feminismo
Esbozos fantásticos desde el lado femenino

Las ‘Mary Shelley’ que escriben en español son reivindicadas en «Insólitas», la primera antología de género fantástico de escritoras españolas y latinoamericanas, en la que Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón han reunido cuentos de una treintena de autoras.
López-Pellisa explica que la idea de esta antología era «reivindicar y visibilizar a unas autoras que llevan escribiendo durante mucho tiempo y que no se conocían tanto, o algunas latinoamericanas que no habían publicado en España».
El volumen propone «la revisión del canon literario desde los géneros no realistas, ya que «nunca se habían reunido relatos de lo fantástico, ciencia ficción y fantasía escritos por autoras en español», comenta la antóloga, para quien otra de las «grandezas» del texto es que es «transatlántica».
Hay países latinoamericanos como Argentina, añade, en los que hay una tradición con nombres como Mariana Enríquez, Luisa Valenzuela, Ana María Shua o Angélica Gorodischer, «muy conocidas en su sistema literario, porque allí lo fantástico viene de lejos, desde Borges, Bioy Casares o Silvina Ocampo, con mayor peso que en España, al igual que pasa con México, con dos ilustres representantes como la fallecida Elena Garro o la nonagenaria Amparo Dávila».
Que haya desde autoras de 90 años hasta algunas que no han llegado a los 30 ofrece, según López-Pellisa, «un panorama intergeneracional interesante de los géneros no realistas».
Entre las españolas, «Insólitas» (Páginas de Espuma) incluye «clásicas como Pilar Pedraza, la dama del terror; Cristina Fernández Cubas, dama de lo fantástico; y Elia Barceló, la dama de la ciencia ficción», a las que se suma un ejemplo puente, Cristina Peri Rossi, uruguaya, afincada desde décadas en Barcelona, que ha cultivado siempre lo fantástico, pero también tiene relatos de ciencia ficción, siempre con una fuerte reivindicación feminista en su obra.
Ricard Ruiz Garzón advierte, sin embargo, que «no se trata de una antología de reivindicación feminista», pues las autoras abordan temas de lo más variado, desde la maternidad o la violencia de género, a la globalización, los temas del monstruo o la muerte.
Percibe que hay «menos terror o fantasía épica», temas que habitualmente se abordan más en la novela que en el cuento.
Estas autoras se enfrentan a un doble obstáculo, según Ruiz Garzón, «como mujeres escritoras, pero también por escribir en un género minorizado dentro del canon porque en España se ha impuesto el canon realista».
Ambos antólogos coinciden en que «la ciencia ficción está cambiando en los años post Harry Potter, y ahora funciona más la distopía juvenil, las ucronías, el estilo ‘Black Mirror’, con historias ambientadas en un tiempo no muy lejano, porque la tecnología evoluciona de manera acelerada».
Los dos especialistas opinan que se puede hablar de un auge de las escritoras del género «en tanto en cuanto hay un boom de visibilidad, pero también hay una incorporación masiva de la mujer en todo el proceso con nuevas lectoras, traductoras, autoras y editoras».
La tradición femenina en el fantástico ya hunde sus raíces en el siglo XV con Christine de Pizan, Margaret Cavendish en el XVII o Mary Shelley en el XIX, subraya Teresa López.
Aunque existen en España numerosos encuentros en torno al género fantástico, Ruiz Garzón echa en falta un evento del tamaño del BCNegra, que «cuente con el apoyo decidido del mundo editorial».
Ambos antólogos perciben un punto de inflexión a partir del éxito de «El cuento de la criada» de Margaret Atwood, amplificado por el éxito de la serie televisiva, que ha desatado la creación de distopías, un efecto multiplicador que también se puede atribuir a «Los juegos del hambre» o «La carretera».
La literatura, concluyen, debe eliminar los prejuicios que tiene hacia la ciencia ficción y el género fantástico, que «sí son pujantes en las series televisivas, en el cine o en los videojuegos».
No menos necesaria sería «una biblioteca de autoras y autores del género fantástico, porque permitiría reivindicar y recuperar a Emilia Pardo Bazán, cuya primera novela es de ciencia ficción, a Mercè Rodoreda por sus novelas fantásticas, a Ramon y Cajal, que escribía ciencia ficción para enseñar a sus alumnos, o a Unamuno y Clarín, ambos del canon realista pero que también cultivaron la ciencia ficción y que además estaban en contacto con H.G. Wells».
Mujer y libertad en el Antiguo Egipto

Los derechos de las mujeres en el antiguo Egipto eran mejores antes del siglo IV aC que durante el período grecorromano que siguió, según un nuevo libro de una experto de la Universidad de Kent.
Ada Nifosi, profesora de Historia Antigua en la Escuela de Cultura e Idiomas Europeos de la Universidad, descubrió que el estatus de la mujer en el antiguo Egipto era más alto y tenía más autonomía que las generaciones futuras, incluso sobre temas que aún hoy se cuestionan.
Nifosi realizó un estudio detallado de la vida cotidiana de las mujeres. Se centró en tres fases clave: la mayoría de edad en la pubertad, la menstruación y el parto, y descubrió que el estado de las mujeres y los niños comenzó a cambiar cuando Egipto quedó sujeto al dominio griego y romano.
«Las mujeres disfrutaron de un estatus social mucho mejor en el antiguo Egipto y los cambios culturales, morales y legales que se produjeron con el gobierno grecorromano no fueron para mejor. Por ejemplo, –explica en un comunicado– antes de que los griegos gobernaran Egipto, las mujeres egipcias podían ejercer sus derechos legales de forma libre e independiente.
«Sin embargo, después de que los griegos introdujeron sus leyes en Egipto, la mayoría de las mujeres que vivían allí necesitaban un tutor masculino para actos legales como el matrimonio. Las mujeres egipcias también perdieron gradualmente el control sobre sus cuerpos y sus descendientes. Por ejemplo, el poder de reconocer a los niños estaba enteramente en manos de los padres y las madres tenían poco o nada que decir sobre esta elección. A veces, incluso los niños eran abandonados y dejados morir o ser criados como esclavos. Esto no parece haber ocurrido antes en el antiguo Egipto», añadió.
Los estudios de Nifosi utilizaron una gran cantidad de objetos personales de casas particulares en el pueblo grecorromano de Bakchias (Fayyum, Egipto). Al combinar grupos de artefactos de estas casas con información de papiros y ostraca (fragmentos de cerámica con inscripción escrita), pudo establecer detalles sobre cómo vivían sus vidas las mujeres y las niñas.
La investigación aborda muchos temas, como el estado de los niños no nacidos, el papel médico de las matronas y las creencias sobre la menstruación, que siguen siendo relevantes en la actualidad. Está planeando llevar a cabo más investigaciones sobre la menstruación para aumentar la conciencia sobre los estigmas sociales antiguos y modernos.
‘Convertirse en mujer y madre en el Egipto grecorromano’ es el primer estudio interdisciplinario sobre las mujeres en el Egipto helenístico y romano desde el siglo III a. C. hasta el siglo III.
Inspiración y desigualdad subyacente
Si pintores y escultores nos muestran a mujer con una imagen serena en el entorno de una familia floreciente, los escritores no dudan en hacerla aparecer como el origen de distintas desgracias y la culpable de varios pecados. Así, citado por Gaston Maspero en Cuentos populares, encontramos las desventuras de de Bytau, un modesto criado de una granja, cuyo hermano Anupu, seducido por la mujer de éste, se rinde al encanto de la hermosa dama… que no vacila en delatarlo después ante Anoupou; la pérfida mujer no parará hasta obtener de su marido el severo castigo del pobre Bytau. Pero ella fue castigada a su vez: Anupu comprende, demasiado tarde, que era el juguete de su mujer, por lo que la mata y arroja su cuerpo a los perros. Guardémonos de una interpretación errónea: la descripción poco aduladora de la mujer en la literatura no significa que sea despreciada: el faraón se beneficia a menudo del mismo tratamiento por los narradores, que le presentan como limitado y fantástico.
