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La inevitable pervivencia de Machado

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Antonio Machado (1875-1939) y su poesía son, sobre todo, Sevilla, Soria, Baeza... Quizás, y sobre todo, Soria. Con Leonor y con el Duero, con los álamos y las fuentes, con los caminos y el tiempo, con la escarcha y las viejas encinas€ Machado es el cielo de Castilla y el azul del cielo de su infancia sevillana –y en el recuerdo las vísperas de su muerte. Machado es el adobe y el albero. El olmo y el olivo
Antonio Machado (1875-1939) y su poesía son, sobre todo, Sevilla, Soria, Baeza… Quizás, y sobre todo, Soria. Con Leonor y con el Duero, con los álamos y las fuentes, con los caminos y el tiempo, con la escarcha y las viejas encinas€ Machado es el cielo de Castilla y el azul del cielo de su infancia sevillana; y en el recuerdo las vísperas de su muerte. Machado es el adobe y el albero. El olmo y el olivo

Joan Manuel Serrat le dio una popularidad que han alcanzado pocos poetas, Andrés Trapiello lo considera un poeta extraño, por su complejidad, la Academia Sueca lo citó en el Nobel a Juan Ramón Jiménez y su obra es «una alta aventura espiritual», según Pedro Cerezo, editor su «Obra esencial».

Gabriel Celaya lo definió como «el más grande de los poetas españoles del siglo» y el exvicepresidente Alfonso Guerra, devoto de Machado, advirtió, al igual que Trapiello, de que su sencillez es «esquiva» y de que hay que caminar con cuidado sobre su «enorme pureza y transparencia».

Como ya dijo su heterónimo Mairena, «la doble luz del verso, para leerlo al frente y al sesgo».

Según Guerra, la de Machado es pues «una visión del mundo llena de contrastes, en la que lo que consideramos real se pone del revés para encontrar verdades que han sido deformadas por los prejuicios», y esa es, advirtió, «la pluralidad que algunos no ven».

En un solo volumen de casi un millar de páginas, la Biblioteca Castro, dedicada a la edición de clásicos, ha reunido esta obra con el título de «Obra Esencial» al agrupar su «Obra Poética», «Prosas de los apócrifos», «Los Complementarios», «Apuntes y Ensayos de Crítica», «Poesía y prosa de la Guerra».

Un volumen que si no incluye el teatro que escribió en colaboración con su hermano Manuel, sí ha recogido sus composiciones de la Guerra Civil, «unos poemas escasos, fragmentarios y preñados del desasosiego de estos tiempos en los que el poeta permanece fiel a la República y pasa del proverbio a la copla», según los responsables de esta edición, que han destacado su homenaje a García Lorca «El crimen fue en Granada».

«Dentro de la lírica española del siglo XX, la obra de Machado resulta esencial por la gravedad y autenticidad de su voz, por su capacidad para transparentar la verdad del alma», señala el profesor y filósofo Pedro Cerezo.

Añaden los responsables de esta edición que esa «verdad del alma» va «de la poesía a la filosofía, como camino de ida y vuelta que reflexiona sobre el propio acto creativo y la capacidad de cantar lo que se pierde para salvarlo de la muerte y del olvido».

Los editores destacan que «uno de los textos menos conocidos de Machado es el cuaderno de apuntes iniciado en Baeza (Jaén) sobre un grupo de poetas y ensayistas que pudieron existir en el siglo XIX, germen de los futuros apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena», de modo que «Los Complementarios», como comúnmente se ha llamado a esta miscelánea, revela el proceso creador y el uso de las fuentes por parte del poeta.

El estudio introductorio de Pedro Cerezo, de unas doscientas páginas, supone una aproximación crítica a la obra desde «Soledades» (1907) y una poesía debida a un Machado «imbuido en el simbolismo» y «empapado de la crisis espiritual de fin de siglo, un yo caminante y cansado que siente cómo el tiempo fluye inexorablemente y repasa su propio devenir en las galerías interiores del alma».

Seguida de la nueva etapa marcada por «Campos de Castilla» (1912), con su llegada a Soria como catedrático de francés y se casa con Leonor Izquierdo, y prosigue con el Machado de «Nuevas Canciones (1924) en Segovia con «una voz grave y personal», al que sucederá el ciclo de poesía amorosa dedicado a Guiomar, nombre que oculta la identidad de la poeta Pilar de Valderrama y que significará un amor truncado por el matrimonio de Pilar y por la guerra.

