futuro
Del zoco de la neurociencia a un mundo feliz

La llegada al mercado de dispositivos denominados ‘neuronales’ que se venden directamente al consumidor tiene implicaciones tanto en el terreno de la salud como en el de la ética. Así lo ha plantean expertos en neuroética en un artículo que se publica de la revista Neuron.
El equipo, liderado por Judy Illes, profesora de Neurología y Neuroética en la Universidad de British Columbia (Canadá), identificó 41 dispositivos en el mercado, incluyendo 22 de registro de actividad cerebral y 19 de estimulación. El objetivo era examinar cuestiones de transparencia, derechos y responsabilidad en la forma en que se comercializan y venden estos productos.
“Cuando se trata de tecnología aplicada a la salud y, en concreto tecnología cerebral, hay un mayor nivel de responsabilidad en torno a la innovación ética”, dice Illes.
Los supuestos beneficios, en entredicho
Las compañías que venden estos dispositivos cerebrales vestibles prometen beneficios que van desde la reducción del estrés, al aumento de la calidad del sueño o la pérdida de peso a una mejora en la cognición. Algunos incluso anuncian beneficios frente a la depresión y ciertas enfermedades neurodegenerativas, indican los investigadores.
A pesar de la gran variedad de afirmaciones, ha habido pocas investigaciones que hayan estudiado la validez científica de cualquiera de ellos. Los autores no intentaron evaluar la eficacia de los productos en esta revisión. En su lugar, analizaron cómo los fabricantes podrían comunicar los resultados potenciales del uso de estos dispositivos, tanto positivos como negativos, de una manera más responsable y ética.
El mercado de estos dispositivos tiene paralelismo con otros productos médicos de consumo directo, por ejemplo, hierbas y suplementos, kits de pruebas genéticas caseras, tomografías computarizadas de bienestar o los ultrasonidos tridimensionales de ‘recuerdo’ que se ofrecen a embarazadas.
Al comercializarlos en el ámbito del bienestar o la recreación, en lugar de para la salud, las compañías que venden estos productos y servicios evitan la supervisión regulatoria de las agencias, como la Adminsitración de Medicamentos y Alimentos de EE UU, subrayan los autores.
Riesgos desconocidos
“Algo que nos preocupa –dice Judy Illes– es que la gente pueda recurrir a estos dispositivos, en vez de buscar ayuda médica cuando realmente la necesita o que elija estos aparatos en vez de los tratamientos médicos convencionales. Hay muchos efectos potenciales de los que no sabemos mucho», advierte.
Los síntomas y efectos secundarios que podrían resultar del uso de estos productos incluyen enrojecimiento u otras irritaciones donde los dispositivos entran en contacto con la piel, dolores de cabeza, hormigueo y náuseas.
Algunos de los dispositivos mencionan la posibilidad de efectos secundarios en el envoltorio, pero no ha habido ningún estudio que analice su frecuencia o gravedad.
Los investigadores observan que, en gran medida, faltan etiquetas que adviertan a los consumidores sobre los riesgos. “Considero que este es un mensaje importante y responsable para los consumidores, pero pocos de estos productos lo incluyen”, dice Illes.
La autora principal cree que debido a que algunos de estos productos se comercializan para niños, que pueden ser particularmente vulnerables a sus efectos en el cerebro, se necesita más precaución. “Sus cuerpos y cerebros aún se están desarrollando”, dice.
Además, añade que “podría ser necesaria una precaución adicional para el uso de los productos de neurociencia en los ancianos, otra población que puede tener un mayor riesgo de daño potencial”.
En su opinión, también hay problemas relacionados con los productos de neurociencia que registran la actividad cerebral. «¿Cómo se utilizan estos datos y quién tiene acceso a ellos? Estas son cosas que no sabemos. Deberíamos estar haciéndonos estas preguntas», reflexiona Illes.
Sin embargo –añade– “la gran noticia es que no cuesta mucho dinero innovar éticamente. Basta con pensar un poco más, enviar buenos mensajes y considerar las posibles consecuencias. Vale la pena que las empresas se tomen el tiempo para hacerlo bien», destaca.
5G, el progreso en lucha contra su reverso idiocrático

“Las redes 5G nos llevarán a vivir en una sociedad completamente conectada, no sólo entre personas sino también con los objetos que las rodean y los propios objetos entre sí…, se trata de una verdadera revolución tecnológica y social”, resume el catedrático de Telefónica-UC3M y director de IMDEA Networks, Arturo Azcorra.
Estos sistemas de “cobertura y capacidad casi infinitas“, que tendrán una competencia mil veces superior a la de las redes móviles actuales, “harán del tiempo y la distancia algo irrelevante”, asegura el catedrático.
“Cuando consigues un flujo de información superior a lo que una persona puede necesitar o procesar con su máquina ya consideramos que para el usuario es una rapidez inmediata”, especifica el experto sobre estos dispositivos que manejarán 5 gigabytes por segundo.
Los soportes materiales para esta tecnología van desde las “convencionales” Google Glasses, algunas de cuyas características están por desarrollar, hasta “chips que se implantarán en la persona o cascos cuya interfaz interactúa directamente con el cerebro“, de manera que “no será un visor en el que se superpone la información a la imagen, sino que se reconstruirá la propia imagen” destacando por ejemplo los objetos que más nos interesen.
El sistema de comunicación será similar a los traductores de sentidos para discapacitados que, mediante sondas, transforman por ejemplo una imagen en impulsos eléctricos para que pueda ser captada por invidentes.
Los usuarios podrán así superar la llamada “realidad aumentada” e ir un paso más allá: “no será necesario sacar la agenda del móvil, la agenda estará en ti y llamarás a tu amigo sólo deseándolo; uno no irá al médico, estará siempre en el médico a través de sensores que monitorizan su estado”, ejemplifica el experto, “serás un navegador permanentemente encendido”.
Además las redes 5G tendrán la capacidad de “aprender de nuestras preferencias y costumbres para ayudarnos a pensar mejor, todo ello de forma muy natural”, asegura Azcorra, quien sin embargo es consciente de las implicaciones “a muchísimos niveles” que conllevará esta novedad: desde limitaciones de acceso a datos médicos, hasta protección de la infancia o necesidad de preparar nueva legislación, entre otros.