El hombre es invitado a cuidar a su mujer; así el escriba Ptahhotep, de la Dinastía III se expresa de la siguiente forma (Papiro Prisse) : “Debes amar a tu mujer de todo corazón, […], complace su corazón durante todo el tiempo de tu vida”.
El romanticismo está presente en la literatura egipcia, por ejemplo, en un papiro del museo de Leyde: «Yo te tomé como mujer cuando era un joven. Estaba contigo. Entonces conquisté todos los grados, y no te abandoné. No hice sufrir tu corazón. He aquí que lo hice cuando era joven y cuando ejercité todas las altas funciones de faraón, «Vida, Salud y Fuerza», yo no te abandoné, al contrario, dije «Estoy contigo» […] Mis perfumes, los dulces, la ropa, no los hice para llevárselos a otra […] Cuándo tú caíste enferma, llamé a un oficial de la salud para que hiciera lo necesario […] Cuándo yo volví a Menfis, solicité un permiso al faraón, fui al lugar donde te quedaste (la tumba) y lloré mucho […] Yo no entraré en otra casa […] Ahora, aquí están las hermanas de la casa, no iré con ninguna de ellas.»
De este modo, el lugar que ocupaba la mujer en el Antiguo Egipto puede parecer sorprendente por su «modernidad», si se compara con el que ocupaba en la mayoría de países de la época, e incluso de épocas posteriores. Aunque hombre y mujer tradicionalmente tenían prerrogativas bien diferenciadas en la sociedad, no parece que hubiera una barrera insuperable para quien quisiera variar el esquema. El egipcio de aquel tiempo reconoce a la mujer, no como igual al hombre, pero sí como su complemento. Este respeto se expresa claramente tanto en la teología como en la moral, pero es bastante difícil determinar su grado de aplicación en la vida cotidiana de los egipcios. Eso sí, está muy distante de la sociedad Griega, dónde la mujer era considerada como «un menor de edad eterno». Por otra parte, la literatura egipcia no vacila en presentar la mujer como frívola, caprichosa y poco fiable, pero a pesar de todo, las egipcias se beneficiaron de una posición que se encuentra en pocas sociedades.
Clichés que segregan por sexo desde la infancia

Los estereotipos y la manera de enseñar matemáticas minan la capacidad femenina en España, según los resultados del test retos Matemáticos realizado por los promotores del método Smartick.
Con respuestas de 7.147 mujeres y 7.270 hombres, el estudio demuestra que los adultos españoles apenas aprueban un test matemático de Secundaria.
Los resultados de las mujeres son bastante peores que los de los hombres (4,27 frente a 5,62), independientemente del nivel de estudios (desde Primaria a estudios de Master o Doctorado).
De hecho, tan sólo los bachilleres y universitarios hombres y las mujeres con master o doctorado logran un aprobado en el test.
Sin embargo, las métricas por género en Primaria del método Smartick revelan que esta diferencia no se aprecia en Primaria, donde las niñas sacan incluso mejores notas en Matemáticas.
La razón es por tanto de carácter social ya que, según Jo Boaler, profesora de la universidad de Stanford, la sociedad desperidicia el talento matemático de las niñas.
A su juicio, la forma en que se enseñan matemáticas en nuestros colegios, al poner énfasis en los resultados y en lo puramente procedimental en contraposición a un enfoque más integral, es particularmente lesiva para las mujeres, que necesitan entender mejor los porqués y para qué sirve lo que aprenden.
Si a eso le sumamos una cultura y una sociedad que tiende a favorecer ciertos estereotipos machistas, estamos ante un claro ejemplo de profecía autocumplida, apunta.
Ideas preconcebidas
Las ideas preconcebidas que asocian una mayor brillantez intelectual al género masculino empiezan a afectar a las niñas a una edad tan tierna como los seis años, según indica un estudio de las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton, cuyos resultados se publican esta semana en la revista Science.
Según explica a Sinc Lin Bian, investigadora de Psicología de la Universidad de Illinois y una de las líderes del trabajo, “los estereotipos que otorgan una mayor habilidad intelectual a los niños que a las niñas emergen muy pronto y tienen un impacto sobre las aspiraciones profesionales de las mujeres”.
Para probar a qué edad empiezan a gestarse estas ideas, los investigadores llevaron a cabo varios experimentos con niños y niñas de entre 5 y 7 años. En uno de ellos, se les hizo escuchar una historia sobre una persona que era ‘muy inteligente’ y luego se les pidió que adivinaran cuál de cuatro adultos desconocidos (dos hombres y dos mujeres) era el protagonista. También se les dijo que eligieran qué adulto en una serie de pares de diferentes géneros era ‘muy, muy inteligente’.
Si bien los resultados mostraron que tanto los niños como las niñas de 5 años veían a su género de manera positiva, las niñas de 6 y 7 años eran mucho menos propensas a asociar la brillantez con su propio género. Estas diferencias de edad fueron muy similares entre participantes de contextos socioeconómicos y étnicos diversos.
En una prueba posterior, a un grupo diferente de niños y niñas de 6 y 7 años se le invitó a participar en dos juegos, uno para niños ‘realmente inteligentes’ y el otro para los que ‘trabajan muy duro’. Las niñas estuvieron mucho menos interesadas que los niños en el juego para inteligentes. Sin embargo, no hubo diferencia entre unos y otras en la elección del juego para los trabajadores.
Un experimento final comparó el interés de los niños y niñas de 5 y 6 años por los juegos para niños inteligentes. Los resultados no mostraron diferencias significativas en los niños y niñas de 5 años; sin embargo, la inclinación de las niñas de 6 años por esta actividad fue, de nuevo, inferior a la que mostraron los niños.
Sara-Jane Leslie, investigadora de Filosofía de la Universidad de Princeton y otra de las autoras, recuerda las conclusiones de un trabajo anterior, en el que analizaron cómo el estereotipo del genio limita las carreras de las científicas.
«Las mujeres son menos propensas a cursar títulos superiores en campos que, según la creencia establecida, requieren brillantez intelectual. Estos nuevos hallazgos muestran que estos estereotipos empiezan a afectar las decisiones de las niñas en una edad increíblemente temprana», destaca.
En opinión de Lin Bian, “si queremos cambiar las mentes de los jóvenes y hacer que el mundo sea más equitativo, necesitamos saber cuándo comienzan a surgir estos estereotipos para poder intervenir y evitar estas consecuencias negativas sobre las decisiones educativas de las niñas y sus futuras opciones de carrera”.
El Edén de los primeros decepcionados del mundo

El amor libre, el feminismo en igualdad, la psicología alternativa, la vida contemplativa, el rechazo al vestido, la dieta vegetariana y la vida al aire formaron parte de «Monte Veritá», en Ascona (Suiza) hace más de un siglo, como recoge «Contra la vida establecida», que se puede encontrar en las librerías de la mano de ‘El Paseo Editorial’.
Escrito por la directora de cine alemana Ulrike Voswinckel y traducido por Fernando González Viñas, editado por el sello sevillano, el libro incluye un álbum de 125 fotografías de época -un desnudo integral de Hermann Hesse de espaldas posando en un roquedal, entre ellas- procedentes de los archivos personales de aquellos artistas, bohemios y hasta militares considerados los abuelos de lo hippies.
Otras imágenes proceden de la exposición que el ya fallecido Harald Szeeman -que fue comisario de la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla- celebró en los años setenta sobre «Monte Veritá», una muestra que también sirvió de base a Ulrike Voswinckel, quien puso a su obra el subtítulo de «De Munich a Monte Veritá: Arte, anarquía, naturismo y contracultura en la Europa de principios del siglo XX».
