hermann hesse
El Edén de los primeros decepcionados del mundo

El amor libre, el feminismo en igualdad, la psicología alternativa, la vida contemplativa, el rechazo al vestido, la dieta vegetariana y la vida al aire formaron parte de «Monte Veritá», en Ascona (Suiza) hace más de un siglo, como recoge «Contra la vida establecida», que se puede encontrar en las librerías de la mano de ‘El Paseo Editorial’.
Escrito por la directora de cine alemana Ulrike Voswinckel y traducido por Fernando González Viñas, editado por el sello sevillano, el libro incluye un álbum de 125 fotografías de época -un desnudo integral de Hermann Hesse de espaldas posando en un roquedal, entre ellas- procedentes de los archivos personales de aquellos artistas, bohemios y hasta militares considerados los abuelos de lo hippies.
Otras imágenes proceden de la exposición que el ya fallecido Harald Szeeman -que fue comisario de la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla- celebró en los años setenta sobre «Monte Veritá», una muestra que también sirvió de base a Ulrike Voswinckel, quien puso a su obra el subtítulo de «De Munich a Monte Veritá: Arte, anarquía, naturismo y contracultura en la Europa de principios del siglo XX».
Rilke visitó la colonia anarquista establecida junto al lago Maggiore, Freud y Kafka escribieron sobre ella, la plana mayor del dadaísmo la empleó como refugio durante la Primera Guerra Mundial, fue un vivero de pintores y bailarines expresionistas y, cuando allí se celebraba el carnaval, lo normal era disfrazarse de Dante u Homero.
A medio camino entre el paraíso natural y el artificial, el experimento de «Monte Veritá» influyó también en la obra de Daphne du Maurier, de D.H. Lawrence y Carl Gustav Jung, si bien casi todos sus protagonistas, alemanes la mayoría, han caído en el olvido, como los bailarines Rudolf Laban y Mary Wigman, los pintores Ernst Frick y Marianne von Werefkin, los escritores Franziska zu Reventlow, Else Lasker-Schuler y Friedrich Glauser.
En la correspondencia que todos ellos intercambiaron y en sus archivos personales basa Voswinckel su historia de aquel reducto de discípulos de Thoreau y lectores de Tolstoi, cuyos pioneros, en la temprana fecha de 1905, decidieron abandonar el barrio bohemio de Schwabing, en Múnich (Alemania), por un paisaje natural, un «lugar magnético», donde poner en práctica sus ideales contraculturales, eliminando cualquier normal social y religiosa entonces vigente.
Tan sanas intenciones prendieron, ya en los primeros momentos de «Monte Veritá», una discusión entre los partidarios de sacar alguna rentabilidad del lugar, con idea de reforzar su independencia, y de los anarquistas de alma y cuerpo que se negaban a pensar en otra economía que no fuese la de la mera contemplación, en imitación de los eremitas.
Así, unos hablaban de comuna libertaria donde consumirían lo que produjesen y se olvidarían del mundo y crecerían en la medida en que atrajeran a jóvenes decepcionados del mundo; otros, más pragmáticos, entendían que lo que fundaran debía al menos rendir suficiente beneficio como para, precisamente, olvidarse del mundo. En cualquier caso, pretendían potenciar la vida al aire libre, alimentarse de luz y paisaje, prescindir de cualquier regla acerca de relaciones amorosas y, desde luego, partir de una absoluta igualdad entre hombres y mujeres.
De hecho fue fundamental en el desarrollo de la idea primera Ida Hoffman, una joven alemana que había conocido al austriaco Henri Oedenkoven en el sanatorio esloveno de Velves, donde el muchacho había ido a parar después de padecer una enfermedad que casi lo mata: allí Oedenkoven convenció a Ida de las ventajas del vegetarianismo. Allí empezaron a soñar en construir su propia colonia naturista, que para Ida Hoffmann debía ser algo más, como debía ser algo más para el tercer implicado: el militar Karl Graeser, también ingresado en Velves, que odiaba la propiedad privada y deseaba cualquier promesa para poder abandonar el Ejército. Junto a él llamaba la atención su hermano Gusto, porque podía prestarle la apariencia a las figuras arquetípicas que habrían de relacionarse con el Monte Verità: iba siempre descalzo o en sandalias, cubierto por una túnica, y gustaba de perderse por los caminos y entrar en las posadas a tratar de pagar comida y habitación con un poema. Fue Oedenkoven el que bautizó al monte cuando encontraron el lugar adecuado. No era extraño que unas décadas antes, huyendo también de las decepciones del mundo, el mismo Bakunin encontrara refugio en aquella región.
Lo que buscaban aquellos jóvenes -adinerados, por supuesto- era un lugar del que sentirse a salvo del mundo para inventar otro mundo. Un paraíso para pocos que supiera encogerse de hombros ante las ansiedades de la burguesía, a la que pertenecían, y las luchas de los proletarios. El naturismo se daba la mano con la anarquía, el nudismo quería reinventar el Edén: sin embargo, también la anarquía necesitaba de reglas y dogmas, la espontaneidad también necesitaba previsión y agenda.
Aquella sana convivencia de la primera época de tan peculiar sociedad de artistas y bohemios duró hasta después de la Primera Guerra Mundial y aún pervivió de algún modo en la década de los veinte, mientras que los últimos intentos de revitalización datan de los años cincuenta, pero ya bajo la forma de balnearios, hoteles u otros sistemas de explotación turística.