“La gente tiene miedo a cualquier tecnología potente pero los propios sistemas están diseñados para contener sus problemas”, añade el catedrático, quien se muestra convencido de que esta tecnología será utilizada por “millones y millones de personas” -unos 7.000 millones de terminales-, algo que por otro lado contribuirá a bajar los precios.
Si tenemos en cuenta que entre el 5 y el 7 % de gasto de la energía total mundial proviene de la actual tecnología móvil, “es evidente que el 5G no puede ser un lujo, será asequible para todo el mundo y, queramos o no todos estaremos conectados”, pronostica.
“La humanidad ha demostrado que el 99 % de las veces utiliza la tecnología para el bien”, concluye Azcorra, desechando el riesgo del 1 % restante.
Aplicaciones médicas
El 5G abrirá la puerta a una revolución en muchos ámbitos, pero probablemente sea la salud el que impacte más directamente en el ciudadano: médico y paciente podrán estar en partes distintas del mundo, como se pudo ver en la primera operación retransmitida en directo con esta tecnología en España.
El doctor estaba en uno de los escenarios del Congreso Mundial de Móviles (MWC) y el paciente a unos cuatro kilómetros, en el primer quirófano dotado con cobertura 5G de España, en el Hospital Clínic de Barcelona.
Esta distancia puede parecer pequeña, pero en los próximos años, cuando el 5G se popularice, podrá ampliarse miles de kilómetros.
“Este era uno de nuestros sueños”, explica el jefe del Servicio de Cirugía Gastrointestinal en el Hospital Clínic, Antonio de Lacy, que estaba en el escenario dado indicaciones al equipo del quirófano sobre una intervención con laparoscopia que estaban llevando a cabo.
Las cualidades de la red 5G son mayor velocidad, hasta diez veces; aumento de la capacidad de datos y alojar más dispositivos; y una reducción brutal en el tiempo de respuesta (termino conocido como latencia).
Este último es clave en una operación quirúrgica, ya que el tiempo de transmisión es casi instantánea, lo que permite mayor precisión.
“Esto no es telemedicina”, explica Lacy, quien ha preferido usar el concepto “telementoring”, pues el objetivo de este tipo de intervenciones con tecnología 5G es que un equipo esté operando mientras un experto asesora en remoto.
El cirujano presente en el Mobile pudo comunicarse por voz con el equipo en el Clínic y dibujar sobre la pantalla en la que el equipo veía la imagen de la cámara de laparoscopia dentro del paciente.
De este modo, indicó los tejidos más delicados de la intervención y asesoró a su equipo. Antes de la operación se advirtió al público del recinto sobre la crudeza de las imágenes.
“Hasta ahora hemos estado conectando personas, ahora estamos conectado cosas”, puntualiza la directora de red de Vodafone, Julia Velasco, en referencia al ‘internet de las cosas’, el término que se refiere a la interconexión de todos los dispositivos inteligentes y que crecerá exponencialmente con el 5G.
Frente a aplicaciones más abstractas o técnicas “esto toca de manera muy cercana al usuario”, añade.
“Imagina que un médico está en África y tiene que realizar una decisión crítica, si no tiene los recursos suficientes, con esta tecnología, puede conectar con alguien que tenga los conocimientos necesarios”, explicó Rod Menchaca, CEO de AIS Chanel.
Esa diferencia que puede suponer el 5G entre la vida y la muerte, es necesario que “llegue a todo el mundo, que se democratice”, apela el directivo.
Cinco dispositivos del Mobile para mejorar la salud
Joyas inteligentes. El anillo Sierra parece un diseño más pero tiene un botón oculto, que su dueño puede presionar cuando se encuentra en situación de riesgo o sufre un ataque. El dispositivo realiza una llamada a los servicios de emergencia para que llamen al usuario y, si nadie contesta, envían un equipo al lugar donde se encuentra. El anillo incorpora una tarjeta virtual que transmiten el historial médico y la ubicación de su usuario.
Ropa inteligente que te dice si estás mal sentado. Wearlumb es una camiseta inteligente que combina diferentes sensores para prever riesgos de fatiga lumbar y dar pautas correctoras al usuario. El dispositivo ha sido desarrollado por las empresas SGS Tecnos y Worldline y el centro tecnológico europeo Eurecat.
Reloj-móvil inteligente de Nubia. Este extraño dispositivo es como si un móvil se hubiera derretido en la muñeca del usuario. Es un reloj, un móvil y una pulsera que registra el latido del usuario, le dice el ejercicio que ha hecho y si ha dormido bien. Solo está disponible en China pero llegará en el futuro a Europa y al resto del mundo.
Nuguna vibra si estás en peligro. Un empresa coreana ha desarrollado un dispositivo inteligente que se lleva en el cuello y alerta de posibles peligros a personas que no oyen o han perdido parte de la audición. Sus sensores analizan el sonido que rodea al usuario y, cuando alguno es demasiado alto -el pitido de un coche, una alarma de incendios o un grito-, transmite una fuerte vibración en la misma dirección, para que el usuario pueda reaccionar rápidamente.
Un auricular te avisa si vas a tener un ataque de epilepsia. MJN-Seras es un auricular inteligente que registra la actividad cerebral de personas con epilepsia y les avisa si van a tener un ataque con antelación, de manera que puedan ponerse a resguardo o avisar a alguien. El dispositivo consta de un pequeño audífono que se conecta al móvil por bluetooth y manda mensajes de alerta. Será aprobado este año por las autoridades europeas para su comercialización.
La distopía del ‘Homo Optimus’ y su entrepierna

Implantes cerebrales para aumentar la inteligencia, sexo con robots, escudos para evitar el hackeo del pensamiento, ciberataques que pondrán en riesgo la vida humana… así de distópico es el mundo que Kaspersky Lab ha imaginado para 2050.
La compañía de seguridad ha creado la plataforma Earth.2050, una web participativa en la que futurólogos, artistas y científicos predicen y representan en imágenes cómo serán el mundo, la tecnología y las ciberamenazas en 2030, 2040 y 2050.
Kaspersky Lab sostiene que no se trata únicamente de un ejercicio creativo, sino de un «mosaico variado de ideas y conceptos» con el que espera anticiparse a futuros escenarios en los que robots e inteligencia artificial camparán a sus anchas.
El futurólogo Ian Pearson y el analista de Kaspersky Lab Stefan Tanase se refieren al futuro «Homo Optimus», un ser humano mejorado -con más inteligencia y capacidad extrasensorial- gracias a implantes cerebrales y a una conexión orgánica a internet.
