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Hollywood y su turbio amanecer

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Bette Davis enamorada de Errol Flynn; Robert Mitchum antisemita; John Barrymore (en la foto), a falta de alcohol, dándole a la colonia, o Steve McQueen contento -profesionalmente- por la muerte de James Dean. Son sólo algunos ejemplos del lado "salvaje" de Hollywood
Bette Davis enamorada de Errol Flynn; Robert Mitchum antisemita; John Barrymore (en la foto), a falta de alcohol, dándole a la colonia, o Steve McQueen contento -profesionalmente- por la muerte de James Dean. Son sólo algunos ejemplos del lado «salvaje» de Hollywood

En «El grupo salvaje de Hollywood. Dioses y monstruos», Juan Tejero retrata a una decena de grandes estrellas del cine, conocidas por sus excesos, de las que cuenta, con un estilo ágil y directo, hasta el último detalle de episodios conocidos, y de otros que no lo son tanto.

Se trata del primer volumen de una trilogía dedicada a las estrellas hollywoodienses, y en él Tejero ha buscado «tratar en profundidad a unos pocos actores, en lugar de dedicar ocho páginas a un montón de ellos».

Para ello, realizó la selección final teniendo en cuenta la inexistencia de libros en español que trataran con detalle los capítulos más sórdidos o salvajes de actores muy conocidos. Y, a la vez, para aprovechar y contar rodajes de sus películas más significativas, o la estructura mediática que ya desde los años treinta existía en torno al mundo del cine y de la que las columnistas Louella Parsons y Heda Hopper eran el ejemplo más temible.

«Eran dos columnistas importantísimas, con un enorme poder. Incluso intentaron acabar con ‘Ciudadano Kane’, y se dedicaban a perseguir a todos los famosos y a sacar rumores ya fueran verdad o mentira», explica Tejero.

Aunque también es cierto que muchas de esas historia eran realidad, a pesar de sus tintes de invención. Es el caso de algunas de las protagonizadas por John Barrymore, uno de los miembros más conocidos de esa familia de actores de la que su nieta Drew es el último exponente.

Su interminable lista de conquistas, que aumentaba exponencialmente mientras disminuía la edad de las mujeres, es tan conocida como su alcoholismo, pero no lo es tanto lo que pasó en un crucero al que su esposa Dolores Costello le llevó precisamente para alejarle de tentaciones.

John buscó alcohol por todo el barco y, ante su ausencia, «no le quedó otro remedio que beberse el perfume de su esposa. Se dedicó a empinar el codo con elixir bucal, amoniaco y, al final, con el alcohol del sistema de ventilación del barco», relata el libro.

Pero si las andanzas de Barrymore fueron famosas, no lo fueron menos las del protagonista del volumen, Errol Flynn, el inolvidable Robin Hood. Un consumado conquistador que también recibió algunas calabazas, como las de Bette Davis, durante el rodaje de «The private lives of Elizabeth and Essex».

Tejero cuenta en su libro cómo la diva estaba secretamente enamorada de Flynn pero no quería aceptar sus insinuaciones, lo que creó una tensión en el plató que derivó en peleas reales, en una de las cuales la actriz le lanzó sin mucho tino un atizador de hierro a la cabeza.

Naderías si se tiene en cuenta que, poco después de aquello, a Flynn le acusaron de mantener relaciones sexuales con dos menores, una denuncia que sin embargo no prosperó. Al igual que pasó con el considerado caso más famoso de la historia de Hollywood, el del juicio por violación y muerte de la actriz Virginia Rappe en 1921, hechos de los que se acusó a la entonces estrella Roscoe «Fatty» Arbuckle. Un caso que sigue siendo famoso hoy en día pero del que pocos cuentan que las pruebas presentadas fueron endebles, los testimonios aún más y que Arbuckle fue absuelto tras tres procesos larguísimos y totalmente públicos que acabaron con su carrera.

Menos inocentes aparecen en el libro otras estrellas como Robert Mitchum, que pasó por la cárcel por consumo de marihuana. Conocido como «el chico malo de Hollywood», Mitchum era un tipo tan duro en la pantalla como en la vida real, y a sus excesos y arrebatos de violencia se une el hecho menos conocido de su antisemitismo.

Y también que fue el primer actor en denunciar a una revista «Confidential» por publicar que se había desnudado en una fiesta, se había untado todo el cuerpo de ketchup y había dicho: «Esto es una fiesta de disfraces, ¿no? Bueno, pues yo soy una hamburguesa».