Rilke visitó la colonia anarquista establecida junto al lago Maggiore, Freud y Kafka escribieron sobre ella, la plana mayor del dadaísmo la empleó como refugio durante la Primera Guerra Mundial, fue un vivero de pintores y bailarines expresionistas y, cuando allí se celebraba el carnaval, lo normal era disfrazarse de Dante u Homero.
A medio camino entre el paraíso natural y el artificial, el experimento de «Monte Veritá» influyó también en la obra de Daphne du Maurier, de D.H. Lawrence y Carl Gustav Jung, si bien casi todos sus protagonistas, alemanes la mayoría, han caído en el olvido, como los bailarines Rudolf Laban y Mary Wigman, los pintores Ernst Frick y Marianne von Werefkin, los escritores Franziska zu Reventlow, Else Lasker-Schuler y Friedrich Glauser.
En la correspondencia que todos ellos intercambiaron y en sus archivos personales basa Voswinckel su historia de aquel reducto de discípulos de Thoreau y lectores de Tolstoi, cuyos pioneros, en la temprana fecha de 1905, decidieron abandonar el barrio bohemio de Schwabing, en Múnich (Alemania), por un paisaje natural, un «lugar magnético», donde poner en práctica sus ideales contraculturales, eliminando cualquier normal social y religiosa entonces vigente.
Tan sanas intenciones prendieron, ya en los primeros momentos de «Monte Veritá», una discusión entre los partidarios de sacar alguna rentabilidad del lugar, con idea de reforzar su independencia, y de los anarquistas de alma y cuerpo que se negaban a pensar en otra economía que no fuese la de la mera contemplación, en imitación de los eremitas.
Así, unos hablaban de comuna libertaria donde consumirían lo que produjesen y se olvidarían del mundo y crecerían en la medida en que atrajeran a jóvenes decepcionados del mundo; otros, más pragmáticos, entendían que lo que fundaran debía al menos rendir suficiente beneficio como para, precisamente, olvidarse del mundo. En cualquier caso, pretendían potenciar la vida al aire libre, alimentarse de luz y paisaje, prescindir de cualquier regla acerca de relaciones amorosas y, desde luego, partir de una absoluta igualdad entre hombres y mujeres.
De hecho fue fundamental en el desarrollo de la idea primera Ida Hoffman, una joven alemana que había conocido al austriaco Henri Oedenkoven en el sanatorio esloveno de Velves, donde el muchacho había ido a parar después de padecer una enfermedad que casi lo mata: allí Oedenkoven convenció a Ida de las ventajas del vegetarianismo. Allí empezaron a soñar en construir su propia colonia naturista, que para Ida Hoffmann debía ser algo más, como debía ser algo más para el tercer implicado: el militar Karl Graeser, también ingresado en Velves, que odiaba la propiedad privada y deseaba cualquier promesa para poder abandonar el Ejército. Junto a él llamaba la atención su hermano Gusto, porque podía prestarle la apariencia a las figuras arquetípicas que habrían de relacionarse con el Monte Verità: iba siempre descalzo o en sandalias, cubierto por una túnica, y gustaba de perderse por los caminos y entrar en las posadas a tratar de pagar comida y habitación con un poema. Fue Oedenkoven el que bautizó al monte cuando encontraron el lugar adecuado. No era extraño que unas décadas antes, huyendo también de las decepciones del mundo, el mismo Bakunin encontrara refugio en aquella región.
Lo que buscaban aquellos jóvenes -adinerados, por supuesto- era un lugar del que sentirse a salvo del mundo para inventar otro mundo. Un paraíso para pocos que supiera encogerse de hombros ante las ansiedades de la burguesía, a la que pertenecían, y las luchas de los proletarios. El naturismo se daba la mano con la anarquía, el nudismo quería reinventar el Edén: sin embargo, también la anarquía necesitaba de reglas y dogmas, la espontaneidad también necesitaba previsión y agenda.
Aquella sana convivencia de la primera época de tan peculiar sociedad de artistas y bohemios duró hasta después de la Primera Guerra Mundial y aún pervivió de algún modo en la década de los veinte, mientras que los últimos intentos de revitalización datan de los años cincuenta, pero ya bajo la forma de balnearios, hoteles u otros sistemas de explotación turística.
Harald Szeeman, en 1978, para su exposición sobre «Monte Veritá» eligió este epígrafe: «Una aportación para el redescubrimiento de una topografía sacral contemporánea».
Pero para «redescubriento» el que debieron experimentar los jóvenes contestatarios de la época, que tal vez pensaron que su mundo arrancaba en Mayo del 68, con retratos como el de Elisabeth Gräser tomado a principios de siglo junto a su media docena de hijos, ataviados todos de túnicas floreadas, sandalias, trenzas y cintas en el pelo y hasta algún bolso de tela en bandolera, exactamente igual que los hippies que medio siglo después pretendieron triunfar a base de paz, amor y algo de hierba.
Moralidad, yugo y familia

La obra «Mujer, moral y franquismo: del velo al bikini», de la autora y profesora de Historia de la Universidad de Málaga Lucía Prieto, analiza el control que el régimen franquista ejerció sobre la mujer y la política demográfica, con incidencia en la sexualidad femenina bajo valores católicos.
Así lo destaca la autora en un recorrido por las décadas más oscuras del franquismo, y en concreto del control que hizo a través del Patronato de protección a la mujer.
La institución se creó en 1941 y duró hasta 1971 con el objeto de «luchar contra la prostitución», actividad que fue legal en España hasta 1956, con sus censos de «casas de lenocinio», aunque el objetivo real fue controlar a las mujeres con «riesgo moral» o «comportamientos opuestos» al dictado de la Iglesia.
La creación de este organismo formó parte de la «estrategia demográfica» del régimen franquista, ha explicado la experta, para «controlar la moral y la sexualidad femeninas» y «garantizar la regeneración demográfica» tras la Guerra Civil y la procreación dentro del matrimonio católico, ya que nunca se incidió sobre el factor de la prostitución.
El fin de la guerra trajo consigo un «aumento espectacular» de la misma, ejercida de manera legal y clandestina, y como consecuencia social quedaron «mujeres solas, niñas huérfanas» o familias desestructuradas por el éxodo, con altos niveles de pobreza, registrando Barcelona y Málaga los mayores volúmenes de actividad.
Asimismo, se suprimió la legislación Republicana, y con ello la prohibición del divorcio, el matrimonio civil o el aborto.
Esto se tradujo en la «estigmatización» de las parejas que no estaban casadas por la Iglesia o de las madres solteras, la persecución del adulterio femenino, no así del masculino; o el «control de la vida sexual de las mujeres» con la interiorización del discurso de que éstas debían llegar «vírgenes al matrimonio» y reproducir.
El cambio social de los años 50 supuso en España que «el Estado invirtiera en la creación de reformatorios de mujeres», donde quedaban «recluidas» chicas de entre 16 y 25 años que habían llevado una «conducta contraria al régimen». Allí se ejercía un «control estricto», pero «no orientado a formación intelectual».
Otro de los aspectos que ha estudiado ha sido el funcionamiento de los centros de maternidad, en los que «el régimen acogía a madres solteras», siendo su mayor preocupación el que los menores nacieran, pero olvidando a las mujeres.
El estudio se centra en Málaga, donde el Patronato tuvo especial intervención por la preocupación que existía en cuanto a los efectos del turismo y la «liberalización de las costumbre», lo que provocó la «construcción de nuevos centros» como las «residencias de señoritas» bajo el control del patronato y la Iglesia.
Y es que en la capital malagueña se daba una de las mayores concentraciones del país de prostíbulos, similar a Barcelona, y que con la ilegalización del ejercicio en 1956 no desapareció, sino que «se incrementó».
