generacion del 27

Renacimiento y reivindicación en años andrógenos

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Isabel Oyarzábal nació en la época equivocada; se trata de uno de esos personajes que por sus valores parecen haber nacido en el Medievo o al contrario, personas nacidas en pleno encorsetamiento social del siglo XIX y con unas ideas que si viajaran en el tiempo hasta la actualidad no llamarían la atención por lo moderno de sus ideas.
Isabel Oyarzábal nació en la época equivocada; se trata de uno de esos personajes que por sus valores parecen haber nacido en el Medievo o al contrario, personas nacidas en pleno encorsetamiento social del siglo XIX y con unas ideas que si viajaran en el tiempo hasta la actualidad no llamarían la atención por lo moderno de sus planteamientos

Las memorias de la escritora, periodista y diplomática Isabel Oyarzábal Smith (1878-1974), primera mujer embajadora de España, que murió durante su exilio en México, se encuentran en castellano, con una diferencia de más de 70 años sobre la versión inglesa de una editorial estadounidense.

Se titulan ‘Hambre de libertad. Memorias de una embajadora republicana’ y el primer establo en editarlas fue la editorial granadina Almed.

Nacida en Málaga en 1878, de madre escocesa y padre de origen vasco, Isabel Oyarzábal fue también una firme defensora de los derechos de la mujer y la primera inspectora de Trabajo en España por oposición, como ha recordado Aurora Luque, directora del Centro Cultural de la Generación del 27, que colaboró en la edición.

Como escritora, colaboró con periódicos ingleses, tradujo textos en este idioma y publicó relatos, obras de teatro, una novela y la biografía de una embajadora soviética a la que conoció en su destino diplomático de Suecia.

Ya en México, «vivió de su escritura y gozó de prestigio en círculos tan impenetrables como la sociedad literaria neoyorquina de los años 40», destaca Luque.

En su faceta política, destacó por su lucha feminista y sus reivindicaciones laborales, acudió al congreso de la Alianza por el Sufragio Universal en Ginebra. En 1931 fue candidata socialista a las Cortes constituyentes y dos años después se convirtió en la primera mujer inspectora de Trabajo en España por oposición.

Además, en los inicios de la Guerra Civil completó una extenuant» gira de conferencias que la llevó a 42 ciudades de los Estados Unidos y Canadá en 53 días, para recabar apoyos para la República, y llegó a dirigirse a un auditorio de 25.000 personas en el Madison Square Garden de Nueva York.

José Fernández Oyarzábal, sobrino nieto de la diplomática, recuerda cómo su madre conservó siempre en el hogar familiar «un librito que guardaba en un armario y que se resistía a enseñar a sus hijos».

Aquel libro era una primera edición de 1935, «preciosamente impresa», del ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, a la que «le faltaba una hoja, la primera, donde había estado la dedicatoria que Isabel Oyarzábal había conseguido de Lorca para mi madre», relata Fernández Oyarzábal.

Adelantada a su época

La escritora malagueña fue una  mujer que dedicó toda su vida a defender los ideales que creía justos, nadando siempre contracorriente, y que jamás dejó de creer en la validez del proyecto republicano. Sus dispares experiencias y sus polifacéticos talentos le marcaron el itinerario en el que se reflejó la lucha que las mujeres abordaron por sus derechos y su plena inserción en la vida laboral.

Isabel contaba con todo lujo de detalles cómo su apertura hacia las novedades intelectuales de principios de siglo, le hacían seguir con absoluta curiosidad los eventos culturales que acontecían en su Málaga natal. En un homenaje a la actriz María Tubau conoció a Ceferino Palencia, hijo de la actriz y futuro marido suyo. Este hecho cambiaría el rumbo de una joven, en principio conservadora, influenciada por una estricta educación religiosa y unos códigos de comportamiento adecuados a su clase social de burguesa.

El día 8 de julio de 1909, según sus propias palabras «uno de los días más calurosos que se han conocido en Madrid» (1940: 102), se casó con Ceferino Palencia. Fue una ceremonia poco convencional, pues Isabel se negó a llevar el tradicional vestido blanco, propio de una novia de su clase, lo que disgustó a su madre.

