feminismo
Rosario Castellanos, el eterno femenino

Rosario Castellanos fue una mujer hecha a sí misma, una escritora necesaria. Nació un 25 de mayo de 1925 y muy pronto destacó por sus versos. «Tuvo, desde su infancia, una conciencia clara de lo que significaba ser blanca frente a los indios y mujer frente a los hombres», relata Amalia Bautista, poetisa española, en el prólogo de una de sus antologías.
Castellanos nació en Ciudad de México, pero pasó su infancia en la hacienda de sus padres en Comitán (Altos de Chiapas). Esta región congrega la mayor cantidad de población indígena mexicana. A los 22 años se quedó huérfana, sumando la muerte de su hermano años atrás. Estas dos circunstancias la marcaron profundamente. Donó su hacienda y se fue a la capital en busca de una vida mejor.
Se graduó en filosofía y letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la que posteriormente ejercería como profesora. Gracias a una beca, cursó estudios de estética en Madrid. Compaginó la docencia con la escritura en el periódico Excélsior, uno de los diarios mexicanos más prestigiosos. Además, trabajó como promotora cultural para el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Guitiérrez y para el Instituto Nacional Indigenista. Castellanos fue nombrada embajadora de México en Jerusalén en 1971.
Aunque le quedaban muchas cosas por contar, su vida se apagó de forma prematura el 7 de agosto de 1974. La escritora estaba en la ducha y salió corriendo a contestar el teléfono, una lámpara se cruzó en su camino y falleció a causa de la descarga eléctrica que atravesó su cuerpo. Sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres de Ciudad de México.
Rosario Castellanos escribió once poemarios, tres novelas, ensayos, libros de cuentos, relatos, obras de teatro, textos periodísticos… cultivó múltiples géneros, pero todos ellos con un punto en común: un marcado carácter político y la defensa de los derechos de las mujeres.
A través de obras de teatro como Tablero de damas (1952) y El eterno femenino (publicada póstumamente en 1975), fue reconocida como símbolo del feminismo latinoamericano, al revelarse como una de las iniciadoras de la defensa de los derechos de las mujeres, cita su perfil publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
A decir de la crítica especializada, Castellanos forma parte de un selecto grupo de escritoras mexicanas del siglo XX que incursionaron en diferentes géneros literarios, desde poesía, narrativa, teatro y ensayo, hasta textos periodísticos.
Todas sus obras se consideran autobiográficas, en mayor o menor medida. Su fallido matrimonio con el filósofo Ricardo Guerra, las infidelidades de este, sus diversos abortos y depresiones configuran el tema angular de sus escritos.
‘Balún Canán’ (1957) es su obra más conocida. Supuso una gran innovación en las letras iberoamericanas, ya que fue uno de los primeros casos de feminismo literario. Narra, a través de una niña sin identificar, la muerte de su hermano y su desamparo en un mundo controlado por hombres blancos.
‘Ciudad Real’, publicado en 1960, se define en la portada como ‘cuentos sobre la opresión a las culturas indígenas’. En él presenta las costumbres de diferentes tribus, así como las diversos ofensas que tienen que soportar estas minorías. El libro descubre los antecedentes del levantamiento zapatista de 1994.
Entre los temas que ahondó en su obra destacan la inadaptación del espíritu femenino en un mundo dominado por los hombres, la sumisión a la que se vio obligada desde la infancia por el hecho de ser mujer y la melancolía meditabunda. En Lívida luz (1960), la autora revela sus preocupaciones derivadas de la condición femenina en una sociedad machista.
Uno de sus últimos documentos publicados es ‘Mujer que sabe latín’ (1973). Haciendo un gran manejo de la ironía, Castellanos proclama: «La mujer no está preparada ni interesada en el pensamiento». La autora no lo hace como una crítica, sino como una llamada de atención sobre la mujer, que durante siglos y siglos ha sido, y es, juzgada por cómo va vestida, cómo trabaja o cómo actúa.
Rosario Castellanos fue necesaria y continua siéndolo. Una escritora que, pese a una vida llena de luces y sombras, trató de iluminar el camino de las mujeres hacia la concienciación de si mismas en pro de una mayor libertad.
Palabras contra anacronismos

Después del éxito mundial de su “Dios de las pequeñas cosas”, la escritora y militante izquierdista india Arundhati Roy ha publicado una segunda novela más ardiente y política que nunca. Con “El ministerio de la felicidad suprema”, un libro poderoso y complejo, la autora prosigue la obra crítica con la sociedad y el Estado indios que ha construido en las dos últimas décadas con decenas de ensayos.
“No solo en India, sino en todo el mundo, está naciendo un sistema económico que divide a la gente”, dice la intelectual de 56 años. “Describo cómo ese sistema destruye a las personas vulnerables en este país”, agrega.
Al pensar en la Arundhati Roy novelista, uno recordaba la imagen de la joven que recibió, vestida con un sari de color púrpura, el prestigioso premio Booker en 1997 por “El dios de las pequeñas cosas”, del que vendió seis millones de ejemplares en el mundo. En la entrevista realizada una tarde de invierno en un café de la parte antigua de Nueva Delhi, la escritora sigue luciendo el pelo rizado, pero tiene las canas de una mujer de 56 años. Su pequeña estatura, sus ojos rodeados de kohl, el pausado timbre de su voz y sus sonrisas traviesas sorprenden porque contrastan con la vehemencia de sus textos.