Prieto destaca que el régimen «implantó un programa de moralización para erradicar la prostitución» bajo un «control absoluto de la conducta de la mujer» y «un modelo de comportamiento basado en valores católicos» que la sociedad española arrastra hasta nuestros días.
La autora opina que la «educación en valores» en la escuela y el conocimiento son los instrumentos a través de los cuales se puede cambiar la sociedad, ya que la escuela en España «no es laica» y los «valores perviven», ha criticado, aunque se han implementado políticas contrarias desde los gobiernos democráticos.
Por ello, aboga por seguir trabajando en la igualdad de género o «luchar contra la violencia simbólica”.
Adoctrinamiento desde la escuela
Según el periodista Edmundo Fayanas, «no de los aspectos del cambio que había realizado la II República es la implantación de la coeducación en el sistema educativo. Una de las primeras medidas del régimen franquista, una vez finalizada la guerra civil fue la prohibición de la coeducación, medida tomada, el uno de mayo de 1939. Es sabido, que los maestros republicanos fueron fuertemente represaliados, provocando la muerte de miles de ellos».
Para Fayanas, «uno de los principales promotores del fin de la coeducación fue Onésimo Redondo, porque consideraba la coeducación como un capítulo de acción judía contra las naciones libres, un delito contra la salud del pueblo, que deben penar con sus cabezas los traidores responsables.
En el artículo 26 del Concordato firmado entre España y el Vaticano en el año 1953, decía: “Todos los centros docentes, de cualquier orden y grado, sean estatales o no estatales, la enseñanza se ajustara a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia católica”.
Luis Alonso Tejada, en su libro “La represión sexual en la España de Franco”, analiza cómo el sistema educativo creado por el franquismo tenía como objetivo la limitación de las posibilidades intelectuales de las niñas y las mujeres, cuya única finalidad era encaminarlas a actividades de inferior rango cultural y social, es decir. al mundo del hogar y cumplieran su finalidad reproductiva.
El discurso franquista hablaba de la necesidad de una educación adaptada a cada uno de los sexos, para que así se pudieran desarrollar las características masculinas y femeninas. La mezcla de los sexos resultaba pues muy peligrosa para el desarrollo de los individuos, suponiendo una masculinización para las mujeres y una feminización para los hombres.
Botella Llusía rector de la Universidad Complutense de Madrid lo dejaba bien claro, cuando decía lo siguiente: “En esta educación juvenil de la mujer, es un error educar a las mujeres igual que a los hombres: la preocupación que deben recibir para la vida es radical y fundamentalmente distinta. Un formación encaminada no a hacer de ella un buen ciudadano, sino una buena esposa y una buena madre de familia o, si se queda soltera, en un ser útil a sus semejantes”.

En el año 1943, Pilar Primo de Rivera decía: “Las mujeres nunca descubren nada, les falta talento creador, reservado por Dios para las inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho… por eso hay que apegar a la mujer con nuestra enseñanza a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta, tenemos que hacer que la mujer encuentre allí toda su vida y el hombre todo su descanso”.
Como podemos comprobar actualmente, todavía quedan rasgos muy importantes de la educación franquista en nuestra sociedad. No hemos avanzado mucho cuando hoy en día, los colegios del OPUS DEI segregan por género, renunciando a un principio básico cual es la igualdad de género y la coeducación.
Se practicaba la doble moral en el franquismo y regía tanto en los comportamientos masculinos como en los femeninos. La feminidad significa pertenecer a un solo hombre y por tanto era fundamental conservar la virginidad para el matrimonio. Sin embargo, se aconseja que los hombres fueran castos hasta el matrimonio, pero sí se les permitía tener relaciones con prostitutas.
Matrimonio y castidad femenina
Por Orden ministerial del diez de marzo de 1941, se plantea que las parejas que no deseasen casarse por el matrimonio religioso, podían hacerlo solamente por lo civil siempre y cuando justificasen el no ser católicos mediante un certificado. Prácticamente nadie empleó esta disposición, porque era considerado esto ser republicano y en consecuencia una traición política al régimen franquista, poniendo en riesgo su libertad.
Fayanas explica que «un aspecto muy llamativo dentro del franquismo es la prohibición del uso de los anticonceptivos, de ahí que muchos españoles son hijos del método anticonceptivo de la ‘marcha atrás’. Estaba prohibida cualquier cosa que impidiera la reproducción».
En el Código Penal del año 1944 aparece la figura “del parricidio por honor” -recuerda Fayanas- cuando se sorprendía a la mujer en adulterio, no así el hombre. Esta figura del adulterio estuvo vigente hasta el año 1963.
Las mujeres solo podían pertenecer a un solo hombre. En cambio, el marido cometía el delito del adulterio solo cuando su amante vivía con él, o sea en el hogar familiar, con la esposa y los hijos, o cuando la relación era públicamente conocida y provocase un escándalo público.
Para la familia franquista la virginidad femenina era esencial, ya que si se perdía no sólo se ponía en duda la honestidad de la chica, sino también la de la familia. Cuando una chica soltera comunicaba a sus padres su embarazo algunos la protegían escondiéndola o ayudando al aborto o al infanticidio. Sin embargo muchos padres decidían echar a la hija del hogar para salvar el honor de la familia.
Los chicos que mantenían relaciones sexuales antes del matrimonio no eran culpables de nada, sino que aparecían como los más viriles del mundo. Muchos fueron clientes adictos de las prostitutas y la sociedad nunca los juzgó como sí hacían con las mujeres.
Las mujeres no podían denunciar a sus maridos por adulterio cuando éste mantenía relaciones sexuales con otra mujer. La legislación franquista les obligaba a demostrar la existencia de una vida en común entre los dos amantes.
El padre Quintín Sariegos en su libro “La luz en el camino” dice: “En el 90% de los casos son ellas las que desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su celo apetitoso”.
Las chicas de la burguesía franquista con la educación que recibían acaban siendo frígidas. Su práctica sexual era timorata, haciendo el amor a oscuras, siempre con pijama y exclusivamente con fines reproductivos y no como forma de placer. Si una mujer tenía un orgasmo ultrajaba al marido e inmediatamente se iba a confesar. En el trabajo “Las españolas en secreto, comportamiento sexual de la mujer en España” realizado por José Antonio Valverde y Adolfo Abril, publicado en el año 1975 decía lo siguiente: “Podemos estimar las insatisfacciones sexuales femeninas entre un 74% y 78%. Esto es muy claro, que cada cien españolas con actividad sexual generalmente dentro del matrimonio, setenta y seis no encuentran satisfacción; de cada cien, setenta y seis no alcanzan el orgasmo y, en muchas ocasiones, ni lo han conocido”.

Esta falta de placer de la mujer casada española era algo impuesto por la educación que se les proporcionaba. Si seguimos al famoso rector de la Universidad Complutense de Madrid, Botella Llusía decía:
“Hay muchas mujeres, madres de hijos numerosos, que confiesan no haber notado más que muy raramente, y algunas no haber llegado a notar nada, el placer sexual, y esto sin embargo, no las frustra, porque la mujer, aunque diga lo contrario, lo que busca detrás del hombre es la maternidad… Yo he llegado a pensar alguna vez que la mujer es fisiológicamente frígida, y hasta la excitación de la libido en la mujer es un carácter masculinoide, y que no son las mujeres femeninas las que tienen por el sexo opuesto una atracción mayor, sino al contrario”.
El matrimonio franquista solo busca una sexualidad procreadora que dependía del plano divino. Los hombres y las mujeres solo debían colaborar con Dios y se les prohibía que utilizasen la relación sexual con el único fin de gozar.