Los ‘Mad Doctors’ del fascismo español

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Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión
Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión

El médico franquista Antonio Vallejo-Nájera, en plena guerra civil española, realizó experimentos con hombres y mujeres republicanos/as en los campos de concentración. Su intención, siguiendo órdenes de Franco, fue buscar las raíces biopsíquicas del marxismo, algo así como encontrar el maligno gen rojo.

La humillación social y la explotación de los vencidos se justificaban en términos religiosos como la expiación de sus pecados, pero también en términos socio-darwinianos. En este sentido, ante la creencia de que los vencidos/as eran personas degeneradas, se les quitaban los hijos a sus madres, de manera que en las prisiones y campos de concentración el lema era no sólo someter los cuerpos, sino destruir las mentes, anular las voluntades e infligir el máximo dolor.

Hay un acuerdo entre las personas expertas en asegurar que, si dura fue la represión del régimen franquista para los hombres, durísima fue para las mujeres republicanas, a las que había que añadir en su sufrimiento un plus misógino.

Efectivamente, la mentalidad de los sublevados veía como una doble traición el mayor protagonismo del que las mujeres españolas pudieron disfrutar durante los breves años de la Segunda República, que contravenía el estereotipo tradicional de sumisión y dependencia, tan querido por los sectores más conservadores de la sociedad española.

En este sentido, una de las prácticas que estas teorías justificaron fue el robo de niños y niñas a las prisioneras. Tales atrocidades, superiores en número a lo vivido en Argentina, por poner sólo un ejemplo, ni siquiera se practicaron en secreto, muy al contrario, contaron con la abierta y documentada colaboración de las autoridades penitenciarias y las congregaciones religiosas implicadas en el mantenimiento de las cárceles femeninas. Sin embargo, no se ha hecho una investigación rigurosa de estos hechos hasta fechas muy recientes. Vallejo-Nájera será el gran artífice de todos estos experimentos y, por tanto, responsable de todo el sufrimiento generado, todo ello bajo el paraguas de las teorías eugenésicas.

La eugenesia llega a España de la mano de Ignacio Valentí y Vivó, catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad de Barcelona (que asiste como representante español al Primer Congreso Internacional de Eugenesia, organizado en Londres en 1912 por la Eugenics Education Society), y de Nicolás Amador, también médico y miembro de dicha sociedad. En 1928 se celebra el Primer Curso Eugénico Español, constituyéndose en la primera plataforma pública de discusión del eugenismo en nuestro país. La represión del régimen de Primo de Rivera, alegando la causa de pornografía y escándalo público, impidió la continuación de las actividades previstas.

Como una de las experiencias más tremendas ligadas a estos planteamientos no podemos olvidar el comportamiento de muchos médicos alemanes, cuyas ideas de higiene de la raza y eugenesia se fueron radicalizando hasta llegar al límite de utilizarse para respaldar «científicamente» el genocidio llevado a cabo por los nazis.

Pero no sólo fueron los alemanes quienes se entregaron a estas prácticas. En la España de Franco los experimentos con seres humanos también se llevaron a cabo y la obra de Vallejo-Nájera, que fue jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, es un buen ejemplo de ello. Influenciado por la visión biotipológica de la personalidad de Kretschmer, durante los años 30 del siglo pasado promovió un personal concepto de eugenesia. Así fue como se inclinó hacia una ugamia, es decir, política eugenésica implementada mediante el trabajo de orientación prematrimonial, basado en el diagnóstico biopsicológico de los contrayentes.

El régimen franquista hizo uso institucional de las teorías eugenésicas para denigrar y descalificar el bando perdedor en la guerra y para justificar la represión. En particular, los campos de concentración y las cárceles sirvieron para hacer pruebas y recoger información que demostraba «científicamente» que los republicanos, brigadistas, comunistas o anarquistas eran débiles mentales, o que las mujeres antifranquistas eran dementes ninfómanas genéticamente taradas.

Dos eran las hipótesis básicas que Vallejo quiso demostrar. Por un lado, la inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política, también llamados desafectos (entendiendo como tales a toda persona fiel a la República y contraria al levantamiento franquista). Por otra parte, la perversión de los regimenes democráticos, que, al promover a los fracasados sociales con políticas públicas, favorecían el resentimiento, algo que no sucede con los regimenes aristocráticos donde sólo triunfan los socialmente mejores. Regimenes aristocráticos serían el III Reich y todas las dictaduras fascistas de la Europa de la época.