No ganó la demanda pero abrió el camino a otros actores que comenzaron a querellarse contra «Confidential», la revista más popular de la época, cuyo lema era «Cuenta los hechos, da los nombres».

Una revista contaba en detalle la vida de los famosos de la época, desde Elizabeth Taylor y su colección de maridos, a la chulería de Steve McQueen, feliz por las oportunidades profesionales que le brindaba la muerte de James Dean. Y es que el hecho de ser estrella de Hollywood no convierte a nadie en santo ni en honrado ni, muchísimo menos, en un ejemplo de vida.

El Robin Hood del amor que murió con las botas puestas

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De izquierda a derecha, Errol Flynn, Nora Eddington (su esposa de 20 años), Rita Hayworth (cortando su tarta de cumpleaños) y Orson Welles
De izquierda a derecha, Errol Flynn, Nora Eddington (su esposa de 20 años), Rita Hayworth (cortando su tarta de cumpleaños) y Orson Welles

«Mi comportamiento en los burdeles ha sido ejemplar: nunca me han expulsado». Esta afirmación podría resumir la volcánica existencia de Errol Flynn, un mito de Hollywood cuya autobiografía, «Aventuras de un vividor» (TB Editores), se publica en España coincidiendo con el centenario de su nacimiento.

Para entonces ya había comenzado el declive, entre vodka y narcóticos, de la fabulosa trayectoria de este «bon vivant» radical, un vitalista extremo que, a pesar de su fama de mujeriego, sólo confesó un verdadero amor: «La atracción del mar, en todas sus formas, es, probablemente, mi pulsión más acuciante».

Nacido en Hobart, municipio de la australiana isla de Tasmania, el 20 de junio de 1909, pocos habrían apostado que aquel rebelde y apuesto joven llegaría a convertirse en una celebridad sexual y artística, merced a una carrera cinematográfica que le consagró como uno de los mejores actores entre las décadas de los treinta y los cuarenta.

El artista mantuvo siempre una relación peculiar con sus padres, él un prestigioso biólogo marino apocado y sumiso, ella un ama de casa severa y estricta con la que Flynn mantuvo una guerra destructiva hasta el día de su muerte: «Siempre me ha considerado un mendrugo (…) y yo siempre la he considerado una pesada».

A los 17 años, Flynn comenzó una peregrinación que le llevó por diversas islas y empleos hasta que, en 1932, el director Joel Swartz le contrató para la película «In the wake of the bounty», el punto de inflexión que marcaría su futuro: «Había encontrado algo que el mundo llamaba arte, y me había afectado profundamente».

De ahí a Hollywood, su contrato con Warner Brothers, sus primeros trabajos -como aquel en que interpretó a un cadáver: «Hay gente que dice que fue mi mejor papel»-, su matrimonio con la afamada actriz Lili Damita y por fin, en 1935, la película que le convirtió «en una estrella de la noche a la mañana», «El capitán Blood».

Luego llegaría su consagración con títulos como «La carga de la brigada ligera», «El príncipe y el mendigo», «Robin de los bosques», «Dodge, ciudad sin ley» o «Camino de Santa Fe», hasta iniciar la lenta decadencia que terminaría con su fallecimiento, en Vancouver -Canadá- el 14 de octubre de 1959, debido a un ataque al corazón.

errol-flynn-aventuras-de-un-vividor-portadaEntre medias, Flynn se casó dos veces más -Nora Eddington y Patrice Wymore-, tuvo cuatro hijos, rodó otro buen puñado de películas y dejó escritas un sinfín de reflexiones acerca de la vida, el fracaso, el matrimonio, su paso por el mundo del séptimo arte y, por supuesto, las mujeres: «Toda mi vida, las damas me han hecho sufrir».

La curiosidad, el motor de su existencia, llevó a Flynn a recorrer el mundo «en busca de las respuestas de la vida». Ese espíritu inquieto le trajo a España -«el sueño de un lugar roto»- durante la Guerra Civil, en la que simpatizó con el bando republicano: «La división consistía en la revolución de Franco contra el gobierno elegido legalmente».

A medio camino entre despedida y epitafio, en el último capítulo del libro, Flynn confiesa: «Vivir he vivido, muchísimo, como un glotón comiéndose el mundo, y no creo que sea egolatría, sólo un hecho, sugerir que pocos de los que han vivido en este siglo han tragado más mundo que yo».