Ellos pintan un futuro cercano al universo ideado por la serie de ciencia ficción «Black Mirror»: «En 2050 los ciberataques pondrán en peligro directamente la vida humana», asevera Tanase.
Los anunciantes y las empresas querrán invadir nuestro espacio vital, expuesto debido a esa conexión permanente, algo que también tratarán de hacer los tipos malos -que al parecer seguirán existiendo dentro de 30 años-.
Ante ese panorama, será necesario crear un escudo «cortafuegos» que proteja de la invasión del exterior, pero que permita asimismo al usuario controlar qué información comparte con el mundo: «No querrás que la gente lo sepa todo de ti», apunta el futurólogo.
Impedir que otros desactiven nuestra consciencia o que accedan a nuestro pensamiento serán algunos de los retos de la ciberseguridad si ese mundo distópico dibujado por Kaspersky Lab se convierte en realidad.
Pearsons afirma que en 2050, la existencia de lentes inteligentes de contacto y la realidad virtual permitirán cambiar el aspecto de las personas con las que nos cruzamos: podremos percibirlas como más guapas de lo que en realidad son.
Kaspersky Lab cree que habrá un estado de identificación y vigilancia constante en las calles, lo que fomentará que los humanos preocupados por su privacidad porten máscaras para convertirse en ciudadanos anónimos e irreconocibles.
Habrá coches autónomos -esta predicción es quizás la más realista-, médicos robots, aprendizaje durante el sueño, gobiernos en los que colaboren humanos e inteligencias artificiales. Y, quién sabe, quizá podamos guardar el conocimiento de nuestra mente cuando nuestro cuerpo muera.
Intercambios afectivos con robots
En el apartado del sexo, Kaspersky Lab imagina un futuro en el que las personas puedan tener relaciones sexuales a distancia gracias a la realidad virtual y a trajes equipados con sensores.
Pearson prevé que los humanos intimen más con robots y dispositivos que con otros seres de su especie, lo que, sumado a las realidades virtual y aumentada, brindará la oportunidad de cumplir fantasías sexuales, no ser infiel a la pareja o tener una vida sexual activa aun sin tener una relación sentimental.
Según la teoría que sostiene Pearson, en 2050 donde la presencia de los robots en los hogares estará ampliamente instaurada, los humanos los utilizarán para fines sexuales. Afirma que como invertiremos mucho dinero en un robot lo haremos con aquellos que sean atractivos. El científico cree que estos robots sustituirán a las personas que se dedican a la prostitución.
Ian Pearson también sostiene que en 2050 se podrán mantener relaciones sexuales con cascos de realidad virtual: eso no significa que el sexo vaya a convertirse en algo individual y solitario. El científico cree que seguiremos teniendo sexo con nuestras parejas, pero que la realidad virtual nos permitirá ‘convertirla’ en otra persona.
Las fantasías sexuales de cada uno podrán hacerse realidad: cada uno podrá descargarse en su dispositivo de realidad virtual ciertas características físicas de cómo quiere que sea su pareja de ficción.
A día de hoy las relaciones a distancia a través de Internet se han normalizado. El sexting o el cybersexo conectan a personas separadas físicamente a partir de la estimulación psicológica.
En poco tiempo estas actividades irán un paso más allá. De hecho, en la actualidad ya existe el proyecto del profesor Adrian David Cheok, llamado Kissinger, que consiste en un dispositivo que imita una boca real y que reproduce el beso que otra persona realiza a distancia. En definitiva, lamiendo la pantalla podemos proporcionar sexo oral a la pareja aunque haya miles de kilómetros de por medio. Las relaciones a distancia y también los orgasmos se convertirán en la norma.
Son varios los expertos que sostienen que, gracias a la tecnología, podrán estimularse ciertas áreas del cerebro encargadas de generar el placer sexual, pudiendo obtener orgasmos instantáneos.
También, en 2050, tal como apunta la sexóloga Laura Berman se podrá mejorar la vida sexual de las personas con discapacidades físicas gracias a los descubrimientos neurobiológicos, que nos ayudarán a entender cómo funciona el cerebro durante el orgasmo.
En EEUU, Brasil y Sudáfrica ya se utiliza un nuevo método preventivo conocido como Truvada. Este fármaco, que ha causado un gran revuelo en la comunidad homosexual, puede prevenir el riesgo de infección del SIDA hasta en un 92% y, aunque tiene efectos secundarios (dolores de cabeza y náuseas…), también puede acabar sustituyendo a los preservativos.
Con un panorama tan tecnológico, ¿qué pasará con las personas de carne y hueso? ¿Qué será de las relaciones humanas, tanto cordiales como sentimentales? ¿Nos convertiremos en personas asociales? Según el estudio, las personas seguirán teniendo contacto entre sí, pero poco a poco las relaciones emocionales se irán separando del sexo.
Atrapados por el epílogo irremediable

El científico estadounidense Dennis Meadows considera que «ya no hay tiempo para evitar los grandes cambios» que el planeta sufrirá en un plazo máximo de cincuenta años como consecuencia del crecimiento desenfrenado y el desarrollo insostenible de las últimas décadas.
Meadows, autor del libro «Los límites del crecimiento», que en 1972 convulsionó el pensamiento económico al defender el crecimiento cero, asegura que las conclusiones que vaticinó siguen vigentes después de 35 años, en los que el planeta poco o nada ha hecho para evitar el «colapso global» que sufrirá tras un largo período de consumo y desarrollo sin límites.
En todo este tiempo las tendencias dominantes han sido las de crecimiento de la población, la industrialización, la polución y el agotamiento de recursos, lo que ya ha provocado los primeros indicios de las crisis que azotarán el planeta en un futuro no muy lejano, «antes incluso de lo previsto», como es el caso de los efectos del cambio climático.
Meadows, consultor medioambiental de diversos gobiernos, señala que, «desafortunadamente, las posibles soluciones no se han llevado a la práctica», lo que entre los años 2020 y 2050 abocará a la Tierra a una situación nada halagüeña, pues la población humana «se reducirá de un modo significativo», escasearán los recursos energéticos y materiales, y caerán las producciones industrial y agrícola.
En resumen, una crisis sin precedentes que llevará al planeta a replantearse el modelo de desarrollo y a implantar un nuevo orden social y una nueva manera de vivir.