En agosto de 1938, Franco autorizó la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas propuesto por Vallejo-Nájera, quien se convirtió en director de las investigaciones psicológicas de los campos de concentración. Centenares de presos y presas fueron analizados, con la colaboración de agentes de la Gestapo alemana.

Su primer trabajo se centró sobre dos grupos de detenidos: brigadistas internacionales y 50 presas antifascistas malagueñas.

Vallejo tituló sus estudios con el grupo de presas malagueñas Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes. El estudio lo realizó en la prisión de mujeres de Málaga y compartió su dirección con Eduardo M. Martínez, teniente médico, director de la clínica psiquiátrica de Málaga y jefe de los servicios sanitarios de la prisión.

Entre las detenidas malagueñas, 33 de ellas estaban condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua y siete a penas entre de 10 y 20 años. Vallejo diagnostica a «13 sujetos» que califica de «libertarias congénitas, revolucionarias natas, que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina».

Resulta innegable que la misoginia de Vallejo marca profundamente su análisis, veamos algunos ejemplos:

«Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad (…) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer (…) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión (…) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes» .

Pero aún iban más allá. Vallejo y Martínez señalaban en sus conclusiones que en el caso de las mujeres no había realizado el estudio «antropológico del sujeto, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad, por la impureza de sus contornos».

La falta de formación política que Vallejo detecta en las mujeres estudiadas le reafirma en las motivaciones no políticas de las mismas, por ello divide a su muestra en tres grupos:

1. Presas motivadas por sugerencias ambientales (38%), en el que se encontrarían tanto a mujeres exaltadas como aquellas aprovechadas que ven en este activismo una forma de satisfacer sus ambiciones personales, materiales o sexuales.
2. Presas motivadas por su psicopatía antisocial (24%).
3. Presas libertarias congénitas (36%).

La contaminación con los estereotipos más burdos sobre el género femenino resulta tan dolorosamente evidente que casi no necesitaría comentario alguno. Sin embargo, de ninguna manera se puede olvidar que tales desvaríos ocasionaron un enorme dolor a miles de mujeres, condicionando cruelmente su presente y su futuro.

Sombras de una economía castrante

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La obra de Polanyi ha pasado a la historia del pensamiento europeo como una de las críticas más mordaces a la sociedad de mercado. Su originalidad reside en su perspectiva propiamente antropológica. No es una crítica a la economía política, sino del impacto de esta en la condición humana. La tesis principal es bastante sencilla: resulta imposible sostener una sociedad sobre la base de la idea de la autorregulación de los mercados. Entre los requerimientos esenciales de toda sociedad y el liberalismo existe una contradicción insalvable
La obra de Polanyi ha pasado a la historia del pensamiento europeo como una de las críticas más mordaces a la sociedad de mercado. Su originalidad reside en su perspectiva propiamente antropológica. No es una crítica a la economía política, sino del impacto de esta en la condición humana. La tesis principal es bastante sencilla: resulta imposible sostener una sociedad sobre la base de la idea de la autorregulación de los mercados. Entre los requerimientos esenciales de toda sociedad y el liberalismo existe una contradicción insalvable

«En todos los países importantes de Europa […], redujeron los servicios sociales e intentaron romper la resistencia de los sindicatos mediante el ajuste salarial. Invariablemente, la moneda estaba amenazada y, con la misma regularidad, se atribuía la responsabilidad de ello a los salarios demasiado elevados y a los presupuestos desequilibrados».

Esta descripción, aplicable a la crisis sistémica con la que se abre nuestro siglo XXI, se refiere a las décadas de 1920 y 1930, en vísperas de la expansión nazi y fascista que asolaría Europa. En este clásico de la historia antropológica, económica y política, Karl Polanyi considera la emergencia del fascismo como un momento autoritario del «capitalismo liberal para llevar a cabo una reforma de la economía de mercado, realizada al precio de la extirpación de todas las instituciones democráticas».

«La gran transformación» relata la paulatina expansión e imposición de la utopía del libre mercado que, desde finales del siglo XVIII, mercantilizó figuras como el trabajo —el esfuerzo de las personas—, la tierra —la naturaleza— y el dinero, hasta entonces no sometidas a la ley de la oferta y la demanda. Para Polanyi, en la sociedad de mercado, la principal misión del Estado es mercantilizar el máximo de ámbitos de la vida y la naturaleza para alimentar el mercado.

