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Los ‘Mad Doctors’ del fascismo español

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Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión
Vallejo-Nájera contactó con el director de la clínica psiquiátrica de la prisión de mujeres de Málaga, Eduardo Martínez. Juntos analizaron a cincuenta reclusas, aunque renunciaron a las evaluaciones físicas al considerar que los contornos femeninos resultaban «impuros». Los resultados, que incluían detalles sobre la vida sexual de las presas, como la edad en que perdieron la virginidad, a lo que se referían como «desfloración», desvelaron que predominaban las reacciones temperamentales y primarias, algo que les permitió afirmar que las mujeres republicanas tenían «muchos puntos en común» con animales y niños. También localizaron comportamientos esquizoides, debilidad mental e introversión

El médico franquista Antonio Vallejo-Nájera, en plena guerra civil española, realizó experimentos con hombres y mujeres republicanos/as en los campos de concentración. Su intención, siguiendo órdenes de Franco, fue buscar las raíces biopsíquicas del marxismo, algo así como encontrar el maligno gen rojo.

La humillación social y la explotación de los vencidos se justificaban en términos religiosos como la expiación de sus pecados, pero también en términos socio-darwinianos. En este sentido, ante la creencia de que los vencidos/as eran personas degeneradas, se les quitaban los hijos a sus madres, de manera que en las prisiones y campos de concentración el lema era no sólo someter los cuerpos, sino destruir las mentes, anular las voluntades e infligir el máximo dolor.

Hay un acuerdo entre las personas expertas en asegurar que, si dura fue la represión del régimen franquista para los hombres, durísima fue para las mujeres republicanas, a las que había que añadir en su sufrimiento un plus misógino.

Efectivamente, la mentalidad de los sublevados veía como una doble traición el mayor protagonismo del que las mujeres españolas pudieron disfrutar durante los breves años de la Segunda República, que contravenía el estereotipo tradicional de sumisión y dependencia, tan querido por los sectores más conservadores de la sociedad española.

En este sentido, una de las prácticas que estas teorías justificaron fue el robo de niños y niñas a las prisioneras. Tales atrocidades, superiores en número a lo vivido en Argentina, por poner sólo un ejemplo, ni siquiera se practicaron en secreto, muy al contrario, contaron con la abierta y documentada colaboración de las autoridades penitenciarias y las congregaciones religiosas implicadas en el mantenimiento de las cárceles femeninas. Sin embargo, no se ha hecho una investigación rigurosa de estos hechos hasta fechas muy recientes. Vallejo-Nájera será el gran artífice de todos estos experimentos y, por tanto, responsable de todo el sufrimiento generado, todo ello bajo el paraguas de las teorías eugenésicas.

La eugenesia llega a España de la mano de Ignacio Valentí y Vivó, catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad de Barcelona (que asiste como representante español al Primer Congreso Internacional de Eugenesia, organizado en Londres en 1912 por la Eugenics Education Society), y de Nicolás Amador, también médico y miembro de dicha sociedad. En 1928 se celebra el Primer Curso Eugénico Español, constituyéndose en la primera plataforma pública de discusión del eugenismo en nuestro país. La represión del régimen de Primo de Rivera, alegando la causa de pornografía y escándalo público, impidió la continuación de las actividades previstas.

Como una de las experiencias más tremendas ligadas a estos planteamientos no podemos olvidar el comportamiento de muchos médicos alemanes, cuyas ideas de higiene de la raza y eugenesia se fueron radicalizando hasta llegar al límite de utilizarse para respaldar «científicamente» el genocidio llevado a cabo por los nazis.

Pero no sólo fueron los alemanes quienes se entregaron a estas prácticas. En la España de Franco los experimentos con seres humanos también se llevaron a cabo y la obra de Vallejo-Nájera, que fue jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, es un buen ejemplo de ello. Influenciado por la visión biotipológica de la personalidad de Kretschmer, durante los años 30 del siglo pasado promovió un personal concepto de eugenesia. Así fue como se inclinó hacia una ugamia, es decir, política eugenésica implementada mediante el trabajo de orientación prematrimonial, basado en el diagnóstico biopsicológico de los contrayentes.