«El cambio va a venir, queramos o no. Ya no hay tiempo para evitar los grandes cambios que se van a producir», asegura el experto, que agrega que, inevitablemente, «la vida va a cambiar», aunque estos cambios «no tienen por qué ser una catástrofe, sino algo diferente, algo distinto».
Y es que, según recuerda Meadows, en la actualidad hay más de 2.000 millones de personas que viven con menos de un dólar al día, por lo que estos cambios, para ellos, «quizá sean muy positivos».
Los más afectados, sin duda, serán los países ricos e industrializados, la parte del mundo acostumbrada a vivir en la opulencia y en los récords de contaminación, consumo energético y beneficios industriales, que deberá afrontar la escasez de recursos básicos, como el agua o el petróleo, y un consecuente incremento del precio de la energía.
¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para detener este proceso de autodestrucción o, al menos, minimizarlo? Para empezar, apunta Meadows, adoptar medidas tan sencillas como vivir cerca del trabajo para evitar usar vehículos de motor, moverse en bicicleta por la ciudad, instalar placas solares o producir alimentos con menos agua, teniendo en cuenta que «las precipitaciones se reducirán a la mitad a lo largo de este siglo en España».
«Se tiende a concebir los cambios como algo sacrificado o muy negativo, pero pueden ser una oportunidad para crear un mejor estilo de vida», sostiene el científico.
Cuando Meadows hizo públicos, hace más de treinta años, los resultados de su investigación, que predecía un futuro nada favorable para el planeta si no se impulsaban soluciones de envergadura, fue tachado por algunos sectores económicos y políticos de comunista, alarmista y catastrofista.
Los años han pasado y el planeta parece estar dándole la razón, aunque la mayor parte de la humanidad aún no se ha dado por aludida o bien no quiere darse cuenta de los problemas que se avecinan.
«La gente inteligente puede llegar a decir cosas muy estúpidas», dice el autor de «Los límites del crecimiento», que lamenta que a los políticos, unos de los principales responsables del rumbo del mundo, sólo les interese los resultados a corto plazo, cuando en esta problemática global hay que mirar mucho más allá, «a décadas vista».
Más ciencia que ficción

Vincent Leung regresó a su casa después de un largo día de trabajo. Este ingeniero electrónico y director del Qualcomm Institute Circuits Labs de la Universidad de California en San Diego (EE UU) solo quería descansar y comer con su familia. Se cambió, preparó una cena ligera, se sentó en el sofá, encendió el televisor y se puso a ver en Netflix un episodio de la serie distópica Black Mirror en el que una madre sobreprotectora hacía que le implantaran a su hija un chip en la cabeza para vigilar todo lo que la niña observaba. Entonces, mientras Leung al fin se relajaba, un grito alteró la tranquilidad de su hogar. “¡Es lo que tú haces!”, le gritó su esposa, que estaba justo a su lado.
Vincent Leung no lo niega. “Eso es ficción –aclara–. Pero es cierto, estamos haciendo cosas más locas que las que se ven en la serie”. Leung es uno de varios investigadores que recorren las fronteras de lo científicamente posible al desarrollar neurotecnologías cada vez más potentes.
Financiado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa del Pentágono (DARPA), Leung trabaja en la próxima generación de implantes cerebrales inalámbricos. Los llama neurograins –o neurogranos– y son chips del tamaño de un grano de sal. “Mira –extiende una pequeña caja negra en la que se ve unos minúsculos puntitos metálicos–. ¿No son lindos?”.
Leung se mueve con comodidad en su laboratorio lleno de cables, circuitos integrados, amplificadores, destornilladores y pizarrones. Durante décadas, se dedicó a mejorar la potencia de los chips de los teléfonos móviles. Ahora, asegura, es tiempo de diseñar chips para el cerebro. Parece ser el próximo paso lógico.
Con los años, las tecnologías se han ido acercando al cuerpo. Hasta no hace mucho, para atender una llamada uno tenía que caminar hacia el teléfono fijo. Ahora solo basta con sacar el móvil del bolsillo y llevarlo al oído o conversar directamente a través de pequeños audífonos –como los Airpods de Apple– en nuestras orejas. Todo indica que la próxima fase de las telecomunicaciones irá más allá: las tecnologías traspasarán la piel y se internarán dentro de nuestros cuerpos.
“Es un gran desafío científico –dice Leung–. En un principio, la idea es implantar los neurograins en la corteza cerebral, es decir, la capa externa del cerebro, de personas que han perdido cierta función debido a una lesión o enfermedad. Y a través de diminutos pulsos eléctricos, estimular las neuronas atrofiadas”.
El equipo de Leung en la Universidad de California en San Diego forma parte de una amplia colaboración internacional –en la que también participan la Universidad de Brown, el Hospital General de Massachusetts, las universidades de Stanford y Berkeley y el Centro Wyss de Bioingeniería en Ginebra– para desarrollar prótesis neuronales inalámbricas capaces de registrar y estimular la actividad del cerebro.
Decenas de miles de neurograins podrían funcionar como una especie de intranet cortical, coordinada de forma inalámbrica mediante un centro de comunicaciones central en forma de un parche electrónico delgado colocado sobre la piel. Así se abrirían nuevas terapias de neurorrehabilitación, en especial teniendo en cuenta que esta red tiene capacidades tanto de ‘lectura’ como de ‘escritura’.
Los neurograins podrían ‘leer’ a las neuronas, esto es, registrar su actividad eléctrica, y también podrían estimularlas. “Podríamos transmitir datos del mundo exterior a los neurograins –indica Leung–. Por ejemplo, proyectar sonidos a personas sordas o imágenes a invidentes: si una persona ciega tiene su corteza visual intacta podríamos tomar una foto con una cámara y por vía inalámbrica mandar una señal codificada en un lenguaje que el cerebro pueda entender”.
Cerebros conectados
En 2004, Matthew Nagle –un hombre de 25 años tetrapléjico tras un incidente en el cual fue herido con un cuchillo– se convirtió en la primera persona en mover objetos solo con el pensamiento. El neurocientífico John Donoghue de la Universidad de Brown le implantó en la parte del cerebro donde se coordina la actividad motora lo que denomina BrainGate: un minúsculo chip de silicio de cuatro milímetros de lado con cien electrodos.
