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Sin tortugas, el desastre es posible

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Cerca del 61% de las 356 especies de tortugas que existen en el mundo están amenazadas o ya se han extinguido. Según los científicos que han analizado su estado global, el declive de estos reptiles, cuyos ancestros caminaron con los dinosaurios, tendrá graves consecuencias ecológicas
Cerca del 61% de las 356 especies de tortugas que existen en el mundo están amenazadas o ya se han extinguido. Según los científicos que han analizado su estado global, el declive de estos reptiles, cuyos ancestros caminaron con los dinosaurios, tendrá graves consecuencias ecológicas

Las tortugas sobrevivieron a los dinosaurios y han vagado por la Tierra durante más de 200 millones de años. Pero en la actualidad, estos longevos reptiles se encuentran entre los animales más amenazados de la Tierra, por delante de las aves, los mamíferos, los peces o incluso los anfibios.

La destrucción de su hábitat, la sobreexplotación de estos animales como mascotas, las enfermedades y el cambio climático son algunas de las razones que les han llevado a esta situación extrema en todo el mundo. ¿Pero qué perderíamos si desaparecieran todas las tortugas?

En un estudio, publicado en la revista Bioscience, un equipo de científicos estadounidense ofrece la primera síntesis de las consecuencias ecológicas de la continua disminución y extinción de especies de tortugas y muestra los diversos roles que cada una de ellas aportan a los ecosistemas, como mantener sanas las redes alimentarias, dispersar semillas o crear hábitats necesarios para otras especies.

“Nuestro propósito ha sido informar al público de los muchos roles ecológicos esenciales que las tortugas realizan a escala global y concienciar sobre la difícil situación de estos animales emblemáticos”, explica, Whit Gibbons, profesor emérito de Ecología de la Universidad de Georgia (EE UU) y coautor del estudio.

Según los científicos, las tortugas contribuyen a la salud de muchos ambientes, como los desiertos, los humedales, los entornos de agua dulce y los ecosistemas marinos. “Su declive puede tener efectos negativos en otras especies, incluidos los humanos, que pueden no ser visibles ahora”, indica Jeffrey Lovich, científico del Servicio Geológico de EE UU y autor principal.

Las tortugas pueden ser herbívoras, omnívoras o incluso carnívoras, por eso desempeñan importantes funciones en las cadenas alimentarias. Sus hábitos de alimentación influyen en la estructura de otras comunidades con las que comparten el hábitat, sobre todo si las poblaciones son muy numerosas. Las grandes masas de tortugas y sus huevos son alimento para otros animales.

Por otra parte, algunas especies de tortugas pueden ser los principales agentes de dispersión de semillas para ciertas plantas, ya que no todas las semillas son destruidas por el tracto digestivo.

Además, si desaparecieran tortugas como la del desierto de Agassiz en el suroeste de EE UU y la tortuga Gopher en el sureste del país, ciertas arañas, serpientes, anfibios, conejos, zorros, u otros reptiles, no tendrían ‘hogar’. Estas especies cavan grandes madrigueras moviendo importantes montículos de tierra que son reutilizados por otros animales o plantas.

“La importancia ecológica de las tortugas, especialmente las de agua dulce, está poco valorada, y en general poco estudiada por los ecologistas”, recalca Josh Ennen, investigador del Tennessee Aquarium Conservation Institute. “La alarmante tasa de desaparición de las tortugas podría afectar profundamente al funcionamiento de los ecosistemas y a la estructura de las comunidades biológicas en todo el mundo”, concluye.

Reflejos de un futuro imaginado

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En Exploradores del futuro Juan Scaliter da voz a los investigadores y científicos más punteros del planeta para explicarnos los extraordinarios avances del presente que configurarán nuestra vida en el futuro
En Exploradores del futuro Juan Scaliter da voz a los investigadores y científicos más punteros del planeta para explicarnos los extraordinarios avances del presente que configurarán nuestra vida en el futuro

El 65 % de los niños que hoy están en educación primaria tendrán un empleo que aún no se ha inventado, la futura explotación mineral de los asteroides cambiará el panorama económico y tecnológico y dentro de una década, según algunos científicos, se podrá saber al instante en qué piensa una persona.