El régimen franquista hizo uso institucional de las teorías eugenésicas para denigrar y descalificar el bando perdedor en la guerra y para justificar la represión. En particular, los campos de concentración y las cárceles sirvieron para hacer pruebas y recoger información que demostraba «científicamente» que los republicanos, brigadistas, comunistas o anarquistas eran débiles mentales, o que las mujeres antifranquistas eran dementes ninfómanas genéticamente taradas.

Dos eran las hipótesis básicas que Vallejo quiso demostrar. Por un lado, la inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política, también llamados desafectos (entendiendo como tales a toda persona fiel a la República y contraria al levantamiento franquista). Por otra parte, la perversión de los regimenes democráticos, que, al promover a los fracasados sociales con políticas públicas, favorecían el resentimiento, algo que no sucede con los regimenes aristocráticos donde sólo triunfan los socialmente mejores. Regimenes aristocráticos serían el III Reich y todas las dictaduras fascistas de la Europa de la época.

En agosto de 1938, Franco autorizó la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas propuesto por Vallejo-Nájera, quien se convirtió en director de las investigaciones psicológicas de los campos de concentración. Centenares de presos y presas fueron analizados, con la colaboración de agentes de la Gestapo alemana.

Su primer trabajo se centró sobre dos grupos de detenidos: brigadistas internacionales y 50 presas antifascistas malagueñas.

Vallejo tituló sus estudios con el grupo de presas malagueñas Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes. El estudio lo realizó en la prisión de mujeres de Málaga y compartió su dirección con Eduardo M. Martínez, teniente médico, director de la clínica psiquiátrica de Málaga y jefe de los servicios sanitarios de la prisión.

Entre las detenidas malagueñas, 33 de ellas estaban condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua y siete a penas entre de 10 y 20 años. Vallejo diagnostica a «13 sujetos» que califica de «libertarias congénitas, revolucionarias natas, que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina».

Resulta innegable que la misoginia de Vallejo marca profundamente su análisis, veamos algunos ejemplos:

«Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad (…) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer (…) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión (…) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes» .

Pero aún iban más allá. Vallejo y Martínez señalaban en sus conclusiones que en el caso de las mujeres no había realizado el estudio «antropológico del sujeto, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad, por la impureza de sus contornos».

La falta de formación política que Vallejo detecta en las mujeres estudiadas le reafirma en las motivaciones no políticas de las mismas, por ello divide a su muestra en tres grupos:

1. Presas motivadas por sugerencias ambientales (38%), en el que se encontrarían tanto a mujeres exaltadas como aquellas aprovechadas que ven en este activismo una forma de satisfacer sus ambiciones personales, materiales o sexuales.
2. Presas motivadas por su psicopatía antisocial (24%).
3. Presas libertarias congénitas (36%).

La contaminación con los estereotipos más burdos sobre el género femenino resulta tan dolorosamente evidente que casi no necesitaría comentario alguno. Sin embargo, de ninguna manera se puede olvidar que tales desvaríos ocasionaron un enorme dolor a miles de mujeres, condicionando cruelmente su presente y su futuro.

La indiferencia que sostuvo al fascismo español

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Franco y Hitler en Hendaya
Franco y Hitler en Hendaya

El historiador Carlos Collado Seidel desentraña en su libro «El telegrama que salvó a Franco» las intrigas y conspiraciones que propiciaron la supervivencia del régimen de Franco después del desembarco aliado en el norte de África a finales de 1942.

Carlos Collado Seidel, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad alemana de Marburgo, explica que en la historiografía sobre el período «faltaba una visión de conjunto y sobre todo el planteamiento de las razones que explican la asombrosa supervivencia de un régimen que era considerado como fascista y hechura de Hitler y Mussolini».

La documentación inédita consultada por Collado constata que Churchill fue el principal culpable de que la República no recibiera la ayuda de las democracias occidentales y que su «opción preferida era la restauración de la monarquía en la persona de don Juan».