¿Por qué pasaron tantos años antes de una nueva novela? “Tardé en recuperarme de ‘El dios de las pequeñas cosas’, no solo por culpa de su éxito material sino porque, de cierta manera, lo saqué del fondo de mí misma”, explica.
“El ministerio de la felicidad suprema”, una novela exuberante con numerosos personajes, pasa de la vida de una comunidad de hijras (transgéneros) de Nueva Delhi a una historia de amor en un ambiente de insurrección en Cachemira.
Aparecen nacionalistas hindúes, la guerrilla maoísta de los bosques del centro del país, la violencia de las castas y los demás temas habituales de la Arundhati Roy militante.
La escritora asegura que tejió esta narración laberíntica a imagen del dédalo urbano de las megalópolis indias. Este libro, redactado en un periodo de 10 años, “hay que aprender a conocerlo como se aprende a conocer una ciudad: recorrer sus carreteras grandes y pequeñas, sus patios traseros, sus solares”, afirma.
Adulada y odiada
Tan idolatrada por sus lectores como odiada por sus detractores, clarividente para algunos, idealista y caricatural para otros, Arundhati Roy levanta pasiones en su país.
La escritora acostumbrada a las polémicas, las manifestaciones y las comparecencias ante los tribunales, se ha forjado desde que alcanzó la fama literaria un perfil de intelectual disidente similar al de Noam Chomsky en Estados Unidos.
“Me costaría estar en paz conmigo misma si no hablara de lo que pasa aquí”, dice para justificar su compromiso intransigente.
“¿Cómo se puede aceptar que se mutile a cientos de personas en Cachemira? ¿Cómo se puede aceptar una sociedad que, desde hace miles de años, decidió que una parte de la población podía llamarse ‘intocable’? ¿Cómo se puede aceptar una sociedad que quema las casas de las poblaciones tribales y expulsarlas de sus hogares en nombre del progreso?”, enumera.
Con una pluma afilada como una cuchilla, esta hija de una cristiana de la región meridional de Kerala y de un hindú de Bengala Occidental lucha contra la crispación identitaria de India bajo la férula de los nacionalistas hindúes.
Su nueva novela describe a estos como gente que ansía un nuevo “Reich” fundamentalista.
“El nivel de comunitarismo y de polarización de la gente nunca había sido tan execrable”, asegura. “Hay milicias que merodean con ganas de quemar salas de cine, grupos de enormes bigotudos que celebran el sati”, una práctica ilegal y rarísima de inmolación de una viuda en la pira funeraria de su marido.
Incansable portavoz de los oprimidos, ecologista, feminista, altermundialista y crítica con el capitalismo, Roy expresa su esperanza de que surja una forma de justicia social de los tumultos del mundo.
“Algo nacerá, ya sea de la destrucción total o de una especie de revolución, pero esto no puede seguir así”, sentencia.
Cronista del corredor sin retorno

Elizabeth Jane Cochran, mejor conocida como Nelly Bly, nació en Estados Unidos el 5 de mayo de 1864. Su padre murió cuando ella era muy pequeña y desde entonces ayudó a su madre a mantener a sus 14 hermanos.
En una ocasión, tras leer un artículo en el periódico Pittsburgh Dispatch titulado “Para qué son buenas las mujeres”, quedó tan enojada que decidió escribir una carta al redactor quejándose. Este último quedó tan impresionado con la respuesta de Nelly que la invitó a escribir un artículo en su periódico.
Tras impresionarse aún más con ese artículo, el redactor le ofreció un trabajo de tiempo completo en el periódico, ella aceptó encantada.
La temática de sus artículos giraba en torno a la situación de las mujeres y sus derechos, debido a esto recibió muchas críticas y decidió dejar el Pittsburgh Dispatch para mudarse a Nueva York.
Cuatro meses después de mudarse se quedó sin dinero pero con destreza logró entrar a la redacción del New York World siendo uno de sus primeros encargos el introducirse en un sospechoso hospital psiquiátrico.
No existía persona que luego de haber sido internada en el lugar hubiera podido salir, por lo tanto era imposible saber las condiciones reales dentro del centro. Los antiguos empleados murmuraban sobre las malas condiciones de este pero ninguno estaba dispuesto a testificar.
Tras la promesa de ser liberada tras pasar allí diez días, se internó en el hospital; sabía que no le agradaría lo que vería, pero lo que vivió fue aún peor de lo imaginado.
Dentro estaba abarrotado, vivía el doble de pacientes de los que permitía la capacidad del hospital; incluso los pasillos estaban llenos de enfermos. La comida era horrible: pan, sopa acuosa y frutas en mal estado. Además estaba infectado de ratas.
Muchos de los internos ni siquiera estaban realmente enfermos, sino que eran pobres o no entendían el idioma. Los pacientes eran maltratados constantemente, los golpeaban, colgaban del techo o se les obligaba a ducharse con agua helada. Y los pacientes que de verdad lo necesitaban no recibían el tratamiento adecuado.