Todo esto no es “fantaciencia”, asegura el divulgador científico Juan Scaliter, quien subraya que los avances científicos y tecnológicos se suceden a una velocidad vertiginosa, y “la ciencia del mañana traspasará las barreras de lo que hoy imaginamos”.

Scaliter es autor de “Exploradores del futuro” (editorial Debate), un libro de divulgación científica hecho a partir de entrevistas a 50 destacados científicos, pero también 250 páginas que invitan a la reflexión porque, según dice este argentino, “no sabemos a dónde nos llevan” los cambios que se están sucediendo.

¿Dónde estarán los límites de estas transformaciones? ¿tiene que existir, por ejemplo, una ley que regule la actividad espacial? ¿qué consecuencias tendrán los nuevos hallazgos en la economía? ¿cómo afectarán éstos a la educación? ¿debe estar todo en la red?

Estas son algunas de las preguntas que Scaliter quiere compartir con los lectores porque “necesitamos debates y no sólo información”.

Scaliter, quien cree que estamos viviendo una revolución como la que en su día supuso, por ejemplo, la imprenta, divide su libro en ocho capítulos, además de un prólogo (de Toni Garrido) e introducción.

En ellos habla de astronomía, neurociencia, física de partículas, genética, nanotecnología, enfermedades, internet o economía.

Comienza, además de describiendo su pasión por los mapas, con una lista de 15 innovaciones que han revolucionado la ciencia y que este divulgador agrupa en cuatro campos científicos: neurología, genética, astronomía y física.

Entre ellas, el grafeno, el LHC, los ensayos con células madre embrionarias en humanos o el primer mapa del cerebro humano.

El primero de los capítulos está dedicado a la astronomía, en el que, además de asegurar que se hallará una prueba de vida no terrestre, habla de la futura o no tan futura minería espacial.

En “Yo de mayor quiero ser minero espacial” este divulgador detalla que un asteroide de 500 toneladas tendría tres veces más platino que todo el que hay en la Tierra, así que negocio hay (gracias a la abundancia de metales de este grupo se reducirían los costes de aparatos electrónicos y de los motores eléctricos).

La mejor forma de descubrir estas “minas flotantes” es con un telescopio flotando en el espacio y ya hay una empresa en ello.

Esto va a alterar el sistema económico, pero de quién es ese asteroide: ¿De la empresa que lo descubre? ¿se debería regular la explotación comercial en el espacio como pasa en la Antártida?

Scaliter no sólo invita al público a reflexionar sobre los avances de la astronomía, también de la genética (los hallazgos en esta disciplina -dice- son los que “más respeto” le producen).

Este periodista, quien señala que el científico está vinculado siempre a la curiosidad e imaginación, relata también su visita al CERN -le encanta guardar las pegatinas de entrada de los sitios a los que accede y la de este centro la guarda con especial cariño-.

En “De copas por el CERN” habla del bosón de Higgs, la materia oscura, de protones y de creaciones como la web.

Este libro no es un encargo, se le ocurrió a Scaliter después de ver un vídeo viral en el que se afirmaba que el 65 % de los niños que hoy están empezando la educación primaria tendrán un empleo que aún no ha sido inventado: “investigué y terminé encontrando la fuente del dato (un estudio del Departamento de Trabajo de EEUU)”.

Y es que la ciencia avanza y en breve puede convertirse en la nueva economía, apunta.

Scaliter, quien si fuera ahora niño elegiría en un futuro una profesión algo así como “modelador de vida extraplanetaria”, quiere que los lectores con este libro se hagan muchas preguntas.

Cejas que socializan

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Un movimiento rápido de cejas es un signo de reconocimiento, alzarlas indica simpatía, y hay pequeños movimientos que son clave para identificar la confiabilidad y el engaño. Todo esto se traduce en una mayor cooperación y comprensión entre las personas
Un movimiento rápido de cejas es un signo de reconocimiento, alzarlas indica simpatía, y hay pequeños movimientos que son clave para identificar la confiabilidad y el engaño. Todo esto se traduce en una mayor cooperación y comprensión entre las personas

Con un sutil movimiento de cejas, las personas somos capaces de expresar simpatía, confianza o reconocimiento. Hasta ahora se les había otorgado una función protectora, pero investigadores de Canadá acaban de desmontar esa hipótesis. Según su nuevo estudio, de indicar agresividad pasaron a servir como una herramienta de comunicación vital para la cooperación social.

