guerra civil
Granollers, cuna del mejor jazz en años cienagosos

En 1935 se crea el Jazz Club Granollers, como filial del Hot Club Barcelona. La vida del club se articulaba alrededor del Café Comercial, donde se podían escuchar las últimas grabaciones de Louis Amstrong, Duke Ellington, Cab Calloway y compañía en una gramola La Voz de su Amo suministrada por la familia Vacca.
Tras la Guerra Civil, y en medio de la actitud hostil del nuevo régimen hacia la música «negroide», el de Granollers es el único club de jazz que sobrevive en la Península, con el nombre de Club de Ritmo. Desde 1946 se imprime un boletín que durante mucho tiempo será la única publicación de jazz en España. Poco después de la impactante actuación de Don Byas (1948), el primer jazzman negro de primera fila que atraviesa el Pirineo desde Benny Carter (1936), se presenta el Quinteto del Club de Ritmo … Estos son los primeros episodios de la larga historia del jazz en Granollers.
Aunque se calcula que la fiebre por esta música de raíz afroamericana ya había llegado a la capital vallesana entre 1933 y 1934, no fue hasta el otoño de 1935 que se constituyó una entidad para promoverla. Cinco meses después de la creación del Hot Club de Barcelona (el primero de la Península), el 1 de noviembre se inauguraba la sede oficial del Jazz Club Granollers, radicada en el Café Comercial. La primera junta, presidida por Manuel Estrada, estaba formada por Marià sople (secretario), Manel Pagès (tesorero) y Manel Marimon (contador), además de Joan Vernet, Juan Sendero, Esteve Gorchs y Amador Garrell como vocales. La entidad contaba con una gramola La Voz de su Amo adquirida el mes de agosto a la familia Vacca, que regentaba una fontanería donde también venían radios y gramolas, por un importe de 1.200 pesetas a pagar a plazos.
Hay que subrayar que los miembros del club provenían mayoritariamente de la Alhambra y la Unión Liberal, y aglutinaban menestrales y liberales.
Ya en 1936, concretamente el 31 de marzo, se organiza el primer festival público de jazz en el Cine Majestic. La velada, a beneficio del Hospital de Granollers, sirve para presentar la Orquesta del Jazz Club, en un cartel que también incluye la Orquesta Crazy Boys, y que tiene como plato fuerte la interpretación de la Rhapsody in blue de Gershwin a cargo de Lluís Rovira y una orquesta formada por músicos de Granollers y de Barcelona. Rovira era un destacado trompetista de Granollers que ya triunfaba profesionalmente a la Ciudad Condal y que los años 1940 adquiriría un gran protagonismo como director de una de las orquestas de jazz más importantes de la época.
La Guerra Civil paraliza las actividades del club, y la mayoría de sus miembros son llamados a filas. Joan Vernet se encargará de guardar la gramola, con una colección de cerca de un centenar de discos, para volverla a recuperar al final del conflicto bélico.
La hostilidad de la dictadura hacia el jazz era manifiesta, y a menudo se publicaban en la prensa artículos que alertaban sobre los peligros de esta música pecaminosa. Sin ir más lejos, el Padre Otaño, un jesuita fascista que dirigía la revista Ritmo, inició una campaña contra «las alarmantes proporciones que está adquiriendo la invasión de la música negroide». A su vez, y desde de la revista Juventud, el crítico musical Tomás Andrade de Silva, enfatizaba: «Nada más alejado de nuestras viriles características raciales que esas melodías dulzonas, decadentes y monótonas que, como un lamento de impotencia, ablandan y afeminan el alma; ni nada más bajo de nuestra dignidad espiritual que esas danzas dislocadas, en las que la nobleza humana de la actitud, la seleccionada corrección del gesto, desciende a un ridículo y grotesco contorsionismo.»
Como señala Jordi Pujol y Baulenas en su excelente libro Jazz en Barcelona 1920-1965, los ataques no sólo provenían de Madrid, sino que en Barcelona también había destacados sicarios que intentaban asesinar el hot jazz y la música moderna en general como Justo Ruiz Encina, que desde las páginas de el Correo Catalán escribía lo siguiente: «El hot es producto de la degeneración de costumbres importada a nuestra patria, después de haber sido experimentada en otros países… Por eso nos atrevemos a afirmar que el hot es anticristiano y entraña una malicia satánica que acarreará —de no poner freno a sus desenfrenos— lamentables efectos.» Y acaba remachando: «No se olvide que por algo ha sido incorporado al hot el tango, baile que ya en sus inicios hubo de ser condenado por la Iglesia. Pero la perversidad del hot —arrancado de la música negra y por ende pagana, recogido y exportado por masones y anticatólicos— adquiere mayor refinamiento al expresar el concepto de la muerte en aquellas palabras tan en boga actualmente:
‘Rasca yu,
cuando mueras, ¿qué harás tú?