La gran transformación sirve de registro del fin de una civilización —la del siglo XIX— y de sus principales instituciones: el Estado liberal, los sistemas de equilibrio entre las potencias, el patrón-oro, los mecanismos del sistema de mercado autorregulado. Sin embargo, su punto de partida no es, como tantas veces se ha dicho, la crisis. Más bien le preocupa su «solución», concretamente la «solución fascista» que llevó a Polanyi a emigrar a Inglaterra desde su Viena natal. Cuando prepara los primeros materiales de lo que luego acabaría por recogerse en este ensayo, es patente que ya no hay una vuelta atrás a las viejas fórmulas del siglo XIX. El desempleo de masas, la lucha de clases, las presiones monetarias, la deflación obligada habían hecho surgir una figura nueva, que había llegado para quedarse, el Estado intervencionista; es el New Deal, los planes quinquenales de la URSS, el corporativismo del nazi-fascismo.

Por eso, el juicio del autor es demoledor y del todo ajeno a las perspectivas de la guerra civil europea y los dos totalitarismos con los que ahora acostumbramos a entender la principal crisis del siglo XX. Para Polanyi, el liberalismo decimonónico —preñado de idealismo, borracho de utopismo, reacio a toda reglamentación, planificación, racionalización, control— llevó al fascismo.

El fascismo, en tanto que negación de la libertad y del individuo, ruina de la democracia y de la libertad individual, aparece pues como un hijo imprevisto de una utopía, que consiste en organizar la sociedad alrededor del mercado, según el mercado. Polanyi escribió bellos ensayos sobre el nazismo, que consideraba una solución antagónica al socialismo, y una negación radical de la tradición cristiana —de su igualitarismo, de su ideal de comunidad—, pero que, paradójicamente, acabó sirviendo de «solución» a la crisis de la sociedad de mercado.

El liberalismo, en tanto que ideología material del nuevo industrialismo, promocionó una obra de ingeniería social sin precedentes en la historia de la humanidad. La economía, y concretamente el intercambio de mercancías en mercados autorregulados, se convirtió en la institución central y suficiente de organización social: una economía gobernada por los precios de mercado y únicamente por ellos, una sociedad reducida a la institución mercantil. La obra del liberalismo requería de esa operación, explicada innumerables veces, de reducción del ser humano a los estrechos marcos de la filosofía utilitarista y de la maximización del interés: el «hombre económico». El universal antropológico del reconocimiento social, en tanto que motivación esencial del ser humano, quedó así reducido a la mera acumulación de bienes materiales despojados de casi todo valor cultural.

No obstante, lo que hace radical e interesante la crítica de Polanyi es que va más allá de la denuncia de las ridículas bases antropológicas del liberalismo, que todavía conforman la mayor parte de la ciencia económica y estructuran su capacidad de «modelización». Su crítica y su potencia se establecen a partir del reconocimiento del trabajo institucional del liberalismo para imponer materialmente su utopía de la sociedad de mercado.

El mercado autorregulado requiere de la coordinación de distintos mercados específicos que tienen que operar como tales. Se trata de algo más que ideología, es necesario que tierras, seres humanos y moneda funcionen como bienes intercambiables: mercancías «ficticias» y a la postre imposibles, más que al precio de la dislocación social, de la ruina antropológica

La crítica de Polanyi es actual porque es una crítica tanto al liberalismo, como a sus posibles resultados políticos.

Karl Polanyi (1886-1964) es un referente imprescindible de la crítica del orden liberal. Militante en su juventud del independentismo húngaro, participó en la Primera Guerra Mundial, se exilió a Viena en 1923 tras la declaración de la República Soviética de Hungría (1919), y en 1933 a Londres forzado por el ascenso del nazismo en Austria. Profesor de la Universidad de Columbia desde 1947, se vio obligado a vivir en Canadá por el veto de las autoridades estadounidenses a su compañera, Ilona Duczynska. La intensa labor intelectual de Polanyi se reflejó sobre todo, en dos libros: La gran transformación y El sustento del hombre (Capitán Swing, 2011), que cuestionan los fundamentos de la ortodoxia económica liberal y de algunos aspectos de la economía política marxista.