La masturbación
Siempre ha sido una obsesión del franquismo y de la iglesia católica española. El padre García Figar atribuía a la masturbación problemas físicos y mentales y decía “Desnutrición orgánica. Debilidad corporal. Anemia general. Caries dental. Flojera de piernas. Sudor en las manos. Opresión grande en el pecho. Dolor de nuca y espalda. Pereza y desgana para el trabajo y hasta la imposibilidad de realizarlo. Acortamiento de la vida sexual, imposible de rescatar más tarde. Pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio. Esterilidad espermatozoide. Retentivo nulo. Oscuridad en el entendimiento. Obsesiones y desvarios. Voluntad débil. Incapacidad para el sacrificio. Aficiones animales”.
Existían manuales, que señalaban como debían dormir los niños/as. Siempre las manos fuera de las sábanas y de la manta. Se intentaba que los colchones fueran duros y se recomendaba no llevar ropa interior de lana, porque producía mucho calor y podría excitar al portador.
En los internados (que eran muy numerosos en esas épocas pues era la forma de que los chicos/as de los pueblos pudiéramos estudiar) se recomendaba que por la mañana, una vez despierto, no permanecieras más tiempo en la cama, pues puedes caer en el pecado de la impureza. Se llegaba al extremo de prohibir a los chicos meter la mano en los bolsillos.
El escritor Francisco Umbral en su libro “Memoria de un chico de derechas” describía lo siguiente:
“Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales. Odiábamos nuestro cuerpo, le temíamos, era el enemigo, pero vivíamos con él, y sentíamos que eso no podía ser así, que la batalla del día y la noche contra nuestra propia carne era una batalla en sueños, porque ¿De dónde tomar fuerza contra la carne sino de la propia carne? Había un enemigo que vencer, el demonio, pero el demonio era uno mismo”.
El noviazgo
Emilio Encisó Viana escribía en el año 1952 el libro “La muchacha y la pureza”, en el decía: “Cuando los vestidos, por frivolidad o por tontería de la moda o por descuido, se achican, se ciñen, o de otro modo resultan provocativos, son inmodestos… Haya quien dice ¿Qué tiene que ver en el vestido femenino un centímetro más o menos? Son tonterías de los curas y las beatas ¿No han de tener nada que ver? Ese centímetro hace que en el vestido no exista la moderación, la regla, el equilibrio que exige la decencia cristiana, y es ocasión de que, al verlo, ofenda la pureza ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, que los novios vayan cogidos del brazo? ¿No ha de tener que ver? Esas intimidades, esa licencia de coger el novio el brazo de la novia, es una puerta que se abre al pecado, es una facilidad para él, es un incentivo, es una hoja arrancada a la flor de la pureza, es la corteza que se ha quitado a la fruta”.
Era habitual en esta época franquista que en la prensa provincial aparecieran relaciones de parejas que habían sido multadas por atentar a la moral con actos obscenos en la vía pública.
El padre Antonio Aradillas escribió un título ¿El beso…?, decía: “Pero un día pudo más la pasión que el cariño, y el novio sorprendió a Maribel con un beso brutal clavado con saña de bestia en la mejilla de nieve de f13la chica piadosa. El beso del novio se había clavado punzante en la mejilla, y con rabia comenzó Maribel a restregar su cara, intentando borrar toda huella posible. Y claro, la huella se hizo más ancha, más roja y más profunda. Se le ve a simple vista en su cara… Ha llegado a sentir auténtico asco de todos los labios humanos”.
Era habitual en las familias burguesas franquistas tener criadas. Era cotidiano que los chicos de esas familias iniciaban sus primeras experiencias sexuales con las criadas familiares.
La conocida literata Carmen Martín Gaite escribió el libro “Usos amorosos de la postguerra española”. En dicho libro, nos relata como era habitual en esta época que las chicas con pocos recursos que trabajaban como criadas, no podían aguantar la presión de los chicos. Cuando eran sorprendidas en este tipo de relaciones eran despedidas, lo que provocaba que muchas acabaran en la prostitución al no tener otra posibilidad para poder sobrevivir. Se decía que los chicos se podían sobrepasar con las criadas todo lo que querían y para ello utilizaban el chantaje.
Homosexualidad
Fayanas explica que «la iglesia veía la homosexualidad como una sexualidad no reproductiva y pecaminosa». «Desde el punto de vista militar -prosigue-, era una traición a los valores militares, y desde el punto de vista del poder franquista se veía como prácticas de la izquierda, es decir, rojos, ateos y decadentes. La palabra ‘maricón’ se convirtió en el insulto por excelencia».

Cuando el franquismo se asentó, se empezó a perseguir a la homosexualidad de una forma más clara, los llamados “violetas”. Los hombres considerados homosexuales durante el franquismo eran tachados de enfermos y sometidos a terapias muy duras.
El régimen había creado los modelos del hombre y la mujer, basándose en la ortodoxia de la moral del nacional catolicismo. El hombre debía ser viril, fuerte y líder, mientras que la mujer, relegada al hogar, tenía que mostrarse buena esposa y madre al cuidado de la prole. La dictadura entró en la vida privada de las personas indagando en las conductas desviadas y en las inclinaciones impropias de los verdaderos españoles. El clima social opresivo condenó a los homosexuales al miedo y a la clandestinidad.
Para el franquismo la relación sexual entre dos mujeres era algo que no se podía concebir. Era impensable que una mujer pudiera disfrutar de su sexualidad y en consecuencia no estaba permitido salirse del papel que la sociedad del régimen les había encomendado que no era otro que el de tener hijos y atender el hogar. Es decir, para el régimen franquista el lesbianismo no existía. De esta forma, dos mujeres podían pasear y estar juntas siempre, sin que se pusiera en cuestión su sexualidad, mientras que esto era imposible en el hombre.
La homosexualidad masculina, como estamos viendo se reprimió con dureza y claridad: leyes de peligrosidad social, listas de maleantes, detenidos. Sin embargo, para el franquismo el lesbianismo no se contemplaba, en consecuencia se silenciaba y negaba su existencia. Si algo se ignora o se niega, no existe: así pensaba el régimen.
No obstante, Fayanas destaca que «las lesbianas desarrollaron hasta redes económicas para no depender de los hombres. Eran solidarias y crearon increíbles espacios de libertad: desde acampadas hasta zonas bohemias, como el Paralelo o las Ramblas de Barcelona. Sus relaciones eran clandestinas, pero disimulables: nadie podía imaginarse que dos amigas del brazo podían llegar a tener una relación «tan subversiva”, como dice Matilde Albarracín.
Mujeres en la sopa de letras

Desde que Antonio de Nebrija escribiese en 1492 la primera gramática castellana, la historia de la lingüística española ha estado escrita en masculino plural. La prueba es que la Real Academia Española (RAE) tardó 298 años en permitir que una mujer filóloga, Inés Fernández-Ordóñez, ocupase uno de sus sillones. Claro que la RAE tampoco aceptó en sus filas a María Moliner, cuyo diccionario han utilizado millones de personas en todo el mundo.
Esa falta de visibilidad y reconocimiento por parte de la ortodoxia académica no significa que las mujeres no se hayan ocupado del estudio del lenguaje. Al contrario. Solo en el caso español, entre el siglo XV y el XIX, fueron cientos las mujeres que ocuparon cátedras de lenguas clásicas, monjas de clausura que cultivaron la lengua vulgar castellana, mujeres traductoras, periodistas, filósofas, gramáticas…
Su obra, sin embargo, quedó oculta tras figuras como la de Nebrija en el siglo XV o el mismísimo Noam Chomsky en pleno siglo XX. Es lo que la catedrática de Lingüística de la Universidad de Córdoba María Luisa Calero llama “lingüística subterránea”. Hasta que un equipo internacional de investigadoras, coordinado por las profesoras de la Universidad de Cambrigde Wendy Ayres-Bennett y Helena Sanson y en el que participó la profesora Calero, recuperó e hizo visible las obras de las mujeres lingüistas a lo largo de la historia y en diferentes tradiciones, desde las lenguas clásicas o el castellano hasta las lenguas orientales.