¡Tu serás
un cadáver nada más!’
«Es decir, así se ponen en duda las palabras de Jesucristo, así se rechazan los designios divinos sobre la resurrección de la carne… Para los cultivadores del hot la vida ha de disiparse en orgías, porque después de muertos queda solamente un cadáver… Este es el concepto hot. Concepto que, por desgracia, merced a la radio y a los discos, se infiltra en todas partes, penetra con insistencia en todos los hogares y acaba en los labios de inocentes criaturas que lo tararean sin pensar que con ello reniegan de su fe católica.»
«Nada más alejado de nuestras viriles características raciales que esas melodías dulzonas, decadentes y monótonas que, como un lamento de impotencia, ablandan y afeminan el alma; ni nada más bajo de nuestra dignidad espiritual que esas danzas dislocadas, en las que la nobleza humana de la actitud, la seleccionada corrección del gesto, desciende a un ridículo y grotesco contorsionismo»
La inevitable pervivencia de Machado

Joan Manuel Serrat le dio una popularidad que han alcanzado pocos poetas, Andrés Trapiello lo considera un poeta extraño, por su complejidad, la Academia Sueca lo citó en el Nobel a Juan Ramón Jiménez y su obra es «una alta aventura espiritual», según Pedro Cerezo, editor su «Obra esencial».
Gabriel Celaya lo definió como «el más grande de los poetas españoles del siglo» y el exvicepresidente Alfonso Guerra, devoto de Machado, advirtió, al igual que Trapiello, de que su sencillez es «esquiva» y de que hay que caminar con cuidado sobre su «enorme pureza y transparencia».
Como ya dijo su heterónimo Mairena, «la doble luz del verso, para leerlo al frente y al sesgo».
Según Guerra, la de Machado es pues «una visión del mundo llena de contrastes, en la que lo que consideramos real se pone del revés para encontrar verdades que han sido deformadas por los prejuicios», y esa es, advirtió, «la pluralidad que algunos no ven».
En un solo volumen de casi un millar de páginas, la Biblioteca Castro, dedicada a la edición de clásicos, ha reunido esta obra con el título de «Obra Esencial» al agrupar su «Obra Poética», «Prosas de los apócrifos», «Los Complementarios», «Apuntes y Ensayos de Crítica», «Poesía y prosa de la Guerra».
Un volumen que si no incluye el teatro que escribió en colaboración con su hermano Manuel, sí ha recogido sus composiciones de la Guerra Civil, «unos poemas escasos, fragmentarios y preñados del desasosiego de estos tiempos en los que el poeta permanece fiel a la República y pasa del proverbio a la copla», según los responsables de esta edición, que han destacado su homenaje a García Lorca «El crimen fue en Granada».
«Dentro de la lírica española del siglo XX, la obra de Machado resulta esencial por la gravedad y autenticidad de su voz, por su capacidad para transparentar la verdad del alma», señala el profesor y filósofo Pedro Cerezo.
Añaden los responsables de esta edición que esa «verdad del alma» va «de la poesía a la filosofía, como camino de ida y vuelta que reflexiona sobre el propio acto creativo y la capacidad de cantar lo que se pierde para salvarlo de la muerte y del olvido».
Los editores destacan que «uno de los textos menos conocidos de Machado es el cuaderno de apuntes iniciado en Baeza (Jaén) sobre un grupo de poetas y ensayistas que pudieron existir en el siglo XIX, germen de los futuros apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena», de modo que «Los Complementarios», como comúnmente se ha llamado a esta miscelánea, revela el proceso creador y el uso de las fuentes por parte del poeta.
El estudio introductorio de Pedro Cerezo, de unas doscientas páginas, supone una aproximación crítica a la obra desde «Soledades» (1907) y una poesía debida a un Machado «imbuido en el simbolismo» y «empapado de la crisis espiritual de fin de siglo, un yo caminante y cansado que siente cómo el tiempo fluye inexorablemente y repasa su propio devenir en las galerías interiores del alma».