En 1918 comienza su militancia feminista en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de la que llegó a ser presidenta. En 1920 asistiría como delegada al Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer (Ginebra), como Secretaria del Consejo Supremo Feminista de España. Su sección del diario El Sol, «Crónicas Femeninas», las firmaba como Beatriz Galindo. A esta faceta de mujer triunfadora se le oponía su fracaso matrimonial. A los adulterios del marido respondió con la intensificación de su trabajo feminista.

La labor periodística de Isabel durante la década del veinte merece un comentario aparte a la hora de esclarecer su personalidad. María Luisa Mateos Ruiz realiza un estudio detallado de los artículos publicados por Isabel de Palencia en la revista Blanco y Negro, entre los años de 1925 y 1928 (Mateos, 2005: 205-216). Escribió un total de 35 artículos, que son de interés por las ideas avanzadas, liberales y progresistas que contiene, acordes con la ideología de la autora, una feminista para su época, en el sentido que hoy se considera este término. Todos ellos plantean situaciones y asuntos relacionados con el mundo de las mujeres, muy particularmente, los que conciernen a su emancipación, a la educación y a lo que hoy se conoce como conciliación de la vida profesional y familiar.

Como actriz trabajó con María Tubau y colaboró con ‘‘El Mirlo Blanco’’; actuó en la boda de Alfonso XIII; ejerció la crítica y la traducción para compañías como la de Margarita Xirgu.

Carlos Rodríguez Alonso editó en 1999 las obras de teatro escritas en los años 20 por Isabel de Palencia, que ella recopiló y publicó bajo el título Diálogos con el dolor, una vez en México, en la editorial Leyenda entre 1940 y 1944. Son nueve dramas breves y un cuento titulado Alcayata, que complementa el sentido de la publicación, de acuerdo al prólogo de la autora. Asimismo, estas obras dramáticas son interesantes en dos sentidos: de un lado nos dan plena información de la intensa atmósfera teatral en Madrid en la década de los 20, y de otro lado, son una muestra de los motivos recurrentes en la obra de Isabel: el pensamiento cristiano, que implica la caridad hacia el prójimo y la entrega solidaria a los oprimidos, entre los que destacan las mujeres, los afectados de algún tipo de enfermedad y los desfavorecidos económicamente.

Oyarzábal fue una celebrada conferenciante; casó y en no pocos momentos fue su trabajo el que sacó adelante a la familia; corresponsal para varios periódicos británicos, fue nuestra primera representante ante la Sociedad de Naciones; formó parte activa de todas las iniciativas protagonizadas por mujeres entre 1915 y 1939; fue la primera mujer que sacó plaza en el cuerpo de Inspectores de Trabajo y con responsabilidades diplomáticas en España; marchó al exilio y continuó su actividad desde México. 96 años de vida asombrosa con una coherencia y una firmeza admirables.

Aun así, Isabel Oyarzábal pertenece a una generación anterior a la del 27, pero su presencia enriquece, aclara y aporta. Como las vidas de las verdaderas pioneras: Pardo-Bazán, Concha Espina, María de Maeztu…

Poetas que elevaron el Cante Jondo

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Imagen del Concurso de Cante Jondo (Granada, 1922), promovido por Federico García Lorca y Manuel de Falla
Imagen del Concurso de Cante Jondo (Granada, 1922), promovido por Federico García Lorca y Manuel de Falla

En el primer tercio del siglo XX empezó a correr un nuevo aire para el flamenco, un arte que salió entonces de la marginalidad y alcanzó consideración cultural de la mano de los integrantes de la Generación del 27, de un poeta como Miguel Hernández y de un artista polifacético como Edgar Neville.

Así lo ha explica Manuel Bernal Romero, profesor de Literatura, estudioso de los poetas del 27 y especialista en flamenco, quien en su libro «La Generación del 27 y el flamenco» (Renacimiento) explica el proceso por el que los artistas flamencos abandonaron los cafés cantantes, las ventas, los prostíbulos y las fiestas de los señoritos para adquirir consideración cultural.

Estos poetas «han influido mucho en el flamenco moderno, en el cante jondo como ellos lo denominaban, y de manera determinante en su concepción actual como expresión cultural», según Bernal Romero, autor de otros tres ensayos sobre la Generación del 27.

A esa lista de artistas y poetas como Lorca, Alberti y Fernando Villalón, añade Bernal al polifacético escritor Edgar Neville –director de la película «Duende y misterio del flamenco»– y al compositor Manuel de Falla, a quien dedica un detallado capítulo con motivo de la organización del Concurso del Cante Jondo de Granada en junio de 1922.