Con ese objetivo, en 2016 tuvo lugar en la Royal Society de Londres un cónclave de investigadoras de más de veinte países en el congreso científico ‘Distant and neglected voices: women in the history of linguistics’, que repasó el papel de las mujeres en el estudio del latín y el castellano desde el siglo XV hasta el XIX. Un encuentro en el que se analizó la contribución de las mujeres en el estudio del lenguaje desde tradiciones tan diferentes como la occidental, la africana, la oriental o la árabe.
El objetivo, según explicaba Calero, es que “esta imponente herencia femenina se incorpore con toda naturalidad a la historiografía lingüística oficial, así como a los programas de enseñanza universitaria. Será un proceso largo, que seguramente encontrará las inevitables resistencias, pero esa incorporación de las voces de las mujeres lingüistas a la historia común será, a partir de la publicación de esta historia de las mujeres lingüistas, un hecho imparable”.
El lenguaje y la historia
Esta nueva línea de investigación no fue el primer intento de la profesora Calero de acercarse a un análisis histórico del estudio del lenguaje. Desde que en 1994 publicara el libro ‘Proyectos de lengua universal. La contribución española’, en el que repasaba los intentos españoles por crear lenguas artificiales, la catedrática de Lingüística de la Universidad de Córdoba siempre utilizó la perspectiva historiográfica para arrojar luz a la evolución del lenguaje.
En este sentido, Calero dictó un curso en la Universidad de Extremadura en el que presentó el ‘neocriollo’, una suerte de lengua mitad castellano mitad portugués que el pintor argentino Xul Solar imaginó como el idioma común para América Latina. Una idea que no prosperó pero que presenta un ejemplo más de los intentos por facilitar el entendimiento universal.
Entre las cientos de lenguas artificiales que se conocen, son muy escasas las que han llegado a prosperar como lenguas de comunicación real y efectiva. La más célebre entre ellas es el esperanto, creado en 1876 por el polaco L. Zamenhof y hoy hablada por más de dos millones de personas en el mundo, según explica Calero. Para la profesora, el esperanto es el ejemplo más claro de una de las muchas aportaciones que han hecho las lenguas artificiales a la comunicación en general.

También los inventores de lenguas artificiales han ayudado a crear nuevos códigos lingüísticos para encriptar mensajes, como fue el caso del español Juan Caramuel en el siglo XVII, entre otros. Algunos otros creadores de lenguas vieron la posibilidad de inventar nuevos lenguajes científicos para una más exacta denominación del ámbito de la botánica, la zoología, la química, la medicina, etc., como el Padre Sarmiento en el siglo XVIII.
“Todos estos casos sirven también para demostrar la aportación de las lenguas artificiales al lenguaje en particular, puesto que todos estos autores que se preocuparon por inventar nuevas lenguas de comunicación realizaron a la vez un gran esfuerzo de reflexión sobre las lenguas y el lenguaje, en su intento de hallar rasgos comunes a todas las lenguas para que esas nuevas lenguas inventadas fueran eficaces como medios de comunicación universal”, explica Calero.
Brebaje de resignación para mujeres oprimidas

«A las mujeres, aunque tengamos la razón, siempre nos toca perderla», «Darte unos azotes, con muchísimo cariño». «Hágase la ciega, sorda y muda. Es lo mejor». Estas son algunas de las recomendaciones que Elena Francis daba a las mujeres en su consultorio radiofónico y que ahora analiza un libro.
Las cartas de Elena Francis. Una educación sentimental bajo el franquismo, de Armand Balsebre y Rosario Fontova, es el título del libro que edita Cátedra y que saca a la luz la correspondencia inédita de Elena Francis, un personaje de ficción que se convirtió en la consejera sentimental de las españolas, «un fenómeno de masas del brazo de la ideología nacionalcatólica».
Un jugoso material que fue encontrado por azar. Más de un millón de cartas que fueron halladas en 2005, abandonadas en un almacén de Cornellá (Barcelona) dirigidas a Elena Francis. 100.000 de estas cartas pudieron ser rescatadas de su deterioro para su estudio por Mari Luz Retuerta, directora del Archivo Comarcal del Baix Llobegrat.
Así, un 10 por ciento de este material ha sido catalogado y digitalizado ya y el estudio que recoge este libro analiza más de 4000 cartas escritas entre 1950 y 1972. Balsebre y Fontova, las autoras del libro, no desvelan la identidad ni dirección de las mujeres firmantes.
Un análisis que, según escriben las autoras en el prólogo del volumen», demuestra «la severa amputación mental a que eran sometidas las mujeres españolas, su falta de autonomía personal y profesional y su sumisión endémica respecto al hombre; su infelicidad provocada por el ñoño sentimentalismo ambiental en el que vivían, atrapadas en ‘el que dirán’ y en la castradora institución familiar».
El 27 de noviembre de 1950 comenzó desde las antenas del Radio Barcelona -en 1965 se trasladó a Radio Nacional de España- el consultorio de Elena Francis, un personaje que duró 33 años, construido por un grupo de guionistas y que fue una plataforma para vender los productos de belleza del Instituto Francis.
Violencia sexual
La ficticia Elena Francis actuaba como «guía y consuelo» a millones de mujeres a las que brindaba protección e introducía respuestas «de acuerdo con los principios morales y religiosos promovidos por el franquismo». Cartas en las que se relataban episodios de violencia sexual, malos tratos, faltas de oportunidades o detalles íntimos de la vida matrimonial.
«Si usted tiene paciencia su esposo volverá a su lado». Decía Elena Francis a sus oyentes en su programa en donde nunca leía las cartas recibidas y solo sus respuestas a un auditorio mayoritariamente perteneciente a la clase trabajadora. Aunque la audiencia potencial a la que aspiraba el Instituto Belleza Francis, en cambio, estaba más cerca de la clase media alta, que era el público que podía pagar sus productor, según las autoras.
«No amiguita, no. Yo creo que una mujer debe luchar denonadamente para conservar a su lado a su esposo, cuando este lo es, y debe aguantar hasta ciertos actos suyos por bien del matrimonio»… contestaba Elena Francis, personaje creado en su primera etapa por una guionista llamada Ángela Castells, «siguiendo las coordenadas ideológicas de la Sección Femenina de Falange y los postulados religiosos y morales».
«Amiga invisible», «ángel de la guarda», «un hada buena» o «mamá francis» son también algunos de los apelativos con los que los oyentes llamaban a Elena Francis, mujeres que depositaban en este personaje más confianza que a nadie. Una guía para una formación moral que quiso amoldarse a los nuevos tiempos tras la muerte de Franco.
Pero Elena Francis seguía editorializando contra esa sociedad moderna «sometida a fuertes corrientes liberalizadoras, ninguna de ellas justifica el libertinaje que, como habría escuchado en este mismo consultorio, muchas veces solo produce madres solteras, hijos ilegítimos e intentos de suicidio», dijo en 1977 y en 1984 el consultorio puso punto final.
Concepción Arenal, el pensamiento que arrima el hombro

Ecologista, pacifista, defensora de los derechos humanos y protofeminista, Concepción Arenal fue todo eso en el siglo XIX, aunque de ella solo se recuerdan «unas cuantas frases», dice Anna Caballé, que ha rescatado en una biografía a esta pensadora que «intuía» el futuro.
«Odia el delito y compadece al delincuente» es quizá la frase más conocida de Concepción Arenal (Ferrol, 1820 – Vigo, 1893), una mujer con un «pensamiento impresionante» que ha quedado «oscurecida por la indiferencia general» y reducida a un puñado de consignas, a pesar de haber sido pionera del posterior movimiento feminista en España y de la Filosofía del derecho.