Ningún médico creía cuando los pacientes informaban de los maltratos, por el contrario, eran sancionados con castigos peores.
Trascurridos los diez días, y según lo acordado y prometido, un abogado se personó en el hospital pidiendo la liberación de Elizabeth.
El artículo escrito tras esta experiencia fue titulado “Diez días en una casa de locos”; fue tal su repercusión que los responsables de los crueles maltratos fueron arrestados y la situación de los pacientes mejoró de forma significativa.
Ella continuó escribiendo artículos y su fama logró que se publicaran por todo el mundo. Trató temas como la pobreza, la política y cuestiones en las que las mujeres jamás habían tenido voz anteriormente.
Tuvo la alegría de ver cómo las mujeres por fin ejercían el derecho al voto durante dos años hasta que, a la edad de 57 años, murió de un derrame en 1922 convertida en fuente de inspiración para hombres y mujeres desde entonces por su increíble labor.
Libertad trazada con palabras

Elena Fortún fue la creadora de Celia, personaje infantil más emblemático de la literatura española al que dedicó una serie de novelas, y ahora se ha publicado la novela de tema lésbico «Oculto sendero», considerada su «testamento literario».
«Oculto sendero» es «un acto de valentía no exento de miedo», según la catedrática de Estudios Hispánicos de la Universidad de Exeter, Nuria Capdevila-Argüelles, responsable de esta edición junto a la filóloga María Jesús Fraga.
Es también la historia de una «arisca jovencita, novia a la que no le gustan nada los hombres, mala esposa, madre agitada por la incomprensión de sí misma, moderna artista emancipada después de su maternidad y, finalmente, mujer madura y sola, consciente de su inversión, tras, en conjunto, una triste vida marcada por un doloroso y difícil proceso de concienciación que culmina en final abierto: un sendero oculto, una ruta invisible a los ojos de la mayoría».
Capdevila-Argüelles sostiene en el prólogo a esta primera edición de la novela que si Fortún, en sus libros publicados, dejó un testimonio exhaustivo de una época, en su escritura más íntima, la que no dio a la imprenta y entre la que se encuentra «Oculto sendero», exploró su lesbianismo, «la parte más problemática de su identidad», sobre la que «hubo rumores en vida de la autora» y que ésta «no vivió con la plenitud de algunas contemporáneas, pero sí a medias, dejando tras ella indicios».
Para la catedrática, «lo inusitado del contenido de ‘Oculto sendero’ la convierte en el testimonio clave para el estudio histórico de la sexualidad y emancipación femeninas en la España de las Vanguardias».
El rescate del original mecanografiado de «Oscuro sendero» se debió a la profesora gaditana Marisol Dorao, autora de «Los mil sueños de Elena Fortún» y quien en los años ochenta visitó en Estados Unidos a la nuera de Elena Fortún, la cual le entregó «un gran bolso de viaje lleno de papeles de su suegra».
Entre aquellos papeles, además de cartas, artículos y cuadernos estaba el manuscrito autobiográfico «Nací de pie», la novela sobre la Guerra Civil en Madrid «Celia en la revolución» -que permaneció inédita hasta 1987 y que ha sido reeditada por primera vez este año- y dos novelas escritas a máquina, una de ellas «Oculto sendero».
Para Capdevila-Arguüelles, la infelicidad matrimonial de Fortún se debió también a los desajustes psicológicos de su marido y a su éxito editorial con las novelas sobre Celia, ya que, en la primera parte de su carrera literaria, su esposo le tenía prohibido escribir, de tal modo que había de hacerlo a escondidas, en el baño.
La misma Fortún, en una carta a una amiga, asegura que el haberse casado fue «un disparate».
Capdevila-Argüelles recuerda que en las novelas de Celia apenas si hay referencias al sexo y la sexualidad y que en «Celia institutriz» el personaje casi sufre una violación, de lo que logra escaparse mordiendo al hombre que la asalta, pero que en «Oculto sendero» trata «extensivamente el tema de la agresión y la violencia sexual contra las mujeres».
En esta novela presenta el matrimonio como «una institución esclavizadora que legitima la venta del cuerpo de la mujer al hombre», considera «el código de honor como un ridículo sinsentido» y «el sexo como algo sucio que nada tiene que ver con el placer femenino».
Al final de la novela, advierte Capdevila-Argüelles, «la protagonista proyecta su ambigüedad al futuro» vistiéndose con un traje de corte masculino y «acaba aceptando un vivir escondido y exiliado de su patria y sus orígenes, en América, mundo nuevo en el que ser artista y ser homosexual, lejos de Madrid y de una sociedad en la que los cambios de la identidad femenina no podrán cuajar para toda una generación de mujeres cogidas entre tradición y progreso».
Wilms Montt, pantalones para un alma desnuda

Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú y sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas”.
Mujer en un mundo donde es difícil serlo. Apasionada, anarquista, con ganas de vivir y de pelear, Teresa Wilms Montt fue una adelantada a su tiempo. Una escritora «no apta para señoritas» que «destilaba mujer».