«Antes del 27, el flamenco era una música marginal, ajena a cualquier vínculo intelectual o literario», ha insistido el profesor al señalar las excepciones de Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y los Machado y la desconsideración del resto de escritores e intelectuales, desde Unamuno a Eugenio d’Ors, quienes sostenían que el flamenco nada aportaba a la cultura española.

«Esa es la mirada que varían los poetas del 27, que llevan al flamenco al momento en que se encuentra hoy», a pesar de que, salvo Miguel Hernández, ninguno de ellos escribió para el flamenco.

En este punto Bernal ha asegurado que aunque muchos cantaores digan cantar a Lorca lo que hacen es cantar versiones de sus poemas, que ni tienen el ritmo flamenco ni fueron escritos para ser cantados.

Como ejemplo ha puesto «Poema del cante jondo» que, pese a su título, contiene poemas «incantables» que están «más próximos a la vanguardia que a la poesía popular», y libro del que ha aclarado que si el poeta granadino lo dedica al cantaor Manuel Torre lo hace muchos años después de haberlo escrito, ya que los poemas estaban pensados y escritos antes de conocer al mítico cantaor.

Bernal ha señalado que incluso Fernando Villalón, ganadero esotérico y personaje inclasificable, efectuó el camino inverso al incorporar algunas letras flamencas a sus poemas, pero que tampoco escribió expresamente para los cantaores.

«Villalón y Lorca trataron de definir en su poesía qué es el cante, pero con poemas difícilmente cantables», ha insistido.

De Lorca ha añadido que «aunque ahora no sea políticamente correcto decirlo, no es ningún flamencólogo», y que en la organización del Concurso de 1922 «actuó al dictado de Falla», hombre tímido y discreto cuya personalidad contrastaba con la simpatía y brillantez del poeta granadino.

A diferencia de Lorca, «que llegó al flamenco de oídas», «Villalón es el que hizo una poesía más flamenca».

El profesor ha puesto el Concurso del Cante Jondo de Granada en 1922 como un ejemplo de que el debate entre el purismo o cante jondo y lo comercial o considerado desechable por los puristas ha existido siempre, ya que a aquel certamen pudo concurrir todo artista que quisiera con una sola condición, que no fuese profesional.

El ensayo de Bernal revisa la relación de los poetas citados con cantaores como Manuel Torre, Chacón, La Niña de los Peines, Caracol y la Argentinita, cuya relación sentimental con el torero Ignacio Sánchez Mejías, otro polifacético inclasificable que también hizo de promotor de espectáculos flamencos, «iba a marcar alguno de los hitos que uniría a los creadores del 27 con el flamenco».

Cernuda, biógrafo de la pérdida

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Cernuda fue conocido sobre todo por el conjunto de su obra poética, bajo el título de "La realidad y el deseo" , además de como un crítico exigente y original
Cernuda fue conocido sobre todo por el conjunto de su obra poética, bajo el título de «La realidad y el deseo» , además de como un crítico exigente y original

Después de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Machado, solo puede estar Luis Cernuda, escribe Francisco Brines al respecto del autor de «La realidad y el deseo» y el poeta que mejor escribió sobre el amor, la soledad y el sufrimiento.

Así lo considera Antonio Rivera Taravillo, autor de la biografía «canónica» sobre el gran poeta sevillano de la generación del 27, con cuyo primer tomo ganó el premio Comillas. En ella deja claro que Cernuda «dotó de sentido moral a la poesía española y la hizo insobornable».

Con motivo de los múltiples homenajes a Cernuda está a disposición del lector «Leve es la parte de la vida que como dioses rescatan los poetas (poemas para Luis Cernuda)», editado por la revista Áurea.

En el libro han participado Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre, Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Juan Gelman y la premio nobel Herta Müller, entre otros muchos poetas.

Además este volumen aporta un manuscrito inédito de Cernuda con los borradores del «Soliloquio del farero» y dibujos y fotografías inéditas suyas. También se proyectarán imágenes del autor de «Los placeres prohibidos» y se podrá escuchar su voz grabada.

Aquellos que deseen aproximarse a Cernuda pueden recorrer la etapa madrileña del poeta y su vinculación con el Ateneo, que solía frecuentar con Federico García Lorca y Vicente Aleixandre.

«Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos/como nace un deseo sobre torres de espanto. Amenazadores barrotes, hiel dolorida/Noche petrificada a fuerza de puños/Ante todos, incluso el más rebelde/Apto solamente en la vida sin muros». Así escribe el poeta en uno de sus libros emblemáticos, «Los placeres prohibidos», donde habla sin tapujos de su homosexualidad.

Cernuda nació en Sevilla el 21 de septiembre de 1902 y vivió allí hasta 1928, hijo de una familia burguesa. El 5 de noviembre de 1963 murió de un infarto en México, donde vivía desde hacía años en casa de Concha Méndez, madre de Paloma Altolaguirre, su amiga, quien le encontró tirado en el suelo, con la máquina de escribir al lado y un libro de Emilia Pardo Bazán sobre la mesa.

Su participación activa a favor de la República hizo que cuando cuando se marchó a Inglaterra para dar unas conferencias ya no pudiera volver por la victoria de los nacionales. Allí comenzaría su «destierro definitivo», con un peregrinar por Francia, Estados Unidos y finalmente México.

Independiente, aliado de la soledad constante, rebelde, con dolor y con nostalgia por una España de la que se separó no solo físicamente sino «espiritualmente», escribía: «Soy español sin ganas/Que vive como puede bien lejos de su tierra/Sin pesar ni nostalgia».

Cernuda sentía admiración por Unamuno, de quien decía que era el mejor poeta de España. Y es que en la poesía de este sevillano también están el pensamiento y la emoción, la poesía pensada: él siente el pensamiento y piensa el sentimiento que dijera Unamuno.

El biógrafo Antonio Rivero Taravillo recoge unas palabras de Cernuda que dejan ver muy bien su sentir vital: «Una constante en mi vida ha sido actuar por reacción contra el medio donde me hallaba. Eso me ayudó a escapar al peligro de lo provinciano…».

Gran amigo de Lorca, Cernuda no se llevó mal con Alberti, de quien dijo que era «el cristal capaz en un instante de romperse», y siempre reprochó a Vicente Aleixandre que no hablara de su homosexualidad.

Moderno, primero surrealista, luego metafísico, poeta del amor, «romántico por excelencia», admirador de Bécquer, Cernuda está enterrado en México. Cualquier momento es una oportunidad para volver a su poesía sobre la pérdida y la soledad, la de un poeta de la otra España.

Poeta en el exilio

Antonio Rivero Taravillo, biógrafo del poeta sevillano Luis Cernuda, ha dicho que éste creció como poeta en su exilio británico de casi diez años, donde fue «infeliz».

Rivero Taravillo habla de los años que Cernuda pasó en Escocia (1939-1943) como lector de español en la Universidad de Glasgow. «Cernuda fue muy infeliz en aquellas tierras, pues no tenía vocación académica, apenas hablaba el idioma inglés y, tras ver cómo perdía la contienda la República, se vio de bruces en otra guerra, la Segunda Mundial», cuenta.

«Glasgow sufrió los bombardeos, y Cernuda se refugió en algo que a la postre redundaría en su crecimiento como poeta, la lectura, mediante el contacto con esa tradición, especialmente la romántica, con la que sentía una especial identidad», según Rivero Taravillo.

Ha añadido que en Glasgow, «la ‘ciudad caledonia’ de la que abominó, se gestó su libro de prosa poética y memorialística, ‘Ocnos’, y allí escribió algunos de sus mejores poemas pertenecientes a ‘Las nubes’ y ‘Como quien espera el alba'».

Así, se trata de un poeta en cuya obra «España tiene gran importancia, ya que estuvo a punto de alistarse en las Brigadas Internacionales», según Rivero Taravillo, quien tradujo en colaboración con Catriona Zoltowska varios poemas de quien está considerado el máximo poeta gaélico escocés del siglo XX.

«Para mí es muy emocionante la coincidencia; recuerdo que, a su muerte, participé en un programa de la emisora gaélica BBC Alba en el que Seamus Heaney y otros poetas le rendimos tributo», ha señalado Rivero Taravillo, también poeta y traductor.

Rivero pergeñó su biografía en dos volúmenes «Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938)», que obtuvo el Premio Comillas en 2007, y «Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963)». Precisamente fue en Londres donde Cernuda residió entre 1945 y 1947 en compañía del pintor Gregorio Prieto, antes de marchar a Estados Unidos.