«Yo creo que estamos en deuda con ella. Esta mujer merece que la sociedad española reconozca lo que hizo y el valor que tuvo», comenta Anna Cabellé (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1954), escritora y crítica literaria que ha recorrido multitud de archivos y conocido a los descendientes de Arenal para juntar las escurridizas piezas del puzle de la trayectoria de la pensadora.
El resultado de esta investigación es «Concepción Arenal. La caminante y su sombra», una biografía editada por Taurus dentro de la colección «Españoles eminentes», en la que por primera vez se reúne la vida de una mujer, la de una eminencia intelectual profundamente desconocida.
Arenal dedicó su vida a la defensa de la mujer y los más desfavorecidos, a la reforma penal y la causa obrera, pero en vida le pesó un «prejuicio de genio» que con el tiempo ha hecho que su figura se perdiera en el olvido.
Ni siquiera las Administraciones han mantenido en pie las casas por las que fue pasando, en Madrid, en su refugio en Potes (Cantabria) o en el solariego Pazo de los Núñez, donde fallecería el 4 de febrero de 1893 sin que apenas nadie se interesase por esta mujer a la que veneraban en Europa.
«Se produce la contradicción de que todas las ciudades españolas tienen calles, hospitales, escuelas que se llaman Concepción Arenal, pero vas por la calle y le preguntas a alguien, o a un profesor universitario, y nadie la ha leído», se lamenta Caballé, profesora titular de Literatura Española y responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona.
Esa paradoja es fruto, explica la escritora, de una «falta de respeto por nuestro pasado y nuestra memoria», aunque en los últimos años la «presión del feminismo hace que la sociedad tenga que evolucionar rápidamente» y se reescriba la historia de las mujeres.
«He querido demostrar que es una mujer con un pensamiento impresionante», añade Caballé sobre Arenal, una pensadora que quiso combatir la sociedad de su tiempo «desde el punto de vista moral» a través de una reforma de las costumbres y a la que le movía una gran vocación intelectual y compasiva, pero con el hándicap de ser mujer.
Por ello y por sus vestimentas, marcadas casi siempre por el uso de pantalones, algo insólito en el siglo XIX, a Arenal se le trataba como una «anomalía», porque «su inteligencia era la de un varón pero en un cuerpo femenino».
«Vive en un estado de tensión permanente entre unos sentimientos íntimos poderosos muy intensos y la necesidad de plegarse a una sociedad que la encuentra demasiado fuerte como mujer», comenta Caballé sobre esta eminencia marcada por la prematura muerte de su padre y la de su esposo.
Su biografía se podría dividir en dos épocas muy marcadas: una juventud nerviosa, sensible y arrogante, con dificultades para encontrar el equilibro entre la razón y el temperamento, y una madurez donde la escritora, pensadora y activista se atrevería a grandes cosas.
«Lo que más me ha llamado la atención ha sido la profundidad de su pensamiento, porque no me lo esperaba. Me ha seducido mucho. Y la modernidad de sus pensamientos. Es una mujer que intuye el futuro, comprende por dónde irán las cosas. Tiene todos los ítems que hoy admiramos en una persona», apostilla Caballé.
«Defiende -continúa la escritora- el ecologismo, el pacifismo, va contra los toros, cree que la sociedad no puede fomentar la industria de una forma indiscriminada, y es una protofeminista que defenderá los derechos humanos de los presos, de los niños. En lo único que no era adelantada a su tiempo era su visión de la sexualidad».
Reconoce que le costó «hincar el diente» a una mujer apasionante pero «escurridiza». «Se llama Concha, y con el tiempo genera una concha, un caparazón, para protegerse», concluye Caballé sobre la pensadora gallega.
Tiránicos falos y escopofilia

En los años 70, fue la primera teórica del cine que introdujo la perspectiva feminista en sus análisis. Laura Mulvey (Oxford, 1941) cree que se está fraguando «una nueva conciencia sobre la necesidad del feminismo».
Esa nueva conciencia actual tiene que ver, a su juicio, con el auge de las redes sociales. «Las mujeres siempre han estado sometidas a presiones por su apariencia, pero esa presión ha crecido con Facebook o Instagram; una presión por tener que encajar con un patrón físico determinado», cuenta.
Esto, unido a la presencia constante del teléfono móvil, hace que la intensidad de esa percepción de la propia imagen sea mayor, especialmente en las mujeres jóvenes, que promueven esta especie de tiranía y al mismo tiempo la padecen, puntualiza.
Mulvey publicó su ensayo «Placer Visual y Cine Narrativo» en 1975, en pleno auge de la segunda ola feminista. El libro, considerado un hito, puso en evidencia la imposición de la mirada masculina en la mayoría de las películas del Hollywood clásico, mientras que la mujer era reducida a la categoría de objeto.
En «Placer visual y cine narrativo», a través de la teoría del psicoanálisis de Freud, Mulvey relaciona la imagen de la mujer en Hollywood como objeto sexual con el falocentrismo de la industria del cine. «Pretendemos ocuparnos aquí de cómo ese placer erótico se intercala en el cine, de su sentido y, en particular, del lugar central que ocupa la imagen de la mujer. Suele decirse que al analizar el placer o la belleza se los destruye. Esa es la intención de este ensayo», escribió la directora en plena Segunda Ola Feminista.
Mulvey basó todo en la escopofilia, la búsqueda desesperada del placer sexual a través de la mirada, y en la figura del personaje femenino como materia prima. O, dicho de otra forma, en su representación como un un trozo de carne con ojos. «Las mujeres son mostradas para producir un impacto visual y erótico tan fuerte, que puede decirse de ellas que connotan mirabilidad», explica a través de los casos de Marilyn Monroe en Río sin retorno y Lauren Bacall en «Tener o no tener».
La autora fue más allá y junto a Peter Wollen desbarató en la práctica las convenciones de la narración fílmica que, a su juicio, sustentaban esa mirada masculina y violenta, en la película «Riddles of the Sphinx», una de las cuatro que ha escrito o dirigido.
La cinta, de carácter experimental, narraba las dificultades de una madre joven para cuidar a su hija en una sociedad patriarcal y utilizaba movimientos de cámara de 360 grados ajenos a la acción.
Más de cuatro décadas después, la autora opina que la batalla por la igualdad en el cine no ha hecho más que empezar.
«Siempre he pensado que la situación del cine no cambiaría hasta que no hubiese más mujeres haciendo películas», asegura. «Si me hubieras preguntado entonces qué proporción de mujeres estarían haciendo películas en el cambio de siglo te habría dicho que 50 %, con mucha seguridad», señala.
«Obviamente no es el caso, pero en los últimos años se están alzando voces en los mayores escaparates y altavoces del cine, como Cannes o los Oscar; creo que hay un cierto sentimiento de vergüenza por la escasa presencia de mujeres en la dirección y guion», subraya.
Y aunque sí hay cada vez más mujeres detrás de las cámaras, los obstáculos persisten especialmente en la distribución.
«Hay una discriminación constante, la industria no confía en las mujeres y, además, y hay investigaciones sobre esto, a los hombres se les permite fallar, mientras que una mujer tiene una presión enorme para hacer algo mejor».
Preguntada por el supuesto feminismo de «Wonder Woman», la primera superheroína de Hollywood con película propia y dirigida por una mujer, Mulvey asegura que la clave, en su opinión, está en cómo aborda la violencia.
Amor en prados incendiados

Susan Sontag pasará a la historia como ‘pensadora pop’. Galardonada con el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2003 junto con la escritora marroquí Fátima Mernissi, Sontag ingresó a los 15 años en la Universidad de California, en Berkeley. De allí pasó a la de Chicago, en la que se licenció en 1951 en Filosofía y Letras.
A los 17 años contrajo matrimonio con Phillip Rieff, un profesor de Sociología, con quien estuvo casada nueve años y tuvo un hijo, David Rieff, también escritor.