Se trató de la primera interfaz cerebro-ordenador: un sistema a través del cual se procesan y envían señales que viajaban por un haz de cables que salían del cuero cabelludo de Nagle hasta un carrito electrónico con un tamaño de refrigerador que le permitía, entre otras cosas, cambiar los canales de un televisor, ajustar el volumen, abrir y cerrar una mano ortopédica, mover el cursor de un ordenador, leer correos electrónicos y jugar con videojuegos con solo imaginar que movía el brazo. “Los cerebros biónicos se hacen realidad”, tituló por entonces la revista Nature.
Desde entonces, estas neurotecnologías no han hecho otra cosa que diversificarse. Además de las trece personas paralizadas que utilizan el sistema BrainGate, dos monos con implantes cerebrales en la Universidad de Duke fueron capaces de dirigir sillas de ruedas usando solo sus mentes. “Estas tecnologías abrirán todo un mundo de posibilidades –asegura el emprendedor Steve Hoffman de la start-up Founders Space–. No solo nos permitirá comunicarnos mente a mente, sino también conectarnos a internet a través del cerebro”.
Estas afirmaciones parecen algo exageradas, sacadas de películas como The Matrix o de novelas ciberpunks como Down and Out in the Magic Kingdom –un futuro cercano en el que todo el mundo está las 24 horas conectado a la red a través de un enlace cortical– hasta que uno se entera de iniciativas de DARPA como un programa con un presupuesto de cuatro millones de dólares llamado Silent Talk, cuyo objetivo es “permitir la comunicación de usuario a usuario en el campo de batalla sin el uso de voz vocal a través del análisis de señales neuronales”.
En la última década las interfaces cerebro-ordenador se han diversificado: empresas como Emotiv y NeuroSky han desarrollado videojuegos basados en estas neurotecnologías, al igual que la compañía japonesa Neurowear que desarrolló en 2011 unas orejas de gato llamadas Necomimi que responden a las emociones de sus usuarios. Y durante la ceremonia de apertura de la Copa Mundial de Fútbol de Brasil, en 2014, el neurocientífico Miguel Nicolelis mostró en dos decepcionantes segundos cómo un hombre parapléjico utilizaba un exoesqueleto robótico controlado por la mente para patear una pelota.
En este tiempo, la miniaturización se ha acelerado. En 2011, un equipo de la Universidad de California en Berkeley describió por primera vez unas diminutas partículas de silicio que denominaron “neural dust” (polvo neuronal), a grandes rasgos basadas en los mismos principios de los neurograins.
En 2017, dos de sus inventores, el neurocientífico José Carmena y el ingeniero Michel Maharbiz, inauguraron la compañía Iota Biosciences para desarrollar estos implantes inalámbricos que podrían cambiar la forma en que entendemos nuestros cuerpos: son capaces de monitorizar en tiempo real músculos, órganos y nervios en las profundidades del cuerpo –como demostraron en la revista Neuron–. Podrán tratar la epilepsia y el control de vejiga y, también en un futuro, controlar prótesis.
Los sensores de este polvo neuronal se comunican a través de ultrasonido con un parche que los activa y recibe información para cualquier terapia deseada. Sus impulsores imaginan que podrían ser implantados en un simple procedimiento ambulatorio, según Carmena, de la misma manera que una persona se hace un piercing o un tatuaje.
Las posibilidades de las interfaces cerebro-ordenador han atraído el interés de Elon Musk. En 2017, el multimillonario sudafricano, fundador de SpaceX y Tesla, reveló detalles de una nueva empresa, Neuralink, en San Francisco: construir una interfaz cerebro-ordenador implantable que nos permita comunicarnos de forma inalámbrica con cualquier cosa que tenga un chip. Esta simbiosis sería, según Musk, como nuestro seguro ante el “riesgo existencial” que significa el avance de la inteligencia artificial.
Suena todo muy sci-fi: en teoría, podríamos absorber conocimiento instantáneamente desde la nube o transmitir imágenes de la retina de una persona a la corteza visual de otra. “Creo que la mejor solución es tener una capa de inteligencia artificial que pueda funcionar biológicamente dentro de nosotros”, dijo Musk. “El primer uso de la tecnología será reparar lesiones cerebrales como resultado de un accidente cerebrovascular”, describió en un artículo extenso publicado en Wait Buy Why.
Por el momento, ese también es el objetivo de los investigadores detrás de los neurograins: permitirles a personas paralizadas por esclerosis lateral amiotrófica, embolia cerebral u otros trastornos salir de su encierro y comunicar sus necesidades y deseos a otros, operar programas de procesamiento de textos u otro software, controlar una silla de ruedas o neuroprótesis. “Sería una gran mejora de la calidad de vida”, dice Leung. “Primero lo probaremos en primates no humanos”.
¿Qué vendrá después? El objetivo de DARPA, se presume, consistiría en mejorar las habilidades del personal militar. “Podríamos llegar manejar drones con el pensamiento”, especula Leung, quien admite que el campo de las interfaces cerebro-ordenador es terreno fértil para la ciencia ficción .
Pero así como estas tecnologías abren nuevas posibilidades, también implican nuevos riesgos y problemas éticos. ¿Podrían grupos de hackers robar datos internos de un cuerpo –uno de los problemas actuales con los Fitbits– o usar el cuerpo de una persona en contra de su voluntad? “Las prótesis neuronales nos obligan a reevaluar cómo pensamos en la responsabilidad de nuestras acciones”, señala el filósofo Walter Glannon.
Si bien, debido a regulaciones federales, es muy difícil sacar la neurotecnología del laboratorio, los neurograins y el neural dust multiplican las esperanzas y también las amenazas, como la pérdida de la individualidad y privacidad mental.
“Los escenarios abiertos por las interfaces cerebro-ordenador conducen a interesantes preguntas sobre lo que significa ser humano –advierten los especialistas en neuroética Mark A. Attiah y Martha J. Farah en un artículo–. ¿Seríamos humanos si pudiéramos hacer que otros se movieran o actuasen a partir de nuestro pensamiento? ¿Seríamos humanos si nuestras mentes nunca operasen independientemente de los demás? Estas neurotecnologías podrían traer cambios sociales tectónicos”.
Reflejos de un futuro imaginado

El 65 % de los niños que hoy están en educación primaria tendrán un empleo que aún no se ha inventado, la futura explotación mineral de los asteroides cambiará el panorama económico y tecnológico y dentro de una década, según algunos científicos, se podrá saber al instante en qué piensa una persona.