Nació el 8 de septiembre de 1893, siendo la segunda de siete hermanas. Sus padres, pertenecientes a la aristocracia chilena, encargaron su educación a estrictas institutrices. Así, las formaron siguiendo las normas de la época: dominar el protocolo de las élites sociales para encontrar un buen marido.
Wilms Montt, sin embargo, no se sentía cómoda rodeada de lujos ni de grandes banquetes. Su espíritu rebelde la empujó a leer y aprender idiomas. A los 17 años, en contra de la voluntad de su familia, se casó con un funcionario con el que tuvo dos hijas.
Intentando buscarse a sí misma, los siguientes años los pasó entre Iquique, Valdivia y otras muchas ciudades. Fue en esta época cuando comenzó a escribir con más asiduidad, publicando sus primeros trabajos bajo el pseudónimo de ‘Tebac’.
El alcoholismo de su marido y una aventura amorosa de ella finalizaron con su matrimonio. La escritora, sin un trabajo fijo, no se pudo hacer cargo de sus hijas, por lo que se fueron a vivir con su padre. Este, sin embargo, la ponía multitud de trabas cada vez que quería verlas, lo que siempre le causó una profunda tristeza.
Forzada a internarse en un convento para corregir su vida, la situación extrema la llevó a intentar suicidarse en 1916. Ayudada por el poeta Vicente Huidobro, escapó de allí y se dirigió a Buenos Aires, donde crecería como persona y como mujer.
De la mano de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges descubrió el intelectualismo bonaerense y los pantalones femeninos, prenda que desde entonces consideraría imprescindible.
El destino quiso que uno de sus amantes se suicidara delante de ella. Sintiéndose culpable, huyó y se integró en la Cruz Roja para ayudar a los heridos de la I Guerra Mundial.
Finalizada la contienda, se instaló en Madrid. Allí conoció a Ramón Gómez de la Serna y a Ramón María del Valle-Inclán, quienes la recomendaron publicar en España. Después de años de viajes, encontró su residencia en París, ciudad de la que se enamoró.
Tras un periodo de convivencia junto a sus hijas, no pudo superar que volvieran a Chile. Temblando y llena de miedo, tomó una gran dosis de ansiolíticos. Tildado por algunos como un nuevo intento de suicidio, la vida de Wilms Montt llegó a su fin el 24 de diciembre de 1921, a la edad de 28 años.
Teresa Wilms Montt dejó solamente seis libros publicados, desde 1917 hasta el póstumo de 1922. La chilena desnudó su alma en cada uno de ellos, teniendo a la muerte y al erotismo como punto central, aderezado con dolor e inocencia.
‘Inquietudes sentimentales’ (1917) fue su primer título. Es un conjunto de cincuenta poemas con rasgos surrealistas que gozó de un éxito arrollador entre los círculos intelectuales. Lo mismo ocurrió con su segunda obra, ‘Los tres cantos’ (1917), donde exploró lo espiritual.
Al trasladarse a Madrid, en 1918 publicó ‘En la quietud del mármol’ y ‘Anuarí’. La primera es una elegía de tono lírico sobre el amor y el sufrimiento. ‘Anuarí’, en cambio, es un homenaje a su amante muerto.
Al regresar a Buenos Aires en 1919 lanzó su quinto libro titulado ‘Cuentos para hombres que todavía son niños’. Mediante una narración fantástica, evoca su infancia e intimidad.
‘Lo que no se ha dicho’ (1922) configura su última obra, publicada de forma póstuma. Son sus diarios, escritos íntegramente en francés, donde dejó plasmado su espíritu, su creatividad y sus ansias de mujer. «Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había», plasmó en la última página.
Nacidos para ser libres

«La invitada» supuso el debut literario de Simone de Beauvoir, la filósofa francesa que con su consigna «no se nace mujer, se llega a serlo», esgrimida en «El segundo sexo» hizo una aportación clave al feminismo y cambió el pensamiento occidental.
«Lo que las mujeres deben a Simone de Beauvoir es inconmensurable», afirma, tajante, la profesora universitaria, periodista y escritora francesa Danièlle Sallenave en «Castor de guerre», una biografía editada en español por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores con el titulo «Simone de Beauvoir, contra todo y contra todos», dentro de su serie «Voces libres».
Y añade Sallenave: «Y no solo las mujeres; los hombres también», pues «la liberación de las mujeres es una condición ‘sine qua non’ para la liberación de los hombres».
Considerada una de sus mejores obras, «La invitada» (1943) plasma el triángulo amoroso entre Simone de Beauvoir (París, 1908-1986) y Jean Paul Sartre (París, 1905-1980) con una joven que fascinaba a ambos, y le sirve para cuestionar el modelo burgués de pareja y de familia, así como explorar los dilemas existencialistas de la libertad, la acción y la responsabilidad individual.
Asuntos que retoma también en sus siguientes novelas como «La sangre de los otros» (1944) o «Los mandarines» (1954), por la que logró el Premio Goncourt y en la que cuenta la historia de unos intelectuales lanzados, como ella, a la vorágine de la Liberación.
La puesta de largo de Beauvoir en el mundo de las letras con «La invitada» fue autobiográfica, una constante que marcará sus novelas, ensayos, memorias y diarios, como su abundante correspondencia con su compañero, el también filósofo existencialista francés Jean-Paul Sartre y con el escritor estadounidense Nelson Algren, su amor transatlántico.