Antídotos contra la nueva cara del fascismo

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Fomentar el miedo y el recelo hacia las personas que salen de los cánones previamente establecidas por el fascismo sigue siendo un signo de este movimiento de corte involucionista
Fomentar el miedo y el recelo hacia las personas que salen de los cánones previamente establecidos por el fascismo sigue siendo un signo de este movimiento de corte involucionista

El filósofo holandés Rob Riemen, fundador del Nexus Instituut, considera necesario «llamar al fascismo por su nombre» y propone los valores de un «humanismo europeo» como arma para combatirlo, según explica.

Riemen, autor del ensayo, «Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo» (editado en catalán por Arcadia y en castellano por Taurus), considera «ridículo y estúpido» decir que esta ideología «es algo del pasado» o usar palabras alternativas para referirse a ella como «populismo o extrema derecha».

El filósofo subraya, igualmente, que algunos pensadores del siglo XX, como Albert Camus y Thomas Mann, ya advirtieron de la permanencia del fascismo más allá del final de la II Guerra Mundial.

«Puedes compararlo con el cuerpo humano: la sociedad es un cuerpo político y si no lo cuidas puede enfermar», afirma el autor, y añade, evocando a «La peste», de Camus, que se trata de «una especie de virus» que se expande y evoluciona: «el fascismo no volverá con uniformes negros y esvásticas», dice.

Para Riemen, el espíritu de la «democracia real» desborda las instituciones y consiste en «hacer justicia a la dignidad de cada ser humano» y «elevar a los ciudadanos» mediante un gobierno y una sociedad centrados en la educación, las artes y las humanidades.

«Esto viene acompañado de la responsabilidad de usar nuestra propia libertad para vivir una vida mejor nosotros mismos y para cultivar los valores espirituales y morales», explica.

Sin embargo, el filósofo denuncia que en la «democracia de masas actual» predominan los «valores comerciales: eficiencia, productividad y beneficios», y «las personas ya no cultivan sus propias mentes».

Si «fomentas el odio y el miedo continuamente y juegas a señalar a otros como culpables, sean migrantes o judíos», cuando la sociedad se ve «golpeada por la crisis económica que hace sentir inseguras a las personas», la violencia acaba surgiendo, afirma.

Como solución, Riemen apela a la tradición del «humanismo europeo» y a la teoría política de la socialdemocracia que, por un lado, «acepta que es necesaria una especie de economía capitalista y de intercambio comercial» y, por otro, considera que la «máxima prioridad del gobierno es cuidar a la gente, a los más vulnerables».

Se trata de buscar los «valores universales de justicia, belleza y bondad» que atraviesan fronteras y nacionalidades y pueden encontrarse, bajo distintas formas, «en la cultura japonesa, china o aborigen».

«Nuestra auténtica identidad es lo que tenemos en común y nos hace ciudadanos del mundo: todos podemos crear belleza, todos podemos y debemos hacer justicia» afirma y se desmarca así de cualquier forma de «eurocentrismo».

El filósofo recupera el concepto de «verdad metafísica», que no puede ser definida por la ciencia y la tecnología, y reivindica la importancia de las artes «para expresar nuestro yo interior: nuestros miedos, nuestras frustraciones y esperanzas».

Riemen lamenta la respuesta negativa de las «elites políticas e intelectuales» a su anterior ensayo, «Nobleza de espíritu» (Taurus, 2017), y considera que «forman parte del problema» dado que «no tienen interés por un cambio profundo en nuestra sociedad».

«El fascismo va de abajo hacia arriba, así que la lucha contra él ha de ir en la misma dirección», afirma.

El filósofo, nacido en una familia humilde, reconoce que es difícil convencer a una población empobrecida y con necesidades materiales sobre la importancia de los valores espirituales.

En este sentido, considera que «una sociedad completamente capitalista, sin justicia social, nunca podrá cultivar el espíritu de la democracia».

La indiferencia que sostuvo al fascismo español

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Franco y Hitler en Hendaya
Franco y Hitler en Hendaya

El historiador Carlos Collado Seidel desentraña en su libro «El telegrama que salvó a Franco» las intrigas y conspiraciones que propiciaron la supervivencia del régimen de Franco después del desembarco aliado en el norte de África a finales de 1942.

Carlos Collado Seidel, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad alemana de Marburgo, explica que en la historiografía sobre el período «faltaba una visión de conjunto y sobre todo el planteamiento de las razones que explican la asombrosa supervivencia de un régimen que era considerado como fascista y hechura de Hitler y Mussolini».