Todo esto no es “fantaciencia”, asegura el divulgador científico Juan Scaliter, quien subraya que los avances científicos y tecnológicos se suceden a una velocidad vertiginosa, y “la ciencia del mañana traspasará las barreras de lo que hoy imaginamos”.
Scaliter es autor de “Exploradores del futuro” (editorial Debate), un libro de divulgación científica hecho a partir de entrevistas a 50 destacados científicos, pero también 250 páginas que invitan a la reflexión porque, según dice este argentino, “no sabemos a dónde nos llevan” los cambios que se están sucediendo.
¿Dónde estarán los límites de estas transformaciones? ¿tiene que existir, por ejemplo, una ley que regule la actividad espacial? ¿qué consecuencias tendrán los nuevos hallazgos en la economía? ¿cómo afectarán éstos a la educación? ¿debe estar todo en la red?
Estas son algunas de las preguntas que Scaliter quiere compartir con los lectores porque “necesitamos debates y no sólo información”.
Scaliter, quien cree que estamos viviendo una revolución como la que en su día supuso, por ejemplo, la imprenta, divide su libro en ocho capítulos, además de un prólogo (de Toni Garrido) e introducción.
En ellos habla de astronomía, neurociencia, física de partículas, genética, nanotecnología, enfermedades, internet o economía.
Comienza, además de describiendo su pasión por los mapas, con una lista de 15 innovaciones que han revolucionado la ciencia y que este divulgador agrupa en cuatro campos científicos: neurología, genética, astronomía y física.
Entre ellas, el grafeno, el LHC, los ensayos con células madre embrionarias en humanos o el primer mapa del cerebro humano.
El primero de los capítulos está dedicado a la astronomía, en el que, además de asegurar que se hallará una prueba de vida no terrestre, habla de la futura o no tan futura minería espacial.
En “Yo de mayor quiero ser minero espacial” este divulgador detalla que un asteroide de 500 toneladas tendría tres veces más platino que todo el que hay en la Tierra, así que negocio hay (gracias a la abundancia de metales de este grupo se reducirían los costes de aparatos electrónicos y de los motores eléctricos).
La mejor forma de descubrir estas “minas flotantes” es con un telescopio flotando en el espacio y ya hay una empresa en ello.
Esto va a alterar el sistema económico, pero de quién es ese asteroide: ¿De la empresa que lo descubre? ¿se debería regular la explotación comercial en el espacio como pasa en la Antártida?
Scaliter no sólo invita al público a reflexionar sobre los avances de la astronomía, también de la genética (los hallazgos en esta disciplina -dice- son los que “más respeto” le producen).
Este periodista, quien señala que el científico está vinculado siempre a la curiosidad e imaginación, relata también su visita al CERN -le encanta guardar las pegatinas de entrada de los sitios a los que accede y la de este centro la guarda con especial cariño-.
En “De copas por el CERN” habla del bosón de Higgs, la materia oscura, de protones y de creaciones como la web.
Este libro no es un encargo, se le ocurrió a Scaliter después de ver un vídeo viral en el que se afirmaba que el 65 % de los niños que hoy están empezando la educación primaria tendrán un empleo que aún no ha sido inventado: “investigué y terminé encontrando la fuente del dato (un estudio del Departamento de Trabajo de EEUU)”.
Y es que la ciencia avanza y en breve puede convertirse en la nueva economía, apunta.
Scaliter, quien si fuera ahora niño elegiría en un futuro una profesión algo así como “modelador de vida extraplanetaria”, quiere que los lectores con este libro se hagan muchas preguntas.
Renovarse o morir contaminados

La contaminación del aire en las ciudades, que alcanza ya «un punto crítico», será «uno de los principales inductores al cambio» en la transición de las energías fósiles a las renovables, pronostica el ingeniero industrial Jorge Morales de Labra.
El autor del ensayo recientemente publicado por la editorial Alianza “Adiós, petróleo”, insiste en que la polución es un problema que afecta “de forma masiva”, ya que los expertos cifran en 3,7 millones el número de personas que muere cada año por su culpa.
“Es un ejemplo de la insostenibilidad del actual sistema energético, tanto por sus impactos medioambientales como por los sociales“, explica Morales de Labra quien no tiene duda en señalar las renovables como las energías del futuro.
A su juicio, estas energías alternativas “permitirán afrontar al ser humano una vida sin petróleo, pero la transición será lenta“, porque “prácticamente toda nuestra economía” se basa en el crudo, que ha facilitado “un desarrollo sin precedentes” pese a sus “muchas consecuencias negativas“.
Por ello, para materializar la transición energética es “absolutamente clave” calcular y compensar su impacto en lo económico.
En ese sentido, Morales de Labra destaca que “en las subastas internacionales de producción de energía eléctrica están arrasando las energías renovables por encima de las fósiles” y eso es “una excelente noticia para la civilización” pues además de reducir la contaminación “nos salen más baratas“.
El funcionamiento de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), los conflictos armados provocados por la posesión de territorios cuyo subsuelo almacena importantes cantidades de crudo y su impacto en los desastres naturales o el cambio climático son algunos de los puntos que analiza este experto en “Adiós, petróleo”.
La responsabilidad ciudadana
Aunque “la última palabra la tienen las administraciones y en particular el Gobierno central“, advierte de que “los ciudadanos también tenemos la responsabilidad de acelerar la transición energética“, porque “no se le puede echar la culpa del sistema actual a un solo ministro o a un único presidente de gobierno“.
Para animar a asumir este compromiso recuerda que el cambio de modelo energético traerá consigo, entre otras cosas, la resolución de una de las contrariedades derivadas del uso de los combustibles fósiles: el ruido provocado por los motores de los coches, que “en algunas ciudades llega a ser insoportable“.
El hecho de que, antes de 2025, la mitad de los coches que se vendan en España serán eléctricos según la previsión de este especialista, cambiará de forma “única” el mapa de ruidos, “al menos en lo relativo al transporte terrestre“.
Y es que, a su juicio, es en el ámbito eléctrico donde se están introduciendo las renovables “con mayor facilidad” y donde antes se verán los cambios, si bien España tendrá que afrontar el desafío de su “enorme sobrecapacidad“.
Es decir, se produce más de lo necesario e “incluso en el momento de mayor demanda de energía eléctrica nos sobran centrales“, asegura.