De Beauvoir escribe sobre sí misma a fin de comprenderse y de constituirse, según su biógrafa, quien subraya en esta destacada intelectual francesa una actitud de combate permanente, fruto de la época de poderosos antagonismos que vivió: la Guerra Fría.
Y es que para la autora de ensayos tan influyentes como «El segundo sexo» (1949) o «La vejez» (1970) la vida es un largo combate por el que se llega a ser uno mismo, esa es la tarea más elevada e ineludible de todo ser humano.
Para De Beauvoir todo se construye, incluida la felicidad y, por supuesto, la identidad personal. Ella abraza una filosofía que confía a las personas, y solo a ellas, la responsabilidad de labrar sus propios destinos.
En ese sentido De Beauvoir y Sartre, pareja mítica, tienen el convencimiento, que no cuestionaran jamás, de inventar un modo de vida audaz cuyo radicalismo está fuera del alcance de la mayoría.
A Sartre se le ocurrió la idea de firmar con De Beauvoir un contrato de dos años, renovable, durante los cuales vivirían «en la más estrecha intimidad posible», pero distinguiendo entre «amor necesario» (el suyo) y «amores contingentes» (los amantes).
Después de esos dos años, cada uno recuperaba su libertad unos años, antes de volverse a unir, una fórmula no exenta de sufrimiento, pero era el precio a pagar por tener garantizada la libertad, según la biógrafa de De Beauvoir.
A sus 50 años, al escribir «La plenitud de la vida» (1958), puso todo su empeño en demostrar que superaron la prueba y que a partir de ahí formaron una especie de unidad con dos cabezas.
Un enlace que terminó con la muerte de él en 1980 (ella fallecería seis años más tarde) y que superó los vaivenes emocionales de nuevos tríos amorosos, siempre con jovencitas, y de amantes más o menos estables en la vida de ambos: el escritor Nelson Algren y un joven Claude Lanzmann, director de cine («Shoah») y periodista francés, en el caso de ella.
Huyó del matrimonio, vivió su bisexualidad y renunció a la maternidad, incompatible a su juicio con su vocación de escribir, que le exigía mucho tiempo y libertad. Se centró plenamente en edificar una vida y una obra consecuente con sus ideas con un rigor y una exigencia que extrapoló a todos los ámbitos de su existencia.
Su gran osadía fue cuestionar la «feminidad», elevarla a la categoría de mito, de algo fabricado. Así se ganó la inmortalidad.
Con «El segundo sexo» todo cambia: confiere unidad y brillo a unas reivindicaciones dispersas y, sobre todo, les proporciona un sustrato filosófico, una base conceptual.
De Beauvoir ataca piedra a piedra (antropología, sociología, psicoanálisis, etnología, literatura e historia) el inmenso edificio sobre el que se asentaba y justificaba la dominación masculina.
La transcendencia de su ensayo es que milita no solo a favor de los derechos de las mujeres sino del ser humano en general.
Fue su gran obra, aunque ella no lo viese del todo así. «He logrado -dijo en sus memorias- un gran éxito en mi vida: mi relación con Sartre». «Es hermoso que nuestras vidas hayan podido estar en armonía tanto tiempo». Medio siglo.
Un hombre, un proyecto fallido

Valerie Solanas, la autora del Manifiesto SCUM, salió del anonimato el 3 de junio de 1968, cuando esperó al artista pop Andy Warhol en su estudio, The Factory, y le disparó tres tiros. Dos fallaron pero el tercero le atravesó hígado, estómago, esófago y pulmón.
Warhol había conocido a Solanas cuatro años antes. Ella ya era una feminista ultraradical. Nacida en Nueva Jersey en abril de 1936, sus estudios de psicología en Maryland le habían servido para elaborar una contra-teoría freudiana. No es la mujer la que tiene envidia del pene, envidia del hombre por sentirse incompleta, sino al revés.
Estos postulados los había volcado en un texto titulado Manifiesto SCUM, en el que puede leerse: «El hombre es un accidente biológico; el cromosoma Y no es más que un cromosoma X incompleto, una serie incompleta de cromosomas. En otras palabras, el hombre es una mujer fallida, un aborto ambulante, un aborto congénito. Ser hombre es tener algo de menos, es tener una sensibilidad limitada. La virilidad es una deficiencia orgánica, y los hombres son seres disminuidos, incapaces de emoción».
Solanas no se quedó en el diagnóstico. SCUM, que en inglés significa «escoria», es también el acrónimo de Society for Cutting Up Men(que benignamente puede traducirse como «Sociedad para destrozar a los hombres»), es decir, un plan de acción.
Después de tirar a matar contra él, Valerie le dijo a la policía que el artista, compinchado con su editor, Maurice Girodias, quería despojarla de su obra.
La realidad era que Warhol simplemente había extraviado el manuscrito, y nunca tuvo la intención de montar la pieza en su teatro. Comprensivo, no presentó cargos contra la mujer que casi lo mata. Gracias a eso, y a un diagnóstico de esquizofrenia paranoide, la condenaron a sólo tres años de cárcel, la mayoría de los cuales los pasó en un hospital psiquiátrico.