Otros estudios destacan la participación de Cernuda en la colonia de niños vascos que se asentó en la finca de Lord Faringdon, en las proximidades de Oxford. Según ha recordado Rivero, «en ese contexto Cernuda escribió el terrible y hermosísimo poema ‘Niño muerto’, del que se ofrecen las circunstancias en este segundo tomo de la biografía».

«El Instituto Cervantes de Londres ocupa la sede en el barrio de Belgravia del que fue Instituto de España, que montó en la capital británica Leopoldo Panero y al que fue en varias ocasiones Cernuda, que fue profesor de la otra institución cultural española en Londres, el Instituto Español que contó con el apoyo de Negrín», ha señalado el biógrafo.

«En muchos aspectos, por modales, educación, dandismo, flema y sintonía, Cernuda fue el más británico de su generación, sin que ello impidiera que se rebelara contra esa sociedad mercantilista y fabril, tan ajena a su Sur añorado. Ni que una vez montara en cólera ante un poeta que reivindicaba el dominio británico de Gibraltar, como se muestra en una de las cartas inéditas a Salvador de Madariaga que reproduzco en el libro», ha concluido el biógrafo.

Cernuda comenzó su exilio en 1938, en plena Guerra Civil, cuando marchó para dar unas conferencias y ya nunca regresó, ya que posteriormente viajó a EEUU y a México, donde vivió sus últimos años.

Cela se soltó el pelo con cartas a exiliados

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En todas las cartas, la cuestión política, sin ser un argumento básico, sí está presente como un ruido de fondo
En todas las cartas, la cuestión política, sin ser un argumento básico, sí está presente como un ruido de fondo

Un volumen recoge por primera vez la correspondencia de Camilo José Cela con trece intelectuales españoles del exilio como Max Aub, Zambrano, Alberti, Américo Castro, Cernuda o Prados, un libro que, según su investigador, Eduardo Chamorro, muestra a un Cela «desconocido e insólito».

La idea de este volumen fue una iniciativa del anterior editor de Destino, Joaquim Palau, que alcanzó un acuerdo con la Fundación Iria Flavia, que posee las cartas.

Según Chamorro, «en el proceso de selección se decidió dejar fuera aquellas cartas que aunque tuvieran su corresponsal en el exilio no dijeran nada de importancia sobre el exilio como categoría».

En este volumen, aparece el Cela fundador y director de los Papeles de Son Armadans, y la justificación de las cartas es el intento del propio Cela de «reincorporar a todo el exilio a la cultura española, porque entiende que es ahí donde tienen que estar los escritores y escritoras y da por supuesto que si no fuera así sería una catástrofe para la cultura española», dice Chamorro.

A través de esta correspondencia, Cela mantiene una interlocución con los primeros espadas de la intelectualidad española que estaba en ese momento en el exilio: María Zambrano, Rafael Alberti, Américo Castro, Fernando Arrabal, Jorge Guillén, Max Aub, Emilio Prados, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, León Felipe, Corpus Barga, Francisco Ayala y Ramón J. Sénder.

Todos acaban aceptando la colaboración de Cela, incluso algunos reacios inicialmente como Américo Castro o Alberti.

En esa correspondencia aparece, a decir de Chamorro, «un Cela absolutamente abierto a las condiciones que le imponen aquellos a los que pida su colaboración y en eso es un Cela desconocido e insólito».

La estrategia del paisaje perdido

La estrategia que utiliza habitualmente Cela es «sentimental, paisajística y lingöística». Es el propio Emilio Prados, uno de los que más rotundamente se negó a volver a España y que acabó muriendo en el exilio, quien cargó a Cela de argumentos: «Prados se queja a Cela de que le han quitado el paisaje y a partir de sus palabras el escritor gallego recurre al paisaje, a los sentimientos que se diluyen, que pierden sentido lejos de la patria».

Aunque colaboraron todos, hay casos, apunta Chamorro, como los de Cernuda y Sénder en los que «la colaboración cesa de un modo repentino y abrupto sin que yo haya podido encontrar la razón de esa ruptura».

Probablemente, sugiere el especialista, estas rupturas se producían «por susceptibilidades, muy lógicas entre corresponsales que estaban a uno y otro lado de fronteras muy distantes y viendo las cosas de manera muy diversas».

