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El Edén de los primeros decepcionados del mundo

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En 1917 un grupo de desencantados creó una comuna que interesó a Herman Hesse y Kafka
En 1917 un grupo de desencantados creó una comuna que interesó a Herman Hesse y Kafka

El amor libre, el feminismo en igualdad, la psicología alternativa, la vida contemplativa, el rechazo al vestido, la dieta vegetariana y la vida al aire formaron parte de «Monte Veritá», en Ascona (Suiza) hace más de un siglo, como recoge «Contra la vida establecida», que se puede encontrar en las librerías de la mano de ‘El Paseo Editorial’.

Escrito por la directora de cine alemana Ulrike Voswinckel y traducido por Fernando González Viñas, editado por el sello sevillano, el libro incluye un álbum de 125 fotografías de época -un desnudo integral de Hermann Hesse de espaldas posando en un roquedal, entre ellas- procedentes de los archivos personales de aquellos artistas, bohemios y hasta militares considerados los abuelos de lo hippies.

Otras imágenes proceden de la exposición que el ya fallecido Harald Szeeman -que fue comisario de la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla- celebró en los años setenta sobre «Monte Veritá», una muestra que también sirvió de base a Ulrike Voswinckel, quien puso a su obra el subtítulo de «De Munich a Monte Veritá: Arte, anarquía, naturismo y contracultura en la Europa de principios del siglo XX».

Rilke visitó la colonia anarquista establecida junto al lago Maggiore, Freud y Kafka escribieron sobre ella, la plana mayor del dadaísmo la empleó como refugio durante la Primera Guerra Mundial, fue un vivero de pintores y bailarines expresionistas y, cuando allí se celebraba el carnaval, lo normal era disfrazarse de Dante u Homero.

A medio camino entre el paraíso natural y el artificial, el experimento de «Monte Veritá» influyó también en la obra de Daphne du Maurier, de D.H. Lawrence y Carl Gustav Jung, si bien casi todos sus protagonistas, alemanes la mayoría, han caído en el olvido, como los bailarines Rudolf Laban y Mary Wigman, los pintores Ernst Frick y Marianne von Werefkin, los escritores Franziska zu Reventlow, Else Lasker-Schuler y Friedrich Glauser.

En la correspondencia que todos ellos intercambiaron y en sus archivos personales basa Voswinckel su historia de aquel reducto de discípulos de Thoreau y lectores de Tolstoi, cuyos pioneros, en la temprana fecha de 1905, decidieron abandonar el barrio bohemio de Schwabing, en Múnich (Alemania), por un paisaje natural, un «lugar magnético», donde poner en práctica sus ideales contraculturales, eliminando cualquier normal social y religiosa entonces vigente.

Tan sanas intenciones prendieron, ya en los primeros momentos de «Monte Veritá», una discusión entre los partidarios de sacar alguna rentabilidad del lugar, con idea de reforzar su independencia, y de los anarquistas de alma y cuerpo que se negaban a pensar en otra economía que no fuese la de la mera contemplación, en imitación de los eremitas.

Así, unos hablaban de comuna libertaria donde consumirían lo que produjesen y se olvidarían del mundo y crecerían en la medida en que atrajeran a jóvenes decepcionados del mundo; otros, más pragmáticos, entendían que lo que fundaran debía al menos rendir suficiente beneficio como para, precisamente, olvidarse del mundo. En cualquier caso, pretendían potenciar la vida al aire libre, alimentarse de luz y paisaje, prescindir de cualquier regla acerca de relaciones amorosas y, desde luego, partir de una absoluta igualdad entre hombres y mujeres.