Tras el escándalo, el editor Maurice Girodias comprendió que era negocio publicar el Manifiesto de Valerie Solanas, un panfleto que hasta entonces sólo circulaba en forma mimeografiada.
No todas las feministas lo recibieron bien, hay que decirlo. Pero Valerie Solanas es un ícono del feminismo radical, que algunos llaman también separatista y su Manifiesto SCUM sigue circulando en las filas del movimiento feminista más extremo. El feminismo separatista postula la separación de hombres y mujeres en la sociedad, porque su unión perjudica a las mujeres que no podrán emanciparse mientras mantengan vínculos con los hombres.
«El hombre no sirve ni para semental»
El ideal de Valérie Solanas es una sociedad sin varones. «El macho, como la enfermedad, ha existido siempre entre nosotras, y no debe seguir existiendo», declara, y espera que la ingeniería genética lo haga posible en un futuro. Pero, agrega, «SCUM no se consuela con la perspectiva de las próximas generaciones; SCUM quiere actuar ya». «Y si una gran mayoría de mujeres fueran SCUM, tomarían el mando total de este país en pocas semanas, simplemente rehusándose a trabajar, paralizando así toda la nación».
Las debilidades que los hombres proyectan en las mujeres, sostiene Solanas, son en realidad sus propias «debilidades intrínsecas». «El hombre, por naturaleza, es una sanguijuela, un parásito emocional y, por lo tanto, no es apto, éticamente para vivir, pues nadie tiene el derecho de vivir a expensas de otro».
«SCUM arremeterá contra las parejas mixtas (hombre-mujer), que encuentre al paso y las deshará», advierte.
El Manifiesto SCUM de Valérie Solanas suena delirante en muchos sentidos. Sin embargo, si se presta un oído más atento a algunos de los discursos que circularon en las algunas manifestaciones –surgidas a partir de un legítimo reclamo contra crímenes aberrantes- o en los debates suscitados a partir de ellas, la distancia no resulta tan grande.
Rebeldes en combate contra la idiotez

Cuando Éric-Emmanuel Schmitt se propuso escribir su novela, «La mujer del espejo», pretendía mostrar que ser uno mismo «siempre es más difícil para una mujer que para un hombre», razón por la que ha escrito un libro «feminista» en el que sus protagonistas se rebelan contra el sometimiento y la sumisión.
El reconocido escritor francés, autor de novelas de éxito como «Ulises from Bagdad» o «El señor Ibrahim y las flores del Corán», se mete en su obra, publicada por Alevosía (Siruela), en la piel de tres mujeres, Anne, que vive en la Brujas del Renacimiento; Hanna, aristócrata de la Viena imperial de principios del XX; y Anna, una actriz del Hollywood actual.
«El reto era convertirme en esas tres mujeres, sentir el mundo a través de sus cuerpos y su psicología», asegura Schmitt, a la vez que señala, con humor, que eso solo se consigue a través de la literatura, «porque la cirugía es cara y además no es reversible».
En ese sentido, «La mujer del espejo» es, según su autor, no sólo un libro «femenino» sino también «feminista», al considerar que para ser feminista «no hace falta ser mujer».
Aunque el hilo conductor de sus tres protagonistas, Anne, Hanna y Anny, es la insumisión, se trata de una insubordinación «espontánea, natural», ya que las tres son «dulces y abiertas»; «no son rebeldes por naturaleza, sino por necesidad».
A pesar de que la joven plebeya Anne (Brujas), la aristócrata Hanna (Viena) y la famosa actriz Anny (Hollywood) tienen todo para ser felices, ninguna de ellas lo logra por las presiones de su época hacia la mujer, ante las cuales se rebelan buscando su parcela de libertad.
Éric-Emmanuel Schmitt reconoce que le ha costado «cincuenta años» de observación «y empatía» aprender a trazar los retratos psicológicos que realiza en su obra, y admite que le hace «feliz» sentarse a observar a las personas «y jugar» a ser ellas, «a ver el mundo a través de sus ojos y su psicología».
Aunque afirma que no le gusta «hablar mal» de otros libros, considera que best-seller como «50 sombras de Grey», de gran éxito en España, pretenden «alimentar los prejuicios actuales» y están concebidos pensando «en el mercado editorial», algo que, afirma, él no hace nunca, sino que escribe el libro que lleva «dentro».
En su caso utiliza la literatura para favorecer «la tolerancia», al considerar que sólo un libro permite acercar al lector a diferentes personajes «que normalmente le serían ajenos» y «romper las barreras» entre un lector cristiano y un personaje budista o musulmán.
En materia religiosa la época actual «es maravillosa» por lo que tiene «de plural», y asegura que la religión hoy en día se ofrece «como una propuesta, no como un modelo único», por lo que confía en que ésta ayude a los humanos «a ser más inteligentes».
Schmitt escribió la novela, en la que se intercalan los capítulos de las tres protagonistas, en el mismo orden en que se lee, «y no como un guión cinematográfico, en el que se hubieran rodado las tres trayectorias por separado», algo que ha dificultado su trabajo «al tener que regresar al lenguaje propio de cada época», pero que también le ha permitido crear los «juegos de espejo» de la misma.