La documentación inédita consultada por Collado constata que Churchill fue el principal culpable de que la República no recibiera la ayuda de las democracias occidentales y que su «opción preferida era la restauración de la monarquía en la persona de don Juan».

Sin embargo, a los monárquicos españoles se les veía igual de fragmentados que a los republicanos e «incapaces de llegar a una postura unánime para reemplazar a Franco».

Ante esta situación, continúa el autor, el ejecutivo londinense, contrariamente a las maquinaciones del embajador británico en Madrid, Samuel Hoare, «tampoco se planteó la opción de tomar partido de manera abierta por la causa monárquica».

El profundo conservadurismo y anticomunismo de Churchill no explican, a su juicio, por sí solos que apostará por mantener a Franco, pues aquel «se movía por los intereses del Imperio británico, y el paso por el estrecho de Gibraltar seguía teniendo una relevancia vital para su abastecimiento y sus comunicaciones marítimas».

Piensa Collado que «Churchill seguía actuando según los parámetros de la diplomacia británica decimonónica, y su ministro de Exteriores, Anthony Eden, discrepaba de este planteamiento, pues estaba convencido de que los factores ideológicos serían relevantes en la posguerra, y la pervivencia del régimen de Franco sí afectaría a los intereses británicos».

En sus consultas a archivos públicos y privados, el historiador español ha descubierto «aquel borrador de telegrama que hubiera dado un giro fundamental a la política hacia España».

Así, destaca el «informe del jefe del servicio de inteligencia estadounidense (OSS), William Donovan, que urgía que se emprendiera una operación encubierta para desbancar a Franco y establecer un gobierno bajo el liderazgo del dirigente nacionalista vasco, José Antonio Aguirre».

Desde su llegada a EE.UU., Aguirre mantuvo estrechos contactos con las autoridades estadounidenses y sobre todo con Donovan, a quien puso a su disposición su red de agentes, y además «Aguirre había logrado un grado importante de aceptación por parte los diversos grupos de oposición que se encontraban en el exilio americano».

Donovan partía del convencimiento de que los intereses nacionales estadounidenses se verían «seriamente perjudicados ante la pervivencia de un régimen considerado netamente como fascista». Si la propuesta también contó con apoyos en el Departamento de Estado, finalmente no prosperó por las dudas de que un nacionalista vasco fuera capaz de liderar un movimiento a nivel nacional, agrega.

En el período comprendido desde la defenestración de Mussolini en el verano de 1943 y del desembarco de Normandía un año más tarde, fueron determinantes las diferencias diplomáticas aliadas.

«Mientras Washington apostaba por una política dura de exigencias planteadas sin paliativos, en Londres se mantuvo el convencimiento de lo acertado de una política de presión mesurada, que debía desembocar en una restauración pacífica de la monarquía», señala Collado.

Recuerda que ese desentendimiento sobre el método para destituir a Franco «culminó, en abril de 1944, en un durísimo enfrentamiento personal entre Roosevelt y Churchill».

El borrador de telegrama que Churchill escribió para enviar a Roosevelt aceptando las condiciones norteamericanas se escribió en el momento culminante de ese enfrentamiento, relata Collado.

«La presión estadounidense resultó ser tan grande que el gobierno británico finalmente estuvo dispuesto a plegarse y a pasar el bastón de mando a los estadounidenses, pero finalmente no fue necesario enviar dicho cable, pues llegó otro desde ultramar que anunciaba que Washington desistía de su pretensión maximalista; ante la tenacidad mostrada por Churchill y por su embajador en Madrid».

Aquel 25 de abril de 1944 -asegura Collado- se jugó el destino del régimen y a su juicio, «se trató de una cuestión de horas».

Este documento era accesible al público desde hacía mucho tiempo, junto con copiosa documentación al respecto que se conserva en los National Archives londinenses, pero «al tratarse de un borrador ha pasado desapercibido en medio de la gran cantidad de material de archivo».

Dios y metralla en el átomo

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Portadas de algunos libros de texto editados durante el franquismo, con referencias espaciales y bélicas
Portadas de algunos libros de texto editados durante el franquismo, con referencias espaciales y bélicas

Hace más de cincuenta años, en los manuales escolares españoles de Física y Química era habitual leer términos como “ametralladora”, “bombas”, “diana” o “cadáveres” en capítulos donde se explicaba la energía atómica y nuclear.

