de este volumen fue una iniciativa del anterior editor de Destino, Joaquim Palau, que alcanzó un acuerdo con la Fundación Iria Flavia, que posee las cartas.
Según Chamorro, «en el proceso de selección se decidió dejar fuera aquellas cartas que aunque tuvieran su corresponsal en el exilio no dijeran nada de importancia sobre el exilio como categoría».
En este volumen, aparece el Cela fundador y director de los Papeles de Son Armadans, y la justificación de las cartas es el intento del propio Cela de «reincorporar a todo el exilio a la cultura española, porque entiende que es ahí donde tienen que estar los escritores y escritoras y da por supuesto que si no fuera así sería una catástrofe para la cultura española», dice Chamorro.
A través de esta correspondencia, Cela mantiene una interlocución con los primeros espadas de la intelectualidad española que estaba en ese momento en el exilio: María Zambrano, Rafael Alberti, Américo Castro, Fernando Arrabal, Jorge Guillén, Max Aub, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Corpus Barga, Francisco Ayala y Ramón J. Sénder.
Todos acaban aceptando la colaboración de Cela, incluso algunos reacios inicialmente como Américo Castro o Alberti.
En esa correspondencia aparece, a decir de Chamorro, «un Cela absolutamente abierto a las condiciones que le imponen aquellos a los que pida su colaboración y en eso es un Cela desconocido e insólito».
La estrategia del paisaje perdido
La estrategia que utiliza habitualmente Cela es «sentimental, paisajística y lingöística». Es el propio Emilio Prados, uno de los que más rotundamente se negó a volver a España y que acabó muriendo en el exilio, quien cargó a Cela de argumentos: «Prados se queja a Cela de que le han quitado el paisaje y a partir de sus palabras el escritor gallego recurre al paisaje, a los sentimientos que se diluyen, que pierden sentido lejos de la patria».
Aunque colaboraron todos, hay casos, apunta Chamorro, como los de Cernuda y Sénder en los que «la colaboración cesa de un modo repentino y abrupto sin que yo haya podido encontrar la razón de esa ruptura».
Probablemente, sugiere el especialista, estas rupturas se producían «por susceptibilidades, muy lógicas entre corresponsales que estaban a uno y otro lado de fronteras muy distantes y viendo las cosas de manera muy diversas».
La gran ventaja para editar un volumen de este tipo es que en la Fundación Iria Flavia se conserva la doble correspondencia, porque «Cela guardaba la carta de salida y la de entrada».
Para la presente edición, aclara Chamorro, no se ha incluido el aparato crítico que aparece en volúmenes de correspondencia de este tipo, puesto que «Cela era opuesto a cualquier didactismo y la propia correspondencia está en una perspectiva absolutamente presentista, se refieren a cosas muy cercanas o inmediatas».
En todas las cartas, «la cuestión política, sin ser un argumento básico, sí está presente como un ruido de fondo».
En cambio, la cuestión estética se toca bastante, como en el caso de las misivas de Guillén, de María Zambrano, de Alberti o de Américo Castro».