Seguida de la nueva etapa marcada por «Campos de Castilla» (1912), con su llegada a Soria como catedrático de francés y se casa con Leonor Izquierdo, y prosigue con el Machado de «Nuevas Canciones (1924) en Segovia con «una voz grave y personal», al que sucederá el ciclo de poesía amorosa dedicado a Guiomar, nombre que oculta la identidad de la poeta Pilar de Valderrama y que significará un amor truncado por el matrimonio de Pilar y por la guerra.
Azaña, un intelectual en el fango

En tiempos en los que la memoria se pierde entre la neblina del olvido y mucho después de la muerte de Manuel Azaña, el periodista y escritor Miguel Ángel Villena reivindica en una biografía la figura de quien sin duda fue uno de los intelectuales y políticos más importantes del siglo XX, «símbolo de todos los perdedores de la guerra civil».
«España le debe todavía a Azaña una restitución histórica», afirma hoy Villena, que repasa algunas de las facetas más importantes de quien llegó a ser ministro, jefe del Gobierno y presidente de la II República, y de quien «antepuso la ética y sus principios a cualquier otra consideración».
Azaña, el intelectual y el político, «es el mayor exponente de una impotencia, de un fracaso histórico que, tras la derrota republicana, sumió al país en la etapa más terrible de su historia contemporánea. Los vencidos no obtuvieron ni paz, ni piedad, ni perdón, como imploró el jefe del Estado en su famoso discurso de Barcelona de julio de 1938», escribe Villena en el prólogo de la biografía «Ciudadano Azaña», publicada por Península.
Perteneciente a una familia republicana, Villena (Valencia, 1956) siente admiración por Azaña desde que, de niño y adolescente, oía con frecuencia a sus padres y abuelos elogiar la figura de este político, orador portentoso y excelente cronista, que murió «enfermo y dramáticamente envejecido» en Francia, ese país que tanto admiraba pero que «lo defraudó al someterse a los nazis».
Villena es también autor de «Españoles en los Balcanes» y de las biografías «Ana Belén» y «Victoria Kent», y desde el principio tuvo claro que su libro sobre Azaña (Alcalá de Henares, 1880- Montauban, 1940) tenía que ser «riguroso» pero de «divulgación», «porque hay un déficit muy grande sobre el conocimiento de nuestra historia reciente y se ignoran personajes clave como Azaña».
Con epílogo de Jorge M. Reverte, la biografía pretende además «poner en valor» la faceta de Azaña como escritor, «que quedó eclipsada por su figura política», y mostrar su lado humano. Villena refleja en su libro el carácter de este hombre «sobrio, austero, cabal, ceremonioso, discreto, un punto triste y algo misógino».
España, asegura Villena, «es un país de memoria frágil», y esa es una de las razones de que, hoy día, la figura de Azaña sea desconocida para muchos y de que su obra literaria no posea la debida influencia, pese a que un libro como «La velada en Benicarló» tenga «una actualidad absoluta».
Pero hay más motivos para que no disfrute del reconocimiento que se merece: la memoria de este gran político «se borró durante el franquismo. Hubo un empeño deliberado de la dictadura por considerarlo un monstruo».
También, en la Transición «no se le hizo justicia» y la democracia «ha sido muy cicatera con figuras incómodas como Azaña», que, históricamente, «se movió entre dos aguas»:
«Era un burgués, hijo de un alcalde de Alcalá de Henares y nieto de un notario. Le hubiera tocado estar alineado con ‘los suyos’, pero no lo hizo. Era partidario de una gran reforma de España, de una democratización, pero no era revolucionario en absoluto», señaló Villena.
Azaña «nunca aspiró al poder», pero las circunstancias históricas excepcionales que le tocó vivir, y su «gran capacidad de consenso», contribuyeron a que ocupara los puestos más altos durante la II República.
«Eso le provocó grandes dramas internos, grandes desgarros, porque, para Azaña, la moral siempre estaba por delante de la política», subraya Villena, periodista de «El País» durante años y, actualmente, asesor de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional.
El autor refleja en su biografía las luces y sombras de Azaña, y entre las primeras ocupan un lugar destacado la reforma militar y religiosa que impulsó en los años 30 y que «equiparó a España al resto de democracias occidentales».
Pero también hay sombras, y una de ellas es «la ingenuidad». «Azaña debería haber sido más radical; pecó de buena fe y de ingenuidad con respecto a la reacción que iba a tener la derecha española».