Un estudio en el que participan investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y de centros de enseñanza secundaria en el marco del proyecto Manes (UNED) revela sesgos bélicos y religiosos en estos libros, tras analizar más de 200 manuales de las disciplinas de ciencias puras entre 1938 y 1990. Estos textos se usaban en planes de estudio de bachillerato y de formación profesional.

“La analogía es una poderosa herramienta de comprensión y es fundamental en el proceso de aprendizaje”, señala Isabel González Gil, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y coautora del trabajo. Sin embargo, “es necesario que el docente contextualice ciertas analogías que han perdurado en los manuales escolares, en las que perviven restos del imaginario bélico del siglo XX”, añade.

Según el trabajo, en torno a los años cuarenta y cincuenta, la investigación atómica fue descrita con un lenguaje lleno de imágenes bélicas, junto con expresiones religiosas y cálculos exagerados del potencial de la energía nuclear.

Estos sesgos se explican por varios factores. Los pioneros del átomo, como Bequerel, y los científicos que estudiaron esta materia después (Curie, Fermi o Bohr) vivieron en épocas de graves conflictos mundiales, que les influyeron a la hora de escribir sus trabajos. Los rayos alfa, parecidos a los rayos canales de Goldstein, se comportan como proyectiles, escribió Pierre Curie en 1905.

Dos guerras mundiales y una civil

En España, los escritores de los manuales analizados, tanto de editoriales laicas como confesionales, habían sobrevivido a dos guerras mundiales y a una guerra civil. A eso hay que sumar la censura del nacional-catolicismo del franquismo y que muchos sufrieron depuraciones políticas por la dictadura.

El estudio, publicado en Enseñanza de las Ciencias, revela que entre 1950 y 1978 los autores incluyeron repetidamente los siguientes términos para referirse al interior de la materia o a los reactores nucleares: “ametralladora”, “artilleros”, “ataques”, “balas”, “bala de fusil”, “bombas”, “blanco de proyectiles”, “dianas”, “impactos” o “mortero”.

En las décadas de los ochenta y noventa disminuyó el uso de estas palabras, aunque el verbo “bombardear” y el sustantivo “proyectil” siguieron presentes hasta la actualidad.

“El paulatino abandono de ese lenguaje puede atribuirse a la cada vez mayor distancia entre la memoria de los escritores y las situaciones o experiencias bélicas vividas; también a la tímida aparición de mujeres profesoras como escritoras de manuales escolares”, apuntan los autores en el trabajo.

Clara influencia religiosa

En cuanto a los sesgos religiosos como consecuencia de la confesionalidad del régimen, los ejemplos son numerosos. “Diariamente se consigue aplicar a nuevos procesos la energía atómica en beneficio de la humanidad, obteniéndose beneficios tales que harán olvidar el mal uso, bombas atómicas, y nos inclinan a admirar la gran sabiduría de Nuestro Creador y darle las gracias por haber podido disponer de esta nueva fuente de energía”, escribía Roberto Feo García en 1970 en el manual de 5º de Bachillerato de Química.

Referencias actuales como “la partícula de Dios” o “la partícula divina” para referirse al bosón de Higgs tienen poco que ver con lo publicado en los libros de texto hasta que llegó la Transición.

“Nombrar al bosón de Higgs como partícula de Dios –modificación de la expresión The Goddamn Particle– se debe a que este parece ser la partícula clave para entender la materia y el universo, pero la expresión no alcanza el marcado carácter religioso de las citas escritas durante la dictadura franquista”, recalca José Mª González Clouté, investigador asociado al proyecto Manes (UNED) y coautor del trabajo.

Analogías de la vida diaria

El estudio destaca que los jóvenes estudiantes españoles de la segunda mitad del siglo XX construyeron un imaginario de la energía nuclear a partir de los libros de texto usados en la escuela.

El aprendizaje implica que los conceptos se establezcan de forma algo distorsionada en el recuerdo del alumno, sobre todo si la enseñanza ha sido de tipo memorístico.

“La memoria humana no es como la memoria de un ordenador: cada acto de rememoración modifica los recuerdos”, apunta Miguel Somoza Rodríguez, investigador de la Universidad Nacional de Luján (Argentina) y subdirector del centro de investigación Manes (UNED) y coautor del estudio.

Los investigadores recomiendan usar analogías para explicar conceptos complejos a los escolares, pero siempre que contengan términos cercanos, a ser posible, de su vida diaria, y que eviten la violencia y la discriminación.