Gran melómano, el escritor admite que su novela está orquestada como una composición musical con continuas referencias a la música, a la que le atribuye un poder espiritual «sanador» frente a la literatura, que ayuda a «crecer» intelectualmente.
En opinión del escritor francés los prejuicios contra todo lo nuevo que aparecen en la novela «no terminarán nunca» y el combate «contra la idiotez y la intolerancia será eterno», y asegura que aunque confía en que individualmente las personas pueden progresar, no tiene esa confianza en la sociedad, que colectivamente «no progresa».
Ante eso lo importante es, como hacen sus protagonistas, «cultivar la insumisión» con la época en la que uno vive, auténtica «clave» para recuperar la libertad, y señala que aunque cada época «tiene sus llaves para descifrar el mundo», al final todas son «insuficientes».
Pese a ser la más «materialista», la época actual, tiene la ventaja de contar con la perspectiva histórica que le permite afrontar mejor la vida, como demuestra el final del libro, en el que confluyen los destinos de Anne, Hanna y Anny.
Instrucciones para la liberación a dos ruedas

Las damas inglesas de la época victoriana (siglo XIX) vestían pesados trajes y molestos corsés que, sin embargo, no constituían sus mayores opresiones. La clasista sociedad en la que vivían no les concedía ningún derecho, aunque un artefacto favoreció su emancipación y su libertad de movimiento: la bicicleta.
En este contexto, una ciclista llamada F.J. Erskine escribió un manual de buenas prácticas, publicado en 1897, para damas amantes de las bicicletas que no supieran cómo comportarse al volante, cómo vestirse para realizar deporte o cómo reponerse de un largo pedaleo.
La guía de consejos, recuperada por la National Library británica, cuenta con edición en castellano como “Damas en bicicleta” (Impedimenta) y supone una radiografía certera de una época en la que cualquier avance tecnológico se observaba con suspicacia y constituía una amenaza contra las estrictas convenciones sociales, que limitaban la función de la mujer al ámbito doméstico.
“Damas en bicicleta”, un libro sobre la máquina de la libertad
La bicicleta, asegura Enrique Redel, editor de Impedimenta, fue llamada “la máquina de la libertad”, porque permitió más movilidad a las mujeres y, con ella, podían visitar otros barrios “y abrir algo más su acotado horizonte”, explica.
F.J. Erskine retrata de soslayo el clima de opinión que primaba en la encorsetada sociedad inglesa de finales del XIX sobre el uso de este tipo de vehículos, que eran adquiridos, sobre todo, por mujeres avanzadas a su época, “auténticas vanguardistas” pertenecientes a una clase media incipiente que comenzaban a hacer su incursión en el mundo laboral.
Entonces, no existía un protocolo sobre cómo montar en bicicleta sin dejar de ser una dama, y ahí es donde reside la utilidad de este manual, que trata sobre la idoneidad de que las mujeres vistieran más ligeras al volante y de otras cuestiones relacionadas con la mecánica o con las normas de comportamiento frente a eventualidades tales como “las molestias ocasionadas por los vagabundos”.
Aunque este medio de transporte forma parte de la cotidianidad moderna, en aquellos años supuso para las inglesas una “revolución” que ayudó incluso al replanteamiento de cuestiones que negaban la posibilidad de que la mujer fuera capaz de hacer ejercicio físico.
“Las ciclistas de la época demostraron que no eran, ni mucho menos, el sexo débil”, explica Redel, quien ha recurrido junto a su equipo a grabados de la época para documentar cómo vestían las mujeres en bicicleta, aunque la autora original ya constata en el libro la tendencia general a sobrecargarse de ropa y complementos.
Y, frente a esto, F.J. Erskine deja claro cuál es el “dress code” (código de vestimenta) más idóneo para pedalear: “¡Lana! Lana arriba y lana abajo, lana por todas partes, tal es el consenso deportivo al que han llegado tirios y troyanos en lo que a normas de higiene ciclista se refiere”, escribe esta desconocida ciclista inglesa de la que no existen referencias biográficas (ni siquiera en Google).
Otra recomendación sobre indumentaria que hace la autora original de “Damas en bicicleta” es sustituir los vestidos y las faldas por pantalones bombachos. El corsé, muy necesario también para hacer deporte, “aunque sin apretarse mucho los cordones“; las medias, de lana ligera; los zapatos, mejor a medida; los pañuelos y corbatas, a gusto de la consumidora, y las blusas “con cuellos de quita y pon”.
Este vehículo de dos ruedas tuvo “mucho que ver” en la adopción del pantalón como prenda femenina, comenta Redel. Se produjo, en definitiva, “un cambio en el concepto de feminidad”, que aceptó a una mujer más libre y desenvuelta en su propio cuerpo, añade.
Las recomendaciones de la autora, vistas con un prisma moderno, pueden resultar cómicas, aunque describen ciertos conflictos que sin duda han perdurado. La difícil convivencia entre conductores, a los que la autora tacha de “bastante irritables en general”, y ciclistas o la temeridad con la que algunos circulan son algunos de los temas vigentes.