De hecho fue fundamental en el desarrollo de la idea primera Ida Hoffman, una joven alemana que había conocido al austriaco Henri Oedenkoven en el sanatorio esloveno de Velves, donde el muchacho había ido a parar después de padecer una enfermedad que casi lo mata: allí Oedenkoven convenció a Ida de las ventajas del vegetarianismo. Allí empezaron a soñar en construir su propia colonia naturista, que para Ida Hoffmann debía ser algo más, como debía ser algo más para el tercer implicado: el militar Karl Graeser, también ingresado en Velves, que odiaba la propiedad privada y deseaba cualquier promesa para poder abandonar el Ejército. Junto a él llamaba la atención su hermano Gusto, porque podía prestarle la apariencia a las figuras arquetípicas que habrían de relacionarse con el Monte Verità: iba siempre descalzo o en sandalias, cubierto por una túnica, y gustaba de perderse por los caminos y entrar en las posadas a tratar de pagar comida y habitación con un poema. Fue Oedenkoven el que bautizó al monte cuando encontraron el lugar adecuado. No era extraño que unas décadas antes, huyendo también de las decepciones del mundo, el mismo Bakunin encontrara refugio en aquella región.

Lo que buscaban aquellos jóvenes -adinerados, por supuesto- era un lugar del que sentirse a salvo del mundo para inventar otro mundo. Un paraíso para pocos que supiera encogerse de hombros ante las ansiedades de la burguesía, a la que pertenecían, y las luchas de los proletarios. El naturismo se daba la mano con la anarquía, el nudismo quería reinventar el Edén: sin embargo, también la anarquía necesitaba de reglas y dogmas, la espontaneidad también necesitaba previsión y agenda.

Aquella sana convivencia de la primera época de tan peculiar sociedad de artistas y bohemios duró hasta después de la Primera Guerra Mundial y aún pervivió de algún modo en la década de los veinte, mientras que los últimos intentos de revitalización datan de los años cincuenta, pero ya bajo la forma de balnearios, hoteles u otros sistemas de explotación turística.

Harald Szeeman, en 1978, para su exposición sobre «Monte Veritá» eligió este epígrafe: «Una aportación para el redescubrimiento de una topografía sacral contemporánea».

Pero para «redescubriento» el que debieron experimentar los jóvenes contestatarios de la época, que tal vez pensaron que su mundo arrancaba en Mayo del 68, con retratos como el de Elisabeth Gräser tomado a principios de siglo junto a su media docena de hijos, ataviados todos de túnicas floreadas, sandalias, trenzas y cintas en el pelo y hasta algún bolso de tela en bandolera, exactamente igual que los hippies que medio siglo después pretendieron triunfar a base de paz, amor y algo de hierba.

Kafka, de la viñeta a la radiografía definitiva

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En "El proceso", el genio checo critica la estructura opresora de la sociedad de entonces y obliga al lector a reflexionar sobre lo loco y absurdo que resulta el mundo moderno
En «El proceso», el genio checo critica la estructura opresora de la sociedad de entonces y obliga al lector a reflexionar sobre lo loco y absurdo que resulta el mundo moderno

El inolvidable Joseph K., procesado por unos cargos que nunca se supieron, revive de nuevo su delirante pesadilla, en una novela gráfica sobresaliente, escrita por el estadounidense David Zane Mairowitz con ilustraciones de la francesa Chantal Montellier.

Se trata de «El proceso», la obra maestra de Franz Kafka que fue publicada de manera póstuma en 1925 por su amigo, el periodista Max Brod y que, tras haber sido adaptada al cine y al teatro, llega ahora al campo del cómic.

El libro cuenta la historia de Joseph K., un empleado de un banco que una mañana es detenido por unos policías. Los cargos de los que se le acusa se desconocen, como tampoco se sabe ante quién ha de comparecer o quiénes son los miembros del tribunal que le va a juzgar.

A través del arresto surrealista de este personaje, el genio checo critica la estructura opresora de la sociedad de entonces y obliga al lector a reflexionar sobre lo loco y absurdo que resulta el mundo moderno.

Con una imagen dantesca que muestra el rostro ojeroso y abatido de Joseph K., alumbrado sólo por las velas del día de su cumpleaños, y con un letrero que anuncia cómo comenzó su pesadilla: «Se ve que alguien calumnió a Joseph K. porque una mañana, de buenas a primeras y sin que él nada hubiera hecho, fueron a detenerlo».