Morales de Labra afirma estar “convencido de que todas las centrales nuevas que se van a construir en España, salvo alguna excepción, van a ser renovables“, por lo que “la principal discusión será qué es lo que cerramos“, un debate que requerirá decisiones “complejas” que es preciso “abordar cuanto antes“.
A la pregunta de si llegaremos de verdad a sobrevivir algún día sin una gota de petróleo, el experto contesta que “sí, aunque no sé si yo lo veré“, porque “de hecho estamos obligados a hacerlo: en primer lugar, por los límites medioambientales y, en segundo lugar, porque, queramos o no, el petróleo tiene un límite“, recuerda.
La posibilidad de un planeta de simios

¿Puede ocurrir que la Tierra se vea inmersa en una tesitura similar a la acontecida en «El Planeta de los Simios»? En teoría, sí. ‘‘Podría ocurrir’’, dice el Profesor Volker Sommer, antropólogo evolucionario y experto en simios del University College de Londres. ‘‘Un ser humano medio (del género Homo) y un chimpancé/bonobo medio (del género Pan) probablemente solo se diferencien en unos pocos componentes genéticos funcionalmente importantes. Así que, posiblemente, si alguien introdujese algunos componentes genéticos similares a los del Homo en miembros del género Pan, es una posibilidad que se volviesen más ‘humanos’’’.
Cada vez hay más preocupaciones en la comunidad científica sobre el hecho de llegar demasiado lejos en el desarrollo de inteligencias animales. Un informe de un grupo de trabajo de la Academia de ciencias médicas (Academy of Medical Sciences) advertía de la necesidad de crear reglas que rijan las investigaciones sobre los intentos de humanizar a los animales. ‘‘El miedo que tenemos radica en que cuando empiezas a poner una gran cantidad de células del cerebro humano en los cerebros de los primates, podrías transformar a ese primate en algo que tenga algunas de las capacidades que consideramos exclusivamente humanas’’, dijo el profesor Thomas Baldwin, quien colaboró en el informe.
‘‘El fuego parece ser la clave’’, dice Ray Hammond, futurólogo famoso a nivel internacional y autor del libro ‘The Modern Frankenstein’. ‘‘Cocinar la carne ayuda a procesar la proteína mucho más rápido y este gran avance llevó al crecimiento desmedido de la inteligencia, al desarrollo del lenguaje y fue la razón por la que los seres humanos se convirtieron en la especie dominante. Si los simios tuvieran el estímulo del fuego y empezasen a ponerse de pie durante largos periodos de tiempo, podrían evolucionar y convertirse en la especie dominante”.
Sin duda ganarían en una batalla, pero solo si fuera un combate cuerpo a cuerpo. Los gorilas tienen seis veces más fuerza que los humanos en la parte superior del cuerpo.
‘‘Si desechamos las consideraciones éticas y permitimos a un Frankenstein moderno intentar todo lo que quiera, la mayoría de los resultados serían deficientes’’, admite el profesor Sommer. ‘‘Sin embargo, podrían aguardarnos grandes sorpresas. Por ejemplo, podrían aparecer híbridos entre humanos y chimpancés o bien chimpancés y bonobos modificados podrían empezar a caminar por el mundo’’.
Y la gripe simia que elimina a casi toda la humanidad en ‘El amanecer del planeta de los simios’ es algo que varios futurólogos han considerado.
‘‘Sabemos que es posible’’, dice Hammond. ‘‘El virus del sida vino de los simios. Si hubiese infectado a la humanidad hace 60 o 70 años, podría habernos exterminado’’.
Dicho esto, cuanto más tiempo pase es menos probable que ocurra alguna pandemia de escala mundial. ‘‘Consideramos que es posible, no que sea probable’’, añade.
En contra
Según Ray Hammond, cualquier transición tardaría un mínimo de 300 millones de años y eso solo si los simios llegan a niveles de inteligencia del ser humano.
Además, mientras que una enfermedad sí podría extenderse por todo el mundo, es poco probable que llegase a un nivel de exterminio. ‘‘La realidad es que la humanidad se ha convertido en algo muy flexible, adaptable e inteligente’’, dice. ‘‘Aunque pudiera producirse algo de resultados absolutamente devastadores, la posibilidad de un exterminio absoluto es mínima’’.
La cantidad de gente que tendría que matar cualquier enfermedad también es un factor importante. Hay alrededor de siete mil millones de personas en este planeta. Según la Lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (International Union of Conservation of Nature, UICN), la población de todo tipo de simios está disminuyendo, con varias especies de tan solo unas pocas decenas de miles. No es suficiente para organizar una sublevación.
Sin embargo, nuestro conocimiento limitado de los simios también puede significar que ya haya simios en alguna parte del mundo hablando sobre cómo tomar el control de la ONU. Hace solo 50 años desde que la legendaria primatóloga Jane Goodall se embarcó en su histórica investigación. ‘‘Las sociedades humanas se llevan estudiando desde hace miles de años’’, afirma el profesor Sommer. ‘‘Hay quizás 8 o 10 grupos o comunidades pequeñas de simios donde sabemos qué está pasando’’.
Transporte sobre los raíles del tiempo

El físico nuclear y profesor de la Universidad de Granada José Enrique Amaro aborda en su última publicación la posibilidad de viajar en el tiempo, desde una perspectiva científica y a la vez divulgativa, y explora las claves de este curioso tema a partir de la teoría de la relatividad.
«La posibilidad de viajar en el tiempo. Senderos cósmicos al futuro y al pasado» (Editorial RBA) es el título del libro, que se adentra en temáticas como las máquinas del tiempo y las puertas del tiempo.
Amaro ha explicado que, como físico teórico y aficionado a la ciencia ficción, le atrajo la idea de un libro de divulgación sobre los viajes en el tiempo y máquinas del tiempo desde el punto de vista de la física.
El libro tiene como lector a un público interesado pero no especialista, de ahí que se plantee con un estilo directo y ágil, que evita además las formalizaciones complejas, es autosuficiente y se centra en transmitir unas pocas ideas principales.
Según su autor, el estudio de los viajes en el tiempo pertenece, en primer lugar, al dominio de la física teórica y, desde la perspectiva científica, hace cien años era imposible, ya que el tiempo en la física de Newton era absoluto e inalterable, pero la teoría de la relatividad especial de Einstein supuso un cambio radical.
Con esta premisa, el paso del tiempo depende del movimiento del observador, por lo que trasladándose a una velocidad próxima a la de la luz sería posible viajar al futuro.