«También se le reprocha una cierta cobardía a la hora de afrontar circunstancias adversas. Yo creo que Azaña durante la Guerra se hunde, la violencia le desgarra y en algunos momentos peca de una actitud abandonista», dijo Villena tras recordar que el político intentó dimitir dos o tres veces como presidente de la República y sus colaboradores «lo convencieron» de que no lo hiciera.
Su derrota en la Guerra Civil supuso que durante los siguientes 40 años de dictadura franquista su figura fuera literalmente demonizada por el pensamiento de la época. Ya en democracia, en 1980, con el centenario de su nacimiento, y en 1990, con el cincuentenario de su muerte, surgieron otras voces que buscaban rehabilitarlo.
Son muchos, no solo en el espectro ideológico de la derecha, quienes critican la escasa habilidad política de esta figura clave en la II República, bien señalándole como uno de los responsables de que se llegara a la Guerra Civil, bien apuntando que la República ‘se le fue de las manos’ al no saber controlar a las diversas fuerzas políticas, algunas de ellas extremistas, que acabaron por propiciar la caída del régimen.
Ante la quema de conventos de mayo de 1931 y el incremento de la violencia social y política muchos le acusan de una actitud pasiva. También es criticado por la maniobra que le alzó como presidente de la República, aprovechando un subterfugio legal en lo que su predecesor en el cargo, Niceto Alcalá-Zamora, calificó en sus memorias como un «golpe de Estado parlamentario». Este subterfugio se basó en un artículo de la Constitución que estipulaba que a la segunda vez que el Presidente disolviera las Cortes estas podían enjuiciar su actuación y destituirle: quienes querían defenestrarle contaron como una de ellas la disolución de las Cortes Constituyentes.
Azaña fue el primer presidente del Gobierno de la República y a la vez su primer ministro de Guerra (1931-1933). Un año antes de llegar al poder, participó en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930, una reunión de los partidos republicanos de la época en la que se preparó la estrategia para poner fin a la monarquía de Alfonso XIII y proclamar la II República.
A este pacto se sumaron en octubre el PSOE y la UGT, en Madrid. El partido y el sindicato socialista promovieron la organización de una huelga general y de una inserrucción militar para derrocar la Monarquía e instaurar la República.
Para este fin se creó un ‘comité revolucionario’ del que formaban parte, junto con Azaña, otras de las personalidades políticas que desempeñarían un papel protagonista en la República: el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Diego Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Santiago Casares Quiroga, Luis Nicolau d’Olwer y los socialistas Francisco Largo Cabellero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos.
La huelga general no llegó a declararse pero sí hubo un intento de golpe de Estado militar previsto para el 15 de diciembre de 1930, que fracasó porque los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández sublevaron la guarnición de Jaca tres días antes, el 12 de diciembre. Ambos fueron fusilados el domingo 14.
Si en algo concita un consenso favorable la figura de Azaña, es en sus cualidades como orador y escritor. De verbo fuerte y dicción clara, uno de sus dicursos más recordados es el llamado ‘de las tres pés’ (Paz, Piedad y Perdón), que pronunció el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona.
«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».
Como escritor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1926 por su biografía Vida de don Juan Valera. Entre sus obras, principalmente diarios, cartas, discursos, novelas y ensayos, destacan otros títulos como ‘El jardín de los frailes’ (que recoge su experiencia en el colegio de los agustinos de El Escorial), ‘La invención del Quijote y otros ensayos’ y ‘La velada en Benicarló’ (una reflexión sobre la guerra civil), además de sus diarios completos (en los que no deja títere con cabeza) y sus discursos completos.
Los ‘Mad Doctors’ del fascismo español

El médico franquista Antonio Vallejo-Nájera, en plena guerra civil española, realizó experimentos con hombres y mujeres republicanos/as en los campos de concentración. Su intención, siguiendo órdenes de Franco, fue buscar las raíces biopsíquicas del marxismo, algo así como encontrar el maligno gen rojo.
La humillación social y la explotación de los vencidos se justificaban en términos religiosos como la expiación de sus pecados, pero también en términos socio-darwinianos. En este sentido, ante la creencia de que los vencidos/as eran personas degeneradas, se les quitaban los hijos a sus madres, de manera que en las prisiones y campos de concentración el lema era no sólo someter los cuerpos, sino destruir las mentes, anular las voluntades e infligir el máximo dolor.
Hay un acuerdo entre las personas expertas en asegurar que, si dura fue la represión del régimen franquista para los hombres, durísima fue para las mujeres republicanas, a las que había que añadir en su sufrimiento un plus misógino.