Al igual que la cornamenta de un ciervo, las cejas de nuestros antepasados primitivos eran una protuberancia huesuda pronunciada que indicaba dominación y agresividad. Los humanos modernos, en cambio, tenemos una frente lisa con cejas más visibles y velludas, capaces de moverse para establecer redes sociales, según un estudio liderado por la Universidad de York (Canadá), que se publica en la revista Nature Ecology & Evolution.

Hasta ahora, se otorgaba a esta parte del cráneo, que une las cuencas de los ojos y la caja craneal, una función de protección contra el impacto de la mordedura y la masticación. Este nuevo trabajo propone que las gruesas prominencias óseas por encima de los ojos (arcos superciliares) de los primeros humanos señalaban el estatus social y después, al hacerse menos protuberantes y movibles, propiciaron habilidades de comunicación.

“En los mandriles, los machos dominantes tienen bultos de colores brillantes a cada lado del hocico para mostrar su estatus. Estos bultos crecen debido a factores hormonales, y los huesos de debajo presentan cráteres microscópicos, una característica que también se puede ver en las cejas de los homínidos arcaicos”, explica Paul O’Higgins, uno de los autores principales del artículo y profesor de anatomía en la universidad canadiense.

Los científicos recrearon digitalmente un cráneo fósil de Homo heidelbergensis hallado en lo que hoy es Zambia y conocido como Kabwe 1, que tiene entre 300.000 y 125.000 años de antigüedad. A través de un software de ingeniería 3D descubrieron que los arcos superciliares del fósil eran mucho más grandes de lo necesario para proteger las cuencas oculares y la caja craneal, de modo que una ceja gruesa poco tiene que ver con la función de proteger el cráneo al comer.

“Usamos el software de modelado para recortar el enorme filo de la frente de Kabwe 1 y descubrimos que no ofrecía ninguna ventaja espacial, ya que podía reducirse en gran medida sin causar problemas. Luego simulamos las fuerzas de mordedura de diferentes dientes y descubrimos que se aplicaba muy poca tensión en esta parte. Cuando la eliminamos no tuvo ningún efecto en el resto de la cara al morder”, añade el experto.

“Otras hipótesis, como mantener el sudor o el pelo fuera de los ojos, ya se habían descartado, por lo que sugerimos que se puede encontrar una explicación plausible en la comunicación social”, concluye O’Higgins.

A medida que los humanos se volvieron más sociables, el aplanamiento de la frente permitió el desarrollo de cejas más visibles y movibles capaces de mostrar emociones sutiles y cambiantes. Un movimiento rápido de cejas es un signo de reconocimiento, alzarlas indica simpatía, y hay pequeños movimientos que son clave para identificar la confiabilidad y el engaño. Todo esto se traduce en una mayor cooperación y comprensión entre las personas.

“Una frente más vertical en los humanos modernos permitió mostrar emociones amistosas que ayudaron a formar vínculos sociales entre individuos”, recalca O’Higgins.

Para Penny Spikins, coautora del trabajo en el departamento de Arqueología de la Universidad de York, “las cejas son las piezas que nos faltaban para entender cómo los humanos modernos lograron llevarse mejor con los demás que otros homínidos ahora extintos”.

Un efecto secundario de tener caras pequeñas

De acuerdo con los investigadores, nuestras frentes comunicativas fueron un efecto secundario de la reducción gradual de nuestras caras durante los últimos 100.000 años. Este proceso se ha acelerado en los últimos 20.000 años y, más recientemente, cuando pasamos de ser cazadores recolectores a agricultores.

“Con la reducción del tamaño de la cara desaparecen también esas superestructuras robustas que caracterizan a los homínidos del Pleistoceno Medio, como ocurre con Kabwe 1”, asegura a Sinc Markus Bastir, director del laboratorio de Morfología Virtual en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y autor de un comentario sobre este artículo en la revista Nature Ecology & Evolution.