La mayor revolución surgió con la relatividad general, una teoría según la cual el tiempo y el espacio se curvan cerca de un campo gravitatorio, lo que posibilita los viajes al pasado.
«Mucha gente ignora que la posibilidad y las consecuencias físicas de la existencia de máquinas del tiempo que han sido investigadas seriamente», ha indicado este científico, que ha detallado que eminentes físicos teóricos de la talla de Stephen Hawking, Kurt Gödel, Kip Thorne o Richard Gott han estudiado las soluciones de las ecuaciones de Einstein que implican un viaje en el tiempo.
La existencia de una máquina del tiempo posibilitaría dos de los sueños del ser humano, como son viajar al pasado y revivir los recuerdos o modificar los sucesos pretéritos y conocer lo que nos depara el futuro y poder actuar en consecuencia.
En la ciencia real, la posibilidad de viajar en el tiempo y volver para contarlo tendría importantísimas y quizá dramáticas consecuencias, ya que podría violarse el principio de causalidad, un principio fundamental de la física.
«Si podemos viajar al pasado y modificarlo, por ejemplo, matando a nuestro abuelo, nunca naceríamos, lo que supondría una paradoja temporal», ha explicado, al tiempo que ha apostillado que, si el viaje en el tiempo es posible, deben también existir mecanismos físicos que eviten esas paradojas.
Estudiar el viaje en el tiempo también permite profundizar en los problemas de la teoría de la relatividad, para comprender cómo funciona el universo y cómo se comporta el continuo espacio-tiempo.
La teoría de la relatividad revela que el viaje en el tiempo está estrechamente conectado con la luz y con el espacio, por lo que la receta para viajar en el tiempo sería simple: para viajar al futuro hay que perseguir a un rayo de luz y para viajar al pasado hay que adelantar a un rayo de luz tomando un atajo por el espacio-tiempo.
A pesar de las enormes potencialidades que esto supondría, antes de intentar siquiera emprender el viaje en el tiempo sería necesario poseer medios tecnológicos extraordinarios, que sólo una civilización ultra avanzada podría quizá llegar a conocer.
«Deep Learning», una revolución sin consciencia

El avance de la inteligencia artificial ha llegado a dotar a las máquinas de cualidades propias del ser humano, como la intuición y la improvisación, y ha logrado que superen al hombre en tareas concretas, pero la probabilidad de que tengan consciencia de sí mismas es una quimera.
“No entendemos muy bien cómo funciona la consciencia, apenas sabemos nada de ese proceso humano. Probablemente nunca seamos capaces de construir máquinas que tengan consciencia de sí mismas”, explica el neurocientífico Greg Corrado, impulsor de Google Brain, el proyecto de inteligencia artificial de Google.
Tras sesenta años de investigación y una década de grandes avances en inteligencia artificial, “ya hay computadoras capaces de entender cosas muy básicas del mundo y de la comunicación humana”, máquinas que realizan tareas con precisión y eficacia. Las más prestigiosas universidades y compañías tecnológicas trabajan en ella.
Tan revolucionario como internet
Su impacto, según los expertos, va a ser tan revolucionario como el de internet. Sin embargo, aunque estas máquinas capaces de aprender por sí solas empiezan a mostrar rasgos propios de la inteligencia humana, están a años luz de poseer cualidades tan inherentes y determinantes del hombre como el sentido común, la consciencia o las capacidades social y creativa.
Sistemas que ya escriben poemas inéditos a partir de su conocimiento de los clásicos de la literatura universal, que ganan al juego “go” al campeón del mundo, que pueden entender el lenguaje natural o detectar qué tipo de objetos aparecen en una fotografía. En tareas muy concretas, son mejores que el ser humano.
El investigador de Google destaca los avances cosechados en el “deep learning“, esto es, sistemas que aprenden por sí mismos a partir del ejemplo y son capaces de lograr la consecución de una tarea.
Es el caso, por ejemplo, de un sistema que, tras ver grandes cantidades de fotos de gatos, puede deducir cuáles son las características definitorias de ese animal y saber cuándo aparece uno en una imagen que nunca ha visto.
Los sistemas computacionales de percepción -capaces de “ver”, “escuchar” y “entender” el mundo físico- experimentan grandes logros.
“Es la primera ciencia que ha sido capaz de crear máquinas que son, en cierta medida, intuitivas”, confirma Corrado. Son capaces de detectar patrones sin disponer de toda la información necesaria.
Redes neuronales artificiales
En el campo del “deep learning” se trabaja en redes neuronales artificiales, que son sistemas que se inspiran en el entramado neuronal para procesar la información.
Corrado explica que los sistemas de inteligencia artificial han conseguido también tener cierto grado de improvisación. Así, AlphaGo, la máquina que batió al campeón del mundo de go, ganó gracias a movimientos “sorprendentes e improvisados” tras hacer interpolación y extrapolación de los datos de que disponía. El investigador aclara, sin embargo, que no se trata de creatividad.
Aunque el “deep learning” empieza a aplicarse en el arte como una herramienta más para la creación -por ejemplo para descubrir nuevas combinaciones musicales-, las máquinas aún necesitan la información creada por los humanos para trabajar.
¿Creará la inteligencia artificial por sí sola, sin la intervención humana? “No sabemos cómo funcionan la imaginación ni el proceso del conocimiento (…). Los artistas están muy influenciados por su contexto social y su afán comunicativo y eso no existe en las máquinas. Lo que éstas puedan crear va a ser algo muy distinto de lo que consideramos bellas artes”, afina.
Sin atisbo de amenaza
Incrédulo ante la singularidad -que las máquinas superen la complejidad de la mente humana-, Corrado no ve ningún atisbo de amenaza en el uso de la inteligencia artificial y difiere de esa corriente de científicos y tecnólogos -liderados por Stephen Hawking y Elon Musk- que exige que se vigile su desarrollo para evitar malos usos y una actividad descontrolada.
“Creo que los miedos vienen de la idea de que, de alguna manera, este tipo de sistemas van a ampliar su poder sin control y eso no lo contemplo siquiera como una posibilidad remota. Técnicamente es imposible. Los ingenieros tienen un chascarrillo que dice que preocuparse por la seguridad de la inteligencia artificial es como hacerlo por la superpoblación en Marte”, subraya.
Aun así, es partidario de que exista siempre en la sociedad un debate sobre los fines de la tecnología.
- 1
- 2
- Siguiente →