Efectivamente, la mentalidad de los sublevados veía como una doble traición el mayor protagonismo del que las mujeres españolas pudieron disfrutar durante los breves años de la Segunda República, que contravenía el estereotipo tradicional de sumisión y dependencia, tan querido por los sectores más conservadores de la sociedad española.
En este sentido, una de las prácticas que estas teorías justificaron fue el robo de niños y niñas a las prisioneras. Tales atrocidades, superiores en número a lo vivido en Argentina, por poner sólo un ejemplo, ni siquiera se practicaron en secreto, muy al contrario, contaron con la abierta y documentada colaboración de las autoridades penitenciarias y las congregaciones religiosas implicadas en el mantenimiento de las cárceles femeninas. Sin embargo, no se ha hecho una investigación rigurosa de estos hechos hasta fechas muy recientes. Vallejo-Nájera será el gran artífice de todos estos experimentos y, por tanto, responsable de todo el sufrimiento generado, todo ello bajo el paraguas de las teorías eugenésicas.
La eugenesia llega a España de la mano de Ignacio Valentí y Vivó, catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad de Barcelona (que asiste como representante español al Primer Congreso Internacional de Eugenesia, organizado en Londres en 1912 por la Eugenics Education Society), y de Nicolás Amador, también médico y miembro de dicha sociedad. En 1928 se celebra el Primer Curso Eugénico Español, constituyéndose en la primera plataforma pública de discusión del eugenismo en nuestro país. La represión del régimen de Primo de Rivera, alegando la causa de pornografía y escándalo público, impidió la continuación de las actividades previstas.
Como una de las experiencias más tremendas ligadas a estos planteamientos no podemos olvidar el comportamiento de muchos médicos alemanes, cuyas ideas de higiene de la raza y eugenesia se fueron radicalizando hasta llegar al límite de utilizarse para respaldar «científicamente» el genocidio llevado a cabo por los nazis.
Pero no sólo fueron los alemanes quienes se entregaron a estas prácticas. En la España de Franco los experimentos con seres humanos también se llevaron a cabo y la obra de Vallejo-Nájera, que fue jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, es un buen ejemplo de ello. Influenciado por la visión biotipológica de la personalidad de Kretschmer, durante los años 30 del siglo pasado promovió un personal concepto de eugenesia. Así fue como se inclinó hacia una ugamia, es decir, política eugenésica implementada mediante el trabajo de orientación prematrimonial, basado en el diagnóstico biopsicológico de los contrayentes.
El régimen franquista hizo uso institucional de las teorías eugenésicas para denigrar y descalificar el bando perdedor en la guerra y para justificar la represión. En particular, los campos de concentración y las cárceles sirvieron para hacer pruebas y recoger información que demostraba «científicamente» que los republicanos, brigadistas, comunistas o anarquistas eran débiles mentales, o que las mujeres antifranquistas eran dementes ninfómanas genéticamente taradas.
Dos eran las hipótesis básicas que Vallejo quiso demostrar. Por un lado, la inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política, también llamados desafectos (entendiendo como tales a toda persona fiel a la República y contraria al levantamiento franquista). Por otra parte, la perversión de los regimenes democráticos, que, al promover a los fracasados sociales con políticas públicas, favorecían el resentimiento, algo que no sucede con los regimenes aristocráticos donde sólo triunfan los socialmente mejores. Regimenes aristocráticos serían el III Reich y todas las dictaduras fascistas de la Europa de la época.
En agosto de 1938, Franco autorizó la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas propuesto por Vallejo-Nájera, quien se convirtió en director de las investigaciones psicológicas de los campos de concentración. Centenares de presos y presas fueron analizados, con la colaboración de agentes de la Gestapo alemana.
Su primer trabajo se centró sobre dos grupos de detenidos: brigadistas internacionales y 50 presas antifascistas malagueñas.
Vallejo tituló sus estudios con el grupo de presas malagueñas Investigaciones psicológicas en marxistas femeninos delincuentes. El estudio lo realizó en la prisión de mujeres de Málaga y compartió su dirección con Eduardo M. Martínez, teniente médico, director de la clínica psiquiátrica de Málaga y jefe de los servicios sanitarios de la prisión.
Entre las detenidas malagueñas, 33 de ellas estaban condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua y siete a penas entre de 10 y 20 años. Vallejo diagnostica a «13 sujetos» que califica de «libertarias congénitas, revolucionarias natas, que impulsadas por sus tendencias biopsíquicas constitucionales desplegaron intensa actividad sumadas a la horda roja masculina».