Spikins afirma: “Los humanos modernos son los últimos supervivientes de los homínidos. Mientras nuestra especie hermana, los neandertales, se estaba muriendo, nosotros colonizábamos rápidamente el mundo, sobreviviendo a entornos extremos. Esto tuvo mucho que ver con nuestra capacidad para crear grandes redes sociales. Sabemos, por ejemplo, que los humanos modernos prehistóricos evitaron la endogamia y se fueron a vivir con amigos en lugares distantes durante tiempos difíciles”.

La maldición del ciclo de carbono

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Dado el incremento reciente de las emisiones de CO2 a una escala de tiempo relativamente corta, una sexta extinción dependerá de si se añade una cantidad crítica de carbono a los océanos. Esta cantidad correspondería a 310 gigatoneladas, es decir, lo equivalente a la cantidad de carbono que las actividades humanas habrán añadido a los océanos de todo el mundo para el año 2100
Dado el incremento reciente de las emisiones de CO2 a una escala de tiempo relativamente corta, una sexta extinción dependerá de si se añade una cantidad crítica de carbono a los océanos. Esta cantidad correspondería a 310 gigatoneladas, es decir, lo equivalente a la cantidad de carbono que las actividades humanas habrán añadido a los océanos de todo el mundo para el año 2100

En 2100 los océanos retendrán unas 310 gigatoneladas de dióxido de carbono generadas por la actividad humana, una cantidad suficiente como para disparar el inicio de la sexta extinción en masa que se producirá en los próximos miles de años. Esta es la conclusión a la que ha llegado un investigador estadounidense que ha asociado las perturbaciones que se han producido en el ciclo de carbono durante los últimos 542 millones de años con las cinco extinciones en masa anteriores.

La historia de la Tierra es una historia de cambios. Algunos son graduales y benignos y otros pueden ser abruptos y destructivos, como los eventos de extinción en masa. ¿Pero qué diferencia a unos de otros? Según Daniel Rothman, geofísico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en EE UU, son las perturbaciones en el ciclo de carbono las que marcan la diferencia.

En los últimos 542 millones de años, la Tierra ha superado cinco extinciones en masa, y cada una de ellas ha conllevado procesos que han alterado el ciclo normal de carbono a través de la atmósfera y los océanos. Estas alteraciones han perdurado millones de años, lo que ha coincidido con la desaparición de muchas especies –tres cuartas partes en el caso de las marinas– en todo el mundo.

El profesor de geofísica del departamento de Tierra, Atmósfera y Ciencias Planetarias del MIT presenta una fórmula matemática con la que ha logrado identificar los umbrales de catástrofe que, si se exceden, pueden generar una extinción en masa.

Para llegar a esta conclusión, el científico analizó 31 eventos isotópicos de carbono durante los últimos 542 millones de años y vinculó la tasa crítica de perturbación del ciclo del carbono y su magnitud con el tamaño de la escala de tiempo a la que se ajusta la alcalinidad del océano –el límite para prevenir la acidificación generalizada del océano y el cambio climático–.

Así ha demostrado que la extinción en masa ocurre si uno de los dos umbrales se supera. Para los cambios en el ciclo de carbono que ocurren durante largas escalas de tiempo, las extinciones se producirán si estas alteraciones se producen más rápido que la propia adaptación de los ecosistemas.

En cambio, para las perturbaciones que tienen lugar a escalas de tiempo más cortas, el ritmo de los cambios del ciclo del carbono no importa. En este caso será el tamaño o la magnitud de la alteración las que determinarán la probabilidad de un evento de extinción.

La próxima extinción, a partir de 2100

La pregunta que muchos científicos se hacen ahora es si el ciclo de carbono actual está alterándose tanto como para generar una sexta extinción masiva. Aunque las emisiones de dióxido de carbono no han dejado de aumentar desde el siglo XIX, para los expertos es aún pronto para vaticinar un cambio drástico para la fauna.

Sin embargo, según los cálculos de Rothman, dado el incremento reciente de las emisiones de CO2 a una escala de tiempo relativamente corta, una sexta extinción dependerá de si se añade una cantidad crítica de carbono a los océanos. Esta cantidad correspondería a 310 gigatoneladas, es decir, lo equivalente a la cantidad de carbono que las actividades humanas habrán añadido a los océanos de todo el mundo para el año 2100.