Harald Szeeman, en 1978, para su exposición sobre «Monte Veritá» eligió este epígrafe: «Una aportación para el redescubrimiento de una topografía sacral contemporánea».
Pero para «redescubriento» el que debieron experimentar los jóvenes contestatarios de la época, que tal vez pensaron que su mundo arrancaba en Mayo del 68, con retratos como el de Elisabeth Gräser tomado a principios de siglo junto a su media docena de hijos, ataviados todos de túnicas floreadas, sandalias, trenzas y cintas en el pelo y hasta algún bolso de tela en bandolera, exactamente igual que los hippies que medio siglo después pretendieron triunfar a base de paz, amor y algo de hierba.
Lo alemán es más fuerte que lo suizo

El escritor suizo Hermann Hesse es recordado por haber sido premio Nobel en 1946, amén de autor de obras cumbre de la literatura en alemán del siglo XX como ‘El lobo estepario’ y ‘Siddhartha’.
Nacido en Calw (Alemania) en 1877 y con nacionalidad suiza desde 1924, Hesse murió en Montagnola (Suiza) el 9 de agosto de 1962 dejando un legado literario convertido en ‘best seller’ mundial, con 140 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, de los cuales solo una sexta parte corresponde a las ediciones en alemán.
Junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, es el autor de lengua alemana más leído hoy en día en el mundo y uno de los dos únicos autores suizos, junto a Carl Spitteler, galardonados con el Nobel.
Pese a este reconocimiento mundial y pese a que Hesse vivió las últimas cuatro décadas de su vida en Tesino (sur de Suiza) -donde escribió ‘El lobo estepario’, ‘Siddhartha’, ‘Narciso y Goldmundo’ y ‘El juego de los abalorios’-, los helvéticos viven con cierta distancia a un autor que ven como alemán.
La cuna del escritor
De hecho, es su Calw natal (Bade-Wurtemberg) el lugar que se conoce como ‘la cuna de Herman Hesse’, pese a que el escritor solo vivió en esta ciudad, en distintas etapas, durante diecisiete años.
En Calw hay plazas y calles que llevan su nombre y, para conmemorar que ha pasado medio siglo desde su muerte, numerosos bancos públicos de la localidad lucen citas famosas del escritor: «La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla», o «Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia».
Incluso hay un ‘Café Montagnola’ que recuerda el amor que Hesse tuvo por el que fue su hogar y lugar de inspiración en Suiza.
Olvido del ‘zucchino’
Frente a eso, en el Tesino hay casi un olvido total de Hesse, hasta el punto de que el jardín de la Casa Rossa, lugar de inspiración del escritor para ‘El juego de los abalorios’, está amenazado por un proyecto inmobiliario frente al que no han podido hacer nada legalmente por el momento varias peticiones ciudadanas.
Hesse era un ‘zucchino’ -el apelativo que los locales dan a los que llegan del norte- y le costó mucho tiempo ser aceptado.
No fue hasta unas semanas antes de su muerte y 15 años después de recibir el Nobel de Literatura (que no acudió a recoger) cuando Hesse recibió el reconocimiento de «ciudadano de honor».
Tampoco hay mucho rastro de él en Basilea (norte de Suiza), a donde la familia de Hesse se trasladó cuando él tenía cuatro años para que su padre siguiera con su apostolado de misionero protestante.
Hesse regresó a Alemania para estudiar, pero decidió volver a Basilea cuando tenía 22 años, tras abandonar varias escuelas, una tentativa de suicidio y dos estancias en clínicas psiquiátricas. En Basilea fue aprendiz de mecánico y trabajó en varias librerías, al tiempo que comenzó a escribir para varias revistas y frecuentar los círculos culturales, donde conoció a su primera esposa, la fotógrafa Mia Bernoulli, nueve años mayor que él.
Se casaron en 1904 y ese mismo año Hesse se dio a conocer en el mundo literario gracias a ‘Peter Camenzind’, tras lo cual la pareja volvió a Alemania, a orillas del lago Constanza, y tuvo tres hijos.
De la crisis personal al fenómeno global póstumo
Hesse admitió que la vida casera le resultaba opresiva y se embarcó en varios viajes al extranjero para alejarse de la familia, con la que regresó en 1912 a Suiza para instalarse en Berna. Allí el escritor trabajó para la embajada alemana, desde la que, años después, prestaría ayuda a prisioneros de la I Guerra Mundial.
Durante la primera gran guerra, coincidiendo con la muerte de su padre en 1916, Hesse volvió a sufrir una grave crisis emocional y comenzó a someterse a sesiones de psicoanálisis para hacer frente a a la inevitable ruptura de su familia en 1919.
Se separó de Bernoulli y volvió a casarse dos veces, la última de ellas con Nina Dolbin, con quien vivió en la Casa Rossa sus últimos años de vida, en los que su creatividad literaria declinó.
En esos años, se refugió en la pintura, inicialmente como terapia, para convertirse en una auténtica pasión, creando una importante obra pictórica de unas 3.000 acuarelas que recrean los colores y la belleza del Tesino, su «patria chica».
Su gran éxito literario fue póstumo, ya que sus obras pasaron a ser un fenómeno global a raíz de la guerra de Vietnam, cuando los movimientos pacifistas reivindicaron sus trabajos y sus libros se convirtieron en símbolos del ‘Flower Power’, con su mezcla de pacifismo, filosofía asiática y desorientación existencial.