Así comienza «El Proceso» (Sins Entido), una compleja novela gráfica que se publica ahora de la mano de Chantar Montellier, una de las artistas más reconocidas de la «bande desinée» francesa, y David Zane Mairowitz, dramaturgo y escritor experto en la obra kafkiana.

Las ilustraciones, realizadas con un trazo fresco y ágil, reflejan a la perfección los sentimientos de frustración, angustia, desesperación y sufrimiento de un hombre que contempla cómo se acerca su fatal destino sin que pueda hacer nada para remediarlo.

Los dibujos, siempre en blanco y negro, recogen el ambiente asfixiante y desconcertante en el que se desarrolla la obra. Los rasgos definidos de los personajes transmiten un realismo intencionado que busca erizar la piel del lector y demostrarle que cualquiera podría verse algún día en la piel de Joseph K.

Además, los ojos penetrantes, las risas perversas y las calaveras bailarinas que se intercalan a lo largo de la historia, saliendo continuamente de las viñetas, recrean ese infierno interminable que vive el protagonista, confundiendo al lector y atrapándolo en una atmósfera totalmente onírica.

Una obra brillante y arriesgada, referente de la literatura universal, que se publica ahora en tira de cómic, pero conservando esa esencia siniestra que respira la obra de Kafka.

La definitiva radiografía

El editor Reiner Stach ha pasado 18 años armando lo que ya se conoce como la “biografía definitiva” de Franz Kafka, al que considera uno de los escritores más importantes del milenio. Sin embargo, entiende que aún quedan “interrogantes abiertos” sobre su vida.

El estudioso alemán avanza que pronto podrían desvelarse algunas cuestiones relacionadas con el autor praguense gracias a que en tres años será accesible todo el legado de su amigo Max Brod, que incluye 20.000 cartas y diarios.

De momento, el lector que se adentre por los dos tomos de la biografía, que en castellano ha publicado Acantilado, podrá enfrentarse a “una imagen biográfica de alta resolución”, de un hombre que apenas vivió 41 años, funcionario de seguros y escritor judío de Praga, que dejó anotado: “Yo soy la literatura”.

Franz Kafka
Franz Kafka

Stach señala que en los documentos de Brod hay diarios de juventud que quizá permitirán conocer exactamente la postura de Kafka sobre la posibilidad de abandonar el judaísmo para convertirse al catolicismo, puesto que en su época se creía que eso posibilitaba hacer carrera en sociedad. Reconoce el biógrafo que, a día de hoy, no existe ninguna prueba de que en el círculo de Kafka se tratara sobre esta cuestión, pero “en el legado de Max Brod existen diarios muy tempranos, de 1900 a 1903, y creo que hay algo al respecto”.

No descarta que el trabajo con esta nueva e ingente documentación provoque que tenga que añadir uno o dos capítulos en cada volumen. Por otra parte, subraya que existe la total seguridad de que no hay ninguna obra literaria inédita de Kafka, aunque sí quedan por localizar la veintena de libretas de notas que escribió los últimos nueve meses de su vida y que quedaron en manos de su última novia, Dora Diamant.

En 1933, nueve años después de la muerte del escritor, la Gestapo entró en el piso de Dora y se llevó todo lo que allí había a sus archivos, con lo que es posible que “estos bloc de notas todavía existan”, así como unas 70 o 80 cartas de Franz a Dora. En los últimos años ha habido varios intentos de encontrar todo este material e incluso hay un proyecto denominado The Kafka Project, que ha indagado en Cracovia, Varsovia y Moscú.

Ahora, existe la posibilidad de investigar en un antiguo archivo de la Gestapo en Berlín, al que se podría acceder el próximo año. “No hay ninguna garantía de que las libretas y las cartas estén allí, pero existe esa posibilidad. De encontrarse, sería la mayor sensación de los últimos 50 años en relación a Kafka”, proclama. Reiner Stach, en un lenguaje más que accesible, defiende que el autor de La metamorfosis se encuentra en el olimpo literario junto a Dante o Shakespeare.