Sin embargo, a los monárquicos españoles se les veía igual de fragmentados que a los republicanos e «incapaces de llegar a una postura unánime para reemplazar a Franco».

Ante esta situación, continúa el autor, el ejecutivo londinense, contrariamente a las maquinaciones del embajador británico en Madrid, Samuel Hoare, «tampoco se planteó la opción de tomar partido de manera abierta por la causa monárquica».

El profundo conservadurismo y anticomunismo de Churchill no explican, a su juicio, por sí solos que apostará por mantener a Franco, pues aquel «se movía por los intereses del Imperio británico, y el paso por el estrecho de Gibraltar seguía teniendo una relevancia vital para su abastecimiento y sus comunicaciones marítimas».

Piensa Collado que «Churchill seguía actuando según los parámetros de la diplomacia británica decimonónica, y su ministro de Exteriores, Anthony Eden, discrepaba de este planteamiento, pues estaba convencido de que los factores ideológicos serían relevantes en la posguerra, y la pervivencia del régimen de Franco sí afectaría a los intereses británicos».

En sus consultas a archivos públicos y privados, el historiador español ha descubierto «aquel borrador de telegrama que hubiera dado un giro fundamental a la política hacia España».

Así, destaca el «informe del jefe del servicio de inteligencia estadounidense (OSS), William Donovan, que urgía que se emprendiera una operación encubierta para desbancar a Franco y establecer un gobierno bajo el liderazgo del dirigente nacionalista vasco, José Antonio Aguirre».

Desde su llegada a EE.UU., Aguirre mantuvo estrechos contactos con las autoridades estadounidenses y sobre todo con Donovan, a quien puso a su disposición su red de agentes, y además «Aguirre había logrado un grado importante de aceptación por parte los diversos grupos de oposición que se encontraban en el exilio americano».

Donovan partía del convencimiento de que los intereses nacionales estadounidenses se verían «seriamente perjudicados ante la pervivencia de un régimen considerado netamente como fascista». Si la propuesta también contó con apoyos en el Departamento de Estado, finalmente no prosperó por las dudas de que un nacionalista vasco fuera capaz de liderar un movimiento a nivel nacional, agrega.

En el período comprendido desde la defenestración de Mussolini en el verano de 1943 y del desembarco de Normandía un año más tarde, fueron determinantes las diferencias diplomáticas aliadas.

«Mientras Washington apostaba por una política dura de exigencias planteadas sin paliativos, en Londres se mantuvo el convencimiento de lo acertado de una política de presión mesurada, que debía desembocar en una restauración pacífica de la monarquía», señala Collado.

Recuerda que ese desentendimiento sobre el método para destituir a Franco «culminó, en abril de 1944, en un durísimo enfrentamiento personal entre Roosevelt y Churchill».

El borrador de telegrama que Churchill escribió para enviar a Roosevelt aceptando las condiciones norteamericanas se escribió en el momento culminante de ese enfrentamiento, relata Collado.

«La presión estadounidense resultó ser tan grande que el gobierno británico finalmente estuvo dispuesto a plegarse y a pasar el bastón de mando a los estadounidenses, pero finalmente no fue necesario enviar dicho cable, pues llegó otro desde ultramar que anunciaba que Washington desistía de su pretensión maximalista; ante la tenacidad mostrada por Churchill y por su embajador en Madrid».

Aquel 25 de abril de 1944 -asegura Collado- se jugó el destino del régimen y a su juicio, «se trató de una cuestión de horas».

Este documento era accesible al público desde hacía mucho tiempo, junto con copiosa documentación al respecto que se conserva en los National Archives londinenses, pero «al tratarse de un borrador ha pasado desapercibido en medio de la gran cantidad de material de archivo».