Resulta innegable que la misoginia de Vallejo marca profundamente su análisis, veamos algunos ejemplos:
«Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad (…) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer (…) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión (…) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes» .
Pero aún iban más allá. Vallejo y Martínez señalaban en sus conclusiones que en el caso de las mujeres no había realizado el estudio «antropológico del sujeto, necesario para establecer las relaciones entre la figura corporal y el temperamento, que en el sexo femenino carece de finalidad, por la impureza de sus contornos».
La falta de formación política que Vallejo detecta en las mujeres estudiadas le reafirma en las motivaciones no políticas de las mismas, por ello divide a su muestra en tres grupos:
1. Presas motivadas por sugerencias ambientales (38%), en el que se encontrarían tanto a mujeres exaltadas como aquellas aprovechadas que ven en este activismo una forma de satisfacer sus ambiciones personales, materiales o sexuales.
2. Presas motivadas por su psicopatía antisocial (24%).
3. Presas libertarias congénitas (36%).
La contaminación con los estereotipos más burdos sobre el género femenino resulta tan dolorosamente evidente que casi no necesitaría comentario alguno. Sin embargo, de ninguna manera se puede olvidar que tales desvaríos ocasionaron un enorme dolor a miles de mujeres, condicionando cruelmente su presente y su futuro.
Brenan y las tripas de España

Miguel Martínez Lage, traductor de Gerald Brenan y estudioso de su figura, reivindica la necesidad de una «verdad extranjera» sobre España, y asegura que si cuando se gestó el estado autonómico se hubiese leído lo que los viajeros escribían sobre este país «funcionaríamos un poco mejor».
«La verdad es extranjera necesariamente porque la visión ajena no está viciada por nuestra verdad», manifiesta Martínez Lage y añade que, en el caso de Gerald Brenan, «se tuvo la inmensa fortuna de que vino con una mirada descontaminada que le permitió descubrir la verdad del pueblo andaluz».
A este respecto, señala cómo Brenan desveló, entre otras cosas, la influencia del sustrato religioso que existía en la España de su época, que fue «bastante mayor de lo que estamos dispuestos a reconocer».»
Además, Brenan encontró «las verdaderas causas de la Guerra Civil con una precisión que no estuvo ni está al alcance de ningún historiador español y supo contar la España gris de la posguerra de la que nadie se atrevía a hablar», apunta.
Martínez Lage, quien ha traducido obras de Brenan, Martin Amis, Orwell y Allan Poe, entre otros, apunta que «a pesar de haberse dedicado intensivamente a la novela y poesía, Brenan sólo empieza a funcionar como escritor auténtico con obras de no ficción».
Para Martínez Lage, Brenan fue precursor de la tendencia que arrastra la literatura actual, en la que «la novela es un género prácticamente agotado» y que en cuanto a la poesía no cree que «estemos llamados a descubrir a grandes poetas en los próximos 30 años», considera.
Por su parte, el también traductor y escritor Andrés Arenas comenta la relación que Brenan mantuvo con algunos de los intelectuales españoles y extranjeros más importantes de su época.
Así, a la amistad «cordial y educada» que le unía a su vecino de la barriada malagueña de Churriana Julio Caro Baroja se opuso la relación con Ernest Hemingway, con quien se llevaba «bastante mal».
Arenas explica que Brenan le preguntó una vez al escritor norteamericano por qué había venido a España en la Guerra Civil, a lo que Hemingway respondió: «Es que me gustan mucho las guerras, señor Brenan».
«Eran dos caracteres opuestos. Brenan era más bien tímido mientras que Hemingway era brusco y orgulloso, aunque ambos conocían sus respectivos trabajos y los respetaban», precisa, y ha añade que «después de todo, también eran dos maneras diferentes de amar España».
Retrato del fascismo
Gerald Brenan analizó la situación que había desembocado en el régimen franquista en «Escenas españolas», un texto hasta ahora inédito en España del que existe ya una edición facsímil,.
Este facsímil se complementa con la reedición de «El laberinto español», porque es «un gran complemento al ser una especie de ‘laberinto’ condensado», a juicio de Carlos Pranger, albacea del hispanista y responsable de esta edición.
«Más que un libro, es un pequeño panfleto escrito con carácter divulgativo y educativo, que pretende mostrar cómo los británicos apostaron entonces por explicar la historia», señala Pranger.