La gran ventaja para editar un volumen de este tipo es que en la Fundación Iria Flavia se conserva la doble correspondencia, porque «Cela guardaba la carta de salida y la de entrada».

Para la presente edición, aclara Chamorro, no se ha incluido el aparato crítico que aparece en volúmenes de correspondencia de este tipo, puesto que «Cela era opuesto a cualquier didactismo y la propia correspondencia está en una perspectiva absolutamente presentista, se refieren a cosas muy cercanas o inmediatas».

En todas las cartas, «la cuestión política, sin ser un argumento básico, sí está presente como un ruido de fondo».

En cambio, la cuestión estética se toca bastante, como en el caso de las misivas de Guillén, de María Zambrano, de Alberti o de Américo Castro».

Jardiel Poncela, el guionista

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El escritor Enrique Jardiel Poncela fue un ser enamoradizo y, según su propia definición, un "romántico incorregible" que, sin embargo, dedicó algunas de sus obras a parodiar y burlarse de la literatura de amor
El escritor Enrique Jardiel Poncela fue un ser enamoradizo y, según su propia definición, un «romántico incorregible» que, sin embargo, dedicó algunas de sus obras a parodiar y burlarse de la literatura de amor

Consagrado como novelista y dramaturgo en España, Enrique Jardiel Poncela recaló en 1933 en Hollywood, donde fue contratado por la productora Fox para que escribiera los guiones de las versiones en español de sus películas, y en esta faceta llegó a crear un nuevo género conocido como «celuloides rancios».

«Pertenecía a una generación muy interesada por el cine, lo que se llamó la otra Generación del 27 para contraponerla al grupo de poetas, y el cine estaba muy en boga en aquellos años 20 y 30», explica el escritor e investigador Enrique Gallud Jardiel, autor del libro «El cine de Jardiel Poncela» y nieto del escritor.

Todavía en España, había escrito la adaptación cinematográfica de la obra de Arniches «Es mi hombre», y en 1933 fue invitado a Hollywood por la Fox, recomendado por su amigo José López Rubio.

«Escribió los diálogos y los guiones para el departamento de películas en español, en unos momentos en los que no existía el doblaje, sino que de día se rodaba en inglés y de noche entraban en los mismos decorados los actores hispanohablantes y se repetía en español», señala Enrique Gallud.

La Fox, apunta, no quería «una mera traducción» y esperaba que estas versiones tuvieran «su propia personalidad, por lo que se cambiaban personajes y situaciones y hacía falta un guionista que lo reescribiera y fuera coherente».

También llevó al cine su comedia «Angelina o el honor de un brigadier» y, pese a las reticencias de los productores de la Fox, la rodó en verso y fue «un éxito».

Gallud Jardiel subraya que por encargo de la misma productora, creó un nuevo género, los llamados «celuloides rancios», que consistían en «insertar comentarios humorísticos sobre películas mudas, preferiblemente muy dramáticas, parodiando lo que decían las imágenes».

«Rentabilizó películas malas, dramáticas, mudas y que ya estaban en el olvido, por lo que la Fox ya no podía rentabilizarlas, y después fue muy imitado», asegura el autor del libro, publicado por Ediciones Azimut.

En su etapa americana mantuvo amistad con Charles Chaplin, con quien cenaba habitualmente, y que mostró interés por ver «Angelina o el honor de un brigadier», que alabó «por tener una manera distinta de humor a la que los estadounidenses estaban acostumbrados».

Su faceta cinematográfica permite descubrir a un Jardiel Poncela «adaptable», que tiene, según Enrique Gallud, «una visión clara» de que teatro y cine tienen «distintas formas literarias», por lo que reescribe partes de «Angelina» en su adaptación, ya que «el ritmo cinematográfico impide por ejemplo filmar largos parlamentos».

Pese a que en Hollywood «lo pasó muy bien en fiestas, mujeres y placeres», la experiencia personal que sacó finalmente de esta etapa Jardiel Poncela fue, señala, «bastante negativa».

«Obtuvo -añade- una visión negativa, no del glamour de las estrellas, sino de corrupción, de la relación de los estudios con la mafia, cómo los estudios podían cortar de raíz la carrera de un buen actor contratándole y no dejándole trabajar o cómo manipulaban los contenidos, y a los estadounidenses los veía como un pueblo inculto, gregario y muy primitivo, en el sentido de infantil y poco maduro».