Un escocés contra el Régimen

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Sin pensar en los posibles riesgos que corría, lo importante para Christie "era la idea de luchar por la justicia. Tenía 18 años y son los jóvenes quienes piensan que pueden cambiar el mundo sin tener en cuenta los riesgos a los que se enfrentan"
Sin pensar en los posibles riesgos que corría, lo importante para Christie era la idea de luchar por la justicia. Tenía 18 años y son los jóvenes quienes piensan que pueden cambiar el mundo sin tener en cuenta los riesgos a los que se enfrentan

Stuart Christie, el anarquista escocés que participó en un plan para atentar contra Franco, relata su aventura en ‘Franco me hizo terrorista’, memorias que constituyen «una contribución a la historia de la lucha antifranquista española», según el autor.

Publicado por Temas de Hoy, el libro narra el viaje desde su país natal hasta un lugar que desconocía y en cuyo cambio histórico quiso participar. «Lo único moral que podía hacer era ofrecer mis servicios para una acción antifranquista», afirmó Christie durante la presentación de la obra.

Su temprano interés por Franco nació en su adolescencia, a raíz de las anécdotas que sus familiares y círculo de amigos contaban sobre la Guerra Civil y su participación en las Brigadas Internacionales, aunque quien más influyó en él fue su abuela, que le proporcionó «un barómetro moral en cuanto al bien y el mal» y a la que ha dedicado el libro ‘Mi abuela me hizo anarquista’.

En agosto de 1964, Christie recibió instrucciones para cumplir con su primera misión internacional. Debía entrar en España desde Francia con un cinturón de explosivos que, una vez en Madrid, le entregaría personalmente a otro contacto de la red junto con una carta que el escocés pasaría antes a buscar por las oficinas de American Express.

Explosivos en la zamarra

Después de recoger los explosivos en París, Christie debía viajar en tren hasta Toulouse, de allí a Perpiñán y, luego, intentar introducirse en automóvil en España.

Con tan sólo 18 años, el joven anarquista escocés llegó a España en autoestop y cruzó la frontera sin ser detenido. A pesar del calor que hacía en agosto de 1964, Christie llevaba puesta una zamarra en la que escondía una carga de explosivos.

La misión, organizada por Defensa Interior, tenía como objetivo atentar contra Franco y cambiar así el curso de la historia española. Pero su estancia en libertad duró muy poco, ya que horas después de pisar Madrid, con tiempo sólo de comerse un bocadillo en un bar de la Puerta del Sol, a escasos metros de la Dirección General de Seguridad, fue detenido por agentes de la Brigada Político Social.

Encarcelado y juzgado, fue condenado a 20 años de prisión. El indulto personal de Franco llegó a mediados de agosto de 1967, tres años después de su detención. La cárcel de Carabanchel, «donde no vi a ningún miembro del Partido Socialista», fue para él una «universidad de la vida».

En un partido del Real Madrid

Stuart Christie emprendió su misión sin estar al corriente del plan, ya que su papel era sólo de enlace que debía entregar los explosivos. «Años más tarde me enteré de que el plan era atentar contra Franco antes o después de un partido de fútbol en el estadio Santiago Bernabéu».

La publicación de ‘Franco me hizo terrorista’ constituye para su autor una oportunidad de ofrecer su propio testimonio de lo que pasó «y dar algo de empuje a la campaña para clarificar y abrir el proceso de la ejecución de los dos militantes anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado».

Sin pensar en los posibles riesgos que corría, lo importante para Christie «era la idea de luchar por la justicia. Tenía 18 años y son los jóvenes quienes piensan que pueden cambiar el mundo sin tener en cuenta los riesgos a los que se enfrentan».

Sainetes de Carabanchel

Todavía hoy el autor desconoce quién le delató, aunque en el interrogatorio que le hicieron al ser detenido estaba claro que «hubo contactos estrechos entre la policía social y el servicio británico». «Años después», continúa, «descubrí que hubo dos infiltrados, Guerrero Lucas e Inocencio Martínez».

La historia que narra el libro fue el viaje iniciático de Stuart, en lo físico y en lo personal. Fue una experiencia vital que emprende en el momento en que entra en la cárcel en un país y una cultura desconocidos y junto a personajes de todo tipo.

En la España de Franco, la cárcel de Carabanchel era un punto de libertad. Así, de no ser porque las historias que cuenta este idealista, ingenuo e inexperto son tan serias, nos parecerían sainetes.