El texto no era muy conocido, y al albacea le costó varios años de búsqueda localizar un original, finalmente adquirido en un anticuario de Inglaterra para incorporarlo a su archivo personal.
«Se publicó en 1946, cuando había bastante polémica en el Consejo de Seguridad de la ONU por el régimen de Franco, que era el último gobierno fascista de Europa, y existía mucha controversia sobre qué hacer y cómo gestionar esta situación política», apunta Pranger.
En aquel momento, cuando «incluso se hablaba de otra posible intervención militar en España», a Brenan le encargaron un texto que explicara las causas de la situación en nuestro país y aventurara una posible solución, y el resultado fue este texto.
«Se nota que Brenan utiliza mucho de lo que usó en ‘El laberinto español’, pero con la salvedad de que en aquella obra no entra a juzgar lo que es el régimen de Franco, mientras que en este texto inédito explica cómo está estructurado e incluso propone una solución».
El hispanista vaticina lo que ocurriría treinta años después y asegura en el texto que España «sería un país moderno con una monarquía constitucional y un partido socialista de carácter moderado», resalta Pranger.
Por ello, esta obra alcanza la misma clarividencia que se le atribuye a «El laberinto español», pero en este caso está escrita «de manera breve y concisa y no está dirigida a gente experta, sino a personas que no sabían nada de España, por lo que se esmeró en hacer explicaciones muy accesibles».
Este análisis del franquismo no le supuso consecuencias en España a Brenan, aunque «para volver y residir aquí sí hubo gestiones políticas con el embajador español en Londres en aquella época», apuntado Pranger.
«Escenas españolas» también comparte con «El laberinto español» la vigencia del análisis que Gerald Brenan hace sobre la situación política española.
«Sólo hay que mirar cómo está ahora la izquierda, despedazándose entre sí, y abrir el capítulo que dedica a los socialistas en ‘El laberinto español’, con una absoluta vigencia», afirma el albacea.
De Foxá, del carril romántico al arcén

La Fundación Banco Santander publica la antología ‘Nostalgia, intimidad y aristocracia’, que recoge una completa selección de la obra de Agustín de Foxá a cargo del filólogo Jordi Amat, en un análisis «sin prejuicios» de su mirada «confortablemente franquista».
Amat desvincula al autor de ‘Madrid, de corte a checa’ de la órbita puramente fascista.
«Para Agustín de Foxá no vale aquella etiqueta de ‘Prosista de la Falange’. No es suficiente. No hay en sus páginas nostalgia por el Imperio y en lo estético no es un vanguardista. Para mí, es un romántico conservador, más monárquico que fascista», indica.
Según el antólogo, que describe al autor como a un «hombre de otro tiempo» atrapado en su propio anacronismo, Agustín de Foxá se caracterizaba, de un modo esencial, por una «nostalgia de aire modernista» construida sobre cimientos «profundamente sentimentales».
«En su ‘frivolidad’, latía un poso de tristeza que tiene su máxima expresión en la obra de teatro ‘Cui-Ping-Sing’, en la que según confesó él mismo, Agustín de Foxá proyectó toda su vida, la historia de un naufragio sentimental constante», precisa Jordi Amat.
La antología incluye esta obra de teatro, una treintena de cartas del autor dirigidas a sus padres, trece de sus artículos publicados en ABC y una «miniatura histórica» que funciona como «preludio» de su obra más célebre, la novela de propaganda ‘Madrid, de corte a checa’.
Por edad, Agustín de Foxá (1906-1959) podría haber formado parte de la ‘Generación del 27’, pero, en algún momento entre la II República y la Guerra Civil, el autor se desvinculó del grupo para terminar desollando a sus representantes con la «crueldad del vencedor».
«Él formó parte tangencialmente del grupo. Hay un momento en que se distancia de ellos y el ‘Madrid, de corte a checa’ es implacable con ese mundo. Ya en el 39 escribe un artículo horrible, ‘Los Homeros rojos’, en el que carga contra Alberti y Cernuda», subraya.
Poeta, novelista, dramaturgo y periodista, entre otros oficios, Agustín de Foxá convivió con la aristocracia desde pequeño y a lo largo de su existencia, en la que tomó partido por el bando nacional, «quedaron engarzadas la nobleza, la diplomacia y la literatura».