Pero entonces, ¿la sexta extinción en masa ocurrirá al cambiar de siglo? Según Rothman, se tardarán cerca de 10.000 años para que sucedan estos desastres ecológicos, aunque para 2100 el mundo podría adentrarse en “territorio desconocido”.

“Esto no quiere decir que el desastre ocurra al día siguiente, pero si no se controla, el ciclo del carbono se volverá inestable y sería difícil de predecir. En el pasado geológico, este tipo de comportamiento está asociado con extinciones masivas”, recalca el científico.

Ligar en tiempos difíciles

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La estética hipster del neandertal arrebató el corazón a las bellas sapiens, que tampoco tenían mucho donde escoger
La estética hipster del neandertal arrebató el corazón a las bellas homo sapiens, que tampoco tenían mucho donde escoger

La descripción del encuentro sexual entre una hembra ‘Homo sapiens’ y un macho neanderthal es el comienzo de la novela de no ficción «Mi gran familia europea» (Editorial Ariel), escrito por la periodista científica sueca Karin Bojs, quien ha querido contar la historia de Europa a través de su propio ADN.

«El libro surge de la necesidad de investigar mi propia historia familiar a partir del estudio de mi herencia genética», explica esta jefa del departamento de ciencia del diario sueco ‘Dagens Nyheter’.

Bojs ha insistido en que los humanos modernos «somos descendientes de una única madre», bautizada como «la Eva mitocondrial», que vivió hace unos 200.000 años en el África subsahariana y «el primer cruce entre ‘Homo sapiens’ y ‘Homo neanderthalensis’ debió de producirse unos 100.000 años después».

En su opinión los humanos modernos y los neandertales «probablemente no nos gustábamos mutuamente» porque «éramos muy diferentes» pero de aquellas relaciones «nacieron hijos, que sobrevivieron, crecieron y a su vez tuvieron descendencia».

Ésta es la razón por la que los europeos «poseemos una media de un 2 % de ADN neandertal», explica, al recordar el trabajo publicado por el biólogo también sueco Svante Pääbo, quien concluía que los ‘Homo sapiens’ modernos tienen entre un 1 y un 4 por ciento de material genético de esta otra especie.

Uno de los principales beneficios de este encuentro, según esta especialista, es que «adquirimos nuevos genes», algo importante teniendo en cuenta que el grupo de humanos modernos «que salió de África hace 100.000 años era tan reducido que tuvieron hijos unos con otros, generación tras generación» con los problemas derivados de consanguinidad, por lo que obtener «sangre nueva» reforzó su sistema inmunológico.

Esta mezcla también alteró «nuestro pelo, nuestra piel y nuestro color de ojos» e incluso rasgos biológicos como la capacidad de digerir y absorber carbohidratos.

Bojs explica tajante que «no éramos ni superiores ni inferiores, simplemente éramos distintos», aunque sí ha señalado que los humanos modernos disponían de «un tipo de creatividad distinta» que les permitió crear arte figurativo, adornos o música, como demuestran las flautas confeccionadas con colmillos de mamut o huesos de buitre encontradas en diversas excavaciones.

No se ha encontrado evidencias similares entre los restos neandertales, por lo que la periodista y escritora señala como hipótesis que la falta de esta capacidad fue precisamente una de las causas de su extinción.

«También copiaron de nosotros alguna de nuestras tecnologías para elaborar armas, joyas o herramientas de caza», ha añadido.

En su novela, Bojs guía al lector a través de un viaje por los primeros 54.000 años del humano moderno, en los que además tuvo que enfrentarse al final de la última glaciación, una época que ha definido como un «mundo prístino» abundante en recursos.

En ese periodo existió una región llamada Doggerland, hoy día sumergida, que unía por tierra las Islas Británicas con el continente europeo: «debió de ser la mejor zona de Europa para vivir» debido a los numerosos recursos disponibles y la escasa competencia por la comida.

«La fusión de los glaciares sumergió la zona», una situación que a su juicio puede compararse «hasta cierto punto» con lo que podría ocurrir como consecuencia del actual cambio climático.