Publicó su primera novela en 1963, ‘El benefactor’, y luego dos ensayos muy leídos durante la década de los sesenta: ‘Against interpretation’ (1966, publicado en español con el título de ‘Contra la interpretación’) y ‘Notes on camp’.
Susan Sontag pasó a formar parte del selecto grupo de pensadores pop. Aquellos que como Foucault, Eco o Zizek, trascienden popularmente por sus apariciones mediáticas más que por sus publicaciones o teorías. Intelectuales que capturan los signos de los tiempos. Y les encanta
En 1968 fue como periodista a la guerra de Vietnam y las vivencias que tuvo le impidieron seguir escribiendo.
Comenzó entonces a pensar en la posibilidad de dirigir una película, lo que se plasmó en la invitación de un productor de Estocolmo para que fuese a Suecia.
En este país filmó ‘Duett for kannibaler’ (1969) y ‘Broder Carl’ (1971). Combinó la actividad cinematográfica con la publicación de otros títulos, como ‘Estilos radicales’ (1969).
Europa
En 1972 sufrió una crisis personal que dio como fruto el libro ‘Bajo el signo de Saturno’ (publicado en 1980), en el que narra su relación con Europa, su identificación y sus percepciones en ese continente.
Al año siguiente dirigió otra película, ‘Promised lands’, en los Altos del Golán y sobre la guerra árabe-israelí.
Dos años después, y a raíz de que se le diagnosticara un cáncer, escribió ‘Illness as metaphor’ (editada en español como ‘La enfermedad y sus metáforas’).
En 1977 publicó ‘On photography’ (‘Sobre la fotografía’), por la que recibió el premio del Círculo de la Crítica Literaria de Estados Unidos, y al año siguiente el libro de narraciones cortas ‘Yo, etcétera’, uno de cuyos relatos sería la base para el guión de otra película, ‘Unguided tour’, rodada en Italia para la televisión.
Sontag era una autora dotada de una gran formación filosófica, interesada por la literatura de vanguardia, y que, según su colega Gore Vidal, se convirtió «más que ningún otro estadounidense en el eslabón con la literatura europea actual».
Bosnia
En 1992 publicó la novela ‘The volcano lover’ (‘El amante del volcán’) y un año después participó en la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado en Estrasburgo (Francia) para defender la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos.
También viajó a Bosnia, en plena guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo, donde montó, en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes etnias, la obra ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett.
Autora que consideraba que los intelectuales deben comprometerse, Sontag criticó duramente la negativa de otros escritores a viajar a Bosnia y pidió públicamente la intervención occidental en el conflicto.
Sontag, que denunció en diversas ocasiones que el fascismo avanza en Estados Unidos, regresó varias veces a Sarajevo para impartir clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza, lo que le valió el premio de Cultura de la Fundación Montblanc en 1994.
Además, en 1999 protagonizó un enfrentamiento con el escritor austriaco Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en la guerra en los Balcanes.
Ese mismo año fue distinguida por el Gobierno francés con la Orden de las Artes y las Letras, en grado de comendador.
En 2000 recibió el galardón National Book por su obra ‘In America’ (‘En América’), una novela de ficción histórica, y al año siguiente el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros.
Obras traducidas a 26 idiomas
Sontag, cuyas obras han sido traducidas a 26 idiomas, aceptó el galardón pese a las presiones para que lo rechazara, pero aprovechó la ocasión para condenar la ocupación israelí en los territorios palestinos.
Tras la tragedia del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, publicó un ensayo en la revista ‘The New Yorker’ en el que decía que los atentados no habían sido «cobardes», como los calificó el Gobierno de George W. Bush, lo que le valió una lluvia de críticas.
Y en 2003, durante la Feria del Libro de Bogotá, recriminó al escritor colombiano Gabriel García Márquez por su silencio respecto a las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba.
Sus diarios
Considerada uno de los iconos intelectuales de Estados Unidos, Susan Sontag escribió a lo largo de su vida unos diarios que reflejaban su inteligencia audaz y su sed de cultura. David Rieff, su único hijo, publica la primera parte de estos textos, bajo el título de «Renacida».
«Mi decisión sin duda viola su intimidad», afirma con franqueza Rieff, al explicar en el prólogo de este libro, que verá la luz el 1 de abril editado por Mondadori, las razones que lo llevaron a difundir los diarios de su madre, que murió de cáncer sanguíneo en diciembre de 2004, a los 71 años, pero que, hasta pocas semanas antes de su fallecimiento, estaba «convencida de que sobreviviría».
Ese afán por vivir hizo que Susan Sontag, galardonada con el Premio Jerusalén, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio de la Paz de los libreros alemanes, muriera «sin dejar instrucciones» sobre sus archivos o sus escritos dispersos.
No ha debido de ser fácil para Rieff lanzarse a publicar en tres volúmenes una selección de los más de cien cuadernos que la gran escritora, una de las voces más críticas de Estados Unidos, fue redactando desde los catorce años hasta la última etapa de su vida. Y los redactó «solo para ella». «Nunca permitió que se publicara una frase siquiera», señala el hijo.
«Mi madre no fue en ningún sentido una persona proclive a la confidencia. En particular, evitaba hasta donde le era posible, sin negarla, toda referencia a su homosexualidad o todo reconocimiento de su propia ambición. Así que mi decisión sin duda viola su intimidad», afirma Rieff en el prólogo de «Renacida. Diarios tempranos, 1947-1964».
En realidad «los diarios físicos» no le pertenecen a Rieff, ya que su madre, «cuando aún gozaba de buena salud», había vendido sus archivos a la biblioteca de la Universidad de California. El contrato establecía que ese sería su destino cuando muriera la novelista y ensayista, «como ha sido el caso».
Por eso, y aunque este escritor y reportero de guerra no era proclive a publicarlos, se dio cuenta de que, o los seleccionaba y preparaba él, «o algún otro lo haría. Pareció preferible seguir adelante».
«Creo que lo más deseable en el mundo es la libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la Honradez», escribía Susan Sontag a los 14 años en su diario del que su hijo no ha excluido los fragmentos en los que quedara patente la «franqueza sexual» de la escritora o «la crueldad» de algunos juicios que emitía.
A los quince años, Sontag ya tenía claro que «La montaña mágica», de Thomas Mann, era «la mejor novela» que había leído hasta entonces, y hacía largas listas con los libros que debía leer.
La misma pasión que sentía por la literatura la trasladaba también a la música, «la más maravillosa, la más vivaz de todas las artes y la más sensual», decía la autora de libros como «En América», «Ante el dolor de los demás» y de la recopilación de sus ensayos en «Cuestión de énfasis».
Y es que en estos diarios, señala Rieff, «el arte es visto como una cuestión de vida o muerte».
«¿Cuánto hay de narcisismo en la homosexualidad?», se preguntaba Sontag en 1949, cuando ya había aludido varias veces en el diario a su relación con Harriett Somhmers Zwerling, a la que conoció cuando tenía dieciséis años y con la cual viviría después en 1957, en París. Más tarde mantendría una relación con la dramaturga María Irene Fornes, presente igualmente en estos escritos.
Con la misma naturalidad que escribía en abril del 49 que «nada sino humillación y degradación» sentía si pensaba «en relaciones físicas con un hombre», en septiembre reconocía que, tratándose de mujeres, hallaba «mayor satisfacción física en ser ‘pasiva’, aunque emocionalmente», era sin duda «el tipo amante, no el amado… (Dios mío, ¡qué absurdo es todo esto!)», añadía a continuación.
David Rieff cree que estos diarios «fluctúan entre el dolor y la ambición» y reflejan la «maestría en las artes» que tenía su madre, «su pasmosa confianza en la razón de sus propios juicios, su extraordinaria avidez».
Pero también revelan «su sensación de fracaso, su incapacidad para el amor e incluso para el eros. Se sentía tan incómoda con su cuerpo como tranquila con su mente», asegura Rieff.
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