Durante la II República, se mantuvo fiel al régimen, aunque una vez comenzada la guerra, el Foxá diplomático se convirtió en espía y, en 1937, su nombre ya figuraba entre los afectos a la causa franquista, convirtiéndose con el tiempo en figura literaria de la nueva sociedad.
En 1942, vivió la II Guerra Mundial en el frente finlandés, desde donde enviaría varias crónicas para ABC. Fue durante esta época cuando su trabajo como escritor comenzó a resentirse y, enfangado en labores diplomáticas, terminó falleciendo por enfermedad en el año 1959.
Buñuel, el republicano
Dos meses después de la sublevación militar que dio paso a la última Guerra Civil en España, el cineasta Luis Buñuel se dio de alta, el 18 de septiembre de 1936, como afiliado de la UGT en la Federación Española de la Industria de Espectáculos Públicos, sección de Empleados de Casas de Películas.
Luis Buñuel Portolés figura registrado con el número 30.764 en la relación nominal, escrita a máquina, que ha encontrado el investigador histórico Policarpo Sánchez en el Archivo de Salamanca después de años de trabajo y de registrar «papel a papel como una hormiguita», numerosas cajas y legajos.
El excéntrico inquilino de la Residencia de Estudiantes, amigo de Federico García Lorca y Salvador Dalí, se convirtió así en un afecto a la causa de la II República durante la contienda fratricida, para la que trabajó como coordinador de Propaganda dentro del Servicio de Información de la Embajada de España en París.
Así consta en otros papeles que ha escudriñado Sánchez, uno de los mejores conocedores del Archivo de Salamanca, y firme defensor de su unidad a través de una asociación creada por él para supervisar la legalidad de la salida de documentos con destino a instituciones, partidos y sindicatos.
Luis Buñuel (1900-1983), exiliado en México, hijo de una familia pudiente que le permitió viajar y formarse, se convirtió en un activo militante al servicio de la II República con encomiendas como la de gestionar en París una copia del célebre documental «The Spanish Earth», del holandés Joris Ivens (1898-1989), un alegato de intención propagandista para mostrar al mundo el caos de España y recabar ayuda contra los militares sublevados.
Policarpo Sánchez ha encontrado varios telegramas fechados en Valencia que acreditan ese encargo y en los que el remitente se interesa por el estado de las gestiones de Buñuel.
«Ruégote preguntes Buñuel cuando enviara película Tierra Española para la cual le fue entregado dinero Stop. Urge indique estado asunto Stop. Saludos Roces Subsecretario Instrucción Pública», señala uno de los telegramas desempolvados por este investigador.
Lo envía Wenceslao Roces, subsecretario de Instrucción Pública, y lo recibe en la capital de Francia José Lino Vaamonde, comisario general adjunto del Pabellón español en la Exposición Internacional de París del año 1937, donde supuestamente Buñuel se encontraría con el director o los productores del filme, ha manifestado Sánchez.
«The Spanish Earth», 54 minutos de duración, fue rodada en varios lugares del cerco de Madrid y de los frentes en Fuentidueña de Tajo y varios escenarios de la batalla del Jarama, objeto de encarnizados combates por tratarse de la línea de comunicación entre la capital de España y Valencia, ciudad ésta donde se desplazó el Gobierno de la II República.
Orson Welles y John Dos Passos figuran como guionistas además de Prudencio de Pereda, su producción costó 2.000 dólares y fue estrenada en la Casa Blanca el 8 de julio de 1937 a petición del entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Rooselvet.
En agosto se proyectó en Francia y por fin, después de numerosas gestiones, en España el 23 de mayo de 1938, aunque fue marginada de los canales de producción comercial por su carácter reivindicativo y polémico.
No obstante, su proyección en determinados ámbitos (asociaciones culturales, universidades e incluso la Sociedad Naciones) «logró que se cumplieran dos de sus objetivos principales: informar a la opinión pública de Estados Unidos sobre la Guerra Civil y recaudar fondos para la causa republicana», ha precisado Sánchez, inmerso en la tarea de documentación previa a la publicación de un libro sobre el cine durante la Guerra Civil.
De las peripecias de Buñuel al comienzo de la contienda, el cineasta dio cuenta en su libro «Mi último suspiro» (1982), publicado un año antes de su muerte y fruto de largas conversaciones, durante casi veinte años, con uno de sus principales colaboradores, el guionista Jean-Claude Carrière, con quien forjó media docena de películas, entre ellas «El discreto encanto de la burguesía» (1972), Óscar a la mejor película de habla no inglesa.