Juan Ramón Jiménez y el ardor

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Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí
Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí

¿Es importante la experiencia para un poeta? La mayoría de ellos piensan que sí, que es todo, junto a la memoria. De ello se deduce que Juan Ramón Jiménez para llegar a ser Premio Nobel y uno de los mejores del siglo XX, en su juventud tuvo que amar y desear intensamente, y lo deja patente en ‘Libros de amor’, un poemario inédito hasta ahora.

Un nuevo libro del poeta de Moguer, publicado por Linteo y editado por José Antonio Expósito, que lleva años investigando en los archivos del escritor en Madrid y Puerto Rico y que muestra a un Juan Ramón muy desconocido, «nada platónico ni ensimismado, con un erotismo y una sexualidad muy explícitos, y con un atrevimiento y una osadía hasta ahora desconocidas», explica este editor, profesor y poeta.

‘Libros de amor’, que se presenta la semana que viene en la Residencia de Estudiantes, reúne 93 poemas, de ellos 25 totalmente inéditos, escritos por el poeta en la soledad y el retiro de Moguer, entre 1911 y 1912, con treinta años, y a la vuelta de su estancia en un sanatorio en Francia y de otro de Madrid, en la clínica El Rosario, en la calle Príncipe de Vergara, donde entabló una más que relación con algunas de las novicias, de las hermanas de la Caridad; una de ellas, Pilar Ruberte, hasta tuvo que ser trasladada de convento por el «escándalo ocasionado».

«Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas/de la impetuosa voluntad de mi deseo/se refugiaba en un rincón, como una gata…/pero sus uñas eran más dulces que mis besos…/ Y en la proximidad ardiente del placer de su carne/ me incendiaba el olor de todos sus secretos…».

Así de lujurioso y pasional se muestra Juan Ramón en este libro, pero esto es tan sólo una muestra, porque con sus alejandrinos llenos de música e intenso lirismo deja escritas las relaciones que tuvo con bastantes mujeres, unas muy desconocidas hasta ahora y otras más reconocidas en otros poemas, como la ayudante de cocina del sanatorio de Francia, Marie-Francoise Larrégle (Francina), de 17 años.

¿Amor o sexo?

Pero también está en el libro la relación que tuvo con la esposa del doctor Lalanne, Jeanne-Marie Roussié, quien le acogió en su sanatorio para reponerle de su melancolía y a quien después sintió haber traicionado. Una pasión que le llevó a tener que irse del hospital y a agrupar posteriormente los poemas bajo el epígrafe relación de «Lo feo».

Y los llamó así porque, según Expósito, esta relación no era fruto de un hermoso idilio, sino sólo hija del deseo. Y dice así el poeta: «Ella ansiaba saciarse…/por si la vida no le daba el goce…honrado/Yo iba sólo por un afán de novedades…».

El autor de ‘Platero y yo’ también mantuvo una relación con Louisa Grimm, casada con el señor Muriedas y descendiente de los hermanos Grimm. Esta mujer, apunta el editor, fue la que le abrió las puertas hacia la lírica inglesa, y también fue la antesala del camino que después consolidaría su gran amor, Zenobia Camprubí.

Las jovencitas de Moguer
El premio Nobel de Literatura también tuvo amoríos en su juventud con jovencitas de Moguer, como queda plasmado en el libro por donde pasean Blanca Hernández Pinzón, Susana Almonte y Carmen Rasco.

Amores o relaciones, todas ellas, que el propio Juan Ramón quiso publicar en un libro llamado ‘Libros de amor’, que incluso llevó a imprenta, a la editorial Renacimiento, en el otoño de 1913, pero ese verano conoció a Zenobia Camprubí y el poeta guardó el manuscrito en un cajón, para evitar que pudiera molestar o hacer daño a Zenobia, quien ya al leer ‘Laberinto’, el poemario que acababa de publicar Juan Ramón y donde incluía algún poema inspirado por alguna de estas relaciones, le dijo que no le había gustado nada.

Hoy, 94 años después, aparece en Linteo, la colección que dirige Antonio Colinas, ‘Libros de amor’, con 25 poemas inéditos y con dibujos autógrafos del propio Juan Ramón Jiménez, así como textos manuscritos de algunos poemas y varias fotografías tanto del poeta como de las mujeres aludidas, también en su mayoría inéditas.