En concreto, la autora critica a las “principiantes enloquecidas” que juegan al “tonta la última” con sus bicis. “¡Tales locuras no pueden conducir más que al desastre!”, escribe en su guía, la cual también incluye recomendaciones para organizar estilosas y divertidas “gymkhanas” ciclistas en el jardín o en el mercado.
Una mujer en un pajar de hombres

Tras una serie de estimables trabajos como actriz, el nombre de Ida Lupino figura en los anales de Hollywood por ser una abanderada del feminismo a través de la producción y dirección de películas en la difícil década de los cincuenta. A esto hay que añadir su faceta de cantante y compositora.
Perteneciente a una lustre familia británica de actores que se remonta al siglo XVII, Ida Lupino nace en Londres en 1918. En 1930 ingresa en la Royal Academy of Dramatic Art de Londres y dos años después debuta como actriz de cine en un papel secundario en una película dirigida por su tío Lupino Lane. Después de intervenir en algunas producciones británicas, en 1934 llega a Hollywood contratada por los estudios Paramount y trabaja para ellos durante el resto de la década., Entre estas películas destaca Sueño de amor eterno (1935), de Henry Hathaway, una historia de amour fou alabada por los surrealistas André Breton y Luis Buñuel, donde actúa con Gary Cooper.
Sin embargo, sus mejores trabajos como actriz los hace a principios de los años cuarenta para los estudios Warner. Los excelentes policiacos Pasión ciega (1940) y El último refugio (1941), ambos dirigidos por Raoul Walsh y protagonizados por Humphrey Bogart. Y la gran película de aventuras El halcón de los mares (1941), de Michael Curtiz, la mejor adaptación de lanovela de Jack London, donde trabaja con Edward G. Robinson y John Garfield. En 1948 se casa con el guionista y productor Collier Young, crean la productora Filmakers, comienza una carrera paralela como realizadora y con sus siete películas se convierte en la única mujer que durante los años cincuenta dirige cine en Estados Unidos con regularidad. Siempre interesada por las mujeres marginales, sus películas tienen una fuerte carga feminista, bastante insólita en la época, que hacen que, a pesar de su evidente interés, que no ha disminuido con el paso del tiempo, no tengan mucho éxito de público.
Su carrera se extendería hasta los años 70, y ya fuese en papeles de mayor o menor relevancia, siempre dejó gotas de su talento y buen hacer como actriz. Pero ello no le fue suficiente. Quizás fuera la visión excesivamente simplista que se ofrecía de la mujer en el Cine o quizás la perspectiva predominantemente masculina y sexista que emanaba de cualquier producción cinematográfica de su tiempo, le impulsaron a tomar a un papel más activo en la industria, y decidió dar un paso adelante al situarse al otro lado de la cámara para ayudar a cambiar esta apariencia que se quería transmitir al público desde la gran pantalla.
Sus mejores trabajos como directora son: Not wanted (1950), que narra la historia de una jovencísima madre soltera; Never Jear (1951), sobre el drama de una bailarina enferma de poliomielitis; Outrage (1951), en torno al drama de una obrera violada; y Hard fast and beautiful (1952), sobre una jugadora de tenis explotada por su madre. Frente a los más convencionales The hitch-hiker (1954), en tomo a un gánster que aterroriza a dos automovilistas; y The bigamist (1953), sobre un hombre acosado por dos mujeres.
En las escasas películas que rodó Ida Lupino, podemos ver reflejado su esfuerzo como artista para intentar alejarse del arquetipo de la mujer que vendía la industria del Cine y aquellos que la manejaban en la América de la Posguerra. Siempre intentó enmarcar dentro de sus pequeñas producciones independientes, historias con mujeres que reflejaban sus auténticos problemas e inquietudes, mujeres en carne y hueso, lejos de la visión glamurosa y artificial que constantemente se quiso vender desde la óptica masculina dominante de su época.
Tras la irregular carrera comercial como realizadora y el fracaso de Private hell 36 (1954), de Donald Siegel, que produjo e interpretó, debe cerrar su productora Filmakers y tiene que refugiarse en la televisión para realizar anodinas series.
Entre sus 57 películas como actriz, también destacan On dangerous ground (19 52), un policiaco dirigido por Nicholas Ray; El gran cuchillo (1955), de Robert Aldrich; y Mientras Nueva York duerme (1956), una personal muestra de cine negro realizado por Fritz Lang.
Su último trabajo como realizadora es la impersonal Ángeles rebeldes, la única de sus películas estrenada comercialmente en España, una historia infantil protagonizada por Hayley Mills, que se sitúa en los antípodas de sus obras realistas basadas en hechos reales, rodadas con poco dinero y actores casi desconocidos. Buena cantante y compositora, Ida Lupino también escribe canciones y la suite para orquesta The Aladdin suite.
El cine de Lupino es sobrio, sincero, auténtico, y pasadas ya muchas décadas se nos presenta como una crónica fidedigna de la sociedad de su época. Su mérito residió no sólo en ser la primera mujer que pudo escribir, dirigir y producir sus propias películas, sino el hecho de plantear en sus obras fuertes y provocativos temas sociales, temas que eran observados desde un prisma femenino, el prisma de una mujer que intentó proponer una alternativa a los estándares de su tiempo